Las pensiones del futuro dependen de la Transformación Digital de nuestra economía.
El gobierno ya no tiene caja para pagar la cuota extra de las pensiones como adelantó. Ya lo dijo y el que avisa no es traidor. De hecho, la decadencia del poder adquisitivo de los pensionistas futuros es ya una previsión innegable. Se va a ir reduciendo como se establecieron y, por el contrario, no parece que se esté trabajando seriamente en la contraprestación de servicios públicos que puedan amortiguar esa situación.
El gobierno ya no tiene caja para pagar la cuota extra de las pensiones como adelantó. Ya lo dijo y el que avisa no es traidor. De hecho, la decadencia del poder adquisitivo de los pensionistas futuros es ya una previsión innegable. Se va a ir reduciendo como se establecieron y, por el contrario, no parece que se esté trabajando seriamente en la contraprestación de servicios públicos que puedan amortiguar esa situación.
Para garantizar las pensiones en este país la tasa de desempleo no debería estar por encima del 6% en los próximos años o será insostenible. Ese es el gran desafío. Es desesperante contemplar como pasan los días y los años y el plan para afrontar ese riesgo no es más que un conjunto de improvisaciones que asustan. Para llegar a un casi pleno empleo en un país como España el modelo de crecimiento debe cambiar de un modo radical. La economía cíclica y dependiente del escaso valor añadido es un abismo a diez minutos vista.
Seguimos sin crecer en lo que hay que crecer. En innovación y preparación tecnológica. Ya no sólo es cuestión de ofrecer un espacio de desarrollo y crecimiento personal a las personas que quieren afrontar el futuro con cierta garantías. Ahora también está en juego el modelo de pensiones y el modo en el que se va a sujetar.
En dos años, España ha caído cinco puestos en el ranking de los países más innovadores del planeta. Así lo estima el Foro Económico Mundial. Nos adelantan por la derecha, por la izquierda, por arriba y por abajo. Atraemos talento y capital riesgo pero se rentabiliza muy mal. Países como Irlanda crean 146 startups al día, centralizan el mayor volumen de inversión anglosajona y generan más empleo tecnológico que nadie. Alemania lidera la tasa de robots y automatizaciones por habitante rozando el pleno empleo. Francia invierte un presupuesto público 23 veces más que el nuestro en el desarrollo de la Industria 4.0 esperando volcar el modelo de crecimiento actual lo antes posible. Las pensiones dependen de ello como decíamos.
Hay muchos más ejemplos y España sigue en sus manifestaciones, en sus banderas y sus meriendas. Te lees el informe en cuestión y te entras ganas de llorar. Seguimos siendo una potencia económica, cierto, pero persisten un enorme paro y un desequilibrio en el poder adquisitivo que desemboca en la creación de un estadio social llamado ‘pobre asalariado’. Un grupo gigantesco de personas que ansían llegar a ser, algún día, por lo menos, un mileurista.
Hace tres años estábamos en un modesto 37 puesto en esa clasificación mundial de la innovación. Ahora, aún peor. La 42 es nuestra casilla. Islandia, Portugal, Estonia, Malasia, Qatar, Azerbaiyán, Kenia y Sudáfrica, por decir algo, están por delante. ¿Dónde está el tabique que impide esa innovación? Según el Foro Económico Mundial la culpa es de la ineficiencia burocrática, las tasas impositivas perjudiciales, las regulaciones laborales que lo complican todo, la incapacidad de conectar empresas y universidades y, en palabras del propio editor del informe, la nula capacidad del Gobierno de fomentar la innovación.
La transformación digital es relevante. Tiene que ser algo más que un ‘claim’ que acompaña en la página web de cualquier empresa. Mucho más que un ‘plan’ de centenares de páginas sujeto a presupuestos modestos que no se llevan a cabo por falta de fases previas formativas. El 80% de las pymes españolas desconocen la diferencia que existe entre ‘digitalizarse’ y ‘transformarse digitalmente’. Lo demuestra que sólo el 20% de las pequeñas y medianas empresas de España no usaba ningún tipo de solución de cloud computing. Apenas un 25% de esas mismas compañías apostó por formar a sus trabajadores en competencias digitales, lo que demuestra que, aunque hubiera un plan, de momento hay poca predisposición a aprovecharlo.
