Los problemas del campo y su imprescindible apuesta tecnológica
Hemos pasado del lápiz y papel a las calculadoras. Más tarde llegaron las hojas de cálculo. Ni unas ni otras reemplazaron a los matemáticos, sino que los volvió incluso más imprescindibles. Ahora bien, quien no lo aceptó, quien no se volcó en su uso, perdió competitividad. El hecho de abrazar la tecnología para que nos proyecte económicamente es un valor que aumenta a medida que sus aplicaciones son cada vez más eficientes. Si extrapolamos la llegada de la automatización y la tecnología sostenible al campo, el asunto es cuestión no es tanto como luchamos contra escenarios del pasado sino como imaginamos el espacio agrícola del futuro inmediato. Es evidente que el campo va a ser un lugar automatizado, donde el agricultor y el ganadero, deberán hacerse la siguiente pregunta: ¿cuánto de computerizable soy?
Los problemas del campo español no se solucionan con un precio mínimo en origen o con la reducción de costes en la cadena de distribución. Por lo menos no a medio plazo. Puede ser un remedio paliativo pero el meollo del asunto es estructural. Veamos el caso de Holanda, un país del tamaño de Extremadura y que es el segundo exportador de alimentos de Europa. Ahí se producen muchos más tomates y patatas que en nuestro país y, además, usando mucha menos agua. ‘Holanda está en los primeros puestos del ranking europeo de exportaciones de hortalizas y, en la producción y venta al exterior de cebollas, flores y bulbos, ya son los número uno del continente’. El motivo fundamental radica en que la productividad holandesa por hectárea agrícola es 2,5 veces superior a la media europea. Para lograrlo, la tecnología agraria ha sido un factor determinante en el despegue del sector primario holandés, gracias a invernaderos de última generación.
Tengamos en cuenta que Holanda tiene menos horas de luz y hace mucho más frío que en España, pero sus agricultores han sido capaces de producir de forma sostenible y a gran escala frutas, verduras y, sobre todo, flores. Por poner un ejemplo de su eficiencia y productividad, cabe destacar que en el sur de los Países Bajos más de 10.000 hectáreas de cultivos bajo cristal producen más de 1.700.000 toneladas de hortalizas. Otro dato demoledor es el que afirma que la superficie dedicada al tomate tiene una productividad que cuadruplica la media de 20 kilos por metro cuadrado y año de un invernadero español por ejemplo.
¿Como lo logran? Con múltiples aplicaciones tecnológicas que se iniciaron a implementar hace más de una década. Las ayudas públicas a retornar a veinte años sirvieron para modernizar el campo, hacerlo eficiente y amortizar las inversiones derivadas. Tecnología como la difusión de los haces de luz, que aumenta la productividad hasta un 8% desde el minuto cero. La falta de luz ha creado de la necesidad una virtud. En los invernaderos holandeses aplican bombillas LED de más potencia y de menor consumo. Utilizan la inteligencia artificial para medir cada aspecto de esos cultivos y los datos para generar nuevos modelos de explotación ahorrando energía y reduciendo costes.
A diferencia de otros países, la transferencia tecnológica va directamente al sector productor y de distribución holandés, que se ha modernizado con ayudas públicas únicamente orientadas a esa mecanización y digitalización del campo y de toda la cadena de distribución. Curiosamente no se ha destruido empleo bruto en el sector primario. Un sector que, por cierto, representa el 10% del PIB del país de los tulipanes. En los Países Bajos, en 2000 nació la cogeneración energética para invernaderos capaces de producir calor a partir de gas natural para el cultivo y la electricidad de las instalaciones. Un sistema muy extendido en Holanda y que ya produce el 20% de la electricidad del país.
‘Holanda exporta unos 80.000 millones de euros en productos agroalimentarios, más que España, Italia y Portugal juntos. Según la base de datos del Instituto Español de Comercio Exterior, Países Bajos es el mayor exportador de Europa de productos agroalimentarios, por encima de potencias como Francia o Alemania, a pesar de ser un país tan pequeño. Es cierto que una parte de esas exportaciones son alimentos que han sido importados previamente porque Holanda es el centro de distribución más importante de Europa’.
