Cuándo todo cambia, el que cambia casi siempre gana y el que no cambia, siempre pierde.
Los humanos tenemos una vieja costumbre de convertir los productos de utilidad en productos decorativos, por lo que tal vez sea inevitable que las máscaras faciales se conviertan en accesorios de moda después de esta pandemia ¿Quién sabe? Es más, donde hay moda, también existe el potencial para el lujo. Dentro del mercado de las máscaras, ha surgido un pequeño segmento de alta gama en forma de máscaras de diseñadores caros y estilos codiciados que se comercializan con una prima en los sitios de reventa. Es factible reinventarse, ese es el discurso que viene. Esa va a ser la cantinela oficial, el estribillo de ‘todos podemos’, ‘reinventa tu negocio’ o, peor aún, ‘la oportunidad que ofrece esta crisis’
Los humanos tenemos una vieja costumbre de convertir los productos de utilidad en productos decorativos, por lo que tal vez sea inevitable que las máscaras faciales se conviertan en accesorios de moda después de esta pandemia ¿Quién sabe? Es más, donde hay moda, también existe el potencial para el lujo. Dentro del mercado de las máscaras, ha surgido un pequeño segmento de alta gama en forma de máscaras de diseñadores caros y estilos codiciados que se comercializan con una prima en los sitios de reventa. Es factible reinventarse, ese es el discurso que viene. Esa va a ser la cantinela oficial, el estribillo de ‘todos podemos’, ‘reinventa tu negocio’ o, peor aún, ‘la oportunidad que ofrece esta crisis’
Todo es cierto, es real que una crisis, por enorme que sea, puede convertirse en un punto de inflexión y se puede aprovechar su intensidad para tomar un impulso distinto y hacia otra dirección. Una dirección mejor. Pero para que eso suceda hay que hacer algo, algo que va más allá de la capacidad de las personas, de las empresas, de los proyectos. Es imprescindible que se planteen políticas activas que permitan esa reactivación, reinvención e innovación. Penalizando la tecnología o presionando sobre la recuperación del empleo de menor valor añadido, peor pagado y dependiente de los ciclos positivos no se logra. Seguir conjugando el verbo ‘reconstruir’ no vamos a mejorar nada, no vamos a aprovechar esta oportunidad histórica y la vamos a convertir en una nueva y más profunda recesión. Lo peor es que, a los países que no interpreten este momento adecuadamente, la historia los juzgará obligándolos a descender de categoría.
El verbo no es ‘reconstruir’, el que debemos conjugar es el de ‘reiniciar’. El sistema operativo no podemos cambiarlo, como mucho actualizarlo. El software sigue siendo el mismo, pero en nuestro computador existen cadenas rotas, archivos que ralentizan nuestro sistema y, múltiples fotografías repetidas. Si lo reiniciamos es factible construir algo nuevo y no rehacer lo que ya no iba bien o no iba a ser competitivo en el futuro. No hacerlo es como si tuviéramos una copia de seguridad, un backup de lo que funcionaba, para volver a instalarlo sobre las cenizas de esta gigantesca crisis.
Y es muy sencillo entender lo que viene. De hecho tenemos la hoja de ruta redactada. Se trata de lo que iba a pasar en cinco años, en diez, que ahora pasará en cinco meses, en un año. La robotización de todo se ha iniciado a una velocidad que pocos detectan. La automatización de casi todo acelera. Mientras tanto unos siguen pensando que hay que recuperar el empleo en suspensión a medio plazo, otros están definiendo el futuro de un modo muy distinto. Los países que han estructurado un escudo social dependiente de ERTEs (Expedientes de regulación de empleo temporal) o por el Ingreso Mínimo Vital, no están pensando en una economía futura más tecnológica, más eficiente y competitiva. El motivo es claro y respetable: primero demos empleo, que la gente pueda vivir, luego ya veremos.
El problema radica en lo que supone hibernar el empleo, intervenir el mercado laboral con un artilugio administrativo como los ERTEs, que estaba pensado para utilizarse durante 15 días, perpetuado en el tiempo. Manteniendo este recurso la herida no hace más que crecer. No se está presionando al tejido productivo y empresarial para que se adapte a la economía del futuro inmediato, una economía de escaso contacto, más estrecha. Los patrones de demanda de los ciudadanos van a cambiar y el tejido de producción económico deben cambiar también, no hay otra. De ahí que mantener esta intervención tan radical de la economía en muchos países lo único que hace es, desde lo público un desgaste de deuda brutal, y desde lo privado, un retraso evidente de actualización de negocios. Ambos efectos son muy tóxicos y de no retorno.
