El debate económico se olvida peligrosamente de lo relevante.
Ayer, como cada semana participé en el programa ‘Liarla Pardo’ en La Sexta. Es un programa divertido, a tiempo real, frenético, que aborda muchos temas en apenas dos horas y que, como pasa en la televisión, el tiempo es oro y un minuto sabe a una hora. La verdad es que es un lujo ser parte de todo ello a la vez que, también, sirve para darme cuenta de cómo se generan los criterios informativos de actualidad. Al igual que prácticamente todas las cadenas, radios y diarios escritos en digital o en papel, el tema económico de estos días fue ‘las consecuencias del decreto sobre el impuesto a los Actos Jurídicos Documentados que el gobierno de Pedro Sánchez aprobó en el pasado Consejo de Ministros y que empezará a aplicarse hoy mismo desdiciendo al Tribunal Supremo. Que se trate esto es normal. Sin embargo, a veces tengo la sensación de que lo relevante, lo que de verdad va a modificarlo todo en breve, no aparece y, en consecuencia por falta de desinformación, no se le puede exigir a nuestros gobernantes que lo tengan en cuenta.
Ayer, como cada semana participé en el programa ‘Liarla Pardo’ en La Sexta. Es un programa divertido, a tiempo real, frenético, que aborda muchos temas en apenas dos horas y que, como pasa en la televisión, el tiempo es oro y un minuto sabe a una hora. La verdad es que es un lujo ser parte de todo ello a la vez que, también, sirve para darme cuenta de cómo se generan los criterios informativos de actualidad. Al igual que prácticamente todas las cadenas, radios y diarios escritos en digital o en papel, el tema económico de estos días fue ‘las consecuencias del decreto sobre el impuesto a los Actos Jurídicos Documentados que el gobierno de Pedro Sánchez aprobó en el pasado Consejo de Ministros y que empezará a aplicarse hoy mismo desdiciendo al Tribunal Supremo. Que se trate esto es normal. Sin embargo, a veces tengo la sensación de que lo relevante, lo que de verdad va a modificarlo todo en breve, no aparece y, en consecuencia por falta de desinformación, no se le puede exigir a nuestros gobernantes que lo tengan en cuenta.
En todas partes se habla siempre de lo inmediato. Se abusa de la táctica y se deja de lado la estrategia. Vivimos con la sensación de que la inercia nos lleva a algún lugar llamado futuro y, en realidad, es más que probable que ese futuro sea un barrizal. Lo va a ser sino se aplican medidas que vayan preparando una nueva estructura de crecimiento económico y un espíritu crítico sobre lo que vamos construyendo. El problema radica en que asegurar ese futuro requiere de medidas complejas, de esfuerzos comunes y de decir las cosas muy claras. Un futuro sin empleo o un futuro con un empleo distinto se avecina a paso firme. Un futuro con un modelo social, cultural y económico muy distinto que requiere de un presente político también muy diferente.
Un gobierno no debe intervenir en todo. Desde mi punto de vista debe liderar, marcar un modelo a seguir, estimular los cambios favorables y resistirse a los que vienen en sentido negativo. Para ello, no obstante, habrá que entender que tipo de escenario realmente es el que está ahora mismo conformándose. Para ello, también, la oposición u otros deberían estar al día del mundo que se está forjando en todas partes. Para ello los medios deberían de abandonar el titular fácil sobre robots que no existen y empezar a tratar los temas de lo que realmente lo modificará absolutamente todo en menos de una década.
Sus señorías, en diversos países de Europa, se enorgullecen en sus teatrillos tecnológicos. El ridículo, habitualmente, es monumental cuando un político habla de aspectos tecnológicos, de transformación digital o de la repetida Industria 4.0. Es de vergüenza ajena escucharlos, incluso a los que aseguran saber de lo que hablan. Hay ejemplos por todas partes pero en algunos lugares son de aurora boreal. Lo grave no es sólo que no tengan remota idea de lo que se avecina, que lo que saben proviene de lo que les suena, del derivado murmullo de algún colaborador ducho en el uso de twitter o que, por afición tecno-snob, le mola mucho Fornite. Lo realmente dramático es que nos vamos a dar un hostión de dimensiones bíblicas como esto no pase del discurso al efecto.
El presidente Sánchez afirmó en el Summit de Madrid que quiere convertir nuestro país en un ‘país startup’. Es el mismo que considera mantener y reforzar el ‘Exit-Tax’, un impuesto que castiga al modo natural de fundación y crecimiento de este tipo de empresas de corte tecnológico.
