El cociente de creatividad
En mi libro hablo del hecho que el “verdadero emprendedor busca el cambio sustancial de los resortes de la economía en los que se va a mover”. Esto suele ser típico de sociedades en las que el volumen de emprendedores lo son en su mayoría por necesidad y no por oportunidad. Aunque esto no deja de ser una apreciación, observando como gestionan su “empresa” muchos de esos “emprendedores”, se te quitan las ganas de escribir libros sobre la bondad de “emprender”. He visto centenares de empleados mucho más emprendedores que sus jefes.
Os dejo con un extracto del mismo donde intento enlazar el valor de innovación y cambio estructural de un país y su sentido por estimular la emprendeduría.
España va tercera por la cola en una curiosa clasificación publicada en el Eurobarómetro de 2007. Tras los belgas y lituanos, los españoles son los ciudadanos europeos con mayor porcentaje de población que no se ha planteado en la vida iniciar un negocio por su propia cuenta. En un país que monta sus empresas mayoritariamente porque no tiene más remedio, ya me dirán que nivel de innovación puede esperar de su ejército de emprendedores.
En esta vida hay ciertas cosas que van irremediablemente unidas: el dolor de estómago y la manzanilla, Paris Hilton y la progresiva pérdida de fe en el ser humano, la política y la incapacidad, el título de enseñanza secundaria y la incultura supina, la televisión ideológica y el aburrimiento, el hombre del tiempo y los mapas, el deportivo descapotable y el simio que lo conduce, la cuarentena y el implante de silicona, la plaza de Catalunya y los niños dando por culo con la pelota, las elecciones y las obras, el final de las elecciones y el final de las obras, la ineptitud y la oficina de atención al ciudadano, la desesperación y la pagina Web de RENFE y los aeropuertos con la humillación.
También van juntos el verano y las moscas, la fiesta mayor y el derroche, la radio objetiva y el silencio, yo y las conclusiones más tontas, un nudista y su bicicleta, una advertencia y su amenaza, la política de promoción local y la esterilidad, las mayorías absolutas y la falta de debate, la gestión pública y el retraso tecnológico, la autocomplacencia y los concejales, el divorcio y los cuernos, la anorexia y la moda, el espíritu emprendedor español y el vacío más absoluto, el dinero y la felicidad, los relojes y el tiempo, las pesadillas y el insomnio, la amistad y su cuidado, las matemáticas y Pitágoras, las decisiones arbitrarias y el responsable de vía pública de tu pueblo, la prensa subvencionada y el gasto público selectivo, Internet y el porno y la catalanofobia con el desconocimiento.
Los binomios que he enumerado pueden parecer resultado de la generalización, pero la estadística también lo es y nos la tomamos muy en serio. Por ejemplo, sería absurdo decir que los jóvenes son una tribu que solamente piensa en masturbarse, en tenderse en el sofá y en meterse de todo por la nariz. Como también lo sería asegurar que están sanos como manzanas y que todos tienen una habitación dedicada en exclusiva la lectura, a buscar la paz espiritual y a diseñar su microempresa.
Seguramente el término medio sea el idóneo para todas las comparaciones, sin embargo, ¿innovación y emprender no deberían de ir juntos? ¿Son los emprendedores los gestores del cambio a partir de un valor por la innovación que se les presupone?