Las empresas deben asumir que van a vender menos. Sin embargo, vendiendo menos se puede ganar más, pero para ello hay que ponerse ya en marcha. Hay que detectar las oportunidades, identificar los procesos y acelerar la transformación digital. No la de Zoom y Whatsapp, hablo de la transformación digital de verdad. Los negocios de hace unos meses que eran exitosos, hoy pueden ser obsoletos, irrealizables e invendibles. Mantener este tránsito anestesiado por la ‘crisis’ lo rompe todo. Si la economía no se adapta a lo que viene, si las empresas no tienen presión para hacerlo y los trabajadores no sienten la urgente necesidad de entender un nuevo mercado, esto se va a convertir en el mayor lodazal que hayamos visto cuantos estamos vivos.
Un ejemplo entendible. Si esta crisis se estuviera produciendo en otro momento y por otro motivo, habría un tipo de fabricante y de un producto determinado que estaría frotándose las manos. Históricamente, cuando se avecina una crisis económica se disparan las ventas de pintalabios de color rojo. Hay múltiples teorías al respecto, pero parece ser que tiene mucho que ver con una instintiva reacción de contención del gasto. Parece ser que en el caso de las usuarias de este tipo de complemento, en momentos de recesión, deciden suprimir de sus compras productos más caros como zapatos o ropa y lo sustituyen por algo más accesible que responda al mismo motivo estético. Un pintalabios no sustituye a unas botas, pero si funcionan con un objetivo similar. El color rojo, además, según algunos fabricantes responde a su versatibilidad y precio como la mejor opción. Pero esta vez no va a ser así. Resulta que ese producto recurso en épocas de crisis, no puede ser el sustitutivo de nada en tiempos en los que su efecto queda bajo una mascarilla de seguridad sanitaria. De ahí que las ventas de pintalabios se ha desplomado en todo el mundo. Los gigantes de la cosmética se han visto sorprendidos por una recomendación u orden, según el caso y país, de llevar mascarilla.
Por eso, en países con el mercado laboral intervenido, a los fabricantes de pintalabios no se les ejerce presión sobre su modelo laboral, productivo y organizativo. Nadie puede garantizar que el mercado volverá a ser el mismo en el futuro. Esperar a que eso suceda no ayuda. Esperar nunca ayuda. El cloroformo es muy tóxico en economía. Es preciso que la presión laboral se produzca sobre las empresas y la presión empresarial sobre las administraciones. En Dinamarca las ayudas no fueron destinadas a los trabajadores, fueron a las empresas que tuvieron que diferirlas a cubrir los sueldos de los trabajadores en empresas que sufrían la parada de la economía. El resultado es una urgencia por poner en marcha la innovación y los modelos de producción tecnológica. Donde no hay presión no hay innovación.
Para terminar. El gran desafío no es recuperar el empleo perdido, ni tan siquiera volver a tener el turismo a pleno rendimiento. Tampoco es recomponer el modelo de crecimiento anterior. Ni proteger a desempleados, ni rentas básicas, ni nada. El gran reto es, y pronto volveremos a ver como se aparece en su total virulencia, la robotización de la industria, la automatización de los servicios y la sustitución de empleos en múltiples campos. La llegada intensa y sin miramientos de la inteligencia artificial y la gestión masiva de datos, se va a llevar por delante mucho de lo que, ahora, se pretende proteger artificialmente.
La urgencia no es el escudo social y ampararse en él. Lo urgente es recuperar el debate y el proyecto, si lo hubiere, acerca del futuro del empleo. No veo a nadie pensando en pasado mañana. Sólo veo discursos alejados del problema. Una vez la economía empiece a poder comparar cifras y, estéticamente, proporcione comparativas de crecimiento lento pero constante, en menos de dos o tres años, nos explotará frente a las narices algo que íbamos a denominar ‘quinta revolución industria’ y que, de no hacer nada, le llamaremos ‘la crisis de los robots’. Esta pandemia nos ha dado un toque de atención brutal, equivocar el diagnóstico puede ser peor a medio plazo que la consecuencia inmediata.
