Humillación aeroportuaria
Mi vida transcurre desde hace tiempo en los aeropuertos. Hace años que vivo con resignación el aumento de medidas de seguridad que pretenden proteger a los que nos subimos en un avión. Creo que el extremo al que está llegando esta paranoia es tal que no comprendo como no nos rebelamos. A veces me dan ganas de incitar al motín, a encabezar una revuelta contra los controles en los aeropuertos.
Primero fueron los cinturones, después los zapatos y ahora han ideado una nueva manera de incomodar. Te exigen que saques el ordenador portátil de su maleta. Este comportamiento sádico por parte de los responsables de saber si eres un terrorista es una vejación bochornosa. En Londres te obligan a fusionar las maletas y si no conviertes en una las dos que llevas, no vuelas. La tontería de los botellines de 100 ml. por culpa de un rumor se lleva la palma. ¿Qué quiere decir todo esto?, ¿Por qué 100 ml. y no 50? Es ridículo
La ignominia empieza por tener que quitarte todo lo que puede tener componentes metálicos, debes hacerlo rápido y sin bromear mientras las caras de los que te auscultan se tornan en las de un sargento del ejercito de tierra. La degradación continúa con quitarte los zapatos y con el cacheo, porque suenas bajo el arco y aseguras no llevar nada metálico. Te soban por si no fuere el reloj, o el botón del pantalón que te piden sin ningún tipo de amabilidad que te quites en un habitáculo con cortinilla que tienes en frente. Al final todo esto se hace por si acaso, un día, alguien intenta cometer un atentado. De entre millones y millones de pasajeros uno de nosotros podría ser ese terrorista, y es por eso que el resto viven humillaciones cotidianas en los aeropuertos de medio mundo. En contra de los derechos humanos más elementales nos obligan a quitarnos los pantalones, los zapatos, los calcetines, nos abren las maletas, nos desordenan nuestras camisas, descubren el tanga con liguero morado que tu mujer reservaba para sorprenderte durante la noche de hotel ante la sonrisa del resto de ovejas, se nos maltrata y luego nos hacen correr porque el vuelo sino lo pierdes. Nos tratan como ganado por el bien del rebaño. ¿Pero que es esto?
Tal vez valdría la pena que de tanto en tanto cayera un avión. No compensa. Con la excusa de que se nos quiere proteger, la población mundial está siendo vejada, deshonrada y degradada a diario. Con la excusa de la seguridad se ocupan países, se justifican muertes, se nos graba cuando hablamos por teléfono, se nos filma cuando andamos por la calle y seguramente cuando estamos en la cama. Esta paranoia debe terminar, no podemos convertir este mundo en una prisión. Solo nos quedaba nuestra libertad individual y la estamos perdiendo por la alcantarilla de los políticos que no pasan los controles en los aeropuertos.
Pronto, ya queda poco, pedirán que nos bajemos los calzoncillos, nos pongamos en pompa y que nos relajemos. Lo peor, es que después de todo esto, algún día caerá otro avión y a nosotros nos habrán metido dos dedos, en el mejor de los casos, por el culo.
Es catalán pero es buen tio
Circula la idea de que el Partido Popular consiguió engullir en sus filas a la extrema derecha. En algunos ámbitos de opinión se da por cierto que gracias a esa digestión y a toneladas de bicarbonato, los grupos ultras de este país no pudieron construir un partido político serio como en otros países europeos. De hecho al PP se le ha agradecido que durante muchos años haya logrado moderar a la inmoderable ultraderecha española.
Sin embargo la realidad ha sido muy distinta. La extrema derecha es la que impide que en España haya un partido conservador moderado y europeo. Los populares han sido obligados a abandonar el centro con el insostenible discurso actual de algunos de sus representantes más destacados. La deriva ideológica y política resulta patética. Lamentablemente los catalanes sabemos que el Partido Popular ha establecido como acción política el suicidio en Cataluña. Los dirigentes populares de la calle Urgell han asumido que su resultado electoral será el fruto del votante más resentido con el sentimiento catalanista y que les mantendrá como grupo minoritario en Cataluña. Están convencidos que no les queda alternativa y aunque realicen quiebros al estilo Piqué la verdad pesa como una losa y les aplasta una y otra vez en cada nueva brillante intervención de los que más mandan.
La dirección nacional y sus estrategas han decidido edificar un discurso sobre un gran engaño: “el castellano esta perseguido en Cataluña”. Expertos como son en beber de los charcos, se olvidan interesadamente que la inmersión lingüística fue votada a favor por todos los partidos políticos de Cataluña durante el mandato de Pujol, incluida Alianza Popular. Ese odio que los fecunda les obligó entre el 11 y el 14 de marzo a hacer lo mismo, primando lo que podía ser probable sobre lo que sabían que era cierto. Ahora con el catalán priman los tópicos sobre lo que saben que es verdad. Sobrevaloran lo probable, que en Cataluña se habla catalán y además se agradece que se quiera aprender, pero esconden lo que saben que es cierto, que aunque no hables la lengua catalana puedes circular por todas las carreteras y pagar sus peajes, puedes tomarte un café en las terrazas de las Ramblas y además, sin pedir permiso a nadie, puedes abrir una cuenta en una sucursal de la Caixa. Lo que pasa es que tarde o temprano, cuando llevas tiempo viviendo en Cataluña lo normal es que acabes entendiendo e incluso hablando catalán. No es justo y además sabe mal que algunos, desde el partido que hizo ida y vuelta al centro, alimente el odio entre comunidades.
Hace pocos días, en la flamante nueva T4 de Barajas alguien me presentó a unos amigos suyos diciendo: “es catalán, pero es buen tío”.