La pregunta no es ¿me afectará la disrupción? Debería ser ¿cuándo me afectará?

A veces, durante alguna de mis conferencias o en las sesiones de trabajo con empresas a las que ayudo en su transformación digital, aparece el caso de Kodak. Una empresa que fue el referente absoluto en el ámbito de la fotografía y que, en un momento determinado, no supo ver la disrupción en su modelo de negocio. La digitalización les explotó en la cara.

A veces, durante alguna de mis conferencias o en las sesiones de trabajo con empresas a las que ayudo en su transformación digital, aparece el caso de Kodak. Una empresa que fue el referente absoluto en el ámbito de la fotografía y que, en un momento determinado, no supo ver la disrupción en su modelo de negocio. La digitalización les explotó en la cara.

Al contrario de lo que muchos piensan, Kodak sigue viva. Es otra empresa. Mucho más modesta tras superar la quiebra y reponerse relativamente. Una compañía que tuvo ante sus ojos la opción de utilizar su conocimiento, activos y comunidad para revolucionarse revolucionando. Kodak tuvo la oportunidad de liderar el mundo de la fotografía digital, pero lo desestimó. La dirección de la empresa consideró que ‘nunca, nunca, el ser humano preferirá tener sus recuerdos en una pantalla en lugar del papel’. He oído cosas similares en el sector editorial.

El ejercicio que supone dejar de pensar de un modo lineal e iniciar un modelo exponencial no es sencillo de aplicar en una organización. De hecho, ese estímulo tiene mucho que ver con una correcta implementación tecnológica. Es cierto que la Transformación Digital no es sólo tecnología, es mucho más, tiene que ver con una revolución en el modo de trabajar, de contactar con el cliente y de modular nuevos espacios de negocio, pero no podemos deshacernos de que todo ello surge gracias a una palanca tecnológica ineludible.

Por eso, cuando esa tecnología aparece, y lo hace de un modo tan disruptivo, tan amenazante hacia los modelos de negocio existentes, no todos lo pueden ver. Cada día son más las empresas que lo entienden, pero no todas lo saben incorporar a sus dinámicas. Hablamos de pasos previos que recomiendo, de ejecuciones ordenadas alejadas de la táctica y de asumir el tiempo exponencial que, lejos de lo que algún gurú de la inmortalidad defiende, sí va a acelerar aún más en los próximos cinco años. De ahí la urgencia por aterrizar conceptos grandilocuentes, hablar de lo que realmente se va a poder tocar en breve y buscar el modo de que esa textura futura defina nuestra propia manera de trabajar y a nuestra empresa.

El riesgo es no verlo o verlo mal. Kodak no lo vio inicialmente y cuando lo vio era tarde. La lista de damnificados por no identificar su disrupción es larga, muy larga. En diferentes sesiones de trabajo obligo a los asistentes a no hacerse la pregunta incorrecta: ¿le va a afectar a mi empresa la disrupción? Les invito a preguntarse correctamente ¿cuándo me pasará y con que tecnología? Existen fórmulas para identificarlo, para adelantarse, un trabajo estructurado, con un análisis correcto permite crear espacios de innovación en cualquier empresa que logre afrontar ese desafío a tiempo.

El tiempo, hoy, es exponencial. Ya no es lineal. La red es distribuida e ilimitada. Por eso no podemos comprender la no existencia de un límite en ese cambio exponencial. Ignorar las tecnologías que se pueden por llevar por delante tu negocio es una muy mala opción. Tomando de nuevo como ejemplo el conocido caso Kodak podemos hacernos una idea simple. En 1996, Kodak era la hostia, con un valor de mercado de más de 28 mil millones de dólares y 140.000 empleados. Lo que pocos saben es que 20 años antes, en 1976, Kodak había inventado la cámara digital. Tenía las patentes y una ventaja que no supo utilizar.