El mismo Sánchez afirma, tras entrevistarse con el CEO de Apple, que ambos (sic) discutieron sobre el futuro tecnológico y los retos que lo digital supone para todos. Se olvidó de comentarle que desde ya mismo Apple y todos esos actores del futuro tecnológico iban a tener que pagar un impuesto nuevo vinculado a que son ‘grandes empresas tecnológicas’ y poco más.
Las ministras de Sánchez afirman una y otra vez que los presupuestos generales para 2019 son un ejemplo del futuro que nos espera. Lo dicen sabiendo que ‘la escasa inversión tecnológica y en enseñanza’ es imperativo a cambio de incrementar de manera considerable el gasto corriente. No me voy a extender, ya habrá tiempo. Siempre hay tiempo.
Hace casi 12 años, cuando nadie o muy pocos explicábamos algo sobre la que se nos venía encima, se nos tachaba de ‘catastrofistas’ o ‘antipatriotas’. Ahora se nos dice que somos muy pesados con eso de que viene un mundo tecnológico que no se va ajustar por arte de magia. Se nos dice que ‘el público quiere saber como le afecta la economía en su día a día’. Estoy seguro que eso es cierto, pero, al igual que hace algo más de una década, si se hubiera explicado mejor lo que estaba pasando y lo que iba a pasar, el sufrimiento hubiera sido menor, ahora tal vez, si se hablara más de las necesidades económicas del futuro inmediato el batacazo sería más leve.
Hay una resistencia social a discutir sobre ese futuro económico que no estamos preparando. Es mucho más interesante vivir en la misma inopia que ya vivimos hace unos años. Cuando los casi 300.000 pedidos de robots industriales destinados a servicios se empiecen a entregar a sus compradores en los próximos dos años, veremos como reacciona esa sociedad que ahora se indigna por un impuesto notarial. Esos que se manifiestan junto a los dirigentes políticos que menos hablan de este futuro económico inexistente en su paisaje electoral.
Pero hay otra derivada que me tiene, otra vez, acojonado. Esa apatía de los medios de comunicación. Preocupante por lo que no dicen, pero terrorífico por lo que sí dicen. Cerrar un informativo con un ‘render’ de un presentador de televisión que simula dar las noticias mimetizando a otro real es de risa, por no decir de llanto. La noticia la han titulado todos los medios como ‘el presentador del futuro’ y lo han descrito como una especie de ‘holograma con inteligencia artificial’. ¡Como lo oyes!
España puede aprovechar la enorme capacidad que tiene para liderar esa nueva era industrial y digital y consolidarse a medio plazo como una región próspera. Un entorno económico capaz de favorecer la renta mínima universal, las jubilaciones garantizadas y la automatización de los servicios públicos no se crea solo, se debe establecer los mecanismos que lo permitan. En lugar de ver como lograrlo, se mantienen debates de siglos anteriores, embarrados en la disputa estéril del debate de siempre. Es agotador. Mientras otros países trabajan en la respuesta social, económica y política que necesita ese futuro, donde la educación y las leyes sean adecuadas a ese cambio, aquí seguimos mirando de lejos el concepto de la Cuarta Revolución Industrial.
Si cuando en España se ataban los perros con longanizas hubiéramos invertido todo aquel capital en digitalizar la economía nuestro PIB rozaría el de Canadá. Seríamos tan ricos como Canadá. A cambio nos pusimos a construir, a replicar modelos cíclicos y a asentar la mayor crisis que hemos vivido muchos de los que estamos vivos hoy en día. Quienes tenían la oportunidad de haberlo evitado no se atrevieron, mantuvieron los modelos y se alejaron de las opciones para conquistar el futuro. Ahora, guardando las diferencias, vivimos algo parecido. El futuro allí a lo lejos, nosotros aquí haciendo lo mismo de siempre.
Empleo, robots y futuro: las cifras de las que pocos hablan.
El pasado domingo, durante mi colaboración semanal en el programa ‘Liarla Pardo’ en La Sexta tuve una compañera muy especial. Ya nos conocíamos, pues dimos una conferencia juntos hace unos meses. Se trataba de la robot ‘Bibi’ de la empresa Macco Robotics. A parte de interactuar con Cristina Pardo nos permitió escenificar algunos de los datos al respecto de lo que significa la robotización de la economía desde el punto de vista laboral. En un programa como este no es factible entrar en detalles técnicos pero sí dejar sobre la mesa datos y comentarios que permitan la reflexión personal. Y eso hicimos como hacemos cada semana.