Una economía congelada por decreto precisa una congelación de impuestos
Que ha llegado una catástrofe económica sin modelo comparativo anterior parece evidente. Que las medidas que los distintos gobiernos están adoptando para amortiguarlo son diferentes en cada caso, también. Las estrategias que se pongan en marcha ante este monstruoso escenario determinarán el modo en el que cada uno salga del agujero y en cuánto tiempo lo hará. Unos han optado por utilizar el extintor de la deuda sobre cada foco que prende y otros han decidido estructurar soluciones más amplias.
Que ha llegado una catástrofe económica sin modelo comparativo anterior parece evidente. Que las medidas que los distintos gobiernos están adoptando para amortiguarlo son diferentes en cada caso, también. Las estrategias que se pongan en marcha ante este monstruoso escenario determinarán el modo en el que cada uno salga del agujero y en cuánto tiempo lo hará. Unos han optado por utilizar el extintor de la deuda sobre cada foco que prende y otros han decidido estructurar soluciones más amplias.
Dinamarca, por ejemplo, ha alcanzado un acuerdo con sindicatos y patronales para mitigar el problema laboral y que el mayor número de empresas permanezcan vivas cuando todo esto amaine. Para ello, en lugar de garantizar que cualquier expediente de regulación temporal de empleo se conviertan en definitivos, han decretado con carácter retroactivo que el Estado cubra el 75% del sueldo de los trabajadores de aquellas empresas privadas que, por culpa del coronavirus, planeen recortar su plantilla si se comprometen a no despedir a nadie por motivos económicos. En la medida hay letra pequeña en cuanto al número de empleados, tope salarial e, incluso, de cubrir el 90% en aquellos trabajadores que ejerzan su empleo por horas.
Dinamarca defiende con esta medida, a diferencia de los ERTEs rápidos que se han definido en España, es que las empresas reciben la ayuda directa, las nóminas están aseguradas y el empleo futuro también. Con ello buscan mantener el poder adquisitivo de los trabajadores, minimizar el coste relativo para las empresas y, una potencial activación del consumo posterior al no haber riesgo de pérdida de empleo. Según los daneses, los ERTEs no garantizan la recolocación tras la crisis.
Es cierto, y cabe destacar, que Dinamarca tiene una deuda pública que ronda el 34% y España el 97% por lo que algunas medidas sólo son factibles desde el ámbito público con cuentas saneadas. El problema es que las cuentas deben sanearse durante el proceso de salida de la crisis pues, a medio plazo, se debe financiar igualmente y, sin trabajadores cotizando y trabajando, va a ser mucho más difícil.
Otra diferencia notable es la que tiene que ver con autónomos y microempresas. En Dinamarca, si registran una caída de los ingresos del 30% o más, directamente podrán recibir una compensación del 75% de estas pérdidas en base a unos criterios de topes y máximos justificables. En España son más de 3 millones los autónomos que ayer, puntualmente, facturando cero euros vieron como se les ha cobrado su cuota mensual. Abandono y cero empatía con uno de los colectivos en el que se sujetó la anterior salida de la crisis. Aunque poner como ejemplo sólo a Dinamarca no es suficiente. Francia pondrá 300.000 millones de euros a disposición de sus negocios para garantizar que reciban créditos y evitar su cierre y asumirá el pago de los créditos bancarios de las empresas. Y es que Francia, a diferencia de España, ha entendido lo que supone dejar a la intemperie a los autónomos. De ahí que han decretado la suspensión generalizada de todos los pagos de impuestos y cotizaciones sociales, las facturas de agua, luz y gas, así como los alquileres. Además, contemplan que los autónomos puedan disponer de un ‘fondo de solidaridad’ financiado con recursos públicos para los que caigan en el intento.
Aún hay más. El Gobierno de Reino Unido ha decidido extender a los autónomos la protección del 80% de salario, con la aprobación de un esquema de protección pensado especialmente para trabajadores por cuenta propia. Para el cálculo de la cuantía que le corresponde a cada autónomo, el Gobierno empleará la media mensual de sus ingresos durante los últimos tres años. La protección salarial se extenderá durante tres meses a partir de junio, pero el ministro británico aseguró que se extenderá en caso de que sea necesario. Lo mejor, es que, además, los autónomos que reciban esta ayuda podrán seguir desempeñando su actividad con normalidad. La idea es que quieren cubrir la misma cantidad de ingresos a los autónomos que la que están cubriendo a los trabajadores por cuenta ajena. Brutal. Es posible.
