PREDECIR O DEDUCIR
Durante mi intervención de ayer en el San Inspirational Festival alguien me acusó de visionario pues dijo que yo no aportaba los elementos en los que me apoyo para afirmar que el mundo dejará de ser como ahora lo sufrimos en breve. También me ha enviado un correo privado mucho más agresivo y me invita a dejar de habalr en estos términos. Obviamente no voy a hacerlo pues sigo pensando que estamos a las puertas de un cambio sistémico sin precedentes, en una crisis inédita que nos ayudará, a los que lo asumamos pronto, a construir un escenario de creatividad, talento y desafios. He hablado de oportunidad pero también de tensión social. No lo hago nunca, disculpad, pero hoy transcribo uno de mis posts del año 2006 por que si hoy tuviera que escribir algo, escribiría eso exactamente.
La línea que separa a los políticos de la legitimidad para decidir en
nombre del pueblo soberano es muy delgada, tanto que, incluso en las
democracias, en ocasiones se rompe o se difumina y acaba por
desaparecer. Es necesario que en los Estados democráticos permanezcan
engrasados los sistemas que vacunan de vicios de los que suele adolecer
el poder. Cuando estos mecanotransmisores no funcionan correctamente el
mal se hace crónico.
La
corrupción, ahora urbanística y política, se ha instalado entre
nosotros. Y lo ha hecho en gran medida por la desgana y la miopía
social de nuestro tiempo. No hay día que no aparezca un nuevo caso y
sin embargo lo observamos con naturalidad. Nuestra sociedad posee un
extraño mecanismo por el que consigue olvidar las cosas negativas o que
le sonrojan con una velocidad espantosa. Por ejemplo: ¿Siguen llegando
cayucos a las costas canarias?, ¿ha muerto ahogado algún inmigrante en
busca del dorado últimamente?, ¿los jóvenes que fueron abandonados a su
suerte en las calles de Barcelona ya han podido regularizar su
situación? Las respuestas las conocemos, pero ahora solo aparecen en
las paginas interiores y en algún dominical con remordimientos. La
verdad es que siguen llegando barcazas atestadas de personas sin
nombre, solo que ahora tienen menos posibilidades de alcanzar la costa
canaria. Aun se lanzan en un intento suicida centenares de
subsaharianos esperando ser, irónicamente, como nosotros. Los
abandonados en la moderna Barcelona recibieron en agosto un bocadillo y
un papel donde podía leerse: “disculpe, pero usted no existe”.
Ese mecanismo humano y moderno que facilita olvidar lo que duele o
sabe mal, pero sin embargo permite recordar con exactitud los nombres
de la puta que dice haberse acostado con un conde cualquiera, es al que
me refiero. La corrupción es uno de los elementos que nos lleva al
choque de trenes, al colapso económico más que previsible y, sin
embargo, muy pocos están reaccionando. Vivimos en un país budista donde
los problemas se presentan relativos, como de otro estado o dimensión.
En navidad a comprar, en enero a aguantar, en febrero a pagar los
recibos de la visa y en marzo a preparar la salida de semana santa.
Siempre igual. Nunca para. Sin embargo nuestro mundo ya no gira como
antes, el sentido está cambiando y nadie habla de 2008. Las empresas y
los directivos hemos establecido lo que parece una barrera que se
presenta insalvable. El año 2008 y 2009 aparecen sombríos en el
horizonte.
Cuando la crisis llegue, que llegará, habremos concluido que los
mangantes se metieron como piojos en las costuras del sistema, medraron
a costa del contribuyente y nos devolvieron un país expoliado. No será
cierto. Por lo menos solo lo será en parte. Todos habremos participado
del desastre mirando hacia otro lado tanto tiempo, creyéndonos ricos
porque nuestros pisos valían 4 veces mas que hace unos años. Los
pesimistas gozan de una buena reputación, pero también se equivocan.
Espero equivocarme pero nos esperan años grises de puré de guisantes
manoseado, de fango y meadas por las esquinas, de ultraderecha
populista y de chivatazo, de falta de oportunidades y de aterrizaje
forzoso. España, como dijo ayer el “Wall Street Journal” pronto
volverá a su mediocridad estructural.