¿De qué hablan las maquinas?
Al despertar escuché un cuchicheo de lejos. Eran mi cafetera y la nevera charloteando. No le di importancia, suelen hacerlo siempre al empezar al jornada. La tostadora no entra en debates y más cuando el asunto es acerca de consumo de calorías o ir de compras. Café intenso pero con la justa tasa de fortaleza que a mi me gusta. Es lo que mi cafetera inteligente considera adecuado para empezar bien el día. Sin embargo mi nevera, también inteligente, suele tener consideraciones mucho menos aplicadas al sabor sino que se enfoca en aspectos más técnicos. Le gusta comprar lo justo, de alto valor nutritivo y se lee todos los indicadores orgánicos descartando siempre aquello que, su sistema operativo, considere aditivo, innecesario o que pudiera causarme algún inconveniente en el futuro.
La suerte es que ‘KubiRubiko’ siempre atempera los nervios en casa y se encarga de que la ‘sangre’ no llegue al río. Es el sistema central de control de mi hogar, mi gran aliado, el justo y equilibrado señor de mi casa. Controla el consumo, la emisión a la carta (su carta) de música, cine o noticias sobre cualquier superficie de mi apartamento que previamente ha filtrado, analizado, resumido, estructurado y presentado, sin perder tiempo ni hacérmelo perder a mi. Todos vivimos felices, nos comunicamos mucho. A veces, incluso, lo hacemos con personas.’
No es ciencia ficción. Que no lo veamos no quiere decir que no esté pasando. O, en el mejor de los casos, está a punto de pasar. La tecnología no nos entrega el futuro, lo empaqueta en papel celofán y espera que nosotros mismos saquemos conclusiones. Si el resultado que obtenemos es lo mismo pero con nuevos ‘juguetes’ estaremos fracasando. No se trata de ‘hablar entre objetos’, es un cambio esencial del comportamiento moral y social de toda nuestra especie lo que se está larvando.
Deberemos aceptarlo. Mejor dicho, deberán. Todo cambia y lo hace porque la tecnología nos hace más inteligentes. Se pongan como se pongan, los hoteles cambiarán, los taxis, los periodistas, los directores de revistas como esta, o lo que se os ocurra, cambiará. Todos estamos afectados y es cuestión de alegrarse por ello. Saber más nos hace avanzar. Sobretodo porque cuando sabes más detectas lo que está mal, sabes que algo necesita de arreglo. Si no sabes nada nunca podrás saber que aquello ‘iba mal’. Por eso nos dirán que todo eso de los robots, las cosas hablando entre si y la evolución natural de la tecnología puede ser muy malo. El infierno de silicio le llamarán. Pero eso no tiene porque ser así.
Los robots no son malos. Ni buenos. Son el futuro como lo es tu hijo o el mío. De ellos es todo esto. Nosotros solo estamos con la puerta entreabierta, ellos la abrirán de par en par. Siéntete importante. Has vivido, estás viviendo y seguiremos en el futuro disfrutando el hecho de ser parte esencial de todo cuanto va a cambiar el mundo. Algo parecido a la posthumanidad bien entendida. La evolución natural de nuestra especie ha empezado un nuevo paso, probablemente el estadio en el que tratemos directamente con objetos inteligentes, pero aceptemos que ellos, entre si, también dialoguen para servirnos un mundo más eficiente y mejor.
Robots, software, conocimiento, cambio. Tecnología a toda velocidad. Ahora, por primera vez y a diferencia de otras revoluciones, la tecnología disponible está en las manos de cualquiera. La minoría poderosa ahora es la que se siente amenazada. Si antes podían establecer los criterios y las bases del uso de esa tecnología, ahora eso no es así.
Obviando problemas que se han asentado y que pondrán en juego todo este bucólico escenario, ‘peak oil’, reservas, superpoblación y colapso entre divisas, este podría ser el principio de un mundo mejor en manos de todos, con mayor conocimiento, capacidad para decidir, para emprender nuestros propios proyectos, con la eliminación de intermediarios y con una conjunción casi imperceptible entre máquinas y humanos. En este tercer número de Westinghouse vas a poder adentrarte en este mundo inminente que da sus primeras muestras de cómo va a ser y no se olvida de cómo es ahora mismo. Volvemos a mostrar ‘la hoja de ruta aparente’.