Pero volvamos. España tiene un plan de reconstrucción, Dinamarca de reactivación. La semántica importa. El ministerio de economía escandinavo asegura que ‘la experiencia demuestra que, en cualquier crisis, si se mantiene el contrato entre empresa y trabajador, es más fácil volver a la normalidad cuando los problemas desaparecen’. Desvincular esa relación, aunque sea temporalmente, suele dejar un solar vacío. Ya lo hemos vivido. La idea es que las empresas mantengan su fuerza de trabajo intacta con este vínculo. A esto se le llama ‘contador cero’ en el ámbito laboral, asumiendo que no se factura por imposición. Digamos que, aunque realmente se ha parado la economía, el efecto no sea el de pararla sino el de ‘hacer pause’.
No se puede decretar la congelación de la economía y no congelar también el sistema tributario. Vivimos un proceso destructivo inédito con soluciones que se desconocen o comparables. Por eso, aunque Dinamarca tome medidas distintas, también sufrirán. El asunto es saber a que velocidad y con que costes saldremos nosotros u otros.
Es importante recordar que España era un país que ya no creaba empleo, que parte en esta crisis con 3,2 millones de parados, con una pendiente revolución tecnológica que no llegó a tiempo y con una dependencia de sectores cíclicos vinculados a que todo ‘vaya bien’. No podemos comparar nuestro país con Dinamarca, cierto, pero si podemos inspirarnos en algunos aspectos si se demuestra que uno de nuestros mayores problemas, el empleo, se puede salvaguardar.
Tengamos en cuenta que el gobierno español dice que va movilizar el 20% del PIB para luchar contra la crisis del coronavirus. Es exigible, obligatorio, que esa ingente cantidad de dinero, venga de donde venga o se garantice como se garantice, no se derroche en parches, en medidas relativas o tácticas. Debemos pedir que se establezcan de un modo que permita mantener el empleo y modernizar nuestro modelo de crecimiento o será imposible retornar esa deuda jamás. Y el futuro no sólo depende de que ahora se haga algo, sino que lo que se haga sea eficiente y modernice nuestra estructura industrial y económica.
A todo esto suponiendo que los 200.000 millones, ese 20% del PIB, realmente lleguen a donde deben llegar. El presidente Sánchez habló el 17 de marzo de ‘movilizar la mayor cantidad de dinero jamás hecha para luchar contra el coronavirus’. Y tengo mis dudas de que eso sea el efecto final. No es un dinero que se vaya a pedir prestado al BCE con un interés privilegiado y un plazo de pago asumible. Un dinero que no irá directamente a pagar los salarios de la gente que ya sabemos están perdiendo y perderán su trabajo, para garantizar que las empresas no quiebren, para exonerar impuestos, pagar hipotecas, alquileres, ayudar a autónomos, dotar al sistema sanitario de medios y aguantar el batacazo provocado por paralizarlo todo.
Pero así no ha sido. En realidad solo ponen 17.000 millones. El resto son avales y créditos al sector privado. Es decir, el gobierno no pondrá el dinero, solo te avalará en el caso que un banco decida darte un crédito que, obviamente, deberá analizar si estás en condiciones de pagar. Tela. Si la empresa no quiebra y paga el crédito, el gobierno no pone un céntimo. Es realmente retorcido. Brillante a quien se le haya ocurrido por otro lado.
Y se entiende no obstante. Como en 2008, España volverá a negarse a un rescate. La lógica nos dice que en el próximo año los Gobiernos emitirán la mayor cantidad de deuda pública de la historia y aquellos países muy endeudados y con escasa credibilidad fiscal como es el nuestro tendrán problemas para financiarse. Eso lo sabe muy bien la ministra Calviño, buena conocedora del sistema europeo, por lo que se ha presionado en cuidar la liquidez. El ‘cash’ será el rey y un aval de 100.000 millones no consume liquidez y te permite quedar muy bien.
