Se lo debemos a nuestros hijos. Una educación con garantías de futuro
En los próximos años se van a necesitar más de 800.000 puestos de trabajo en Europa que tengan que ver con la programación y la tecnología aplicada. Un universo de nuevos empleos que irán eliminando a otros que no requieran de un ser humano para ser realizados. La automatización y la robotización de procesos y servicios no harán más que acelerar de manera exponencial ambos casos, la destrucción de empleo y la carencia de otros nuevos.
¿Estamos formando a nuestros hijos para hacer frente en ese mundo? En términos generales y abandonando las anécdotas del sistema educativo en primaria y secundaria, la cosa es sencilla de analizar. Sólo mirando su actividad diaria, los métodos y las herramientas se ve claro. Que en muchas escuelas públicas y concertadas, y supongo que un buen número de privadas, al único momento de contacto con computadoras se le llame ‘aula de informática’ deja claro el asunto. Que nuestros hijos deban cargar con decenas de kilos con libros en sus mochilas cada día es aun más dramático.
Lo de llevar una tablet en lugar de libros supone un desafío importante pues no sólo es para aligerar peso, es para modificar el modelo de lectura, análisis y acceso a la información. Lo que se puede hacer con un texto enriquecido no tiene nada que ver con lo que se puede hacer releyendo un libro escolar en papel. No hablo de literatura. Además, a alguien le parece lógico que si nuestros hijos son nativos digitales y viven rodeados de dispositivos con los que interactúan con naturalidad, ¿lo natural no debería de ser incorporar en su proceso educativo de manera eficiente, constante y natural este tipo de herramientas?
Este video preguntó a niños muy pequeños como les gustaría que fuera su escuela y que deberían de poder hacer en ella. No tiene desperdicio. Están a años luz de lo que se les ofrece pero lo peor no es eso, es que si centráramos nuestros esfuerzos en lo que realmente importa lograrlo en algunos casos no es una quimera. Es priorizar en educación por delante de aeropuertos inservibles.
Por supuesto parte de esa educación vinculada al futuro que viene, en parte con un grado de tecnología inevitable, que ciertamente tiene que ver en cómo se hacen las cosas y en el motivo de porque suceden de una manera concreta, tiene que ver en como los padres también permitimos esa interacción. Hay muchos modos. No se trata de que los niños tengan relación directa con la tecnología en base a juegos de estrategia o a disponer de un teléfono propio antes de los 10 años. Hablo de software y hardware diseñado para naturalizar de manera divertida aspectos como el que comenté hace tiempo sobre cómo jugando con un robot un niño puede aprender, sin casi saberlo, conceptos de programación.
No se trata de que programen sino de naturalizar conceptos que se usan al programar. No es lo mismo hablar con una persona que hacerlo con un sistema binario. Eso ellos lo saben de manera nativa pero precisan de aspectos que lo dinamicen. En todo caso el debate no es si deben o no utilizar tecnología aplicada, el tema radica en si eso los forma con igualdad de condiciones a otros estudiantes de otros entornos geográficos o económicos. La cosa es grave. El futuro de nuestros hijos ya no es un lugar dónde formándote obtienes empleo seguro. El lugar en el que van a tener que enfrentarse a la cruda realidad es un complejo espacio dónde trabajar se va a definir de otro modo y dónde el ser humano como tal deberá ubicarse en base a reglas que ahora se están definiendo. No sabemos cuales serán pero si sabemos que la digitalización no será una opción.
No se trata de crear ingenieros o programadores sino de lograr la comprensión de los conceptos que van a presidir la vida de todos ellos. La lógica del futuro inmediato será muy distinta y se regirá por esos elementos que ahora nos cuesta aceptar. Saber porque un objeto se mueve en base a un código determinado no será optativo. No será importante saber escribir ese código pero si elementos lógicos que lo componen. No hablo de que un niño aprenda ‘php’ en su escuela pero si la lógica del lenguaje de programación por ejemplo. Es como no hablar inglés fluido pero si saber como se componen los gerundios en ‘ing’. Eso facilita las cosas.