Algunos de los países que mejor se han posicionado en ese ránking, o que más han subido, son aquellos que han apostado por un modelo empresarial ligado de manera natural por la innovación y el riesgo. La apuesta por un cambio de modelo de crecimiento está sujeto a la innovación de las grandes compañías, suelen ser lentas, o a la disrupción que aportan las startups. El problema es que estas segundas tienen una mortalidad gigantesca. El apoyo a éstas con programas que modifican el modelo contractual público que les da acceso a ofertar aunque sean de reciente creación o el amortiguador que supone leyes de segundas oportunidades, ayudan mucho.
Las pensiones están en juego. Todo un modelo de convivencia también. Hay que darse prisa y hacerlo con inteligencia y conocimiento. Bajo mi punto de vista, el debate acerca de la creación de puestos de trabajo que ahora no existen y que puedan ser capaces de cubrir la destrucción de otros que la robotización y la inteligencia artificial provoquen, es maniqueo. Esto no va de cálculos acerca de si eso se va a producir y cuando. No va a pasar, por lo menos no al nivel en el que sería exigible para evitar un conflicto social irreparable.
Hay países que avanzan en esa línea. Son países que ya lo han hecho antes y tienen muy claro el método. Nunca apuestan por la economía estacional o cíclica. Producen bajo conceptos de eficiencia, de conexión entre universidades y empresas y el estímulo público se basa en potenciar sectores capaces de exportar cualquier nuevo producto. El modelo es Alemania que en los últimos años ha destruido más de 600.000 puestos de trabajo que fueron sustituidos por máquinas mientras creaba 900.000 en espacios de valor añadido que antes no podían ni plantearse.
El análisis sobre todo esto es tremendamente interesante. De hecho está claro, bajo mi perspectiva, que vamos a tener que cambiar algunos conceptos que no hemos modificado nunca y eso, evidentemente, va a ser muy complejo. Son tres conceptos claros: el significado del contrato social llamado ‘trabajo’, el módulo impositivo actual que hace más ricos a los ricos y más pobres a los pobres, que reduce peligrosamente la composición de la llamada ‘clase media’ y, también, el valor educativo de nuestro sistema actual.
Veremos a que llamamos clase media en breve. Haced ahora lo que siempre has querido hacer, tal vez, cuando te jubiles no puedas pagártelo. Por lo menos si nadie se plantea políticamente el problema enorme en el que nos estamos metiendo de cabeza.
FREETERS Y MILAGRISTAS
Hace unos días comenté que siguen publicándose enredos y fábulas sobre el estado económico de medio planeta. Incluso sobré Japón se formaliza el mensaje oficial de mejora global. Pero dejando de lado que cuesta creer que, con un consumo privado, eje cuántico del modelo japonés y una caída del gasto público ahogado por el déficit generado con tanto paquete de estímulo, la economía nipona no vuelva a caer en recesión durante 2010, lo interesante sería buscar alguna referencia socioeconómica que pudiera permitirnos enlazarlo con nuestra realidad inmediata.
En ocasiones en este blog algunos hacen referencia a la japonización ibérica y otros a la argentinización. Aunque sigo pensando que la segunda, guardando las distancias, es la más factible, la primera tiene elementos sociales muy curiosos que nos pueden hacer sentir un dejà vu.
Hoy vamos a conocer a los “freeters”. Son gente joven de estudios superiores pero que se encuentran excluidos del sistema laboral. El término es un juego fonético que encaja free (libre en inglés) y arbeiter (trabajador en alemán). Resulta que Japón, en teoría, ha superado el estancamiento, la quiebra de bancos y empresas y la deflación. Dicen que ya sobrevuela todo ese fango surgido tras una burbuja especulativa en sus mercados financiero e inmobiliario. Resulta que, aunque para bombear la producción interna ya no tienen margen monetario, ni fiscal, al parecer si pueden activar el consumo gracias a un elevado nivel de ahorro en su gente, puesto que Japón es el segundo stock de reservas monetarias del planeta. Suponiendo que los planes de estímulo actúen y las cosas mejoren, Japón debe enfrentarse a una nueva realidad que tiene que ver con algo que los japoneses desconocían. El auge de la pobreza es inédito para ellos.