Steven Sasson la inventó y, al parecer, sólo él veía su potencial en la empresa. Hablamos de una foto que tomaba fotos de .01 megapíxeles que tardaba 23 segundos en grabar una fotografía en blanco y negro en una cinta analógica. Cuando Sasson mostró su invento a los ejecutivos de Kodak, éstos ignoraron la repercusión que tendría esa tecnología años después. Lo cruel de la historia es que Kodak se declaró en quiebra en 2012 al ser superados por la tecnología que ellos mismos inventaron. Ese mismo año una empresa llamada Instagram era adquirida por Facebook por mil millones de dólares y apenas tenía una docena de empleados. A Blockbuster le pasó algo parecido al desestimar el modelo que Netflix proponía.

No sabemos que otras tecnologías jugarán un papel similar en otros negocios y empresas. Sólo sabemos que es una dinámica en la que se acumulan sucesos. Taxis, hoteles, música, servicios y productos de todo tipo viven esa agresión que proviene de la exponencia de una innovación inédita hasta hoy. Lo más importante no está solo en la tecnología que lo va a provocar, lo determinante es que tu empresa establezca las bases a partir de un cambio cultural interno que permita identificar el momento de abrazar una mutación como las que no supieron vivir Kodak o Blockbuster. Sólo es cuestión de tratar el tema.

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'Quixote', el software que enseña ética a un robot.

Un nuevo estudio, esta vez procedente de la Rice University, vuelve a poner sobre la mesa el asunto de que las máquinas y la inteligencia artificial van a poner patas arriba el modelo laboral que ahora tenemos y que, por derivación, lo de tener trabajo va a ser una quimera tal y como lo entendemos ahora. Aseguran que se trata de algo que nos invadirá en apenas un par de décadas. ¿Quién no considera que va a estar vivo en esa época? Es decir, lo vamos a ver.

Un nuevo estudio, esta vez procedente de la Rice University, vuelve a poner sobre la mesa el asunto de que las máquinas y la inteligencia artificial van a poner patas arriba el modelo laboral que ahora tenemos y que, por derivación, lo de tener trabajo va a ser una quimera tal y como lo entendemos ahora. Aseguran que se trata de algo que nos invadirá en apenas un par de décadas. ¿Quién no considera que va a estar vivo en esa época? Es decir, lo vamos a ver.

A diferencia con otros ‘avances’ que se nos han anunciado en otras ocasiones, coches voladores, viajes al espacio, comunicación mediante chips insertados en nuestro cerebro, éstos se derivan de una lógica económica y no emocional. Un escritor de ciencia ficción puede imaginar un mundo independientemente de muchos factores, el argumento puede ser flexible. De hecho, no obstante, últimamente la mayoría de películas de este género se pasan una buena parte del tiempo explicando la lógica científica de la fantasia. Uno de sus más dignos representantes es la lisérgica ‘Interstellar’.

Los que escribimos sobre economía buscamos sostener lo que explicamos en estudios o planteamientos que proceden del contraste científico, académico, empresarial y político incluso. De ahí que la diferencia entre predecir un mundo con coches voladores y otro con una renta mínima universal viene a ser lo mismo que la que había entre lo que decía Arthur C. Clarke acerca de vivir interconectados gracias a computadoras en apenas unas décadas y lo que decía Asimov sobre un mundo Robot. Es importante apuntarlo pues el mundo inmediato y automático es una realidad embrionaria ya y muestras da de por donde van a ir los tiros.

Pues bien, los avances tecnológicos están caminando hacia una era en la que los seres humanos vamos a perder la mayor parte de nuestro trabajo a favor de las máquinas y si bien esto es un gran problema, es sólo parte de un problema mucho más grande. El progreso enorme en la inteligencia artificial, la robótica y las redes neuronales ya es evidente a través de la inmensa automatización que vemos en las fábricas y unidades de fabricación en todo el mundo. Industrias como la farmacéutica, automovilística, alimentaria, hostelera o electrónica han adoptado rápidamente la automatización sobre los seres humanos para el que existe un enorme aumento de la producción y que también a los costos comparativamente más bajos.

