El riesgo que corremos cuando la Transformación Digital pública es pura cosmética.
Las preguntas son sencillas. ¿Tiene España un plan para el impacto de la Inteligencia Artificial en la sociedad? ¿Tenemos un plan para que la transición entre el empleo que se genera ahora y el que va a precisarse en menos de cinco años sea lo menos traumática posible? ¿Qué leyes sobre economía circular se están preparando? ¿Se ha previsto legislar en aspectos como la economía colaborativa? ¿Hay alguna comisión trabajando ya en el estudio de la tributación robótica? ¿Quiénes y desde que ministerio se está analizando el coste que tendría una renta mínima universal?
La ventaja que va a tener un país respecto a otro en esa transición entre el mundo que conocemos y el que se nos viene encima, responderá a como se ejecuta la transformación digital de la propia administración, de su entendimiento absoluto por parte de gobiernos y la aceptación de que, ahora, los gobernados requieren un comportamiento diferente y una necesidad de legislar cosas muy 'raras' para ellos. El desafío de cualquier gobierno que esté para lo que hay que estar, es acelerar esa adopción tecnológica y vincularla a nuevas leyes que la sujeten.
La diferencia entre estados que lo hagan bien o mal repercutirá definitivamente en el tren que tomen finalmente. La historia no se va a detener ni tampoco nos va a esperar. Se trata de que todos los departamentos del entramado gubernamental tengan un objetivo común, un plan general que permita entregar los beneficios de la tecnología a la ciudadanía. La tecnología no es sólo para ser más eficientes en el cobro de impuestos, tiene que ser algo sustancialmente íntimo. Entender que el mundo ha cambiado definitivamente y que esa mutación no se ha detenido es la clave.
Igual que las empresas, los gobiernos no sólo deben digitalizarse, también están obligados a transformarse digitalmente. No es lo mismo. Tener conocimiento digital para algunas generaciones provenientes de un mundo donde no había teléfonos móviles ni redes digitales no es sencillo pero, obviamente, es obligatorio. Obligatorio porque sus señorías ya no gobiernan un mundo analógico, tienen que atender las demandas de un mundo absolutamente líquido, cambiante y bidireccional. No se trata de tener una cuenta en twitter, se trata de legislar con eficiencia los nuevos modelos sociales, económicos y culturales que ya están instalados. Instalados en una especie de limbo muy tóxico y peligroso.
El 90% de los datos del mundo se crearon en los últimos dos años. Hace falta automatizar. No hay más remedio y en todas partes. La competitividad pasa por aceptar que esos datos son mayoritariamente no estructurados por lo que es necesario gestionarlos artificialmente. La administración pública debe perder el miedo a la automatización. No va a destruir empleo, lo va a crear y de un modo distinto a como los gobiernos creen.
Cuando ayer el ministro de economía español hablaba de que la reducción del paro es espectacular y que las cifras de ocupación aumentan, la primera impresión es muy positiva porque tras cada persona sin trabajo hay un drama familiar. Sin embargo la duda está en quién o qué está generando ese empleo. Obviamente no lo está haciendo ningún sector de alto valor tecnológico de momento. Se podría estar sedimentando un modelo económico aun más difícil de gestionar que el que tuvimos hace una década. Me temo que no se está previendo el modelo económico que deberemos gestionar en breve. Las máquinas no quitan empleo únicamente, también lo crean. Sin embargo se exige legislar para ello. Si se deja que la inercia gobierne, que los viejos modelos políticos y administrativos continúen siendo la hoja de ruta, nos vamos a hacer daño.
Hay dos maneras de adoptarlo. Alemania ya está debatiendo su código de circulación previendo los coches autónomos. Otros ni se imaginan algo así. Las preguntas son sencillas. ¿Tiene España un plan para el impacto de la Inteligencia Artificial en la sociedad? ¿Tenemos un plan para que la transición entre el empleo que se genera ahora y el que va a precisarse en menos de cinco años sea lo menos traumática posible? ¿Qué leyes sobre economía circular se están preparando? ¿Se ha previsto legislar en aspectos como la economía colaborativa? ¿Hay alguna comisión trabajando ya en el estudio de la tributación robótica? ¿Quiénes y desde que ministerio se está analizando el coste que tendría una renta mínima universal?
