LAS SIETE PLAGAS
Hay dos buenas noticias que acompañan a la crisis actual: que no es culpa de ningún gobierno en exclusiva y que está aumentando la cultura financiera y económica del ciudadano medio. Con respecto a esta segunda, podemos ver que en agosto nos invadió el término subprime, pero ahora nos asaltará otro: estanflación. Está claro que los españoles vamos a descubrir como se vive siendo más pobres de lo que intuíamos. Lo haremos en el preciso instante que los precios suban y aumenten las cifras de paro. Todo a la vez.
Estanflación suena mal. Es una palabra horrísona, tanto como lo que
significa: estancamiento con inflación. Al aumentar el paro, el
crecimiento se detiene, la inflación crece y, recordando fechas
anteriores, el dólar se deprecia. Es un término inventado en la década
de los 70 del siglo pasado que en nuestros días toma gran importancia.
A nuestro país acechan las siete plagas. Las maldiciones del
Apocalipsis. La primera fue una burbuja inmobiliaria sin elementos de
regulación y fuera de control. La segunda plaga la crisis global de
crédito, la tercera frenazo brusco del motor económico, la cuarta el
desempleo, la quinta la inflación a niveles preocupantes, la sexta es
un PIB creciendo en tasas planas y la séptima desgracia puede ser la
estanflación.
El concepto estanflación ha descansado el retiro de los conceptos
teóricos como si de una curiosidad académica se tratara. Es cierto que
en los tiempos de bonanza que hemos vivido, insinuar el término era
como practicar un monólogo de humor negro. Pero ahora lo empiezan a
desempolvar algunos periodistas y políticos. Con un crecimiento
prácticamente en negativo para el segundo trimestre de este año y un
IPC más cerca del 5% que del 4% la estanflación parece una posibilidad
cierta. No obstante, lo peor no son los titulares de estos últimos días
sino los que están por llegar.
¿Qué nos cuenta la historia? En la década de los 70 se pudo constatar
que el tratamiento de un escenario de crecimiento colapsado y aumento
del precio de las cosas era muy doloroso. Fueron años en los que el
petróleo disparaba los ratios de inflación en el preciso instante que
la producción interior bruta caía a fases negativas. En aquellos
tiempos, esa situación no estaba prevista en ningún manual. Las
aplicativas de la época eran keynesianas y éstas fueron incapaces de
responder con solvencia un momento tan dramático. Nadie veía probable
que estancamiento e inflación pudieran producirse simultáneamente. Lo
normal es que un deterioro de la actividad económica lleve asociada una
caída de precios. En aquella época los dirigentes españoles debían
ocuparse de una transición previsible y abandonaron la política
económica a su propia deriva. Sólo se atendieron soluciones a base de
subvenciones, desgravaciones y medidas intervencionistas que aumentaron
el gasto público en un intento de compensar la caída expectativas
productivas de los motores de la economía de entonces: el turismo y las
remesas de los emigrantes. El resultado fue que la inflación se disparó
por encima del 20% y enterró el poder adquisitivo de los trabajadores,
lo que supuso nuevas peticiones de mejoras salariales que se
concedieron y a su vez estos motivaron un aumento del coste de los
productos. La maquina de destruir riqueza ya estaba en marcha y nadie
sabía como pararla.
Los paralelismos asustan. En aquella época el gobierno monetario, el
Banco de España, permitió mucha inflación durante mucho tiempo, lo que
produjo una lógica incorporación en las peticiones salariales por parte
de los trabajadores. En aquel entorno poco competitivo, la patronal
tuvo que aceptar las demandas pues no había incentivos con los que
negociar. Esa puntilla supuso un bucle de incrementos precios y
salarios. En la situación actual, aunque los condimentos son similares,
las cifras no llegarán a las de los años 70. No alcanzaremos un 15% de
inflación, ni creceremos en negativo 2 años consecutivos. Sin embargo,
las características de nuestra economía ha variado mucho y algunas
fórmulas aritméticas no sirven en la actualidad del modo que lo hacían
entonces. Las dependencias entre sectores y procesos, los sistemas de
producción y la globalidad hacen que algunos números no se alcancen
nunca más pero no que puedan ser igual de perniciosos.
Aunque lo vamos a pasar de puta pena, si podemos anunciar algunos
elementos positivos. Nuestra economía vive una apertura y
competitividad, que aunque baja, es muy superior a la de entonces. El
BCE ha aprendido a controlar la inflación aunque no pueda detener del
todo la de algunos miembros de la Unión. Cabe entender que, aun los
efectos de esta estanflación serán menores a la de principios de los
70, sus efectos van a ser extremadamente dramáticos. Los efectos de la
crisis posparto olímpico será una broma en comparación con la que se
nos viene encima. Ningún gobierno puede ser capaz de gestionar con
eficiencia una desembocadura como esta, es algo más complejo que
adoptar medidas a corto plazo. Estamos aquí y hay culpables de todos
los tonos e ideologías.
Ahora deberíamos ver como el gobierno no recurre al gasto público
por muy tentador que sea. Impulsar la demanda con ese mecanismo nos
retrasa un problema que nos llegaría amplificado. Sería un parche que
lograría animar a una ya de por si animada inflación. La respuesta
efectiva, por desgracia solo a largo plazo, pasa por reducir costes
laborales y aplicar controles en el mercado de los productos un tiempo
determinado a fin de reducir la presión de coste a la producción y al
IPC subyacente. Otras medidas como una gestión ordenada para el cambio
de motor económico, aplicación de reformas en los motores gripados y
reformular nuestra competitividad aplicando fórmulas que premien el
talento. Obviamente no va ser fácil, ni breve, sino difícil y extenso
en el tiempo. De momento solo nos resta el flagelo, la cruz y el
calvario mientras esperamos la llegada del Apocalipsis.