EL SUPERAVIT DEFICITARIO
Estamos de barro hasta las orejas. La magreada desaceleración está calando en todos los escenarios posibles, incluso empieza a reflejarse en la dinámica pública. La crisis ya ha hecho disminuir un 27,5% el superávit del Estado en los dos primeros meses del año respecto al mismo periodo del año anterior.
De nuevo lo grave no es tanto la presentación de unas cifras previstas por la mayoría, sino la obsesión por disfrazarlo todo ocultando la verdadera gravedad de la situación. El Ministerio de Economía considera que “los dos primeros meses del año no son un periodo de tiempo suficiente para saber si esta tendencia se mantendrá a lo largo de 2008”. La falta de vergüenza de la clase política es indignante. Si es por desconocimiento es para vomitar, pero si es por quitarse el muerto de encima, entonces es para ponerlo en manos de la fiscalía anticorrupción.
Y es que cuando caen los ingresos públicos tiembla el sistema. Pero todo es susceptible de empeorar. Por ejemplo, en términos de caja la situación es aun más grave, pues cuando se computan los ingresos y pagos efectuados y no cuando se comprometen, como hace la contabilidad nacional, se descubre que en realidad el Estado registró un superávit de 3.831 millones de euros en los dos primeros meses del año, es decir, el 38,5% menos que los 6.231 millones alcanzados un año antes. ¿Se han sentado ya? No se levanten aun, porque la aritmética de la administración, de momento no contempla el cumplimiento de las promesas electorales que partían del superávit público. Cuando se resten los costes de los famosos 400 Euros y otras propuestas, el desfase puede acentuarse aun más.
En Catalunya la cosa es todavía peor. La recaudación del Impuesto de Transmisiones cayó un 28% durante el año pasado lo que garantiza un déficit irremediable en las cuentas de la Generalitat. Los catalanes podemos reclamar un nuevo sistema de financiación y que los perales den billetes de 500 euros, pero la verdad vuelve a ser espesa. ¿No sabían que esto iba a pasar? ¿Por qué no ofrecen todos los datos? ¿Por qué no nos cuentan que un crecimiento de la economía catalana de un 1,2% menos será un freno brutal a la recaudación del Estado? ¿Por qué no nos explican que esa reducción de ingresos ya se ha contagiado a otros impuestos que no cubren las expectativas? ¿Ha sido imprevisión o simplemente electoralismo?
Me indigno ante tanta imprevisión o ante tanta mala fe partidaria. En primero de carrera, cuando te metes entre pecho y espalda medio millar de páginas con una letra muy pequeña que hablan de Dirección financiera I, descubres que la selección de proyectos de inversión son fundamentales para la viabilidad final de cualquier proyecto empresarial. La empresa pública precisa de algo parecido pero con el condicionante de que sus ingresos dependen exclusivamente de la coyuntura general. Por eso, si en la empresa privada es importante la estrategia, en el caso del Estado, lo fundamental es la previsión y la honestidad. Comunicar el estado del enfermo debería ser un derecho y no una opción que escoge el familiar o el médico.
Ayer hablaba con un alto directivo italiano vinculado al turismo y buen conocedor de la realidad comparada, me advertía que España iba a pagar sus pecados. Familias enteras garantizando hipotecariamente unas vacaciones, un traje para la boda de la niña o una televisión de plasma de puta madre. Miles de españolitos jugándose la vida a la ruleta rusa, colocando en el pasivo familiar sus necesidades básicas e invirtiendo el sentido de la importancia de las cosas y sus valores. Hace años que Europa nos mira con los ojos achinados y las manos en las orejas, como quien mira un globo apunto de explotar. La fiesta se ha terminado y, aparte de que el suelo por donde pisamos es de cristal refinanciado, el Estado empieza a tomar el jarabe que, según Zapatero, tomaba Italia.
Y aun hay quien dice que somos unos exagerados, que la cosa no va tan mal. Que es más una sensación que algo real. ¡Si los restaurantes están llenos! Otro día les explicaré que significa eso de que en la antesala de una recesión la gente continúe consumiendo alocadamente en productos de prestigio social como viajes, comilonas, bodas, etc. Guardando las distancias y sin querer comparar, es interesante recordar que en Argentina, la noche antes de aplicarse el corralito, los restaurantes más caros de Buenos Aires estaban llenos. Y por cierto, cuando a esos que niegan la evidencia les suban los impuestos para poder equiparar el gasto público anterior con el que se precisará en breve, entonces serán los que más griten.