¿De que hablarán las maquinas? Vete tu a saber, seguramente de lo mismo que nosotros. Lo único que podemos tener en cuenta sobre ese dialecto imperceptible es que ya es una lengua más, un escenario de comunicación entre los que ahora son sólo objetos adquiriendo conocimiento y aprendiendo artificialmente y un mundo que trastocará el nuestro donde las propias máquinas serán capaces de rebatir, dudar y opinar acerca de lo que nosotros les ordenemos.
El futuro puede ser mucho mejor, pero dependerá de los que lo estamos construyendo, los que de algún modo, tenemos la responsabilidad de convertirlo en un lugar habitable para nuestros nuevos inquilinos. Vienen, seguro, mejor aceptarlo y hacerlo cómodo. La mayoría de ellos ya están aquí y ni lo sabemos. Están por todas partes sólo que aún no han aprendido a comunicarse con nosotros o, sencillamente, no tienen nada que decirnos todavía. Todo llegará.
*Editorial del número 3 de la revista digital económica Westinghouse Future Economy. Actualmente disponible sólo para iPad pero durante este mes de marzo estarán ya disponibles las versiones en Android y Smartphone.
Mejor a 150 km/h
La reducción de la velocidad en autovías a 110 km/h es una retorcida metáfora de la situación económica en este país. Un país reduciendo su ímpetu, su capacidad para emprender, su ritmo para ponerse en marcha. En lugar de incentivar que los desplazamientos empresariales, la vida y los intercambios sean más rápidos, más eficientes, lo que se nos muestra es todo lo contrario. Supongo que la somanta de palos que me caerá será de concurso, pero, ¿qué quieren que les diga?, soy de los que piensan que el paro se batalla con más horas de trabajo para los que ya trabajan y así con ese estímulo se genera la necesidad de aumentar la producción y con ello la demanda de empleo. Creo que a mayor capacidad de movilidad, a más velocidad más intercambio comercial y eficacia, por lo que, por derivación, mayor beneficio económico en general. Es una hipótesis, como otras, más válida o menos que la de los que defienden lo contrario.
El ahorro de combustible no se lo cree ni el que lo ha propuesto, el coste que supone rotular y desrotular las señales de tráfico es más agresivo que el ahorro presupuesto. Lo de que es una medida temporal es para dar de comer al respetable alguna noticia que debatir entre chato y caña. Les aseguro que a veces me siento minúsculo, empequeñecido por la majestuosa capacidad de gobernar de algunos, y microscópico asistiendo a la profundidad y capacidad de razonar desde la oposición. Cierro el modo irónico para certificar que, sentados en ese hemiciclo y en otros periféricos, hay un grupo de individuos digno de estudio. Deben pensar que somos idiotas.
Este país vive un chute social motivado por la degradación de la clase política que accede a la misma por no ver claro su futuro profesional. Hemos pasado del “funcionario estratégico”, el que decide opositar para no tener que preocuparse de su futuro gracias a un empleo perpetuo, al “lameculos de partido” que vive a expensas de un premio dosificado cada cuatro años. En cualquier caso se está adormeciendo la capacidad crítica de todos. Resulta que nos imponen una medida totalmente ridícula que maquillan con otra sobre la “reducción en la intensidad lumínica” en las carreteras para ahorrar 12 millones de euros al año. Gracias a tan gigantesco ahorro ya sólo nos quedan 49.988 millones para ajustar la estafa de las cajas. Me acuerdo de lo que sentí en Italia hace unos años.
