Adaptarse al cambio
En este blog se habla de modelos de negocio, de gestión de formatos en entornos de nueva economía que puedan sustituir los más tradicionales. Obviamente no es factible mutar una modelo de crecimiento de la noche a la mañana ni tampoco puede ser posible que una territorio que vivía de acumular ladrillos pase a ser el paraíso de la biotecnología aplicada. Eso no puede ser y además es imposible. Lo que si es una opción es revisar como se puede transformar una parte de todo ello a pesar del escepticismo que despierta. No quiero parecer el inventor de nada, ni el vendedor de cosas que puedan ser interpretadas de cambio imprescindible o que, con el análisis de hoy, se pretenda trasladar la impresión que defiendo este tipo de empresas como las “mejores” o “únicas” para el futuro de todos los emprendedores. Hoy sólo quiero dejar una muestra diáfana de por donde van algunos modelos de gestión, de negocio y de innovación en la producción y su consumo que poco o nada tienen que ver con lo que ahora define nuestra modelo socioeconómico que languidece y muere poco a poco.
En un entorno económico en K.O. técnico, los nuevos modelos de negocio que sepan adaptarse, podrán sobrevolar los tiempos duros que aún quedan por soportar. En ese nuevo territorio aparecen conceptos como la economía relacional o de la atención, donde las nuevas aportaciones que las redes sociales y los escenarios digitales distribuidos ofrecen un canal claro para ajustar costes y cristalizar modelos. Tenemos múltiples ejemplos de cómo empresas minúsculas lograron destacar en esos escaparates socializados.
La cúspide del debate entorno a esos nuevos entornos está colonizada por el famoso asunto de los derechos de autor y los activos que pueden ser copiados. En este sentido y para diferenciar factores me interesa que se comprenda que cuando algo es libre, no necesariamente es gratis y que en esa libertad de copia e incluso en su gratuidad puede estar la clave del negocio. Sabemos de grupos musicales que venden más y de manera reiterada por que entregan gratis en un modelo “freemium” algunos de los temas de sus nuevos productos.
Durante un debate sobre economía del futuro (curioso compuesto) tuve una recriminación por parte del público criticando que mi discurso era una repetitiva exposición sobre que el “mundo ha cambiado mucho y que sólo nos quedaba una opción: adaptarnos”. La verdad es que, aun respetando la opinión, me reitero en mi posición. Digamos que en los entornos económicos actuales el valor que más peso específico supone es la de “no erosión” o la de reducir al máximo los elementos que intermedian entre la creación de un producto y el consumo del mismo.
Esto sirve para todo y por ello se debe tender en este nuevo escenario donde limitar la fricción es fundamental, el crear empresas que no precisen de intermediarios en ningún campo, ni vendedores (ecommerce), ni distribuidores (fcommerce), ni publicidad asociada (socialshopping), etc… En ese sentido el producto cultural en Internet es la máxima expresión de la reducción de ese factor, hasta el punto que el soporte y la copia dejan de tener valor ya que con un click puedes obtener una copia. Los que critican ese hecho lo hacen desde el punto de vista de que debe abonarse un importe determinado en consideración del hipotético valor derivado de esa copia y no del uso de la misma. Olvidan que cada una de ellas permite que el producto circule más y por extensión sea más conocido.
Este asunto es válido para los productos culturales y para cualquier otro que pueda ser efectivo en la gestión del comercio electrónico y susceptible de aceptar nuevos entornos valorados en las comunidades en red. La relación de la industria creativa y formal con la distribución libre (que no gratuita) y/o descargas en Internet ha sido muy dura en una primera fase pero eso está cambiando a medida que, esas plataformas comerciales, van comprendiendo el nuevo entorno viéndolo como un aliado más que como un enemigo. La nueva relación “autor-consumidor” suele traducirse, como demuestran las estadísticas en un mayor consumo de esas creaciones.
Que la industria discográfica ingrese menos no es culpa del consumidor, sino de una deficiente adaptación al nuevo escenario. Ahora la gente consume más y por eso compra más también, pero compra en otros modelos y en lo que se ha venido a llamar “long-tail”. El ejemplo más fácil de comprender (radicalizando) es esa larga cola permitiendo que un consumidor compre directamente a un creador de modo totalmente legal tras haberse enamorado de su música en una descarga irregular o de haber escuchado la recomendación de alguien que hizo eso mismo.
En este debate suele malinterpretarse el valor de lo “gratis” y lo “libre”. El malentendido surge de la palabra en inglés que significa ambas cosas con un término único: “free”. Cabe determinar que libre no es gratis. Lo que se puede copiar libremente no significa que tenga un coste cero, pero resulta que Internet elimina la dependencia del autor sobre el soporte y por consecuencia deja de depender de una factoría de grabación que distribuye, promociona y vende sus creaciones. Ahora el autor salvaguarda sus derechos en la copia con lucro o en la venta a precio razonable si es su deseo y puede establecer que lo que le interesa no es la venta sino la distribución para poder vender otras cosas que puedan ser asociadas al primer producto (el que se puede copiar) y que le reporte mayor beneficio incluso por el alto grado de conocimiento en el público que puede alcanzar.
El autor de hoy puede grabar en múltiples modos y espacios de altísima calidad como vemos todos los días, puede tener una producción exquisita por miles de profesionales que así se muestran en la red, puede promocionarse en términos sociales con una potencia que ninguna campaña estratégica y analógica pudiera lograr, puede vender directamente él en su web, blog o plataforma de ventas online y finalmente no precisa distribuir su obra pues está a un click de distancia. Eso es lo que ha cambiado y adaptarse o no, supone la desaparición.
