¿Qué aplauden exactamente? La primera etapa del optimismo es el realismo.
El discurso oficial de que, en lo económico, hemos tocado fondo no es más que eso, un discurso oficial. Se basa en índices y cifras que, obviamente, no van a llegar más abajo. Por lo menos en caída del PIB, en personas que no van a trabajar o en falta de ingresos en las empresas. Venimos de una congelación casi absoluta de los ciclos económicos e industriales. De ahí que esa apreciación no se pueda rebatir. Otra cosa es lo que busca una afirmación de ese tipo. Desde la óptica de quién tiene que ofrecer un relato de superación y de mejora, comparar una caída del PIB del 20% trimestral con el siguiente en un 10%, por decir algo, supone un avance positivo comparativamente hablando, pero objetivamente y en ciencia económica no sirve para evaluar la dimensión de la tragedia.
El discurso oficial de que, en lo económico, hemos tocado fondo no es más que eso, un discurso oficial. Se basa en índices y cifras que, obviamente, no van a llegar más abajo. Por lo menos en caída del PIB, en personas que no van a trabajar o en falta de ingresos en las empresas. Venimos de una congelación casi absoluta de los ciclos económicos e industriales. De ahí que esa apreciación no se pueda rebatir. Otra cosa es lo que busca una afirmación de ese tipo. Desde la óptica de quién tiene que ofrecer un relato de superación y de mejora, comparar una caída del PIB del 20% trimestral con el siguiente en un 10%, por decir algo, supone un avance positivo comparativamente hablando, pero objetivamente y en ciencia económica no sirve para evaluar la dimensión de la tragedia.
El asunto no es si comparativamente hemos llegado a lo más profundo. Eso ni de lejos se ha producido. El mercado laboral esta intervenido, la liquidez a las empresas se ha estimulado con préstamos y el pago de tributos se ha aplazado sin intereses durante un tiempo. De ahí que las impresiones de tipo inmediato son, en la comparación también inmediata, hasta favorables. Pero nada más lejos de la realidad objetiva y científica. El desastre en economía, por lo menos no en los países con ciertos amortiguadores casi automáticos que se disponen en momentos de quiebra, suelen retrasarse unos años. Lo vimos en la anterior crisis, la inmobiliaria y financiera. El sistema mundial se desplomaba en 2008 pero hasta bien entrado el 2010 no lo vimos reflejado en la economía real. Los datos indicaban estabilización, una pequeña recesión o, incluso, una recuperación que se llamó ‘brotes verdes’. Después vino el diluvio universal.
Ahora todo es distinto, en su génesis y en su embrión, pero no en sus efectos. Afecta a otros sectores, especialmente a otro motor, el turístico, pero derivará a toda la economía. Primero, los elementos estabilizadores que se pusieron en marcha aumentando el gasto y prometiendo alcanzar una deuda impagable, disfrazan la realidad. Incluso, no lo dudes, a finales de este mismo año alguien hablará de ‘nuevos brotes verdes’. De hecho una ministra que optaba a presidir la comisión europea, con una formación excelente y un alto grado de perspectiva en materia económica, ha llegado a decir que ‘lo peor ya ha pasado y que se inicia la recuperación’. Eso ni es cierto, ni puede serlo.
Lo peor vendrá en dos oleadas. Una cuando el mercado laboral deje de estar dopado y otro cuando venzan los créditos públicos que se han ido otorgando a empresas con dificultades de liquidez. Si me apuras hay otra tercera oleada que será más sutil. Las prórrogas tributarias y los retrasos concedidos a los pagos se irán actualizando y cumpliendo. Cuando eso pase, todo a la vez, el agujero será de tal calibre que cabrá toda la economía productiva española y, potencialmente, la de algunos países de nuestro entorno.
España ha ido decreciendo en innovación, en inversión tecnológica y en aportar presupuesto en cambiar un modelo de crecimiento que supone demasiada dependencia. Nadie podía esperar lo que nos ha pasado, o sí, pero lo cierto es que estamos en un muy mal puesto de salida. En la ‘pole position’ están muchos por delante. Desde el final de la parrilla vemos al resto. Rugen sus motores. El nuestro sigue parado y en manos de un ERTE.
El escudo social era y es imprescindible pero no puede dirigirse todo en ese sentido. Se debe equilibrar o lo pagaremos muy caro. Esto no va de tener que devolver las ayudas europeas, ya se verá, tampoco de aguantar la presión social gracias a subvenciones y rentas básicas, tampoco se tratará de aplanar la curva de datos negativos en lo económico o de interpretar una recuperación económica cuando los cocientes sean algo favorables. El problema es otro. Esto va de cómo vamos a quedar al final de esto. En que puesto de la parrilla estaremos al terminar. En 2023 la cosa podría rozar una potencial igualdad de producto interior bruto. Podría ser. No obstante, más que nunca, será el momento de detectar si ese PIB surge de lo mismo de siempre o de un escenario más moderno y tecnológico, menos dependiente de ciclos y menos frágil cuando se produce una crisis.
