Desde Talentya 2016: el estímulo de una revolución íntima y la incertidumbre cómo motor.
Durante la pasada semana tuve la oportunidad de participar en uno de los encuentros más especiales y estimulantes que existen en cuanto a desarrollo cultural, innovación y pensamiento crítico en España. Hablo del Think Tank Talentya en su edición de 2016 que se llevó a cabo entre el 12 y el 15 de julio en Palma de Mallorca. De la mano de Juanjo Fraile y su maravilloso equipo. Los participantes vivimos cuatro jornadas mágicas en las que tuvimos oportunidad de reflexionar acerca del momento que vivimos cómo sociedad y cómo individuos.
Durante la pasada semana tuve la oportunidad de participar en uno de los encuentros más especiales y estimulantes que conozco en cuanto a desarrollo cultural, innovación y pensamiento crítico en España. Hablo del Think Tank Talentya en su edición de 2016 que se llevó a cabo entre el 12 y el 15 de julio en Palma de Mallorca. De la mano de Juanjo Fraile y su maravilloso equipo, los participantes vivimos cuatro jornadas mágicas en las que tuvimos oportunidad de reflexionar acerca del momento que vivimos cómo sociedad y cómo individuos.
Las sesiones temáticas y actividades complementarias que se celebraron en la isla, considerada una de las más bellas del mundo, giraron en torno al término ‘Creacción’, intentando identificar en una palabra la necesidad de confluir en un mismo espacio las ideas y el complejo paso de ponerlas en marcha. Talentya es una convocatoria anual que se desarrolla en verano en el marco renovado de Can Martí Feliu, una joya arquitectónica del siglo XIII en Palma de Mallorca. Desde el primer instante, cuando se produce la recepción de los apenas cuarenta participantes, ya se respira el poder de la música y la compañía de personas con mucho que aportar. Desde el minuto uno el talento y la acción confluyen.
Los debates se llevaron a cabo a partir de las intervenciones más o menos imprevistas por parte de todos los asistentes y otras agendadas con algunos ponentes de referencia como Gema Hassen-Bey, José María Gasalla, Fernando Romay, Antonio Garrigues, Teresa Viejo, Ana María Llopis, Niña Pastori y Chaboli, Luis Malibrán, Ignacio Villoch, Javier Sirvent, Luís Alvarez o Alfonso González Aguilar. Tuvimos la suerte de disfrutar del bailador Eduardo Guerrero o del cantante y actor Daniel Diges. El maestro de ceremonias fue el genial Mago More. El motor en todo momento fue Cipri Quintas.
Entre todos buscamos propiciar la discusión acerca de los cambios que socialmente debemos arremeter con urgencia y el modo en el que desde una revolución íntima y personal es obligatorio abordar para lograrlo. 'Si quieres cambiar el mundo primero debes cambiar tú'. Este fue el ‘claim’ que se respiró durante toda la semana. Mi intervención la titulé 'la última revolución industrial' y que más adelante, en otro post, detallaré sin duda.
Sin embargo, a raíz de estos días, estuve pensando en la necesidad de conexión genérica. No hablo de utilizar sólo aspectos tecnológicos. No hablo de una red de individuos jugando a cazar bichos virtuales por las calles con sus teléfonos inteligentes. Hablo de algo más complejo y esencial. Tengo la impresión que no debemos desfallecer en la persecución de nuestros sueños colectivos partiendo de una revolución íntima que se traslade a cada uno de nuestros semejantes. Deberíamos ser capaces de detectar nuestras opciones, sueños y acciones pendientes como individuos y sumarlas como colectivo. Tenemos pendiente una gran revolución económica que se producirá de manera inércica, una social que vendrá atada al curso de los tiempos y una íntima que tendrá que producirse en el interior de cada uno de nosotros.
