No temas a los robots. Por suerte, no son humanos.
En las conferencias que he ofrecido estos últimos meses explico el valor añadido que supondrán los humanos en la transformación digital y robótica que vivimos. El papel que jugaremos las personas será relevante siempre y cuando entendamos el papel que vamos a tener que jugar. En alguna de esas charlas hay un momento en el que proyecto en el escenario una imagen de un robot participando en una especie de conferencia. Hasta ahora era una metáfora. Desde hace unos días, por lo menos desde mi propia experiencia, es realidad.
En las conferencias que he ofrecido estos últimos meses explico el valor añadido que supondrán los humanos en la transformación digital y robótica que vivimos. El papel que jugaremos las personas será relevante siempre y cuando entendamos el papel que vamos a tener que jugar. En alguna de esas charlas hay un momento en el que proyecto en el escenario una imagen de un robot participando en una especie de conferencia. Hasta ahora era una metáfora. Desde hace unos días, por lo menos desde mi propia experiencia, es realidad.
Durante el último Dublin Tech Summit celebrado hace un par de semanas en la capital irlandesa hubo un panel moderado por Gina London y compuesto por Ed Hoppit, Ben Jones y ‘George’, un Robot Thespian. Todos ellos discutieron sobre los avances de la robótica y el impacto que tendrá en el marco laboral futuro. Lo interesante del panel es que, de alguna manera, ‘los malos de la película’ estaban representados por uno de ellos. Siempre se acusa a los robots de ser los responsables de que el mundo se complique laboralmente. Sin embargo, el robot allí presente se defendió. George teorizó que en el futuro los robots ocuparán de forma completa el ámbito público humano. Básicamente para hacernos la vida más sencilla.
Dejando de lado la anécdota sobre una conversación más dependiente de sistemas expertos que de inteligencia artificial, lo relevante es descubrir que los robots se han infiltrado en nuestras vidas y ni siquiera nos damos cuenta. Están por todas partes. Desde las cadenas de montaje hasta las recepciones de muchos eventos pasando por infinidad de pequeños mecanismos inteligentes a los que nos acercamos cada día e interactuamos sin darles el valor de ‘robot’ que realmente tienen. Ese hecho se llama ‘naturalización’ y poco a poco el volumen de efectos normalizados crece. La gente no detecta los robots que les rodean. Son parte de nuestro estilo de vida.
Además, sabemos que en muchos casos los procesos robóticos que hay por el mundo trabajando están conectados entre si y obtienen conocimiento de todo lo que sucede. No tienen conciencia pero si cada vez mayor conocimiento. Los robots hacen lo que queremos que hagan y cuando ponemos el grito en el cielo sobre el futuro que nos espera por ‘culpa’ de los robots es verdaderamente muy injusto. De hecho, el robot que ofreció su impresión sobre lo que allí se comentaba se defendió diciendo ‘los robots hacemos lo que se nos dice que hagamos, lo asombroso es lo que hacen los humanos con los robots’. Tiene gracia y mucha razón.
Lo terrible de la reflexión acerca del futuro que nos espera, es que suele analizarse desde la perspectiva que más audiencia ofrece. Empiezan a sucederse programas, reportajes y estudios para el fast food informativo que debe devorar sin digerir el gran público. Esa es la excusa que se nos ofrece y así nos va. Ahora toca la versión oficial de que el mundo se acaba y que llegan los robots. Las noticias se suceden. Han descubierto otro gran tema para acojonar al pueblo y tenerlo enganchado a esa televisión reportaje-show o tertulia-espectáculo.
Los robots no reemplazarán a los humanos, trabajarán con nosotros. Aunque los medios y la sociedad no conocedora de los entresijos de la investigación y avances en Inteligencia Artificial, expliquen o crean que vamos hacia la convivencia entre robots y humanos al más puro estilo cinematográfico, la realidad es mucho menos apasionante. Por lo menos durante mucho tiempo. La capacidad cognitiva que hemos logrado es brutal, y seguirá avanzando, pero eso no dejará de ser, sencillamente, el uso de una nueva herramienta y ahí deberá quedarse. La tecnología trabajará con los humanos, más que como seres humanos.
Nos obsesionamos con recreaciones de robots humanoides hablando con nosotros como en esa conferencia. Sin embargo la historia será menos 'cool'. Los seres humanos sobresalen en áreas que implican metas auto dirigidas y juicios de valor y el lado más bien nebuloso del sentido común de las cosas. Las máquinas, sin embargo, son perfectas para la gran matemática, el descubrimiento de patrones y el razonamiento estadístico. Los dos escenarios están entrelazados. Conversaremos con máquinas, pero no nos sustituirán en lo esencial.
Y es cierto, sin embargo, que la AI avanza a una velocidad exponencial. Eso es evidente. En la década de 1990, Deep Blue de IBM, perdió ante Garry Kasparov, el mejor jugador de ajedrez del mundo en ese momento. Un año después el sistema estaba preparado para derrotar a Kasparov. Go, un juego de razonamiento estadístico para descubrir patrones, fue el siguiente a enfrentar humanos y máquinas. El software inteligente en el que había trabajado Google venció al campeón mundial Lee Sedol el año pasado.
En ambos casos se trataba de estudios estadísticos y las máquinas fueron finalmente capaces de procesar suficientes datos para prosperar en juegos de movimientos restringidos, con parámetros estrictos. Pues en otros ámbitos también logran pensar mejor que nosotros. Libratus superó una de esas limitaciones hace unas semanas cuando este programa desarrollado por la Universidad Carnegie Mellon derrotó a cuatro jugadores de Póker profesionales. La AI demostró que podía entender el idioma, la habilidad, el farol, la comunicación y, especialmente, tenía una capacidad superior para comprender el riesgo y la recompensa.
