¿Cuál será el empleo de nuestros hijos? ¿De qué trabajarán?
Cena de amigos. Todos por encima de la edad imprescindible para ser Milenials. El tema de conversación gira alrededor de lo que deberían estudiar nuestros hijos si quieren tener empleo en el futuro. Hijos de entre ocho y catorce años que sobreviven en una primaria con pocos cambios o en un bachillerato exhausto, pendientes de una universidad que ofrece un catálogo cada vez más alejado de las necesidades en el futuro y cuyos valores suelen estar a años luz de los que nos ocupaban a nosotros. Y la pregunta siempre es la misma ¿de qué trabajarán nuestros hijos?
Y la pregunta no debería ser es tanto en ‘qué’ sino ‘cómo’. Muy probablemente nuestros hijos se ocuparán de los mismos oficios, las mismas tareas y los mismos objetivos profesionales que nosotros pero lo harán de un modo muy diferente. A excepción de los trabajos repetitivos y automatizables, el resto seguirán dependiendo de la intervención humana. Pensemos en la vida de un agente comercial hace apenas dos décadas. ¿Quién le iba a decir que pasaría de ser un ‘viajante’ a un experto en redes?
En una conferencia reciente pregunté a los asistentes si sabían a qué se querían dedicar sus hijos. La mayoría respondieron que sí. Solemos pensar que los anhelos profesionales de nuestros pequeños podrán cumplirse porque miramos el futuro con la óptica de nuestro pasado reciente. Y la verdad es que, aun sabiendo lo que quieren ser, ninguno de esos padres podía saber cómo serán las profesiones de sus hijos en la década de 2030. La dificultad para entender y predecir el mundo laboral al que se enfrentarán nuestros hijos que ahora están en primaria es gigantesca. Sin embargo lo que debemos preguntarnos es si realmente estamos preparándolos para la etapa de innovación y cambios más determinante que ha vivido la especie humana.
Cuando yo estudiaba primaria, en los años setenta, no había nada. Nada de lo que ahora me rodea. Nada de lo que ahora convierte mi vida en mi vida. Cuando empecé a trabajar aterrizaban los primeros indicadores de que mi mundo sería un mundo digital pero, ni de lejos, se podía interpretar lo que iba a significar eso. Nadie podía imaginar lo que iba a pasar. Ahora entras en un coche, como entonces, y te conectas a un universo binario que permite distribuirte de múltiples modos. Me hubiera encantado que mi educación me hubiera preparado para un mundo líquido, cambiante, innovador y digital. No lo hicieron porque no era factible. Ni siquiera era probable. Nada hacía presagiar como serían los años noventa o el principio del siglo XXI. La ciencia ficción situaba a dos o tres siglos de distancia el mundo que ahora vivimos.
Mi hijo, iniciando la ESO, tiene claro qué quiere ser de mayor. Sin embargo, no lo será básicamente porque lo que ahora interpreta que puede ser su profesión seguramente será un desarrollo tecnológico automatizado quien lo ejecute. En su escuela lo forman bajo el precepto de que lo que le espera es previsible. No hemos aprendido nada. Que nuestros niños todavía asistan a clases de ‘informática’ es de aurora boreal. ¿Cómo será su mundo profesional? ¿Cómo se relacionarán personas, empresas y organizaciones en el año 2033 o 2038? No podemos saberlo pero deberíamos prepararlos para esa deriva para que extraigan beneficio. Una educación tecnológica y multidisciplinar que abrace el sentido de la disrupción, de la innovación y de lo imprevisible.
Cada año tengo esa sensación color sepia cuando llega el momento de comprar los libros de texto en papel. Sí, todavía se exigen. El motivo no sé si es educativo, cultural, económico, social o de insulto a la inteligencia colectiva. Un libro se puede descargar, actualizar cada año o a tiempo real, convirtiéndose en un concepto educativo sin principio ni final, más cerca de lo que va a ser el mundo en el que se van a tener que desarrollar nuestros hijos. Es sencillo crear contenidos digitales que se adapten al alumno y no alumnos que se adapten a un libro. Seguimos pensando con un prisma medieval en un mundo que está en plena erupción. No tenemos idea de cómo va a quedar la superficie tras esa lava en movimiento, pero lo seguro es que no se parecerá en nada al mundo que el sistema educativo actual dibuja en pizarras de exposición unidireccional.