Esto vale para cualquier administración. Incluso para cualquier país. Lo interesante es que hay quienes ya lo están trabajando y quienes no. La ventaja social, económica y cultural está precisamente en el liderazgo que asuma un gobierno. Ventaja que no sólo debe ser estimulada por quienes mandan, no, también por los que deberían estar aportando valor desde la oposición. Si ni los que esperan su turno para gobernar tienen la más mínima idea de lo que supone lo que acabo de explicar, imaginen las ganas de poner en marcha políticas complejas para un futuro tecnológico que seguramente no va a contentar a todo el mundo. Es lo que tiene la conquista del futuro, que no es cómoda para todos, especialmente para los que ahora viven muy bien.
El debate sobre los datos, los avances tecnológicos y la ética. Privacidad y autonomía.
Te despiertas y un mundo tecnológico se te viene encima. En horas de cambio climático, política inservible e incertidumbre económica, que la innovación tecnológica avance a la velocidad que lo hace se suele celebrar mayoritariamente. A excepción de algunos países como el nuestro, la mayoría de gobiernos compiten entre sí para atraer a las empresas de tecnología, con políticas fiscales y educativas cada vez más centradas en las necesidades de los desarrolladores de tecnología. Estamos en medio de una nueva Revolución Industrial y reverenciamos las nuevas tecnologías fijando nuestras esperanzas para el futuro en ellas.
Te despiertas y un mundo tecnológico se te viene encima. En horas de cambio climático, política inservible e incertidumbre económica, que la innovación tecnológica avance a la velocidad que lo hace se suele celebrar mayoritariamente. A excepción de algunos países como el nuestro, la mayoría de gobiernos compiten entre sí para atraer a las empresas de tecnología, con políticas fiscales y educativas cada vez más centradas en las necesidades de los desarrolladores de tecnología. Estamos en medio de una nueva Revolución Industrial y reverenciamos las nuevas tecnologías fijando nuestras esperanzas para el futuro en ellas.
Vivimos avances tecnológicos que aportan muchos beneficios sociales. Esta erupción tecnológica nos aporta datos masivos, coches sin conductor, ingeniería genética, ciudades inteligentes, inteligencia artificial o automatismos robóticos asombrosos. No seré yo quien diga que la tecnología no es algo a lo que hay que abrazarse con entusiasmo. No seré yo quien ponga en duda sus virtudes. Obviamente no seré yo, pero no tengo claro como la sociedad está realmente asumiendo el cambio más trascendental que ha vivido la humanidad en siglos.
A veces parecemos una especie de jinete que lleva una venda en los ojos. El poder y el ritmo del caballo es estimulante, pero tenemos poca o ninguna idea de hacia dónde nos lleva. Las nuevas tecnologías cambiarán significativamente nuestro mundo, es obvio. Queda por ver si sabremos convertirlo en algo beneficioso o tóxico. Las nuevas tecnologías y las que se encuentran en las primeras etapas del desarrollo tienen el potencial de aumentar los innumerables problemas del mundo o de mitigarlos. En gran medida dependerá de decisiones políticas el efecto que produzcan. Dependerá finalmente de que a quienes votemos tengan claro el momento histórico que vivimos y las decisiones que deberán adoptar al respecto.
La desgracia de algunos es que no se atisba a nadie en su catálogo electoral y político a líderes, o subalternos, que tengan la más remota idea de que supone realmente un mundo sin empleo, con un empleo distinto, automatizado, gestionando datos masivos, artificialmente inteligente o robotizado. No lo saben ni tienen interés por saberlo. Ese es el drama. Las decisiones que no se tomen ahora, las estrategias que no se determinen ahora o los programas de gestión de esta mutación socioeconómica que no se diseñen, serán las semillas de un desastre colectivo sin precedentes.
Además, si no hay política debatiendo estos cambios, tampoco hay debate ético que pueda hacerlo en base a esas decisiones oficiales. Básicamente por que, como ciudadanos digitales, las opciones disponibles para nosotros en relación con estas nuevas tecnologías son elecciones éticas. Tenemos que guiarnos por nuestros mejores principios si queremos asegurar que la revolución tecnológica actual no genere miseria para las generaciones futuras. Los líderes políticos no lo van a hacer en muchos lugares.