En Europa muchos se resisten en aceptar que vivimos tiempos de redes, de comunidades inteligentes, de empoderamiento ciudadano, de capacitación compartida y de transformación transversal del propio sistema, un sistema que se vino abajo hace seis años. No hay planos del destrozo, no hay reglas para repararlo. La modernidad y la tecnología al servicio del conocimiento traerá consigo mejores tiempos, estoy seguro. Por suerte, que el planeta vaya mutando hacia un escenario más horizontal, justo y conectado de un modo solidario no depende de las estructuras del pasado. Depende, entre otros, de los que cada día emprendedemos un proyecto, iniciamos una empresa, una vida, y lo hacemos con las manos en nuestro propio volante, lejos de autoescuelas, subsidios, de cloroformo en vena o de la dependencia de tanta mediocridad insitucionlizada y alejada de la realidad.
En una de las conferencias que suelo ofrecer titulada ‘No es una época de cambios, es un cambio de época’ explico el cruce de situaciones y elementos que confieren a este momento de la historia un punto esencial y diferente a otros momentos clave. Las revoluciones siempre se consideraron una crisis por los que las vivieron. Considero que los sistemas de producción y de transmisión del conocimiento están variando y son los que están haciendo cambiar al mundo. Al igual que a lo largo de la historia se han vivido revoluciones en los modelos productivos como la producción de herramientas de piedra, la domesticación de las especies animales o la industrial, ahora vivimos una digital.
De Talentya me llevo el valor de la incertidumbre. La sorpresa es todo cuanto se necesita para estar vivo. Hace años que desconozco que me espera en mi despacho, que riesgos nuevos asumiré o que personas conoceré. Hace años que, tal vez toda la vida, que no persigo un lugar definitivo. Sueño con que ese lugar no exista y así poder seguir en su búsqueda hasta el final de mis días. El desconocimiento de cuanto nos espera nos obliga a estar en alerta, en aprendizaje y ser seres humanos en beta constante. Me niego a pensar que todo esto termina en un descanso ‘merecido’ llamado ‘jubilación’.
La jubilación como concepto es anestésico. Sufro por cuantos desean jubilarse. Compadezco a las personas que piensan que el destino de todo esto es llegar a un puerto seguro y así poder tenerlo todo garantizado hasta el último aliento. Considerar que el futuro está garantizado por algún elemento es un error. Creer que los planes de jubilación, pensiones o meriendas similares financiarán nuestra etapa final es, como menos, dudoso. Debemos aceptar que los ingresos de la madurez no serán los mismos en otras etapas. Espero tener fuerzas para seguir haciendo lo que me gusta el resto de mi vida. Cuando físicamente no sea factible, lo será mentalmente.
Desear la jubilación es en si misma una prejubilación. Lo único que me angustia es pensar que habrá un día que no podré correr. Recuerdo al gran Valentín y pienso que no hay edad para terminar. Si no puedo correr, cerraré los ojos, me pondré música, buscaré un lugar con viento y lo soñaré. La deconstrucción de procesos se instaló ya en nuestro modelo productivo y de gestión. Si en apenas unas décadas todo el plan de gestión de una empresa era el de tener claro cada día lo que le tocaba a todo el mundo hacer, eso ha cambiado radicalmente. En la construcción, en el sector agrario, en la bolsa, en los mercados en muchos lugares, la clave del éxito estaba en que todos los integrantes de una estructura tuvieran claro que les tocaba hacer al despertar cada mañana.
Romper esas cadenas suponía un deterioro en el proceso que repercutía en graves consecuencias. Imaginemos el campo donde todos los integrantes de una granja tienen claras sus funciones, taras y actividades durante todos los días de la semana y horas del día. Eso nunca cambió y permaneció siglos igual. Hoy en día nada es así y los procesos ya no pertenecen a los protocolos sino a los análisis de necesidad, riesgo y acción. Esa deconstrucción de procesos ha llevado a industrias poderosas a reinventarse.
Todo esto fue Talentya. Algo muy complicado de describir en un post. Escuchar a Niña Pastori cantando para demostrar que hay cosas que 'nunca logrará hacer un robot' fue irrepetible. Un Think Tank impulsado por Fundestic, Hipermedia y Vivlium que fue posible este año gracias al soporte de Iberostar, Planeta Hipermedia, Alsa, Europcar, Hipermedia Center, Agora Next, BMW y El Teatro Príncipe Pío.