¿No vamos a hacer nada?
En mi próximo libro, que a partir del 16 estará disponible, hablo del Estado Inconveniente. En gran medida hablo del modelo de gestión pública que busca ser pura intervención a fin de adormecer la crítica y la disidencia. De un modo bastante sofisticado, intervenir se convierte en inconveniente y el resultado acaba siendo una sociedad cloroformizada en términos de iniciativa.
Llevamos en crisis más de dos años pero parece que nos estamos acostumbrando. Lo peor ya ha pasado dicen. Es probable, por lo menos en el concepto de que la caída ya no será tan vertical. Ahora toca la parálisis. Esa parada técnica que se alargará años y que se fundamenta en una atonía global que desincentiva la inversión privada e impide la pública por el tema del déficit, parece que no provocará grandes reacciones en el cuerpo social español. Se ha diseñado muy bien el espacio donde debe desarrollarse todo ello. Se ha preparado a la sociedad, se la ha dormido adecuadamente.
Pero, ¿cómo se logra eso? ¿Cómo se prepara a una sociedad para lo peor? ¿Cómo se la duerme? No es muy complejo. Se procura que la sociedad viva cómoda y eso la hace delicada. Esa comodidad la debilita irremediablemente y cuando pasa lo que pasa, cuando entramos en cifras de parados inverosímiles, o cuando la evidente ineptitud de nuestros dirigentes es de tal calado que insulta, nadie dice nada, o casi nadie. Vivimos en una sociedad que no sólo ha perdido el dinero, que aunque grave no es definitivo, vivimos en un escenario de derrotados que han perdido la dignidad y la libertad, nos arrastramos por el territorio de los desinformados. ¡Que gusto da no saber!
En este país sin espíritu de cambio, con una tasa de emprendeduría que da pena y con una capacidad de reacción inversamente proporcional a la cantidad de pisos que se hacían en plena burbuja, es muy difícil hacer pedagogía de lo que está pasando. Ahora pretenden hacernos creer que la crisis es financiera, económica y política. Eso es cierto, obviamente, pero también es social. Lo es en el punto de vista que cada país o colectivo saldrá de ella en la medida que sea capaz de ejercer su propia libertad y pueda emprender sus propios caminos.
La Administración en España es un inconveniente para el progreso. Da igual el color. Unos fomentando un modelo de crecimiento que se basaba en la compra masiva de viviendas por parte de gente que no las necesitaba para simular ser ricos sin hacer más que quedar en un café de barrio para negociar el precio con un agente inmobiliario formado a distancia. Otros no supieron desinflar el asunto y les reventó en la cara. Lo peor es que lo negaron como los otros negaban su majestuosa montaña de mierda amontonada adecuadamente durante años. Un desastre en general. Nos toca a los emprendedores poner en marcha el motor oxidado de este país.
Ahora mismo las entidades públicas, que podrían impulsar algo la actividad emprendedora siendo clientes de ésta, hacen lo mismo que las grandes empresas, buscar referencias internacionales, grandes contratos, experiencia imposible, ratios inasumibles y que te bajes los pantalones hasta los tobillos. La gestión pública debería de apostar por la innovación, y esa está en la gente más intrépida. Hay poca, pero la hay. Qué mejor que la administración para ser el primer cliente del emprendedor. Es un riesgo, pero ahora es el momento de apostar por los que pueden sacarnos de este barrizal. No hablo de subsidios ni de subvenciones, hablo de apoyo vinculado al trabajo.
Per la realidad es áspera. El Estado interventor se encarga de que no se premie el sacrificio de unos cuantos. Se estigmatiza al emprendedor en un entorno que ya de por si no favorece la cultura del empresario. El Estado intenta que nos acomodemos a vivir de manera subvencionada, en un país sedado. Por eso ahora toca preparar una sociedad inducida a soportar el descenso de categoría.