Las máquinas se esfuerzan por entender el lenguaje. Es básico, si quieren ayudarnos. No es un riesgo, es una ventaja que lo logren. Según piensa IBM especialmente, vamos hacia el asistente cognitivo, un valor añadido a nuestro día a día donde nosotros, si lo aprendemos a llevar, seremos mejores y más humanos. Como digo muchas veces, ‘los robots han venido a ayudarnos a ser más humanos’. No los temas, no son personas. Que se sepa, la humanidad no ha demostrado todavía mucha capacidad para organizar este rompecabezas llamado sociedad.
La política y la tecnología
IBM, en una de las campañas publicitarias más curiosas de la historia, logró exponer que su ordenador Deep Blue era capaz de vender al campeón mundial de ajedrez, el gran Garry Kasparov. Parecía que eso de ‘ganar’ a un humano se tuviera que referir a una ‘cualidad’ extra que la máquina hubiera sido capaz de desarrollar, como si de ese modo estuviera ‘pensando’, cuando en realidad lo que hacía era un cálculo de probabilidades y análisis matemáticos en los movimientos de las piezas de manera totalmente aséptica. Calculaba tanto y tan rápido que la mente del gran campeón soviético no era capaz de igualarla.
Hay otro juego, el Jeopardy, que es más complejo porque precisa de que se hagan preguntas sin respuesta directa y repletas de metáforas, lo que hace muy difícil que una máquina venza a un humano. Sin embargo el sistema que inventó otra vez IBM llamado Watson era capaz de vencer a cualquiera, combinando algoritmos genéticos, redes bayesianas y cadenas de Markov. Resultó ser una maravilla. Sin buscar la respuesta correcta avanza hacia la probable y el propio sistema va aprendiendo de cada aparente error y de cada éxito haciéndose mejor con el tiempo.
Hablamos de tecnología que asume que el mundo no es simple. Parece una obviedad pero hasta ahora el software y las máquinas que lo hacen funcionar no se habían percatado de este pequeño detalle. El mundo es tremendamente complejo y las variables que se utilizan no pueden ser sólo basadas en la simpleza de reglas y bases matemáticas, pues precisa de un complicado ecosistema de enfoques capaces de dar perspectivas nuevas a la resolución de problemas.
Eso es exactamente lo que le pasa a empresas, políticos y organizaciones que deben, pero no quieren, aceptar que el enfoque ya es otro, que el escenario no se parece en nada al anterior y que lo que antes era abrir una oficina a las 8 de la mañana para cerrarla a las 6 de la tarde se desvaneció hace ya mucho para dar paso a un mundo en el que no se cierra y cuyos adversarios están computerizados bajo dinámicos modelos de gestión financiera que se adapta en milésimas de segundo a los comportamientos del mercado.
Esto vale para todos. La política entra en conflicto con un mundo que no entiende ni quiere, al parecer entender. El mundo reacciona sin esperarlos, y la sociedad avanza, esta vez si, mucho más rápido que ellos. Fíjense en todo cuanto nos rodea, en como se transforma sin remedio. Aun a temor de parecer insistente, me permito advertir que avanzamos sin descanso hacia la desilusión de los que nos gobiernan. Se acerca el momento de que su control se disipe, se diluya entre las personas, las empresas distribuidas y las acciones líquidas.
Miremos tres ejemplos que marcarán la segunda parte de esta década: por un lado el incipiente reto que supone al sistema monetario establecido la aparición de una moneda alternativa. El bitcoin será o no será, da igual, pero su presencia establece por fin que fuera del hormiguero que es la economía global hay vida.
Por otro lado, las caídas encadenadas de diferentes modelos políticos y la adaptación obligatoria de los que dirigen el mundo a las ‘tendencias’ sociales que se instalan. Hay países que se resisten con leyes antiguas o con reposición de dictámenes que nos devulven a otros siglos, pero cada una de esas decisiones les explotará frente a sus narices con la fuerza de la tecnologíaa social y la capacidad de organizarse, actuar y distribuir su fuerza.
El tercer ejemplo es el que tiene que ver con el modelo de compra, con la relación comercial, con la diferida y extravangante modulación en la que se ha convertido un hecho sencillo y básico como el de comprar. Ahora afecta todo: opinión del comprador, de la competencia, del proveedor, la interacción del vendedor, la cadena de valor sin fricción y la representación de la marca por encima del producto. Todo es disitinto y se transforma rápidamente como cuando las nubes sufren las envestidas violentas del viento.
Pero la política sigue estando por todas las esquinas intentando medrar y detener lo que el hombre hace en la dirección correcta. A la política en términos genéricos y maniqueos le molesta el conocimiento pues la hace vulnerable y aquellos que viven de ella temen por sus sillones de alcántara, sus visas oro y sus liposucciones pagadas por todos.
La industria de la tecnología produce miles de millones en ganancias cada año y, de acuerdo con al menos un informe, está aumentando tres veces más que los del resto de la economía en Estados Unidos por ejemplo. Allí la industria tecnológica se interesa por la política, participa de ella y quiere determinar como se hará en el futuro. Suelen ser consultados, solicitados y se les permite participar. No solo a las grandes empresas, no solo a consultores o profesores universitarios, en California, emprendedores con ganas de cambiar el mundo también lo hacen en el escenario de colaboración de la política. Muy distinto de lo que pasa en Europa por cierto.
Os dejo con un increíble video de como un pájaro es capaz de, a través de la gestión de datos cruzados, análisis de los errores y de la gestión inteligente de los intentos (y supongo que el instinto) hacer algo que algunos humanos serían incapaces de procesar. No miro a nadie.