El pasado domingo, durante mi colaboración semanal en el programa ‘Liarla Pardo’ en La Sexta tuve una compañera muy especial. Ya nos conocíamos, pues dimos una conferencia juntos hace unos meses. Se trataba de la robot ‘Bibi’ de la empresa Macco Robotics. A parte de interactuar con Cristina Pardo nos permitió escenificar algunos de los datos al respecto de lo que significa la robotización de la economía desde el punto de vista laboral. En un programa como este no es factible entrar en detalles técnicos pero sí dejar sobre la mesa datos y comentarios que permitan la reflexión personal. Y eso hicimos como hacemos cada semana.
En el caso del pasado domingo, a raíz de que estábamos en la víspera de la celebración del día del trabajador, centramos el asunto en la situación laboral en España y sus derivadas como por ejemplo la precarización, el envejecimiento del mismo o la sustitución de puestos de trabajo por robots o automatismos. En el video podéis ver algunos fragmentos de lo que os comento. Sin embargo, en este post me gustaría entrar en detalle en algo que considero grave y que suele obviarse en múltiples análisis. Ya hace algunos días de la publicación de los datos de ocupación de la primera parte del año y esconden un drama importante.
Me estoy refiriendo a que por primera vez en la historia España supera los 16 millones de personas inactivas. Normalmente los datos de la Encuesta de Población Activa sólo se centra en parados y ocupados y obvia ese otro grupo social. El asunto es relevante porque de los primeros dependen los ingresos por cotizaciones que pagan las pensiones, y no han hecho más que menguar en los últimos cinco años, hasta situarse en poco más de 22 millones de personas. Y porque los segundos no aportan al sistema, al no estar ocupados ni buscando empleo. Serían estudiantes, personas trabajando en tareas domésticas, incapacitados y, ¡ojo! jubilados.
Algunos datos que traicionan la hipotética bonanza en el mercado laboral nos dicen que en el primer trimestre del año se cerró con 124.100 ocupados menos que el anterior, la mayor parte, 94.700 personas, decidieron no buscar trabajo y abandonaron la población activa. Al mismo tiempo, los inactivos aumentaron en 158.000 personas respecto al cierre de 2017.
El envejecimiento de la población, el consecuente incremento de los inactivos y el descenso paulatino de la población activa plantea una problemática para el mercado laboral que requiere de un esfuerzo importante por parte del gobierno y de un consenso urgente por parte de todos los actores políticos, económicos y sociales o nos vamos a dar un batacazo importante. Y de momento el gobierno no es capaz de adoptar un plan realista a la que se nos viene encima. Intentando superar el escollo de los Presupuestos Generales del Estado de 2018 ha hecho un ‘bienqueda’ con el PNV que supone un derribo a la reforma de las pensiones en 2013 que suponía hacerlas algo más sostenibles. Ahora liga las subidas a la inflación, retrasa el factor de sostenibilidad 5 años y nos hipoteca el sistema llevándolo a un territorio desconocido.
Enlazar subida de las prestaciones condena la sostenibilidad de la Seguridad Social en un momento en el que el mercado laboral cuenta con el máximo histórico de 16,1 millones de inactivos y una tasa de actividad del 58,46%, el nivel más bajo de los últimos doce años. Esa es la realidad y, a veces, uno se pregunta a que se refieren sus señorías cuando dicen que ‘las pensiones están garantizadas’ o que ‘nadie pondrá en juego la jubilación de nadie’. No siendo realistas y suavizando el tono que está tomando el asunto, no vamos a solucionarlo.
Resulta que ese histórico de inactivos se le suma una tasa de actividad de vértigo, casi un 60%. Nunca habíamos estado en esa tormenta perfecta de la desgana. Hemos pasado por momentos malos, pero eran coyunturales aunque fueran de largo recorrido. Ahora, por el contrario, el problema es técnico, estructural y de tendencia sociológica, no sólo económica. Pocos se dan cuenta que el sistema económico y el modelo de crecimiento español fabrica inactivos y reduce paulatinamente la tasa de actividad.