Tomemos, por ejemplo, el campo de las tecnologías asistencial. Actualmente se está desarrollando toda una gama de tecnologías de asistencia para ayudar a las personas con discapacidades físicas o intelectuales, así como al envejecimiento de la población en todo el mundo occidental. Abordando una gama de necesidades, estas herramientas están diseñadas para facilitar la vida de los usuarios y de los cuidadores. Serán utilizadas por los miembros más vulnerables de nuestra sociedad, haciendo que las cuestiones éticas sean particularmente importantes.
Concretamente, como miembro del d-Lab Mobile World Capital, el primer desafío convocado iba en esta dirección. Es uno de los espacios más interesantes para afrontar el debate ético y político con respecto a la tecnología y su utilidad para mejorar la vida de las personas. De hecho, la población en general está utilizando cada vez más dispositivos de ayuda, desde teléfonos móviles a portátiles. Sin embargo, tras los evidentes beneficios de las tecnologías de asistencia, hay preocupaciones de tipo ético. Desde mi punto de vista la que más me preocupa es la que tiene que ver con la privacidad.
A menudo, en los planes de transformación digital de algunos clientes, especialmente los que tienen una estructura mayor, acabamos trazando modelos de gestión de la privacidad internos basados en límites éticos. La respuesta a que queremos decir cuando hablamos de privacidad no es simple. El significado de la privacidad es histórico y filosóficamente complejo. Algunos sostienen que es un derecho moral otros aseguran que su valor es instrumental. Conceptualmente, la privacidad se asocia a menudo con la dignidad humana. Es probable que las personas se comporten de manera diferente cuando saben que están siendo observadas.
Las nuevas tecnologías, incluidas las tecnologías de asistencia, que supervisan y recopilan datos sobre la persona constituyen una amenaza para la privacidad en ese sentido. Pero no es la única zona de conflicto. Pasa en el comercio digital, en la sexualidad, en el transporte, en la educación o en la vida en general. Somos aspersores de datos desperdigando sobre nosotros sin demasiado control. Tenemos la sensación que nadie usa toda esa amalgama de datos y si la usa no es nocivo. Empieza a ser algo aceptado ese pago. Entrego mi privacidad y a cambio obtengo cosas ‘gratis’. Esa percepción del mundo se ha instalado y es un riesgo enorme. Privacidad es sinónimo de autonomía, de toma de decisiones independientes, de no sufrir influencia externa antes de tomarlas.
El individuo autónomo analiza, reflexiona sobre sus opciones y toma decisiones individuales sin una influencia externa indebida. A medida que las nuevas tecnologías eliminan la privacidad, nuestra autonomía está amenazada. El aumento de los datos sobre la forma en que los individuos se comportan, sus preferencias y aversiones, y sus respuestas emocionales a diversos estímulos, los hace más fáciles de manipular y controlar. Probablemente por esto algunos ya han decidido que les está bien y mejor no hacer mucho al respecto.
El modelo de negocio del taxi será el transporte de datos y no de personas.
Hailo, una aplicación fundada por un grupo de taxistas de Londres en 2009 se fusionó con Mytaxi el año pasado. Ahora la marca resultante es esta segunda. El gigante automovilístico Daimler, propietario de marcas como Mercedes, adquirió una participación de 60% de la misma. A Hailo la conozco principalmente por que la utilizo en Dublín combinada con Uber. Dependiendo del desplazamiento que tengo previsto solicito uno u otro. Allí no hay protestas ni manifestaciones por parte de nadie. El motivo puede estar en que la legislación no penaliza al taxista ni lo deja desamparado ante una competencia que juega a otro deporte.
Hailo, una aplicación fundada por un grupo de taxistas de Londres en 2009 se fusionó con Mytaxi el año pasado. Ahora la marca resultante es esta segunda. El gigante automovilístico Daimler, propietario de marcas como Mercedes, adquirió una participación de 60% de la misma. A Hailo la conozco principalmente por que la utilizo en Dublín combinada con Uber. Dependiendo del desplazamiento que tengo previsto solicito uno u otro. Allí no hay protestas ni manifestaciones por parte de nadie. El motivo puede estar en que la legislación no penaliza al taxista ni lo deja desamparado ante una competencia que juega a otro deporte.
