La 'nueva normalidad' y el riesgo de 'nula privacidad'
Muchos aseguran que tras la pandemia vamos a vivir en un nuevo mundo y que va a cambiar nuestro modo de entender la propia existencia. Pero me temo que eso no va a ser así en términos generales. Poco a poco el ser humano tiende a su manera ‘media’ de actuar y pensar. Los cambios de comportamiento requieren mucho tiempo y sucesos más extensos en el tiempo. Sin embargo, hay detonantes que sí actúan de manera importante en algunos campos de la vida. Por ejemplo, en la adopción tecnológica esos cambios sí suelen ser rápidos. Mutaciones que se adelantan en la línea de tiempo sobre los cambios económicos y sociales. Esta crisis actual va a hacer más por la normalización de los robots y por la transformación digital que ningún plan estratégico anterior.
Hace unos meses, hablábamos de como la automatización y la robotización, amenazaban algunos de los comportamientos socioeconómicos mejor anclados en nuestro modo de vida. No obstante ahora, la adopción necesaria de mucha tecnología aplicada, lo ha acelerado de manera irreversible. Hasta hace bien poco, los robots de Boston Dynamics no eran más que una especie de ‘meme’ viral sobre la evolución sorprendente de la robótica de última generación, pero ahora ya podemos ver como uno de sus desarrollos comerciales, el robot ‘Spot’, una especie de perro robótico al más puro estilo ‘Black Mirror’ controla el distanciamiento social en los parques de Singapore.
Como digo, en Singapore, ya están usando uno de estos robots como si fuera una especie de supervisor a fin de velar por el cumplimiento de las normas de distanciamiento físico (no soporto el concepto ‘distanciamiento social’) en los parques de esa ciudad asiática. Para cumplir con esa función, el bicho eléctrico tiene instalada una cámara que le permite identificar esa medida. Aseguran que ese dispositivo no incumple con los requerimientos de privacidad de las personas pues no tiene permiso para grabar su recorrido.
No es un policía, se trata de una especie de agente de información que emite un mensaje recordando a los visitantes del parque que apliquen las medidas seguras de distanciamiento físico. Si la prueba resulta exitosa, NParks considerará desplegar a Spot en otros lugares de la ciudad. Además, como funciona de modo autónomo, no se necesitan patrullas humanas, lo que ayuda a minimizar el riesgo de contagios entre personas y su exposición al virus por si hubiera algún rebrote. Los datos que recogen este robot están centralizados para su consulta a tiempo real. Cualquier persona puede saber desde su teléfono móvil la densidad de visitantes que tiene un espacio público concreto y decidir si quiere o no arriesgarse al contagio. De locos.
También vamos a normalizar otras tecnologías por supuetso. Por ejemplo, Francia está utilizando la inteligencia artificial para verificar si las personas usan máscaras en el transporte público. Para ello el país galo está integrando nuevas herramientas de inteligencia artificial en cámaras de seguridad en el sistema de metro de París para verificar si los pasajeros usan máscaras faciales. El software, que ya se ha implementado en otras partes del país, comenzó una prueba de tres meses en la estación central Chatelet-Les Halles de París hace unos días. La startup francesa DatakaLab, que creó el programa, dice que el objetivo no es identificar o castigar a las personas que no usan máscaras, sino generar datos estadísticos anónimos que ayudarán a las autoridades a anticipar futuros brotes de COVID-19. De momento vamos con cuidado con eso de tentar a la privacidad. Veremos como acaba.
Este programa piloto es una más de las medidas que las ciudades de todo el mundo están introduciendo a medida que comienzan a desescalar los confinamientos previos. Aunque Francia, como España, inicialmente no animó a los ciudadanos a usar máscaras, ahora las ha convertido en obligatorias en espacios públicos. La introducción del software de inteligencia artificial para monitorear, y posiblemente hacer cumplir estas medidas, parece ser que será vigilada de cerca. La difusión del software de reconocimiento facial y vigilancia impulsado por este tipo de inteligencia artificial en China, ha preocupado a muchos defensores de la privacidad en Europa, Latinoamérica o Estados Unidos. No obstante, la pandemia es una amenaza y, por defecto, los gobiernos se sienten capaces de priorizar la seguridad médica por encima de la privacidad individual. Además consideran que por esa razón, los ciudadanos van a digerir mucho mejor cualquier medida de este tipo. Si nos fijamos, estamos aceptando casi sin rechistar el derribo de algunas de las barreras éticas que no hubiéramos permitido hace apenas tres meses. Parece que no tenemos otro remedio. Para pensar.