Y si hay algo que realmente podría ayudar a las empresas, grandes, pequeñas, autónomos e individuos particulares, es aligerar el peso tributario. No aplazar, exonerar. El gobierno no tiene la culpa de la crisis, cierto, pero si puede tener la responsabilidad de gestionarla con el culo. Tampoco tienen culpa las empresas y autónomos, y menos las personas asalariadas. No se les puede pedir que sin poder facturar ‘por ley’ se les pida cumplir con los pagos ‘de la ley’. Se debe exonerar en el tiempo esas obligaciones tributarias o se ahogarán. El 90% de las empresas de este país es una micro-empresa que viven con un colchón financiero muy reducido. Si ese colchón es para pagar impuestos la regla de tres da un cero absoluto, en empleo sobretodo.
Ese 20% del PIB debe servir para retener el valor de la empresa actual, salvaguardarlo todo, con un paréntesis tributario, no un aplazamiento, un pause absoluto y una espera que garantiza ese dinero para reactivar el proceso productivo. Pero a cambio, de momento, España será el único país de su entorno que no tocará los impuestos ante la crisis del coronavirus. Se resisten a hacerlo. Solo han establecido un pequeño aplazamiento para casos muy concretos y por eso hacienda no perdonará ni un euro a los contribuyentes sea cual sea su situación. Solo establecen un aplazamiento automático de deudas tributarias. Un grano de arena en un desierto inmenso.
No sólo Dinamarca, otros países como Alemania, Italia, Austria, Bélgica, Portugal, Finlandia, Noruega, Grecia, Luxemburgo, Rumania, Eslovaquia, Lituania, China, Rusia, Singapur, Australia, Nueva Zelanda, Indonesia, Malasia o Costa Rica han optado ya por diferir los plazos para presentar autoliquidaciones tributarias por impuestos sobre la renta o por IVA y han introducido incentivos fiscales relevantes para otorgar liquidez a las empresas. Aquí, la ayuda fiscal solo está presente en algunas exoneraciones menores por parte de ayuntamientos en la medida que pueden y son competentes.
Lo que decimos es que se active un ‘estímulo tributario’. Se trata de reconocer que este momento no tienen nada que ver con nada visto hasta la fecha. De que parar la economía obligatoriamente no se puede trasladar a las empresas pues no tienen margen de acción y algo hay que hacer para que no se derrumben. Que en la política fiscal es donde hay una herramienta muy poderosa cuando ya has aceptado que vas a endeudarte como nunca antes.
En resumen, la salida de la crisis en una hipotética ‘V’, ‘U’ o ‘raíz cuadrada’ difícilmente se podría haber producido, pero mucho menos con estas medidas. A lo que vamos es a una ‘L’ larga. El turismo, el entretenimiento, la industria o los componentes precisarán mucho tiempo para recuperarse, el empleo no se activará de manera automática y las pymes y los autónomos caerán como moscas al no poder incorporarse al flujo económico ahogados por deudas y créditos gracias a las moratorias y flexibilizaciones. El único flotador que les ofrece el gobierno. Cuando llegue el momento de pagar ese salvavidas no habrá nada con lo que hacerlo.
Estamos en caída libre. El PIB caerá, aquí, casi un 10%. Insalvable sin medidas más globales y dejando todo a la inercia de los parches que se están anunciando tras cada consejo de ministros. Una calamidad. El desplome va a ser de tal magnitud en inversión, consumo, exportaciones e importaciones que ni el gasto público lo va a poder activar. A esto le sumas que, detrás de medidas cosméticas, no hay una defensa real del empleo. Se trata de paquetes temporales, nada es estructural o que permita soporta el empleo desde las empresas.
Y si el paro llega al 35% cuando se sumen los ERTEs convertidos en EREs, los vencimientos de contratos temporales y los despidos inevitables a medio plazo. Se calcula que cerca de un millón de empresas van a cerrar si no se actúa directamente en ellas. No se trata de liquidez por crédito, se trata de exonerar obligaciones y poner la economía bajo un paréntesis que ha sido, por otro lado, obligado por la crisis sanitaria. Si nos piden congelar nuestras empresas, deben congelar las obligaciones tributarias. Sin ese matiz, todo lo que se está haciendo va a ser un bucle negativo.