En otros lugares donde suelo pasar tiempo de manera continua he incorporado otros servicios de movilidad. En Barcelona, Madrid o Londres utilizo el moto-sharing o el car-sharing, el transporte público y, en ocasiones, el bicing compartido. En la capital británica, no obstante, sumo la de Uber. En base al desplazamiento que tengo previsto selecciono una u otra manera de cumplirlo. Creo que ese es el modo de transporte urbano que mejor encaja con el presente actual y con el futuro inmediato.
Cuando los taxistas se manifiestan contra estas plataformas lo hacen convencidos de que este tipo de soluciones son una agresión a sus modelo de negocio. Consideran que ofrecen una competencia desleal que pone en juego la inversión que ellos han tenido que hacer para lograr una licencia profesional. Y en cierta medida es así, pero no es culpa de las plataformas. En todo caso será de los que tienen que legislar adecuando los tiempos que vivimos a las soluciones a las que podemos disponer. No es cuestión de complicar la vida a los nuevos modelos de transporte, en todo caso será obligatorio flexibilizar a los que ya estaban.
El mundo del taxi ha cambiado poco desde hace más de tres siglos. En realidad sólo ha cambiado el envoltorio pero no el fondo ni el modelo de negocio que parece que solo puede ser uno. Mover personas de un lado a otro. Pero en un momento de la historia en que todo aquello susceptible de ser digitalizado lo acabará siendo, en el que negocios intocables fueron convertidos a cenizas por la revolución tecnológica que vivimos, parece que el mundo del taxi y el transporte en general tendrá irremediablemente que aceptar que el campo de batalla comercial se les va a hacer muy grande se pongan como se pongan.
Hablamos de un tipo de comercio ambientado en el siglo XVII que espera continuar siendo rentable en pleno XXI con escasos cambios. Es lógico pensar que algo va a tener que ser diferente. No es lógico mantenerlo así eternamente y sin variables que sean disruptivas. Las plataformas como Blablacar, Uber, Lyft u otras no dejan de ser respuestas a ese estado tecnológico de la sociedad y de la economía.
El mundo del taxi que se mueve al compás de aplicaciones de ayuda a su trabajo como MyTaxi u otras, lo que realmente están haciendo, sin saberlo, es modificar el modelo de negocio vinculado a su producto. Ahora, el mayor valor que tiene un taxi en muchos lugares del mundo, son los datos que aporta. La gigantesca flota conectada a una de estas aplicaciones vinculadas al taxi tradicional entregan a tiempo real información muy valiosa y que es utilizada en múltiples campos. Las marcas de coche lo saben y por eso entran en el accionariado de las mismas.
Recordemos que los grandes fabricantes de automóviles ya saben que en breve dejarán de vender coches para pasar a ofrecer servicios de movilidad y, para ello, necesitan digerir muchos datos que les permitan entregar al usuario cliente final servicios ajustados a sus necesidades y de mejor acabado que la competencia. ¿Crees que Daimler, Ford, Nissan u otros fabricantes se consideran competencia entre ellas? Cada vez menos. Me contaba un directivo de Ford que ellos ven como competencia inmediata ‘la manera de vivir futura’. Por eso me concretó que ‘los esfuerzos en entender al usuario de movilidad de dentro de cuatro o cinco años es clave’.
¿Está el taxista asumiendo ese cambio de manera de vivir? Las plataformas de movilidad como Cabify, Uber o de otra índole como Blablacar, Car2go, BlueMove, eCooltra, etc., no son la competencia, son sencillamente respuestas a un nuevo modo de vida que considera que lo importante no es sólo ir de un lugar a otro, lo trascendental es como se vive toda esa experiencia y como se adapta a la necesidad de cada momento.