Recordemos que la ‘tasa de actividad’ es un índice que mide el nivel de actividad en el empleo de un país. Se calcula como el cociente entre la población activa y la población en edad de trabajar. Es una variable pocas veces nombrada pero muy importante en el crecimiento económico a largo plazo de un país, y tiene igual o mayor importancia que la productividad de éste.
El propio FMI ya nos ha avisado que, de seguir este ritmo, la tasa de actividad caerá por debajo del 50%. De hecho, el casi 60% actual es una cifra propia de países en vías de desarrollo y no de uno englobado en la Europa ‘de vanguardia’ en la que teóricamente vivimos. El mismo FMI advierte de que como nos pongamos la pilas con políticas de choque el problema puede ser bíblico. Nos advierten de que el envejecimiento de la población mermará de forma considerable la tasa de participación en el mercado laboral.
Según las previsiones demográficas de Naciones Unidas, el porcentaje de esta participación laboral bajará un promedio de cinco puntos y medio en los próximos 30 años si no hay políticas que lo eviten, con España en el grupo de los peor parados. Por cierto, el mismo nivel que se estima para Bélgica, Italia y Portugal. No estaremos solos.
Pero si ya es preocupante para lo que significa laboral y socialmente este casi seguro descenso de la tasa de actividad, lo peor estaría por llegar en el ámbito de la productividad. Un descenso de la tasa de actividad de 5,5 puntos como el que el FMI proyecta se traduce en un recorte de la producción de tres puntos porcentuales en una economía desarrollada. En España no hay manera de crear empleo creciendo por debajo del 2,4%, por lo que hagan cuentas.
Para ir terminando, y haciendo referencia al 1 de Mayo, comentar dos datos que me parecen también muy significativos que identifican claramente donde estamos realmente y no donde nos dicen que estamos. Por un lado es referente a los jóvenes. Si en el 2000 el 42,3% de los empleados tenían menos de 34 años, hoy los jóvenes representan el 24,9%. Según la OCDE, si en el 2005 el porcentaje de jóvenes de entre 15 y 29 años que ni estudiaban ni trabajaban era del 15,9% (un punto por encima del promedio de los países de la OCDE), en 2015 esta tasa se elevaba hasta el 22,8%. Tema a mirarlo con detalle.
Por otro lado el fenómeno de los ‘asalariados pobres’. Eurostat considera pobres a aquellos trabajadores que cobran menos del 60% del salario medio. En España hoy hay en esa situación un 13% de los ocupadas, dos puntos más que lo que había en el año 2004. Un informe del Banco de España muestra también que en los últimos años ha crecido ligeramente la diferencia entre el salario que cobran los nuevos contratados respecto a los que están en activo y que es hoy del 25% menos. Esa brecha que en el 2008 estaba en el 20%. No parece buen síntoma.
¿Cómo lo solucionamos? Pues con algo que tiene que ver, como he dicho muchas otras veces, con modificar el modelo productivo y crecimiento de este país, atrayendo talento tecnológico, inmigración laboral de otros países y estimulando el ahorro privado. No sólo poniendo robots se arreglan las cosas, hay que prepararlo todo para que sean efectivos, productivos y complementarios al sistema que tengamos. De momento, seguimos en el anden, esperando un tren que podría ser que ya pasó. Lo veremos pronto. Cuando anuncien el horario del próximo convoy.
A años luz de poder solucionar el problema de las pensiones.
Hace un tiempo saltaba la noticia de que Bruselas estaba pensando en legislar sobre la robótica a nivel europeo. La decisión poco tenía que ver con aspectos filosóficos ni conceptuales, se trataba de localizar medidas para contrarrestar la pérdida de empleo que nos anuncia la automatización. En principio, una de esas decisiones pasaría por la posibilidad de que los robots coticen a la Seguridad Social y así de este modo garantizar el coste del estado del bienestar y, en definitiva, muy especialmente las pensiones futuras de los europeos.
Hace un tiempo saltaba la noticia de que Bruselas estaba pensando en legislar sobre la robótica a nivel europeo. La decisión poco tenía que ver con aspectos filosóficos ni conceptuales, se trataba de localizar medidas para contrarrestar la pérdida de empleo que nos anuncia la automatización. En principio, una de esas decisiones pasaría por la posibilidad de que los robots coticen a la Seguridad Social y así de este modo garantizar el coste del estado del bienestar y, en definitiva, muy especialmente las pensiones futuras de los europeos.