En estos momentos casi 7 millones de jóvenes son "freeters". Representan al 35% de los japoneses menores de 35 años. La media de ingreso de uno de ellos es de 1. 000 euros al mes frente a los 4.000 de promedio en el país. ¿Os suenan las cantidades? En uno de los países más ricos del mundo ellos no tienen ni casa ni trabajo ni futuro a la vista. Son una nueva categoría social que nació a la sombra de la recesión de los años 90 y que se prolonga en el tiempo. Poco importa la recuperación para ellos. Hombres y mujeres de entre 16 y 35 años que permanecen fuera del sistema laboral y que no perciben subsidios de ningún tipo. Se pasan el día navegando por Internet en los “Café-Manga” o paseando sin hacer nada. Millones de jóvenes sin interés por seguir estudiando, sin interés por trabajar, sin nada que les motive. ¿Otro dejà vu? Sobreviven con trabajos mal pagados para su alta calificación, trabajando muchas horas en B y sin seguridad aparente. Pertenecen a esa “economía sumergida” que tanto justifica algunas cifras de paro en otros países.
Hay otros países que van ampliando la brecha entre la pobreza absoluta y la clase media en fase de extinción. Los “neets” británicos, los “bondy” franceses, los “aguees” coreanos o los “milagristas” españoles.
En Japón ya empiezan a estar preocupados ante la enorme distancia que hay entre ricos y pobres. La palabra “clase” no existía hasta hace bien poco en el discurso oficial japonés. Van a aprender a usarla de forma inminente. El número de pobres en Japón crece a pasos acelerados. La tasa de pobreza es hoy del 17%, la segunda más alta entre países industrializados, detrás de EE.UU. La miseria se está viralizando. En los EE.UU, por ejemplo, de sus 309 millones de habitantes, 14 millones de niños tienen problemas para comer todos los días y 49 millones de americanos no disponen de garantías nutritivas diarias. Ese es el escenario, ese es el campo de batalla que quedará después de todo este festín de ayudas, inyecciones y mentiras sistémicas. La puta verdad explotará en la cara de millones de personas que no tenían ninguna culpa.
Lo que pasa en Japón o en medio mundo occidental es lo mismo. La falta de trabajo para los jóvenes no les permite alquilar vivienda ni formar familias. De esa pobreza surge más pobreza. Si consiguen casarse y tener hijos, no tendrán capacidad para incorporarlos en el sistema educativo de primer nivel como si hacen los políticos (incluidos los de izquierdas). Los mercados laborales cada vez son más competitivos y la falta de formación en centros de prestigio te aparca como “freeter” perpetuo o en un mileurista con tres carreras, dos másters, un postgrado y tres años de experiencia trabajando en el apasionante mundo de las pizzas esponjosas.
Mientras el discurso oficial es el de la tranquilidad, el de que las cosas van a mejor, lo que en términos estadísticos así es, la realidad se hace más y más sólida. El futuro social de occidente es oscuro. Cuando las víctimas de este mapa social desigual dejen de dañarse a sí mismos para comenzar a arrojar sus flechas contra el sistema las cosas pueden ponerse feas. ¿Cuánto tiempo podremos soportar el desencanto y la desidia? ¿Cuánto durará esta atonía social?
En Japón, algunos "freeters" comenzaron a sindicalizarse y a marchar por las calles de Tokyo, pidiendo mejores condiciones ambientales de trabajo y aumentos salariales para los trabajadores ocasionales, que usualmente son destinados a las labores más bajas y sin una paga acorde a esas condiciones desfavorables. Lograron poco de momento pero la debilidad inicial que los viene expulsando del sistema, se ha convertido en una formidable presión ciudadana que poco a poco va calando. En España estamos demasiado ocupados para organizarnos. Aquí tenemos cosas más importantes en las que preocuparnos, ¿verdad?
EMPRENDEDORES COMO REMEDIO
La diferencia entre un emprendedor y un empresario, a mi modo de ver, radica en que el primero pone en marcha sin demasiado respaldo un proyecto del que puede llegar a ser empresario. El empresario no necesariamente debe haber sido siempre un emprendedor. No obstante, en una sociedad que se adelgaza en términos de autogestión, en una sociedad civil anestesiada y sin criterio y en una clase media acomodada y en retroceso, los Estados están apoderándose de las hectáreas de libertad que nos quedaban todavía vírgenes. A medida que esta crisis nos amordaza los Estados aparecen como salvaguarda y poco a poco vamos perdiendo el poder de nuestro propio destino. Está en juego mucho más que un modelo económico, está en juego un escenario social. De esto hablo hoy en mi columna de El Confidencial.