DISEÑAR EL ATERRIZAJE
El Estado Español es bicolor. El mensaje es nítido. Los electores quieren que los dos grandes partidos reciclen sus estrategias y asuman un nuevo papel. Piden un escenario de consenso fundamental para asegurar la estabilidad económica y para garantizar una reforma de nuestro modelo de crecimiento. Tanto los que ganaron como los perdedores tienen ante sí la obligación moral y la responsabilidad política de interpretar con acierto esa petición de la sociedad en su conjunto.
Ya nadie pone en duda que España se adentra en la alta mar de una crisis económica inminente. Un momento difícil y complicado que precisa, más que nunca, de una clase política que esté a la altura del reto al que se enfrenta el conjunto del Estado. No es momento para dudas ni para reproches, el horizonte sigue siendo el que era y el color de los nubarrones se oscurece por momentos. Es tiempo de gestores públicos con ideas claras y de una oposición respetuosa con las dinámicas extremadamente duras que vamos a tener que asumir. La crítica fácil a una mala gestión anterior no valdrá, no sería constructivo, ahora no toca.
Durante medio año, la estrategia electoral socialista menospreció los numerosos signos de desaceleración. Los reiterados gestos de despreocupación deben finalizar inmediatamente. Ha llegado el momento de hablar claro y de explicar a los españoles como está el patio, pues corremos el peligro de que nos demos cuenta sin previo aviso. El nuevo ejecutivo debe afrontar las reformas estructurales necesarias que limiten el impacto de la crisis global y doméstica. Esta debe ser la prioridad del equipo de Solbes, ninguna otra estrategia debería de sobreponerse a la urgencia por reflotar una economía que cae en barrena.
Zapatero debe abandonar la autocomplacencia y, sin demora, dar paso al rigor y a la articulación de medidas concretas de gran calado. Confío en que así será, porque aunque vamos tarde, seguramente aun estamos a tiempo de amortiguar la caída. Por ejemplo, aún es posible acometer una reforma fiscal profunda que favorezca la competitividad que se encuentra bajo mínimos, que ayude a la creación de empleo que se destruye sin remedio, y que impulse el ahorro familiar situado en las tasas más bajas de la historia.