Marc Vidal - Conferenciante, Divulgador y Consultor en Economía Digital

View Original

La generosidad occidental

Hoy he recibido un correo de mi viejo amigo Tsonur Ngong. Me lee, dice, cada día. Comenta que os invite a hablar sobre África por justicia bloguera. Así lo hago, así os lo ruego. Nos lo pide pues como él dice: “el olvido de un territorio proviene del silencio”. Yo he vivido en ese extraño continente y recuerdo con precisión que el cielo está tan cerca que parece que se vaya a caer. Hace una década que respiré el polvo mauritano y aquel silbido aun permanece recostado en los pliegues de mi memoria. En África la vida es una casual combinación de encuentros inesperados y los días transcurren en el cruce de las sorpresas y las propias decisiones. En esa tierra sin asfaltar, pura y pobre, uno descubre que entre la crueldad y el dolor siempre está la esencia del amor y la bondad. Por extraño que parezca, solo en África uno puede reconquistarse a si mismo.

Hoy resulta más barato comprar un esclavo negro que en la época de la esclavitud. Hace 150 años una esclava era más cara que una prostituta actual. En África se ejemplifican todos los problemas del mundo en el que vivimos, puesto que de un modo u otro esos problemas están conectados con la pobreza. Entre los que tienen y los que no y entre la distancia que los separa que no hace más que aumentar. La estabilidad del planeta deriva de esa situación y en un futuro puede llegar a ser determinante. La presencia occidental en África es estremecedora. Después de la esclavitud vino la rapiña colonial, luego el neocolonialismo y hace unas décadas el genocidio viral del sida. Hace más de dos años los países ricos anunciaron en Heiligendamm la reducción de la deuda multilateral de los países pobres de África. Lo debían hacer mediante una ayuda de 60.000 millones de dólares. La limpieza de conciencias se hizo con estropajo duro pero no dejó marca. El continente negro se genuflexionó en un acto de ceremonioso agradecimiento, permitiendo la explotación de sus recursos naturales indefinidamente. El resultado ha sido peor de lo que nadie pudiera imaginarse.

La generosidad de los países ricos es de sobras conocida. La ayuda desinteresada solo precisó de una insignificante condición: que se retiraran los obstáculos a la inversión extranjera y a la privatización occidental de los recursos localizados. El futuro de África costaba 60.000 millones de dólares, eso era justo antes de la crisis, ahora tal vez menos. Que te maten en una calle de Nairobi solo vale 10 dólares.

Ahora ya sabemos que el coste de la guerra en Irak ha sido 150 veces lo que permitiría acabar con el hambre en toda África. Sigue siendo una indecencia lírica saber que el objetivo del mundo rico es reducir de 5 a 2 millones los niños muertos en África antes de 2015. Vivimos en un planeta donde la inteligencia y lo racional no dominan. Los mayores negocios del mundo son delitos: vender mujeres, armas o drogas. En ese barco navegamos, mientras, en África un mundo intenta reconquistarse a si mismo. Mi amigo Tsonur dicer q que mientras aquí seguimos definiendo en que consiste eso de“que lo peor ya ha pasado” donde vive su madre y sus hermanos están todavía “pasando por lo peor”. Llevan haciéndolo hace mucho tiempo.