Sigo con la idea de que cada cierto tiempo este gobierno organiza un guateque a miles de kilómetros para que el presidente se rebane canapés y anuncie alguna estupidez sonora. Lo curioso es que es justo en el instante que la realidad se expone con toda su complicada evidencia. En este caso nos viene la de que España roza la estanflación. Nada que ver, por cierto, con el dichoso aumento de los carburantes, eso aun no ha podido afectar a los índices de precios significativamente, eso sucederá a partir de ahora. Ese incremento es acusado por otros motivos que parece todo el mundo querer obviar. Apuesto, como dije en un debate con Niño Becerra, que la inflación continuará aumentando a la vez que los salarios se reducirán, puesto que lo que tenemos que ajustar en realidad es una economía devaluada que no puede devaluarse por la vía tradicional.
Sigo pensando que aquí no hay nada que recuperar, seguimos perdiendo un tiempo precioso para aceptar la realidad. Mientras unos siguen diciendo que lo peor ya ha pasado, seguramente por que hace mucho que no pisan la calle, y otros certifican que son los que traerán la dichosa recuperación “porque ellos lo valen”, sin darse cuenta que también son tan parte del problema.
Abogo por una rectificación en las medidas como la de la velocidad controlada. La razón de que “reduce víctimas” es la más ridícula de todas. El insulto a la inteligencia y el recurso obsceno a la sensiblería habitual del“realismo socialista”. Obviamente si eso fuera así, lo mejor sería reducirla a 20 km/h o prohibir los coches directamente. ¿Por qué esa decisión que salva vidas debe ser temporal? ¿Acaso no tenemos todos derecho a salvarnos? ¿por qué sólo los que pasen por autovías en los próximos meses? ¿por qué no los que tenemos pensado viajar por ellas dentro de un par de años? Pensar a este ritmo es nocivo para mentes razonables. La de la contaminación si acaso lo dejamos. Es como cuando desde la “pureza verde” justiciera te dicen que eres culpable del calentamiento global por culpa de dejar en “stand by” la televisión en lugar de cerrarla del todo. La cuestión es reducirte. Tengo claro que la cantinela ecologista de salón es algo así como los cacheos y registros de los aeropuertos; las dos cosas están diseñadas para humillar a los pobres mundanos.
Con lo fácil que sería aceptar la realidad e impulsar con tiempo, sinceridad y sentido de la responsabilidad un nuevo modelo económico que, ahí si, gracias a las nuevas tecnologías, se podrían reducir las emisiones tóxicas al medio ambiente. ¿por qué en lugar de mantener ese tono simplón y pueril que encharca los discursos de unos y otros no se dedican a definir verdaderas estrategias que permitan aprovechar este ajuste económico, este nuevo ecosistema, para generar un escenario social más justo? ¿Por qué siguen pensando que nos vamos a tragar sus semántica vacía? ¿Será porque hasta la fecha ha sido así? Tal vez, pero alguien debería de analizar que supone esta “excusa” que he tomado para este artículo.
Me refiero a que una medida como la de reducir la velocidad en autovías, si es cierto que supone un beneficio tan enorme, debería adoptarse de manera transversal y estratégica y no de forma improvisada e impositiva.Por ejemplo, ¿por qué no se cambia el diseño de las carreteras? Sabemos que nuestras autovías están diseñadas para que nuestros coches corran, no se entiende que ahora debamos reducir la velocidad. Hay que diseñar un nuevo modelo de movilidad y si es tan bueno para todos, que se mantenga. Lo que dudo es que esa sea una medida beneficiosa. Hay otros países que han planteado todo lo contrario. Yo propongo que se aumente la velocidad a 150 en autovías y a 170 en autopistas si son de peaje, de esa manera tendremos la sensación que pagamos por algo más que por tener áreas de servicio con café aguado y dependientas maleducadas.
La semana pasada, con motivo de mi participación como consultor referencial en el Banco Centroamericano de Integración Económica, descubrí el valor de la emprendeduría social, de la capacidad que algunos programas de desarrollo pueden tener cuando éstos se dejan en manos de gestores y no de políticos. Cuando expliqué a la prensa hondureña que en España las últimas decisiones políticas (para luchar contra la crisis) de calado fueron la prohibición del tabaco en espacios cerrados y algunos abiertos, y la reducción de la velocidad en carreteras rápidas, preguntaron: ¿por qué no se niegan? Pues eso.
Artículo publicado ayer en Cotizalia