Luces y sombras del crecimiento del sector turístico en 2016.
En la semana que Fitur presenta unas cifras impresionantes sobre la actividad turística española. La cifra de negocio alcanzó algo más del 11% del PIB en 2016. En concreto, un crecimiento de casi un 5% con respecto al año anterior. A primera vista una muy buena noticia para una economía que depende especialmente del sector turístico. Una factura total que alcanzó los 125.000 millones de euros y que estimularon la creación de 80.000 nuevos empleos. De este modo ya son 2,5 millones de trabajadores en total. Vamos bien.
En la semana que Fitur presenta unas cifras impresionantes sobre la actividad turística española. La cifra de negocio alcanzó algo más del 11% del PIB en 2016. En concreto, un crecimiento de casi un 5% con respecto al año anterior. A primera vista una muy buena noticia para una economía que depende especialmente del sector turístico. Una factura total que alcanzó los 125.000 millones de euros y que estimularon la creación de 80.000 nuevos empleos. De este modo ya son 2,5 millones de trabajadores en total. Vamos bien.
El crecimiento de la demanda extranjera se ha traducido en el desembarco de más de 75 millones de turistas. Sin embargo, lo que se dejan todos ellos en nuestro país ha caído un 3% de media. Una caída que lleva un lustro sucediendo de manera continuada. Más turistas, más ingresos totales, más empleo, pero menos gasto por cliente. La factoría turística ibérica cada vez es más atractiva para un cliente ‘low cost’, que prefiere pasarse unos días por aquí con apenas 700 euros de media, y menos para los que en su hoja de visita había un gasto sostenido y de calidad.
Que el turismo tiene que repensar el valor añadido que aporta es más urgente de lo que las cifras grandilocuentes ofrecen. El turista viene más pero se queda menos. El coste de transporte excepcionalmente bajo por el precio del petróleo, el crecimiento de algunos países con nuevos turistas, la hipotética recuperación del mercado interno y la poca estabilidad o seguridad de la competencia, no han hecho más que estimular ese envoltorio de celofán.
El riesgo de un estornudo global es enorme. Todo el sector confía en que va a seguir creciendo, siendo cada vez más importante en el cómputo de la factura bruta nacional y creando mucho empleo. Es más que revisable que esa recuperación del sector esta sujeta a una competitividad relativa, lejos de lo que la estructura económica española debería de ser en nuestro entorno económico.
En la otra cara, un sector que en el último año también ha rebasado el 10% del PIB es el biotecnológico. Una industria que apenas ocupa a 190.000 personas y factura más de 100.000 millones de euros, vinculado al futuro, al cambio de modelo productivo y a la conquista de un futuro al que vamos a tener que enfrentarnos más pronto que tarde. Hace apenas siete años sólo era el 3% de la economía española.
Es evidente que la apuesta por sectores de futuro que se alejan de la manoseada ‘recuperación’ es una opción imprescindible. Una visión simple del futuro que se avecina nos muestra un mundo automatizado, robotizado y cuyo empleo será menos masivo. Insistir en sectores que, en cualquier imprevisto, destruyan centenares de empleos imposibles de reconvertir, es muy peligroso.
Un mundo inminente que ya se divisa por el horizonte y que no parece reservar mucho espacio a modelos económicos dependientes de sectores sin valor añadido. Un futuro que habla de pensiones en riesgo, sociedad del bienestar en jaque y modelos productivos obligados a vivir una disrupción inevitable. Una disrupción que también vivirá el sector turístico. Es cuestión de tiempo. Poco tiempo. La competencia está por todas partes y dispara desde todas direcciones. Cualquier elemento imprevisto puede cambiarlo todo rápidamente. La automatización y la adaptación al mundo del dato, la robotización y la inteligencia artificial serán su muro de contención. Si no se transforma absolutamente la pérdida de peso en la economía nacional, supondría una catástrofe laboral similar a la vivida recientemente con el sector inmobiliario.