Y es que las pensiones están en ese punto en el que se encuentra un barco de papel recién doblado y en el que la impermeabilidad de las costuras hechas a mano permiten que no entre el agua y se mantenga a flote. Sin embargo, al igual que ese barquito, las opciones de que a medida que vaya empapándose, por mucho que queramos, habrá más agua dentro que fuera y, tarde o temprano, se hundirá incapaz de equilibrar su estructura flotante y la pérdida de ligereza. Las pensiones no hacen más que empaparse y poco a poco, con múltiples fórmulas, nos van insinuando que las cosas pintan mal.
Lo grave no es que las pensiones del futuro estén en evidente peligro. Lo realmente desesperante es como se asume que así será. La generación nacida después de los setenta suelen responder con un ‘yo no tendré pensión’ como si fuera normal o inevitable sin plantearse una estrategia al respecto y dejándolo todo a la inercia futura. Los que ahora son pensionistas no entienden porque sus pensiones se han ido depreciando de forma tan importante. El hecho de que nuestro sistema sea solidario, es decir, lo que cobra un pensionista de hoy no tiene relación directa con lo cotizado sino con lo que a partir de lo cotizado el sistema actual puede pagarle, complica su comprensión e hipotética justicia. Ese cálculo se produce en base a la capacidad de recaudación de la Seguridad Social a partir de los salarios en general.
Esto, explicado de manera peligrosamente sencilla, no es mucho más que lo que el pasado domingo expliqué en el programa ‘Liarla Pardo’ de La Sexta donde cada domingo participaré explicando algún concepto económico de actualidad. En esta ocasión no hice más que resaltar, con la dificultad del escaso tiempo que se puede tener en un programa frenético como este, algunos datos que son relevantes. Que el poder adquisitivo de los pensionistas no ha hecho más que bajar, que seguirá bajando puesto que hay que atender al coste de sostenibilidad o la tasa de sustitución y que por mucho que todos los partidos hablen de subidas o lo que sea eso no va a pasar cuando se incorporan todos los elementos de cálculo.
En concreto, las pensiones bajarán en 2019 un 0,49% en España de media según los cálculos de Renta4, entidad que por cierto suele acercarse muchas veces en este tipo de análisis. En este caso, repito, que se anuncie una subida de pensiones se refiere a que en ese porcentaje se incorpora algún elemento de la ecuación pero que, al ejecutarlo al completo, dará negativo de media. Eso es muy previsible porque nuestro problema no es sólo de salarios bajos, que también, sino sobretodo de un modelo solidario dependiente del estado demográfico. Vivimos más y cada vez son menos los que cotizan en proporción con los que cobran pensiones. Es pura matemática. Menos para más suele dar negativo.
Y en negativo vamos a estar. Que nos expliquen como piensan enfrentarse a estas cifras sus señorías. Según la OCDE en 2050, cuando los nacidos en 1980 tengan apenas 70 años, es decir en la flor de su jubilación, habrá 77 pensionistas de cada 100 habitantes. Por ver la dimensión de la tragedia diremos que ahora son 29 y en 1970 apenas eran 19 por cada centenar de ciudadanos. Podemos seguir tocando la flauta, insistir en debates sobre banderines o atender a los chanchullos del político de turno, pero el problema se avecina y, al parecer, la decisión tomada por nuestros políticos es la de no hacer nada relevante y de valor que pudiera cambiar el asunto. Nos vamos a dar una hostia de dimensiones bíblicas. Lo jodido no es que esto parezca inevitable, no, lo peor es que en otros países las medidas para enfrentarse a este Miura es totalmente distinta.
En España, las opciones, según sus señorías es la de o bien ‘seguir apostando por el empleo’ o ‘pensar en la subida de impuestos’. La primera es una frase hecha sobretodo cuando tu apuesta por el empleo es la de fabricar ‘pobres asalariados’ ya que el modelo productivo de tu país no es más que estimular la economía cíclica y dependiente de los servicios de escaso valor y, la segunda, una frase de las de tocar la alarma general. ¿Subir impuestos para qué? Para pagar las pensiones a partir de los presupuestos. Una especie de bola de estiércol dando vueltas cuesta abajo. Cada vez será más grande y aportará menos. Subes los impuestos y así generas caja para pagar unas pensiones que volverán a ser insostenibles tarde o temprano. La diferencia es que irás impidiendo la reconversión de sectores que irán ahogándose ante la falta de competitividad en un mercado global.