Hoy en día se considera casi analfabeto a quien no es capaz de utilizar algunos aspectos tecnológicos básicos y no es tan importante conocer el ‘cómo’ se logra la emisión por televisión cómo el ‘concepto’ que lo logra. Todos sabemos que la red es un elemento consustancial a nuestra existencia, sabemos que sucede al compartir contenido y que todos lo podemos hacer. Quien no entiende de que va eso de la economía socializada tiene un problema para entender nuestro mundo actual y se encuentra en desventaja en muchos temas.
No parece lógico que niños de 10 y 11 años malgasten su tiempo ‘aprendiendo’ a utilizar un procesador de texto durante dos cursos, cumpliendo con alguna obligación de expediente metodológico cuando el uso de ese software está naturalizado en ellos. Lo que es importante, y de ahí surgirán las diferencias de oportunidad de estos chicos, es avanzar en otros temarios de los que seguramente la mayoría de docentes no están listos para explicar. Tal vez, cómo hacen en otros países, ha llegado el momento de modificar el modelo educativo, público especialmente, permitiendo la enseñanza remota, abierta y dónde el cuerpo docente se abra a la incorporación de personas que ‘no son maestros’ pero si conocen estos aspectos.
La educación es la parte más importante de nuestra vida. Nos impulsa al conocimiento y precisa de estímulos constantes. Es con ella que nos formamos como personas, atendemos a necesidades y comprendemos lo maravilloso de aprender. Cualquiera de estos elementos requiere que suceda en sintonía con el mundo en el que vive el alumno y con la aceptación absoluta del formador del mundo que van a vivir estos niños. Es preciso que quienes diseñan el modelo educativo se dejen de reformas políticas y se centren en lo importante. De verdad que poco importan, llegado a este punto, algunos de los grandes debates que la educación española vive de manera constante. Lo que realmente es crucial es que el diseño educativo se haga honestamente y bajo el análisis de que el mundo que viene será absolutamente exigente en algunos campos y si en ellos no nos vamos a ubicar con garantías el desastre será monumental.
Pensemos en el mundo hace apenas 20 años. Las redes sociales no existían, la telefonía móvil era un artículo de lujo, los viajes ‘low cost’ pertenecían a novelas de ciencia-ficción, las plataformas de economía colaborativa digital no estaban en la cabeza de nadie y los objetos necesarios para hacer todo lo que hace hoy en día un smartphone no nos cabían en una maleta de cabina. Ese mundo de hace dos décadas comparado con nuestro día a día es un juego de niños si lo comparamos con los cambios que vivirán nuestros hijos de 6 o 7 años en su mundo laboral cuando tengan 24 o 25. La innovación y el cómo se está implementando en nuestra vida aceleran de forma exponencial como dije hace unos días. No hay tiempo que perder.
Repito, no se trata de crear programadores, es sencillamente hablar el mismo idioma que ellos, con sus mismas herramientas y para lograr que el futuro no les pille con una sensación rara. Que no pase aquello de que lo que me han enseñado no tiene nada que ver con la realidad. Sí, ya sé que eso es lo ‘normal’, lo que nos ha pasado a todos, pero el problema es que ellos lo van viendo a tiempo real, nosotros nos dimos cuenta al salir al mundo real.
El problema es el mismo de siempre. Quienes deben estar en esto no lo están o siguen con su fiesta casi insultante de quien, con quien y con cuanto. Es patético. ¿Quién está en los grandes temas? La política de futuro no tiene nada que ver con el futuro de la política y en el caso de España nadie parece darse cuenta. El tiempo corre y ahora más rápido que nunca. Corre especialmente para nuestros hijos. Cada día, cada año sin acceso a una formación específicamente diseñada para el futuro es una oportunidad menos, una garantía menos. Se lo debemos.
Nos toca a nosotros, los que podemos votar y actuar, procurar que los cambios disruptivos a los que el mundo va a asistir en breve y a toda velocidad afecten negativamente en la menor medida posible a las generaciones venideras. Visto lo visto, nuestra única opción es repetir incansablemente las alarmas que ya suenan a lo lejos. No solo de votar vive el demócrata, también debe actuar.