A medida que la Inteligencia Artificial se hace más sofisticada se apodera también de sectores que parecían intocables y sustituyen a ‘mentes’ humanas en múltiples tareas. Esto no hará más que acentuarse. En apenas dos décadas esos robots, esos algoritmos inteligentes habrán sufrido un crecimiento técnico exponencial. El robot de dentro de un año será dos veces capaz de hacer lo que ahora hace su ‘primo hermano’. En dos será capaz de cuadruplicar. En tres hará 16 veces lo que el primero. En cuatro 256 veces. Y así hasta llegar a computadores inteligentes y versátiles que puedan ser millones de veces más rápidos, resolutivos y ‘humanos’ en apenas dos décadas. Vivimos en la era de la exponencia.

Una exponencia sin retorno. Por ese motivo es urgente que nos pongamos todos a diseñar esa ruta de crecimiento en este campo. El camino que se recorra no se podrá deshacer. Lo que se genere, generado estará. Es importante diseñar cómo queremos que sea nuestro mundo futuro, el de nuestros hijos especialmente. ¿Cómo va a ser capaz nuestra economía global un mundo con un desempleo técnico cercano al 50%? ¿qué harán estos miles de millones de personas en paro? Es evidente que ante el mayor reto que ha vivido nuestra especie nadie está tomando en serio el asunto, por lo menos no dónde toca tomárselo. Necesitamos una clase política especialmente que esté a la altura de las circunstancias. Toca revisar el mandato corto y enfocarlo a largo plazo. Lo que ahora no se haga, no tendrá remedio fácil. Lo que ahora no se diseñe no tendrá corrección urgente.

La clase económica, las élites filosóficas y la ética serán fundamentales. Los desarrolladores tecnológicos, los que son responsables de esa tendencia irremediable hacia un mundo sin empleo, deberán saber que hay una contraposición ética y política que marcará la adecuación de todo ello. No podemos esperar que por puro darwinismo las cosas se arreglen solas. No va a ser así.

Entre los debates que se tienen que tener destaca uno por encima de todos. ¿se deben regular estos avances? ¿se debe limitar la Inteligencia Artificial? Imaginemos que llegamos a un punto, que llegará, que tenemos que mostrar códigos éticos a un algoritmo inteligente y sofisticado que tiene que tomar decisiones constantemente y que afectan a personas, modelos de producción, decisiones. ¿Qué ética le vamos a implementar si nosotros como especie no tenemos ningún ‘manual de usuario’ validado?

Dos investigadores, Marcos Riedl y Brent Harrison de la Escuela de Computación Interactiva en el Instituto de Tecnología de Georgia, creen que la respuesta está en un modelo llamado ‘Quixote’. Se presentó hace un mes en Phoenix, Arizona. Se trata de un software capaz de alinear conceptos a través de historias y secuencias aceptables que genera una comprensión en un software de Inteligencia Artificial. En base a esas historias y argumentos, literatura al fin y al cabo, el robot comprende el mejor modo de comportarse en sociedades humanas. El software toma un papel dentro de la historia y asimila su rol.

El software vinculado a la literatura intenta proporcionar límites éticos y diferenciar entre lo bueno y lo malo. Por ejemplo, 'si un robot se encarga de recoger una receta médica para un ser humano tan pronto como le sea posible, el robot podría en primer lugar, robar en la farmacia, tomar la medicina, y correr; en segundo lugar podría interactuar cortésmente con los farmacéuticos y saltarse su turno, o cómo tercera opción esperar en la cola.' Sin alineación de valores y el refuerzo positivo de la ética, el robot podría aprender que robar es la manera más rápida y barata para realizar su tarea. Con la alineación del valor el software literario ético Quixote permite que el robot sea recompensado por haber esperado pacientemente en la cola y pagar por la receta.

Estás pensando lo mismo que yo. ¿Quién decide que deben leer los robots? ¿Pasará lo mismo si ven la televisión? ¿Qué canal les ponemos? Yo cuando tenga un robot, sólo verá ‘la 2’. ¿El tuyo?

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