Sin una industria de recambio el futuro es complejo. Debemos ir pensando en qué modelo social y económico, de salvaguarda de derechos y servicios, vamos a soportar como sociedad. La oportunidad, como demuestra el sector ‘biotech’ está trazada. Las buenas noticias de cualquier sector son siempre bienvenidas. Acomodarse en ellas sin profundizar en lo que pueden suponer en el futuro inmediato ya sabemos cómo acaba y lo que tarda en digerirse.
Cortocircuito social
Escribo camino a Los Ángeles para cerrar un importante acuerdo. Lo hago pensando en lo que se avecina. Hace años comenté que por el horizonte se avecinaba una enorme bola de mierda. Poco después hablé de quiebras bancarias, cierres de empresas y aumento de paro que multiplicarían por cinco los que había entonces. Más tarde empecé con lo de que la cosa se ponía fea en los circuitos bancarios, en los ayuntamientos y derivados. Ahora todo eso es ya una evidencia y el peso de lo cotidiano es tan alto que no podemos ni respirar. Hoy no voy a hablar de emprender, ni de huir, ni de internacionalizar, ni de redes sociales, ni de nada. Lo volveré a hacer mañana, hoy estoy bajo de moral.
Esta noche he hablado con un amigo en Grecia que dirigía una de las empresas más importantes de Tesalónika. Ahora se dedica, tras desayunar en casa de su madre, a tirarle piedras a cualquier coche oficial que pase frente suyo. Lo hace en equipo y rodeado de parados y embargados cada día durante cuatro o cinco horas. Como uno tiene amigos en medio mundo a veces hago la ronda para ver como andan. Ayer hablé con otro amigo, este portugués que vive en Oporto. Me describía su vida. Nadie mueve dinero, crece el trueque y los parados no se ocupan por no tener que facturar con el 24% de IVA que ahora les imponen. Quien sabe cocinar cocina a quien sabe cortar el césped, y éste se lo corta a quien tiene ropa que vender. Poco a poco se está desintegrando el modelo tradicional del capital y el valor asignado. Resulta que como no se puede pagar a los funcionarios, éstos se están convirtiendo en inspectores que lo inspeccionan todo para generar multas que subvencionen sus propios puestos públicos. Una cadena que sólo conduce al desastre.
En España las cosas no serán muy distintas me temo. Ahora ya sabemos que las elecciones serán en noviembre. No lo serán por un aspecto político, ni tan siquiera por que la evidente pérdida de sintonía entre el PSOE y la ciudadanía sea insoportable, que tampoco es para tanto, sino porque la segunda fase y definitiva del deterioro del modelo económico español se acerca irremediablemente. De acuerdo que “no nos dejarán caer”, seguramente no veremos la evidencia de la suspensión de pagos de la mayoría de organismos públicos, pero si notaremos la estrechez financiera.
Que hay que emprender, fijo, que hay que pensar en hacerlo fuera, lo recomiendo, pero que independientemente de eso vamos a asistir a la deconstrucción de una sociedad que se alimentaba de sus propia desidia y de sus márgenes comisionados también. Emprendiendo uno se enfrenta al sistema e incomoda al establishment también. Bienvenidos a la era de los recortes y de los pagos tributarios.
Hace unos días me confesaba un directivo de una entidad financiera española: “si la gente supiera la verdadera liquidez que tiene el sistema no se lo creería”. Y a todo eso la gente salió a la calle y se habló mucho de ello. Ahora algunos regresaron a sus ordenadores, otros a sus reuniones de barrio y la mayoría a un limbo líquido donde se regeneran las pasiones. Veremos en breve como todo esto del 15M y ahora 19J no era más que una mota de polvo que empezó a matizar un modelo social que va a tener que escuchar si o si a grupos sin portavoces ni líderes. El nuevo modelo requiere a los de dirigentes de siempre aunque ahora muchos digan que “han escuchado al pueblo“. Los indignados sólo es gente harta, exhausta de tanta humillación y en pleno proceso de recuperación de sus sueños.
