La revolución global depende de algo más que de un 'I like'
Ofrezco conferencias sobre un mundo inminente. En la mayoría de los casos explico lo que ya estamos viviendo, como se refleja en alguna de mis empresas o como afecta a la vida cotidiana. A veces, entre citas, imágenes, videos y explicaciones sobre la ‘transformación digital’ intento comparar aquello que vivimos en nuestro entorno moderno y sofisticado con lo que sucede en otros lugares del mundo y que, por supuesto nos deberían hacer reflexionar.
A través de esas charlas procuro inspirar a la audiencia, empleados, directivos o emprendedores a participar de forma activa e innovadora en cada aspecto de sus vidas laborales o personales y así demostrar el papel que jugamos todos en ese estímulo innovador que precisa nuestro mundo. Siempre lo planteo de manera optimista y procuro que el reflejo de donde esto no está pasando permanezca en nuestra manera de entender el desequilibrado término llamado progreso tecnológico.
He vivido en África, de hecho suelo explicar algunas anécdotas de ese tiempo que marcó mi vida definitivamente, y por eso tengo percepción de la desigualdad extrema que vive la humanidad en cuanto al acceso a la tecnología. Si bien es cierto que el desconocimiento acerca de esto es brutal en nuestro cómodo entorno y que las noticias que nos llegan del continente africano últimamente son relacionadas con sus problemas y amenazas, la realidad es compleja y para nada como la vemos desde ‘occidente’. Haber conocido todo aquello en el pasado y trabajar con ellos a diario da esa perspectiva actual y redonda que suponen las diferencias, por ejemplo, entre la zona más moderna de Lagos y el resto de Nigeria.
Cuando explico en esas ponencias todo cuanto nos rodea, de donde viene y lo que nos espera, el auditorio suele sentirse desconcertado, a veces abrumado, pero siempre deseoso de vivir cuanto allí planteo. La revolución digital no es más que la antesala de un mundo automático y mejor, un lugar donde las personas dispondrán de oportunidades fuera de las obligaciones actuales. Ya pasó antes y sigue pasando ahora.
Sin embargo nuestra revolución va más allá de la obsesión por smartphones, tablets o aplicaciones, es mucho más que hacer una ridícula espera durante horas o días frente a una Apple Store esperando la llegada de un producto icónico. Es mucho más intenso y profundo. De hecho no es ni el tiempo que gastamos en todo ello, ni en como los utilizamos, tampoco tiene que ver con las redes sociales o con la distribución de la información. Si tomamos distancia de todo ello descubriremos que lo que estamos fabricando es un mundo interactivo, líquido y cada vez más pequeño.
Pero esta revolución que anunciamos no estará completa hasta que sea en todas partes. Como una retorcida metáfora de todo cuanto precisa de la aceptación global, en este caso nos sucede lo mismo puesto que los retos por superar siguen siendo enormes. Un reciente estudio de los analistas de McKinsey & Company sobre las barreras de la adopción de Internet en el mundo asegura que todavía hay 4.400 millones de personas en el mundo sin conexión a Internet.
Obviamente si la tecnología y su socialización no llega a todas partes, el papel que se le reservaba para empoderar a las personas, ofrecerles oportunidades, equilibrar las desigualdades, no será una realidad nunca. Es peor, la tecnología y la revolución digital podría convertirse en un factor aún mayor de desequilibrio y de exclusión irremediable. Es tarea de todos ceder espacio en esta carrera, estoy seguro. Proyectos como Internet.org de Mark Zuckemberg podrían ir en esa línea.
Lugares vendidos como ‘La Meca’ tecnológica donde millones de personas trabajan por encargo en desarrollos informáticos avanzadas, en subcontratas digitales que son también el mayor agujero de exclusión tecnológica del mundo. En la India encuentra un cuarto de la población sin conexión a Internet del mundo, en China hay unos 736 millones de personas sin conexión a la red, en Indonesia unos 210 millones, en Brasil unos 97 millones de personas y en México otros 69 millones de personas. De hecho, en Estados Unidos alrededor de 50 millones de personas no se conectan a Internet aunque se desconoce cuántos son por decisión propia, y cuántos son porque residen en áreas demasiado remotas.
El informe citado de Mckinsey refleja que el gran reto de nuestro tiempo, de avanzar en el verdadero significado de este cambio de época es universalizar, generar un valor social y universal y construir con ello un mundo, completo, mucho mejor. Como si de un reflejo de la historia se tratara, como en un retorcido viaje en el tiempo, vivimos una especie de duotono entre las ciudades (tecnológicas) y el mundo rural (desconectado).
El 64% de la población sin Internet del mundo se encuentra en zonas rurales, por la falta de infraestructura, lo que a la vez conlleva falta de educación, empleo o salud. Si pensamos en todo ello nos daremos cuenta de que el espejo en el que reflejamos nuestra modernidad y nuestra vanguardia digital no es más que un espejismo si lo revisamos en su completo escenario. Si grave es que más de la mitad del mundo no tenga acceso a Internet, peor parece que, por ejemplo, en la India un 45% de su población no tenga ni electricidad. Nos queda mucho por hacer y no solo se trata de hacer un ‘I like‘ en nuestro muro, debe ser algo de mayor implicación.