¿Y entonces? Hay quien considera, como decía al principio, que los robots nos lo van a solucionar todo. Algo que, me vais a perdonar es más que revisable. Es cierto que un robot, a medida que se le ‘inyecta’ inteligencia artificial, pierde su condición de ‘máquina’ y pasa a otro estadio más complejo de delimitar, pero lo que parece un poco absurdo es considerarlo una entidad que deba cotizar a la seguridad social. En todo caso, si algo así pasara algún día, hablamos de una situación muy lejana y que, obligatoriamente, necesitaría un cambio notable de nuestro modelo económico e industrial. Estaría bien primero revisar eso.
Es evidente que no nos tenemos que imaginar los robots humanoides de las películas. Un robot puede ser una pantalla táctil o un algoritmo informático. Un robot que no ves. Por lo tanto nunca habrá un robot que sustituya al humano y cotice por él, porque muy probablemente no habrá un robot, sino que sea algo intangible como un software. Por lo tanto, cuando hablamos de que un robot pague las cotizaciones sociales en realidad nos estaríamos refiriendo a que sea la tecnología la que cotice a la seguridad social más o menos. Por supuesto eso parece una soberana tontería. Pero permite avanzar hacia donde quiero llegar.
Los que consideran que ‘la tecnología y no los robots deben pagar las pensiones’ sugieren una alternativa más real a que ‘algo’ cotice a la Seguridad Social sino que proponen que las empresas paguen más impuestos por el uso de esas tecnologías o por el beneficio que obtienen con ellas. Consistiría en aumentar la fiscalidad a toda tecnología que remplace a las personas, que cotice más por el coste de gente que no ocupa. Con ello, aseguran, se busca un sistema de recompensa social y eso puede ser un gravísimo error.
Un impuesto sobre la tecnología puede ser problemático porque castigará los sectores que apuesten por un cambio tecnológico, por se competitivos y exonerará a los que sigan sin apostar por un modelo menos tradicional y analógico. Es desesperante. El sistema actual es asumible sólo si lo que realmente cambia es el modelo de crecimiento, la estructura económica del país. Un modelo eficiente, tecnológico y que conjugue un verbo como el ‘optimizar’ antes que el de ‘crecer’. Una sociedad digital y una economía transformada nos lleva a la eficiencia de los servicios y del reparto de pensiones más capaz. Mayor productividad y competitividad a ser modernos y capaces de reestructurar todo el sistema del bienestar y garantista del que somos incapaces de desprendernos.
Leí que 'el problema fundamental es cómo recauda el Estado hoy en día. Todos los cimientos en los que se había estructurado el sistema son inservibles para el futuro: lo material, aquello en lo que basamos la recaudación, se va diluyendo'. De hecho, cada vez habrá más problemas para sufragar el gasto que vamos a necesitar pero plantear un impuesto sobre la innovación tecnológica es muy arriesgado y podría retrasar el equilibrio del que dependemos todos los que esperamos jubilarnos a mediados de siglo.
¿Y si las pensiones fueran en si mismas el problema? ¿Y si en lugar de preocuparnos por ellas la alternativa pasara por su desaparición? Tal vez la solución pasa por algo similar a una renta básica universal que sea capaz de unificar prestaciones como pensión, paro o subsidios. Si esa fuera la solución, requeriría de una transformación brutal de nuestro modelo social y económico. Curiosamente estaría en las antípodas de lo que esperan los partidos que habitualmente lo defienden. En el futuro no muy lejano la lógica en las relaciones empresa y trabajadores va a romperse, es evidente, debido a que el sentido económico del empleo se irá difuminando. Nunca seremos más eficientes que un robot y eso lo modificará todo. El papel de las personas variará y deberá regirse por otros calibres menos económicos. La puesta en marcha de esa renta básica podrá algún día ser una opción pero el problema es que para llegar ahí se debe hacer todo lo contrario a lo que propugnan los que la defienden. Antes de llegar a ello es obligatorio tener una economía muy rica, muy tecnificada, muy competitiva y muy productiva para llegar a la transferencia de rentas. España está perdida en la inmensidad del desierto en ese tema porque no cumple ninguna de esas premisas.
Por lo tanto, para garantizar las pensiones primero deberemos pensar en repensarlas como concepto, segundo apostar por una sociedad tecnológica y dejarse de idioteces como que los robots coticen y tres exigir a la clase política que se ponga en serio de una vez. La inercia, en este caso, solo conduce al desastre.