Cualquiera que sea tu opinión sobre el impacto de la automatización en la mano de obra, podemos estar de acuerdo en que el trabajo futuro requerirá un análisis profundo de en que vamos a ocupar a todo el mundo. Una sociedad que alcanzará la cuarta edad cada vez con mayor intensidad y número, un planeta tecnológico y competitivo, un modelo exportador distinto donde el producto quedará sustituido por el servicio y donde el capital deflacionará en beneficio del valor de las cosas y no de su coste de producción, ese mundo, será otro y será pronto.
¿Qué hay pensado? ¿Quién está al volante? ¿Qué podemos hacer los empresarios y los trabajadores? ¿Cómo pensar en el futuro a medio si mi presente y futuro inmediato pinta gris marengo? Tengo la impresión que no hay mucho pensado, que quien dirige esto o quién pretende dirigirlo algún día no lo están pensando y que lo que podemos hacer nosotros tiene que ver con un nuevo modo cultural de entender las crisis. Tengamos en cuenta que la crisis no se irá por mucho que lo digan los noticiarios o una ministra. No se irá, se instalará por tiempo. Tengamos en cuenta que la nueva normalidad no era lo que describió el presidente del gobierno en base a unas normas y protocolos de seguridad en el día a día, no, era otra cosa. La nueva normalidad no era más que la aceptación de paradas técnicas de la economía, de la incertidumbre y de la fragilidad. La nueva normalidad no es teletrabajar, es convertir el teletrabajo en un modelo de rescate laboral y de seguridad en lo imprevisible.
Verás en los próximos meses como el cierre de comercios, locales de ocio, restaurantes y hoteles se generalizará. Después, por pura deriva y de ‘vasos comunicantes’, se irán clausurando empresas de servicios, despachos profesionales, autónomos que dejarán de estar en alta y despidos masivos. Llegaremos a cifras inéditas. Y en todo ese desastre, a lo lejos, quedará una luz brillante indicando el camino. El inevitable camino. La modernización de una economía que ahora depende de la mano de obra mal pagada y temporal y de un consumo ineficiente e ineficaz. Una luz indicando que la economía de un país debe ser diversa y su estructura de crecimiento no puede depender de ningún sector más allá del 5 o 6%. Para eso hay que reflexionar, rápido, y ejecutar un plan que no sólo puede ser un ‘escudo social’. Esa trampa nos lleva al desastre.
El gran desafío no es recuperar el empleo perdido, ni tan siquiera volver a tener el turismo a pleno rendimiento. Tampoco es recomponer el modelo de crecimiento anterior. Ni proteger a desempleados, ni rentas básicas, ni nada. El gran reto es, y pronto volveremos a ver como se aparece en su total virulencia, la robotización de la industria, la automatización de los servicios y la sustitución de empleos en múltiples campos. La llegada intensa y sin miramientos de la inteligencia artificial y la gestión masiva de datos, se va a llevar por delante mucho de lo que, ahora, se pretende proteger artificialmente.
La urgencia no es el escudo social y ampararse en él. Lo urgente es recuperar el debate y el proyecto, si lo hubiere, acerca del futuro del empleo. No veo a nadie pensando en pasado mañana. Sólo veo discursos alejados del problema. Una vez la economía empiece a poder comparar cifras y, estéticamente, proporcione comparativas de crecimiento lento pero constante, en menos de dos o tres años, nos explotará frente a las narices algo que íbamos a denominar ‘quinta revolución industria’ y que, de no hacer nada, le llamaremos ‘la crisis de los robots’.
Esta pandemia nos ha dado un toque de atención brutal, equivocar el diagnóstico puede ser peor a medio plazo que la consecuencia inmediata. Confío en que vamos a ponernos en marcha, pero no confío en quienes dicen que nos van a ayudar a hacerlo. Por lo menos no puedo confiar mientras el discurso se disfraza, los datos se manipulan y a todo se le pone un cenefa de aplausos. No hay demasiado tiempo. Una vez pase medio año, el punto de no retorno se habrá alcanzado. Lo hagamos en los próximos cinco meses, afectará a los próximos quince. Esto no irá de recuperar nada, se tratará de reinciarlo todo. Para ello hay que reventar violentamente la burbuja de protección publicitada lo antes posible y descubrir el desastre bíblico al que nos enfrentamos.
Como consultor de empresas, en cada plan de modernización que ahora estamos desarrollando, incorporamos la realidad económica, la ineficiencia política y la interpretación tecnológica. Al final, todo va a depender de empresas, autónomos, directivos y emprendedores. El resto serán palos o ruedas, ya veremos.