Y es que esto nos lo debemos de tomar en serio. Quienes diseñan los programas, los que los transmiten y quienes los pagamos. O lo hacemos, o el pasado se nos llevará por delante sin haber visto ni tan siquiera el futuro. Es urgente que los que dicen gobernar y lo que aseguran quieren hacerlo, empiecen por definir una ley educativa capaz de resolver uno de los mayores problemas que puede tener la sociedad futura: la dura digestión de un futuro inminente, automatizado y sin el empleo que ahora ocupa al 50% de la gente.
¿Cómo vamos a preparar a nuestros hijos para un mundo sin el empleo tal y como lo conocemos? ¿Cómo los preparamos para que su modo de vida tenga que ver con la imprevisible textura que nos regala cualquier revolución tecnológica? Ellos son hijos de la tecnología más intensiva que jamás ha vivido la humanidad. No permitamos que desperdicien esa cualidad que les ha otorgado la historia. Permitamos que construyan el mejor mundo posible. Hagámoslo mostrándoles el valor que la tecnología nos concede para ser más humanos. Hagámoslo borrando nuestro modo de entender la educación y la preparación para el futuro.
Podemos intuir pero no saber. En seis meses todo lo que consideras que conoces lo puedes desconocer totalmente. La tecnología tiene como fin no sólo hacernos el trabajo más fácil sino, incluso, cambiar el propio concepto del trabajo tal y como ahora lo entendemos. Es obvio que los avances tecnológicos obligan a sustituir personas en muchos lugares por inteligencia artificial, robots y automatismos. Pero no deja de ser cierto que muchas empresas que abordan esa transformación con energía y estrategia decidida alcanzan pronto resultados muy positivos que les lleva a contratar más personas para nuevos espacios laborales que no existían hace unos meses.
Si no tienes más remedio que participar en una de esas tertulias de sobremesa en la que aparezca el tema de la educación de tus hijos, su futuro laboral o derivados, piensa que lo que es seguro es que nada es seguro. Considera que en el futuro lo que no sea susceptible de ser sustituido por un robot o por un software tendrá un valor incalculable. Estimula la formación de tus hijos en los valores humanos, en la creatividad, en la intuición, en la ética y en la socialización. A mi hijo yo le he recomendado que, a pesar de que le fascina la robótica, que lea poesía y que no deje de estudiar filosofía.
Así se lo recomiendo a él y así lo recomendé a esta mujer que se me acercó tras una conferencia. Os lo replico de nuevo porque representa muy bien lo que pienso y ejerzo profesionalmente. Ella me preguntó qué debía estudiar su hijo de 12 años. No tengo ni idea qué recomendar, pero lo interesante no es qué carrera estudiar sino el desarrollo de habilidades concretas que se puedan ejercer a partir de funciones insustituibles por un software, porque todo lo que no pueda ser automatizable tendrá un valor incalculable. Ella insistió.
¿Qué debería estudiar entonces? Y le dije algo que creo firmemente. ¡Que estudie filosofía! ‘¿Filosofía? Sí. Como la clave del futuro es la tecnología y sus avances empiezan a ser complejos de adecuar a nuestra vida, estoy seguro que la visión ética y moral que un filósofo podrá aportar, será demandada cada vez más en las empresas. Se quedó algo sorprendida y me hizo una última pregunta. ¿Qué libros le puedes recomendar? García Lorca o Dylan Thomas. ¿Poesía? Sí. toca reinventarse cada muy poco tiempo. Se acabó eso de ser lo mismo, en el mismo lugar y con las mismas coordenadas. Lo que nos quedará siempre es el valor añadido que supone ser humano. A medida que la tecnología vaya ‘deshumanizando’ mucho de lo que ahora contemplamos como tradicionalmente analógico, vamos a precisar ‘explicarles’ a las máquinas quiénes somos, qué esperamos, cómo consumimos y cómo sentimos. ¿qué mejor que la poesía para comprendernos como humanos?