La mayor responsabilidad de todo esto es de los legisladores. Como siempre a paso de tortuga en un mundo que va a ritmo de McLaren. El enemigo de los taxistas no es Uber. Si lo fuera así no podrían convivir en otros países. Lo que cambia entre esos países y el nuestro por ejemplo es la legislación desfasada que penaliza ser taxista. El rival del taxista es el futuro, los nuevos tiempos y el peso de lo inevitable. Por eso la protesta no debe ser contra lo que va a ser si o si, sino para estimular a que se disponga de un marco legal que posibilite la convivencia de una movilidad libre y un taxi moderno.
Los tres actores son conductores, pasajeros y legisladores. Los taxistas consideran que en los primeros no caben otras fórmulas que no sean las que ellos representan. Los pasajeros mayoritariamente quieren un buen servicio. Los legisladores siguen de cenas de partido. Las protestas del taxi, en ocasiones, me recuerdan las que se llevaron a cabo a principios del siglo XVI en Italia. El sector del vino de ese país logró que se prohibiera el café en todo el país durante casi un siglo. Consideraban que si se servía en cantinas como acompañante de conversaciones acabaría con el negocio vitivinícola. Obviamente eso no fue así, pero el miedo inicial era razonable. En Pittsburgh puedes pedir un Uber que se conduce solo desde hace medio año. Ya pasa. En breve taxistas y conductores de Uber se manifestaran juntos. Al tiempo.
La paridad entre hombres y mujeres no llegará hasta el año 2186.
Resulta que no sólo en la alta dirección de las empresas hay una brecha vergonzosa sobre el número de mujeres que alcanzan posiciones relevantes frente al que los hombre representan. En el ámbito tecnológico descubrimos que eso es también una desagradable norma. El boquete que hay entre hombres y mujeres en las empresas más modernas del mundo es escandaloso. Las mujeres ocupan menos de la cuarta parte de las funciones tecnológicas en la mayoría de las empresas más importantes del mundo. El informe que presentó el propio Foro Económico Mundial referido al pasado año escupía datos tremendos.
Resulta que no sólo en la alta dirección de las empresas hay una brecha vergonzosa sobre el número de mujeres que alcanzan posiciones relevantes frente al que los hombre representan. En el ámbito tecnológico descubrimos que eso es también una desagradable norma. El boquete que hay entre hombres y mujeres en las empresas más modernas del mundo es escandaloso. Las mujeres ocupan menos de la cuarta parte de las funciones tecnológicas en la mayoría de las empresas más importantes del mundo. El informe que presentó el propio Foro Económico Mundial referido al pasado año escupía datos tremendos.
Como siempre, las palabras, los planes y los panfletos ideológicos suelen quedarse en eso, en una risa colectiva, unos canapés y algo de buen vino. Poco se está haciendo realmente para cumplir con el objetivo ‘Planeta 50-50’ que la ONU establece como meta en 2030. A este ritmo no va a ser. El conocido ‘gap’ entre géneros es generalizado pero parece que en el entorno tecnológico debería ser distinto. No es un tema cultural, ni orgánico. Existen programadoras, matemáticas, expertas en datos, gestoras de cuentas o lo que sea, que le dan cien mil vueltas a los hombres y hombres que les dan cien mil vueltas a muchas mujeres. No es un tema de sexo, es un tema de capacidad y no parece lógico que si en las universidades y escuelas de negocio ese espacio está mucho más equilibrado, no lo pueda estar también en las empresas.
Por señalar algunos casos. PayPal y eBay tienen un 44% de mujeres en sus plantillas. Serían los mejor posicionados al respecto. Pero otras no lo están tanto. Microsoft apenas tiene un 26% de trabajadoras en su estructura. Lo grave es que empresas tan ‘modernas’ como Twitter o Facebook solo pagan la nómina de un puesto tecnológico a un 15% de mujeres la primera y un 17% la segunda.
Estos datos son generales. Es una práctica universal. Un desastre bíblico que finalmente convierte en gran medida mucho de lo que consumimos tecnológicamente en un producto menos diverso de lo que debería ser. El perfil y óptica femeninos no suelen impregnar, como mínimo en partes iguales, a la mayoría de desarrollos de estos gigantes y que, por derivación, digerimos todos, hombres y mujeres.
Pero esto no es más que una consecuencia de un modelo enfermizo que al final nos daña a todos. No es socialmente sano que en sectores profesionales como este se determine una especie de norma no escrita y que erróneamente se condiciona a algo tan absurdo como ‘los gustos’ que tenemos por género. Como si las mujeres no sintieran atraídas por la programación o el rugby. He escuchado esto y cosas peores.