En DatakaLab insisten en que su software cumple con el Reglamento General de Protección de Datos de la UE. La compañía ha vendido todo tipo de análisis de video impulsados por inteligencia artificial durante los últimos años, utilizando la tecnología para generar datos en tiendas y centros comerciales que traducía en conocimiento sobre la demografía de sus clientes. Si te das cuenta la tecnología ya existía y se utilizaba, pero nunca fue para vigilarnos, sino para conocernos. Esto es lo que está cambiando. Y aunque la tecnología como la de DatakaLab solo es una prueba piloto, es probable que se convierta en un elemento básico de la vida urbana en el futuro cercano. A medida que los países comiencen a sopesar el daño económico de un bloqueo contra la pérdida de vidas causada por más infecciones por COVID-19, se ejercerá una mayor presión sobre las medidas de mitigación como las máscaras obligatorias.
El riesgo, el reto en definitiva, es comprobar si, aunque la pandemia ciertamente ha creado nuevos modelos de uso para la tecnología, no se convierta en una amenaza a los valores de privacidad o a la invasión de nuestra intimidad. El debate está sobre la mesa y no va a ser sencillo resolverlo. En los laboratorios más avanzados del mundo se están diseñando modelos de rastreo de contactos, vigilancia social y acción directa sobre el compromiso colectivo, para luchar contra el contagio masivo al saber que la inmunidad de rebaño está muy lejos y que a la vacuna aún le falta tiempo.
Un debate que no va a poder evitarse es el que resulta de analizar si el uso de la tecnología supera los patrones de privacidad y respeto a la intimidad. La ‘nueva normalidad’ tiene mucho de esto. De como esas tecnologías trabajan en el rastreo y tracking de contagios. El desafío es lograrlo en base al respeto de nuestro modelo social que tanto nos ha costado alcanzar. Los ejemplos se van a ir amontonando poco a poco y, siempre, tendrán un objetivo primario, luchar contra la pandemia, y, en ocasiones, uno secundario, vigilarnos.
Sigamos con los ejemplos. Una de las organizaciones sanitarias más grandes de Israel está utilizando la inteligencia artificial para ayudar a identificar quienes, de las 2,4 millones de personas que cubre el estuido, tienen mayor riesgo de sufrir complicaciones graves por COVID-19. Maccabi Healthcare Services afirma que este sistema, desarrollado junto con la compañía de inteligencia artificial Medial EarlySign, ya ha identificado al 2% de ese grupo, lo que equivale a alrededor de 40.000 personas. Después de identificarlas, esas personas se someterán a pruebas de diagnóstico por vía rápida.
Este es también un uso actual de la tecnología adaptada de otra anterior. La IA en cuestión es la versión rebozada de un sistema entrenado para identificar a las personas con mayor riesgo de complicaciones ante la gripe. Para dicho entrenamiento, los investigadores usaron millones de registros recopilados desde hace 27 años. Para realizar sus predicciones, el sistema se basa en una variedad de datos médicos, que incluyen la edad, el índice de masa corporal, trastornos de salud y los antecedentes de ingresos hospitalarios. Esa IA puede rastrear una gran cantidad de registros y detectar a las personas en riesgo de sufrir una infección problemática de un modo imposible de hacer en otra situación.
El uso de la inteligencia artificial para identificar a las personas vulnerables podría salvar vidas a la vez que vulnera de un modo importante la intimidad de las personas. Ese uso ‘justificado’ gubernamentalmente permite aislar a la población de alto riesgo alojándolos en espacios ‘free-covid’ para hipotéticamente no contagiarse en condiciones normales. El riesgo de recorte de libertades individuales es tan evidente que asusta. La excusa, en estos casos, se llama ‘asintomáticos’.
Pero introducir esa herramienta en otros países podría no ser tan sencillo. En Estados Unidos o en España, por ejemplo, los registros médicos se almacenan en muchos sistemas diferentes de atención médica lo que garantiza cierta complejidad para cruzarlos y resolver sobre la limitación de movimientos y la de incluir a grupos sociales en diferentes catálogos con diferentes niveles de libertad individual. Lo siguiente, te lo garantizo, será un esfuerzo ingente por parte de las administraciones en la creación de un único conjunto de datos que reúna la información de todos los pacientes de los grandes hospitales. Olvídate de ser propietario de tu historial médico, eso se va a compartir con quienes deciden distribuir la atención sanitaria. Quien sabe si esa atención dependerá de tu grado de aceptación en compartir tus datos. Pasaremos de pagar impuestos a pagar impuestos y datos.
