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Artículo en Ecoonomia, 'No hemos aprendido nada'.

La mujer vestía un delantal descolorido de una marca de cosmética. Hablaba por teléfono con una potencial cliente. Apenas le quedaba café en la taza. Fumaba pausadamente pero sin parar. En la terraza no quedaba mucha gente, por lo que era fácil atender a la conversación. Y eso hice. La señora explicaba que estaba mirando otro piso. El tercero interpreté gracias al listado que pude construir mentalmente. Hizo cálculos rápidos y los números salían. Un negocio redondo. Comprar para alquilar. Comprar mucho para alquilar mucho decía. Incluso, aseguró, ya tenía ofertas sobre las propiedades que acababa de comprar hacía apenas unos meses. Estaba feliz. Pensé que se trataba de alguien que se dedicaba a ‘lo inmobiliario’. Pero no. La mujer terminó la llamada con un ‘te dejo que tengo que volver a la pelu’.

 

Ayer publicaba mi columna semanal en Ecoonomia del grupo Crónica Global y El Español. En esta ocasión hablo acerca de la responsabilidad que tenemos todos como individuos en una sociedad que requiere de abrazar los cambios tecnológicos, la industria del conocimiento y el abandono de modelos ineficientes y peligrosos. Hablo de que no sólo la administración debe liderar ese proceso, se exige un cambio de actitud por parte de todos. Venimos del barro y parece que muchos no han aprendido nada. Os dejo la columna aquí mismo.

NO HEMOS APRENDIDO NADA

La mujer vestía un delantal descolorido de una marca de cosmética. Hablaba por teléfono con una potencial cliente. Apenas le quedaba café en la taza. Fumaba pausadamente pero sin parar. En la terraza no quedaba mucha gente, por lo que era fácil atender a la conversación. Y eso hice. La señora explicaba que estaba mirando otro piso. El tercero interpreté gracias al listado que pude construir mentalmente. Hizo cálculos rápidos y los números salían. Un negocio redondo. Comprar para alquilar. Comprar mucho para alquilar mucho decía. Incluso, aseguró, ya tenía ofertas sobre las propiedades que acababa de comprar hacía apenas unos meses. Estaba feliz. Pensé que se trataba de alguien que se dedicaba a ‘lo inmobiliario’. Pero no. La mujer terminó la llamada con un ‘te dejo que tengo que volver a la pelu’.

El sector español de la construcción vuelve a crecer. Y todos vuelven a sumarse. El negocio inmobiliario se anima. Los precios se incrementan a ‘buen’ ritmo y el alquiler en algunas capitales se ha convertido en un producto muy rentable. La actividad constructora crece a un ritmo del 20% anual, el mayor de todos los Estados europeos. La cosa es especialmente extraordinaria si atendemos que la obra pública se ha frenado en el mismo período debido a la falta de gobierno. La evidencia de que no hemos aprendido mucho en los últimos años es notable.

Lo peor no es que no aprendamos, ni que el modelo de crecimiento se base en el sector inmobiliario hasta porcentajes que ya se demostraron en su día totalmente catastróficos. Tampoco que la creación de empleo se sujetara fundamentalmente al sector inmobiliario y al turístico. Lo realmente dramático es que cuando hubo vacas gordas no se gastó en diseñar y desarrollar un modelo de crecimiento económico vinculado al valor añadido, a la tecnología, al conocimiento. Con vacas flacas ni se propuso. Sin vacas era imposible. Algunos creen que regresan las primeras y, de nuevo, lo vamos a jugar todo al rojo y par. 

Durante dos décadas dejamos pasar que la bonanza económica fuera testigo de dispendios, corruptelas y onanismo generalizado. Al evidenciarse el desastre y con él la apertura de un telón siniestro pudimos ver el verdadero espectáculo. No había nada, sólo tochos y ladrillos mal puestos uno encima de los otros en una orgía infecta que sigue alejándonos de un futuro tecnológico que ya no es una opción. Un país que se las prometía de octava potencia mundial y que ahora se retuerce en la plaza trece o catorce, no puede continuar pretendiendo modular su crecimiento bajo el síndrome de la especulación.

Ahora, ante la irrenunciable asignatura del futuro a medio plazo, se vuelve a entrever por dónde van a ir los tiros con una diferencia notable. La eficiencia de muchos sectores asociados a los que se convertirán de nuevo en motor económico, esta vez crearán un empleo muy distinto. Cada vez habrá menos personas ejecutando servicios derivados a esos sectores y cada vez serán más los procesos robóticos y automatizados realizándolos.

Seguimos escuchando que el empleo crecerá. Posiblemente. ¿Qué empleo? La bola de estiércol ha vuelto a empezar a rodar. Un empleo frágil, sustituible a medio plazo, de escaso valor tecnológico, dependiente de ciclos y modelos que sabemos no duran para siempre. El tren de alta velocidad del progreso, del futuro tecnológico, de, sencillamente, futuro, ya ha partido. En los primeros vagones, con wifi y enchufe, van los países que hace años innovan social y económicamente. En turista plus van los que se han dado tarde pero se subieron finalmente. Detrás van los que piensan que sin hacer mucho, en breve, les sugerirán un upgrade gracias a algún fondo de cohesión de última hora. Otros, esperan un tren de cercanías repleto y que siempre va con retraso.

Pero subirse o no a uno de esos trenes depende en gran medida de lo que los ciudadanos hagan. La culpa de que un país como el nuestro se ilumine cuando al salir de una crisis se considere que lo único que puede hacernos ricos sea el tiempo que transcurre entre café y café antes de regresar de nuevo a la ‘pelu’.

