'Estimados pasajeros, les anuncio que sobrevolamos un huracán'.
Ya nos avisaron. Nos recomendaron no desabrocharnos el cinturón de seguridad durante todo el viaje. La tripulación dijo que no había de qué preocuparse. La noche del 4 de septiembre de 2007 tuve el peor vuelo de mi vida. Apretados en un Embraer 190ARB de la compañía Copa Air Lines que hacía la extinta ruta de Caracas a Managua, casi un centenar de pasajeros disfrutamos de un completo catálogo de turbulencias y acrobacias. A pesar de que estaba previsto y la ruta marcada de urgencia lo evitaba, las secuelas del huracán de fuerza cinco Félix nos entretuvieron durante casi una hora. La tripulación se quedó sin habla y, al aterrizar, nos pidieron perdón por no habernos descrito bien lo que iba a pasar, ya que a ellos también les pilló por sorpresa.
Hace poco más de una semana se llevaron a cabo los flamantes congresos del Partido Popular y de Podemos. Coloridos y festivos encuentros que la política interna ejecuta cada cierto tiempo para mostrar músculo en algunos casos y para muscular en otros. Sin embargo, ambos fueron previsibles y previsores. Tanto en lo que se dijo, como en lo que se hizo, poco o nada hace pensar que sus responsables se han dado cuenta de la etapa histórica que les ha tocado vivir. Estamos en la antesala de una revolución inédita por su envergadura, desconocida por lo rápida y compleja por el modo en el que va afectarlo todo. Afecta ya a los modelos de producción y a la transmisión del conocimiento. La fractura en el sistema es inminente. No prepararnos es una absoluta inconsciencia.
Hablo de rentas mínimas, estructurar un escenario económico donde el empleo dejará de ser el empleo que conocemos, los bancos dejarán de ser bancos, los coches dejaran de ser coches, las universidades no serán universidades o donde las garantías sociales llamadas servicios, obligatoriamente deberán ser derechos. Hablo de un mundo inminente. En menos de dos legislaturas, quienes este fin de semana gastaban sus cuerdas vocales tarareando los versos de siempre, en azul y en morado, tendrán que gestionar el mayor problema que ha vivido nuestra sociedad en décadas. Hay países que ya lo hacen. Otros, mientras tanto, a lo suyo.
Y el futuro llegará. Si observas bien verás que ya ha llegado. Un futuro que impulsa un empleo miserable y perpetúa un modelo laboral insostenible. La tripulación titular o la tripulación aspirante, a la que hemos ido votando, no anuncian turbulencias. Unos porque aseguran que lo peor ya ha pasado, otros porque atestiguan que ellos lo van a arreglar todo por arte de multiplicar el gasto público. Lo jodido es que ninguno de éstos ni los que aun quedan por ‘congresear’, tienen intención de afrontar de cara el asunto. O porque no lo entienden, porque no lo ven inmediato (la política es el arte de verlo todo en etapas de cuatro años) o porque el coste que supondría analizarlo es tan complejo que mejor evitarlo.
Antes de que las primeras sacudidas anunciaran fiesta mayor, las azafatas nos sirvieron todo el licor disponible en al avión. Hasta los abstemios se culearon los botellines cuando empezaron los saltos. Anestesia alcohólica. La misma que nos sirvieron a tazones este fin de semana pasado quienes dicen van a encargarse de llevarnos a buen puerto en este que todos llaman ‘vuelo tranquilo’.
Por desgracia la tripulación se quedará sin habla en unos años y, cuando aterricemos, Dios sepa como, nos pedirán perdón por no habernos explicado bien lo que iba a pasar. Que a ellos también les pilló por sorpresa. Recuerdan aquello de la ‘desaceleración transitoria’, los ‘brotes verdes’ o el memorable ‘los pisos nunca bajan’. Ahora toca ‘estamos creando empleo de calidad’ o ‘el cielo se toma cantando’. Feliz vuelo, ¿les apetece un licor?
Artículo publicado en Ecoonomia