Es obvio que la vida que conocíamos va a cambiar mucho. Con la excusa de llegar a ese término tan peligroso de ‘la nueva normalidad’ se esconde todo un entramado de control social. No digo que sea voluntario, tal vez es una deriva lógica al miedo de que el virus regrese y se expanda. Sin embargo, la víctima colateral se llama libertad y nuestra realidad social futura y de comportamiento colectivo tendrá mucho que ver en el modo en el que la tecnología se utilice finalmente. La tecnología no es negativa nunca, siempre es un avance. El problema es el modo en el que se utiliza y los límites que se esté dispuesto a superar. Si me apuras, las barreras personales que estemos dispuestos a aceptar que se derriben.
Seguirán las excusas. Dirán que debemos prepararnos para un mundo en el que pasaremos mucho tiempo sin tratamientos ni vacunas efectivas y que, para vivir en este mundo sin tener que estar confinados todo el tiempo, la única opción será la de permitir que nos vigilen. Para esa vigilancia existen múltiples desarrollos que hasta la fecha eran para conocernos comercialmente y que, ahora, pasarán a ser herramientas muy útiles en el rastreo. La diferencia radicará en las cláusulas que otros decidirán aceptar por nosotros. Se avecinan nuevas reglas de comportamiento y organización social y está por descubrirse si algunas de las cuales probablemente permanezcan mucho después de que la crisis haya terminado.
Si leemos lo que se cuenta por ahí, vemos que hay cierto consenso sobre cómo podría ser esa nueva normalidad. Se tratará de prácticas en el rastreo de contactos, monitorización de enfermedades, sometimiento a pruebas regulares a un número masivo de personas y a la creación de salvoconductos para personas inmunes. Es evidente que vamos a un escenario más cercano a un mundo orweliano que a la ‘vieja normalidad’. El problema es que hay un motivo para hacerlo y casi parece una obviedad que lo aceptemos. El desafío es conjugar esa privacidad que vamos perdiendo con una lucha eficiente contra el virus. A veces parece que nos encontramos en plena metáfora de la rana y el agua hirviendo.
Aunque este nuevo orden social parece impensable para la mayoría de los habitantes de los llamados países libres, cualquier cambio puede volverse normal rápidamente si las personas lo aceptan. En este caso hay un aspecto que suele ser clave. La sociedad no quiere incertidumbre, no soporta la indecisión. Por ese motivo, ante lo imprevisible del futuro, de un modo general se prefiere una norma impositiva que las dudas políticas. Por ejemplo. Muchos pensamos que un pasaportes de inmunidad podría sonar discriminatorio para los que hayan ejecutado correctamente todos los elementos de seguridad ante los contagios. Sin embargo, repetido adecuadamente desde la administración, al final parecerá un seguro de vida para todos y un bien común. La realidad sería otra, pero se vendería bien en términos generales. A eso vamos.
Y ahora viene el mapa de seroprevalencia. En teoría algo anónimo que se utiliza a nivel estadístico. Se trata de un análisis de datos a nivel nacional para comprender mejor cómo se propaga el virus y detectar las zonas de alto riesgo que podrían necesitar más test, recursos médicos u otra cuarentena. Pero curiosamente nadie nos explica que hay otros modos de hacerlo sin tener que ir analizando uno por uno a los ciudadanos de cualquier zona. Para medir la prevalencia del virus sin espiar directamente a las personas podría ser el registro colectivo de información mediante las páginas web como COVIDnearyou.org, deducciones por el volumen de búsquedas de Google sobre los síntomas de COVID-19 en diferentes sitios, o incluso buscar el virus en muestras de aguas residuales.
Estaría bien que, en lugar de discutirse e insultarse en el Congreso de los Diputados, nuestros dirigentes deberían iniciar un debate serio de como van a usar nuestros datos y hasta que punto van a violar nuestra intimidad. Ese debate es mucho más importante que otros que se suceden pornográficamente cada quince días. Se de be iniciar un debate detallado sobre cómo se van a usar los datos de las personas con la excusa del bien común. En todo ese debate se tiene que proteger al individuo, llevamos mucho tiempo construyendo esa realidad y esa privacidad.
El virus pasará. Tendrá, o no, otras oleadas con mayor o menor intensidad. Los sistemas sanitarios y los modelos de seguimiento están mejor preparados. La conciencia social es mucho mayor y nuestra educación para auto protegernos ha aumentado considerablemente. La crisis económica caerá a plomo sobre todos nosotros. Sin embargo, todo pasará. Lo que tal vez no regrese a un punto anterior sea la agresión absoluta a nuestra libertad individual, a nuestra privacidad y a la intimidad. El desafío estará en no conjugar una nueva normalidad que en realidad debería definirse como ‘nula privacidad’. Debemos aspirar a recuperar la vieja normalidad en lo bueno y desestimar lo malo. Un nuevo mundo pide ser construido, no la caguemos.