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Fin del Ciclo Expansivo

Una gran bola de mierda se acerca desde el horizonte. Lo hace sin remedio y a un ritmo uniforme. No tengo ninguna intención de asustar ni de ser catastrofista pero los ciclos económicos siguen existiendo y en este país los dos últimos acabaron en recesión, paro y crisis. A finales de 1992 y principios de 1993, en la que el PIB llegó a caer durante cuatro trimestres seguidos más de un 3% acumulado, la tasa de paro aumentó de un modo desconocido hasta la fecha. El crecimiento económico gira entorno a los conocidos “ciclos de los negocios”, que de acuerdo a la certeza histórica sabemos que suelen durar un decenio. 

Una gran bola de mierda se acerca desde el horizonte. Lo hace sin remedio y a un ritmo uniforme. No tengo ninguna intención de asustar ni de ser catastrofista pero los ciclos económicos siguen existiendo y en este país los dos últimos acabaron en recesión, paro y crisis. A finales de 1992 y principios de 1993, en la que el PIB llegó a caer durante cuatro trimestres seguidos más de un 3% acumulado, la tasa de paro aumentó de un modo desconocido hasta la fecha. El crecimiento económico gira entorno a los conocidos “ciclos de los negocios”, que de acuerdo a la certeza histórica sabemos que suelen durar un decenio.

España sufrió una pequeña recesión en 1981 y otra más grave en 1992-93. La economía española lleva 14 años de crecimiento ininterrumpido con tasas superiores a la media europea. El actual ciclo expansivo se inicio a finales de 1993 ante las crecientes perspectivas de entrada de España en la Unión Monetaria que provocaron que los tipos de interés cayeran rápidamente. La clasificación crediticia española alcanzó la triple A aumentando la confianza en la económica española. La caída de tipos del 13,3% al 3,0 % desató un tsunami inversor inmobiliario por parte de familias y pequeños ahorradores. El aumento de demanda, aceleró la construcción y esta incorporó al mundo laboral a casi un millón de personas y entre todos agigantaron el consumo y las importaciones.

Es preciso definir con corrección los elementos que acercan a nuestro país a una situación límite. La burbuja inmobiliaria ha sido animada en la creciente demanda de vivienda por parte de europeos, inmigrantes y pequeños inversores que, con sus sociedades patrimoniales de juguete, pretenden adquirir cinco o seis pisos para poder vivir de la renta por alquiler algún día. Derivada de esa burbuja hay otra en el sector de la construcción que supone el 17 % del PIB en términos reales. El 20% de los empleos creados en los últimos diez años en España, que a su vez son el 33% del que se ha creado en la UE de los 15, proceden de la construcción. Esas dos burbujas han hecho que emergiera otra mucho peor y que aun es prácticamente invisible: la burbuja económica.

La fuerte demanda de empleo funcionó como un imán para la mano de obra inmigrante que acudió masivamente dando un empuje al consumo y al propio mercado inmobiliario. En general podemos decir que España ha tenido un periodo larguísimo de crecimiento ininterrumpido gracias a la globalización, en sentido financiero (dinero barato) y también en sentido real (inmigración creciente), lo que le ha permitido compensar el impacto negativo de los precios del crudo y de la competencia internacional. El efecto se traduce ya en una economía recalentada, con una inflación superior a la media europea y por una pérdida de competitividad. La economía española es próspera pero su crecimiento es desequilibrado y poco eficiente. La dependencia en los tipos de interés debilita la capacidad de consumo y el parón inmobiliario por el sobre-stock es ya un hecho absolutamente demostrable. España dependerá de que la zona euro recupere su dinamismo y crecimiento en los próximos dos años para poder aguantar el choque de una cadena de acontecimientos que ya ha empezado.

En primer lugar, la burbuja inmobiliaria seguirá desinflándose gradualmente dejado de crecer y posteriormente descendiendo. Como reacción a esa caída de valor, el número de viviendas se reducirá, cosa que ya ha empezado a pasar según los colegios de Arquitectos que durante este último trimestre han notado un descenso de visados. Esa reducción de viviendas nuevas en construcción provocará una caída en la demanda de empleo en la construcción y un alza en el paro. Carpinteros, electricistas, comerciales, arquitectos, aparejadores, yeseros y en definitiva todos los profesionales relacionados con el mundo inmobiliario vivirán su peor momento desde hace mucho tiempo. Teniendo en cuenta que el peso de este sector es brutal, la demanda en consumo también se verá afectada. La eliminación de ricos virtuales se representará con el descenso de la venta de coches, viajes y elementos de consumo muy variados. El coste de los créditos hipotecarios tocará franjas desconocidas por los nuevos propietarios que se verán obligados a sacrificar parte del consumo corriente para poder hacerle frente.

Al reducirse el consumo y al aumentar el coste del dinero las compañías ralentizarán sus inversiones en espera del próximo ciclo expansivo con lo que su demanda de empleo bajará. Esta situación desembocará en un crecimiento negativo del PIB que alcanzará su punto más profundo a finales de 2009 o principios de 2010. Que sea más o menos dramático depende de la política. Esa desaceleración cíclica podría pasar simplemente por ser un período de bajo crecimiento, si la caída de la construcción se compensa con obra pública y si el superávit presupuestario supera el 1% del PIB, si se incentivan los nuevos campos de gestión industrial y, como se hizo en EUA, si se convierten en empresarios, autónomos o pymes, a esos miles de inmigrantes jóvenes que ahora son mano de obra barata,  para que encuentren alternativas a la perdida de empleo que sufrirán en la construcción fundamentalmente. En definitiva, que esa enorme bola de mierda nos aplaste depende de nuestros gestores públicos en gran medida. ¡Qué miedo!

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