Os dejo con el video que emitió hace pocos días France 2 sobre todo esto. Lo han subtitulado, pero os recomiendo que escuchéis el tono y la frecuencia de la voz en Off. Mañana volveré a intentar dar las claves de cómo tirar para delante, pero hoy no he sido capaz. Por mucho que hagamos el agujero es tan profundo y oscuro que nos engulle inapelablemente. Les pasa a irlandeses, griegos y portugueses y nos va a pasar a nosotros, a los italianos, belgas y derivados. En ese planteamiento de incerteza siniestra hay que poner los tacos y preparar el punto de partida.
España es budista
La línea que separa a los políticos de la legitimidad para decidir en nombre del pueblo soberano es muy delgada, tanto que, incluso en las democracias, en ocasiones se rompe o se difumina y acaba por desaparecer. Es necesario que en los Estados democráticos permanezcan engrasados los sistemas que vacunan de vicios de los que suele adolecer el poder. Cuando estos mecanotransmisores no funcionan correctamente el mal se hace crónico.
La corrupción, ahora urbanística y política, se ha instalado entre nosotros. Y lo ha hecho en gran medida por la desgana y la miopía social de nuestro tiempo. No hay día que no aparezca un nuevo caso y sin embargo lo observamos con naturalidad. Nuestra sociedad posee un extraño mecanismo por el que consigue olvidar las cosas negativas o que le sonrojan con una velocidad espantosa. Por ejemplo: ¿Siguen llegando cayucos a las costas canarias?, ¿ha muerto ahogado algún inmigrante en busca del dorado últimamente?, ¿los jóvenes que fueron abandonados a su suerte en las calles de Barcelona ya han podido regularizar su situación? Las respuestas las conocemos, pero ahora solo aparecen en las paginas interiores y en algún dominical con remordimientos. La verdad es que siguen llegando barcazas atestadas de personas sin nombre, solo que ahora tienen menos posibilidades de alcanzar la costa canaria. Aun se lanzan en un intento suicida centenares de subsaharianos esperando ser, irónicamente, como nosotros. Los abandonados en la moderna Barcelona recibieron en agosto un bocadillo y un papel donde podía leerse: “disculpe, pero usted no existe”.
Ese mecanismo humano y moderno que facilita olvidar lo que duele o sabe mal, pero sin embargo permite recordar con exactitud los nombres de la puta que dice haberse acostado con un conde cualquiera, es al que me refiero. La corrupción es uno de los elementos que nos lleva al choque de trenes, al colapso económico más que previsible y, sin embargo, muy pocos están reaccionando. Vivimos en un país budista donde los problemas se presentan relativos, como de otro estado o dimensión. En navidad a comprar, en enero a aguantar, en febrero a pagar los recibos de la visa y en marzo a preparar la salida de semana santa. Siempre igual. Nunca para. Sin embargo nuestro mundo ya no gira como antes, el sentido está cambiando y nadie habla de 2008. Las empresas y los directivos hemos establecido lo que parece una barrera que se presenta insalvable. El año 2008 y 2009 aparecen sombríos en el horizonte.
Cuando la crisis llegue, que llegará, habremos concluido que los mangantes se metieron como piojos en las costuras del sistema, medraron a costa del contribuyente y nos devolvieron un país expoliado. No será cierto. Por lo menos solo lo será en parte. Todos habremos participado del desastre mirando hacia otro lado tanto tiempo, creyéndonos ricos porque nuestros pisos valían 4 veces mas que hace unos años. Los pesimistas gozan de una buena reputación, pero también se equivocan. Espero equivocarme pero nos esperan años grises de puré de guisantes manoseado, de fango y meadas por las esquinas, de ultraderecha populista y de chivatazo, de falta de oportunidades y de aterrizaje forzoso. España, como dijo ayer el “Wall Street Journal” pronto volverá a su mediocridad estructural.