OBRA PUBLICA INEFICIENTE
El último informe de la Seopan de los constructores advierte que la licitación de obra pública de Estado ha caído un 70% en un año. Obviamente esa reducción no se contraresta con el PlanE y el catálogo de obras menores en el ámbito municipal que se ha ventilado 8000 millones de euros. El empequeñecimiento de la inversión en infraestructuras denota que el gobierno no asumió nunca el tamaño de la crisis. No pensaron que la caída de ingresos del Estado se reducirían una cuarta parte mientras que el gasto se debería de incrementar en costes de todo tipo vinculados al paro y a los programas de acción paliativa.
Los planteamientos de la izquierda económica en épocas de crisis suele ser la de aplicar gasto público como palanca y vincularlo a obras de infraestructuras. De las medidas que se pueden adoptar esa es una y suele dar resultado. El problema es que no suelen ser acciones de respuesta inmediata pues precisan de estrategia a medio plazo. Por esto sabemos que es preciso para que su uso sea efectivo, que la crisis se prevea con tiempo, se asuma y se adopten planes de inversión con mucha antelación. En nuestro caso eso no ha sucedido y ahora las políticas aplicadas a la salida keynesiana típica queda lejos de las capacidades de acción del gobierno de Zapatero.
El último informe de la Seopan de los constructores advierte que la licitación de obra pública de Estado ha caído un 70% en un año. Obviamente esa reducción no se contraresta con el PlanE y el catálogo de obras menores en el ámbito municipal que se ha ventilado 8000 millones de euros. El empequeñecimiento de la inversión en infraestructuras denota que el gobierno no asumió nunca el tamaño de la crisis. No pensaron que la caída de ingresos del Estado se reducirían una cuarta parte mientras que el gasto se debería de incrementar en costes de todo tipo vinculados al paro y a los programas de acción paliativa. Por todo ello el déficit está fuera de control. Se empieza a aceptar que rozaremos el 10% o incluso más.
La primera consecuencia es que el Estado ya no tiene fondos para ejecutar obras públicas. Las elecciones europeas pasarán sin pena ni gloria y tras ellas la realidad irá tomando forma. Se alejarán los focos y se nos aparecerán las sombras. Los ejercicios malabares del ministro de Fomento dejarán de parecer planes de desarrollo ambicioso y se toparán con la imposibilidad de ejecutar con partidas de presupuestos en curso ninguna obra relevante.
Blanco ha optado por solicitar la participación del sector privado en ese modelo keynesiano además de adelantar obras indicadas para ejercicios presupuestarios futuros, pero la verdad pesa como el plomo y se muestra obtusa.
El Estado ya no tiene posibilidades de ser arbitrario en el gasto ni de hacerlo de modo discrecional pues ya no puede solicitar financiacion crediticia extraordinaria para la financiacion de ninguna obra destacada. Para que se concedan nuevas vias financieras que superen los presupuestos aprovados debe acudir al parlamento y explicarse. Debería de responder demasiadas preguntas: que, como , cuando, cuanto y porque. A parte que hay que mostrar solvencia y explicar como se espera saldar las deudas y el déficit que se va acumulando. Pinta mal para Zapatero y para Blanco si esa es la única via.
El tope de gasto aprobado por los diputados de este país son 160000 millones de euros y todo ello está ya comprometido en el mejor de los casos, o ya se ha gastado en el peor, pues se han aplicado a partidas sociales por culpa de la caida del empleo. El único camino que le queda al gobierno es pedir un aumento de ese techo inversor al parlamento que sea realista y atienda a la situación económica del pais, esa situación que niegan o disimulan pero que conocen perfectamente.
Por eso a uno se le queda cara de tonto cuando escucha que la inversión publica dará cumplida respuesta a la caída de la economía. Eso es pura propaganda que para que sea realidad y atienda a un masivo plan inversor necesita pasar su propia via parlamentaria a fin de que se genere una nueva estructura económica a nivel presupustaria que lo permita.
A todo esto, me pregunto si la oposición del PP tiene idea de lo que estoy hablando.