Los campos, en ese país, están cubiertos por modernos invernaderos que reflejan la luz del sol por el día y se iluminan por la noche para el cultivo de patatas, cebollas, tomates o fresas. La eficiencia es brutal. ‘Cada 4.000 m2 de cultivo se producen más de 20 toneladas de patatas, frente a las 9 toneladas que se producen de media en otros países en el mismo espacio. Holanda es el mayor exportador de patatas del mundo con una cuota del 18% de todas las exportaciones del mundo mientras que España ocupa el décimo puesto en este ránking con una cuota del 3,7%.’
Estos datos provienen de un exhaustivo artículo de Vicente Nieves, que además explica el caso al que antes hacía referencia sobre la producción de tomates. Para obtener un kilo en España se necesitan unos 60 litros de agua, mientras que para obtener ese mismo kilo de en Holanda, ‘con tierra enriquecida y demás sofisticaciones, sólo se necesitan 15 litros de agua. Un cambio comenzó a tomar cuerpo hace ya casi dos décadas, cuando varias organizaciones y el sector público lanzaron un programa de agricultura sostenible’.
Aunque es cierto que en nuestro país hay explotaciones agrícolas muy avanzadas tecnológicamente y perfectamente preparadas para un futuro de competitividad digital, parece que los problemas del campo español no son susceptibles de solucionarse con la aplicación de precios mínimos en origen, la disección de los incrementos de costes en la cadena de distribución, con la revisión de peonadas o la reducción del salario mínimo. Bien podría ser que el gran problema del sector primario español está en algo más estructural y de adopción tecnológica.
Si hablamos de precios mínimos en origen tendremos un incremento en todas las fases de la cadena de valor. Si revisamos los costes laborales tendremos un incremento del coste de producción. Si revisamos la cadena de distribución veremos que casi un 60% de esos costes son impuestos añadidos. Si buscamos subvenciones al campo que solo se dirijan a los seguros agrarios o soportar el paro estacional que produce, no tendremos la modernización que todos los sectores productivos necesitan para ser competitivos en un mundo globalizado.
Si pedimos que no se puedan vender alimentos marroquíes deberíamos preguntarnos porque nuestro vecino iba a dejarnos pescar en sus aguas. Economía global se llama. Contra el salario de esclavo de algunos países solo podemos incorporar tasas y controles de la calidad sanitaria. Contra el bajo coste de origen en algunos países sólo podemos actuar con tecnología e inspirarnos en países como Holanda.
Buscar culpables donde no los hay no ayudará. Desviar la atención como interesa a muchos tampoco. Tanto el sector agrícola como el Ministerio de Agricultura han apuntado a los supermercados como grandes responsables del problema. Recordemos que el 80% de lo que producen los agricultores españoles se exporta y sólo el 7% acaba en los lineales de las grandes superficies. Supongo que ese pequeño porcentaje no puede ser el botón que arranca la venta a pérdidas.
De ahí que el discurso en favor de la inversión pública y privada en modernizar el campo no sea accesorio. Al igual que con todas las industrias, la tecnología desempeña un papel clave en la operación del sector agroalimentario, pero el ritmo de la innovación en la agricultura no ha seguido el ritmo de otros sectores en nuestro país y otros de nuestro entorno, es evidente. La agricultura es la industria menos digitalizada de todas las otras industrias que componen el arco productivo, según el índice de digitalización del McKinsey Global Institute.
Al mismo tiempo que nos está costando mucho entender como sería el campo del futuro, en que ocuparemos a los agricultores cuando sus tareas sean otras, tenemos una cadena de suministro inflexible que hace que el cambio sea muy difícil de realizar. Una cadena de valor acostumbrada a operar en un escenario opaco y que ha invertido poco en rastreabilidad de alimentos. Al igual que otros sectores han tenido que adaptarse a los tiempos que corren, el campo deberá hacerlo también. No es opcional. Cualquier debate sobre el resto de magnitudes sólo harán que retrasar lo inevitable y, desgraciadamente, encarecerlo. Debatir sobre otros aspectos puede ser nutritivo pero no va en la dirección real de solucionar este enorme problema.