Los sectores financieros, la administración, los medios, la industria y otros siguen empecinados en contrarrestar el peso de lo inevitable: que el usuario o cliente determina y que la ley de la economía básica habla que la supervivencia de un producto se somete al principio de “más rápido, más barato, menos difícil”. Las administraciones, el gobierno inclusive, deberían de atender esas nuevas fórmulas puesto que empecinarse en la protección de los modelos enquistados en los modelos inmóbiles y los deberes asumidos no nos conduce más que al vagón de cola de una economía que no va a esperarnos otra vez.
Lo han hecho con un sistema bancario quebrado por su mala cabeza, lo han hecho con el modelo de fusiones que busca salvaguardar oficinas y estructuras analógicas en una banca cada vez menos presencial y más digital, lo han hecho con el modelo de gestión pública que sigue dependiendo de antiguas fórmulas vinculadas a la democracia participativa en lugar de la democracia deliberativa, lo han hecho con sus enquistadas orgias de debates inservibles en los que una oligarquia sigue decidiendo, lo han hecho manteniendo a base de subvenciones insultantes a mastodontes industriales que fabrican cosas ineficientes como automóviles que no se venden, lo han hecho con los recortes en innovación, lo han hecho con todo. Me temo que los que debieran liderar un proceso determinado siguen presidiendo la pasividad, la incomprensión de la oportunidad que supone la nueva hipersociedad y sus retos, en un cambio de modelo que dejó de ser crisis hace mucho a pesar de que ellos siguen actuando, parcheando y gobernando como si lo que vivimos fuera algo puntual y no estructural. Así nos va, que lo gratis y lo libre se confunden como se confunden la deuda y el déficit.
Emprendedor freemium
En IDODI estamos en plena fase de creación de un escenario de apoyo y estímulo para startups. Apoyamos, internacionalizamos, acompañamos y financiamos proyectos emprendedores. Sin embargo no siempre esto último es lo primero. Yo nunca busqué dinero en un primer instante en ninguno de mis proyectos. Creo firmemente que el éxito vinculado a un crecimiento rápido es más viable cuando el bien líquido es escaso, revierte en la imaginación y en la creatividad, el logro proviene de algo más que el fondo de inversión que te apoya. Los casos de mayor valor que conozco de cerca son aquellos en los que el capital no fue el punto de inicio y eso es lo que estamos implementando.
Estos días he podido ver como está enquistado en el modelo emprendedor algún factor que no lo aleja demasiado de la cultura del subsidio. Hay quien sólo tiene una idea, un keynote interesante y muchas ganas de dar conferencias, pero su apuesta personal se deriva de la capacidad por encontrar en una “ronda de inversión” alguien que coloque la pasta. La apuesta personal, pocos son las excepciones, radica en que les “localices” capital suficiente para auto ocuparse. El capital debe llegar, pero cuando toca. No antes.
La financiación es algo determinante pero no es imprescindible. Hay otras ramas que se deben cortar. De la idea se debe pasar al plan de empresa o negocio, aceptando que ese tipo de documento ya no es como habían sido en el pasado, son dinámicos y poco dados a la estructuración densa y rígida del siglo pasado. Ahora, incluso, no son imprescindibles. ¿Qué hubiera pasado si Twitter hubiera tenido un Business plan? Que a estas alturas sería una web ruinosa a punto de cerrar, cuando resulta que adaptando los sucesos a un modelo de negocio aparecido en segunda instancia, se puede convertir en una de las empresas más rentables del planeta. Del ingreso cero y sin expectativas ha pasado al ingreso infinito factible.
Hay que tener en cuenta la fiscalidad para las nuevas empresas, especialmente con el modelo de empresario individual y todo lo que significa eso. Las formas jurídicas basadas en las nuevas formulaciones para montar negocios y las diferentes maneras de hacer estudios de mercados utilizando los entornos de Web social.
Hace tiempo que emprender está como distorsionado. Ahora que las escuelas de negocio explican como hacerlo y los gobiernos se llenan la boca del término, resulta que el modelo emprendedor no está engrasado. Hemos pasado del glamour emprendedor a la evidencia que no todo es factible. Hemos dejado a un lado que poner un negocio, fundar un proyecto era factible con una estructura innecesaria para una fase inicial gracias a un fondo de inversión que llegó porque tu proyecto era “cool” y “actual” a un momento en el que no entra un céntimo si no tienes el asunto desarrollado a punto de caramelo (para vender algo se entiende). Y ahí radica el conflicto. Muchos emprendedores aun no se han dado cuenta que algo ha cambiado: no hay un duro.
Hoy en día es normal escuchar a un emprendedor decir: “yo no me dedico a vender, yo soy un técnico”. Eso es un error terrible, un emprendedor no puede diferenciar ese perfil como si se tratara de un directivo de una multinacional. ¿Cuando se ha visto un emprendedor que no sea un vendedor de su proyecto? No es necesario apostar al rey, esperar que un director comercial externo aparezca por arte de magia, con un sueldo inasumible por un proyecto start-up y que aporte negocio. Aquí toca patearse la calle y apostar por una comunicación inteligente, a partir de ahí, quien mejor vende es el que tuvo la idea. Menos dinero y más acción, menos financiación y más perseverancia.
El proceso de crecimiento condicionará esas acciones, esas incorporaciones. Responsables de marketing y financieros, desarrolladores, diseñadores, capataces o lo que haga falta irán llegando, pero de momento, al principio, el emprendedor, si hace falta, pasa el mocho. El paso de emprendedor a empresario es algo impreciso que se produce en un momento indeterminado, pero que algo tendrá que ver con eso. Seguramente, aunque hay empresarios que no dejan de ser nunca emprendedores pues el “capital aportado” no cambia el espíritu de construir proyectos desde abajo y disfrutar viéndolos crecer.