En ocasiones nos llevamos las manos a la cabeza acerca de cómo va a ser este mundo cuando el empleo sea sustituido por procesos mecánicos o por software inteligente. Resulta que nos dedicamos a contemplar el paisaje futuro como un lugar donde el debate se librará entre robots y humanos cuando, al ritmo al que vamos, la mayoría de enfrentamientos se producirán entre hombres (y no mujeres) y robots.
Sabemos que el niño que no conducirá jamás, ya ha nacido. También que antes de que lleguemos a la mitad de este siglo las máquinas nos pagaran la jubilación y una renta mínima. Es de todos sabido que en un par de décadas conversaremos con naturalidad con amigos artificiales y que en Marte habrá seres humanos cenando. Todo eso lo sabemos, pero también sabemos que ninguno de los que estamos vivos ahora veremos la igualdad de género cumplimentada. Eso no ocurrirá hasta el año 2186 si seguimos a este ritmo y si seguimos dándole una importancia de titular, de manifestación de domingo y de voluntarismo particular a solucionar el problema.
El Foro Económico Mundial ya lo advirtió pero, como mucho, podía hacer un informe que coloque a cada uno en su lugar. En el caso de España el puesto que ocupamos en la calificación de sociedades igualitarias es un modesto 29 lugar. Según ese informe, que ya hace un tiempecito que salió, calculaba que lograr esa paridad nos llevará 170 años y no solo por el ritmo actual sino porque, a su juicio, se está desacelerando el proceso debido a las crisis repartidas por el planeta. Además asegura que el tema se va a complicar con la Cuarta Revolución Industrial donde la tecnología afectará especialmente al papel que tienen las mujeres en todo esto como demuestra el patético reparto de papeles que ya se produce.
Siempre nos quedarán los nórdicos. Allí hay empresas tecnológicas donde plantearse políticas de integración paritaria es algo innecesario. Islandia, Finlandia, Noruega, Suecia e Irlanda lideran la clasificación a la que me remitía y Estados Unidos, antes de Trump, ya ocupaba un lastimoso 45 puesto. Pero si ya es un debate duro el del volumen de mujeres trabajando en puestos directivos o el de mujeres vinculadas a puestos tecnológicos, el del salario equilibrado al de los hombres es de aurora boreal y da para otro post. Nunca, pero nunca, entenderé como se puede pagar menos a una mujer por el hecho de que es mujer. No lo he hecho nunca y, de verdad, no entiendo como se puede hacer. Me cuesta entender como se diseña el proceso que lo permite en una empresa.
El origen del problema, según los expertos, radica en que a las mujeres no se les facilita el acceso a estas empresas con medidas culturales y de objeción. Aseguran que es parecido a cuando una niña le dice a su padre que quiere ser futbolista o camionera. Guardando las diferencias, esta sociedad sigue estableciendo a que se deben dedicar las chicas y a que los chicos. Me acuerdo del baño del colegio al que me tocaba entrar, el de color azul. Las chicas iban al pastel rosa.
En un momento histórico como este, en el que nos plantamos de cara ante los desafíos más importantes que como especie hemos tenido, justo en el instante en que vamos a tener que establecer bases y criterios acerca del propio papel humano en un par de décadas, de nuestro objetivo como especie, del nacimiento de otra nueva posthumana y sintética, de un mundo con un empleo distinto y donde todo será muy complejo de gestionar, no creo que estemos en condiciones, visto lo visto, de que ese tránsito lo gestionen mayoritariamente hombres.
'Estimados pasajeros, les anuncio que sobrevolamos un huracán'.
Ya nos avisaron. Nos recomendaron no desabrocharnos el cinturón de seguridad durante todo el viaje. La tripulación dijo que no había de qué preocuparse. La noche del 4 de septiembre de 2007 tuve el peor vuelo de mi vida. Apretados en un Embraer 190ARB de la compañía Copa Air Lines que hacía la extinta ruta de Caracas a Managua, casi un centenar de pasajeros disfrutamos de un completo catálogo de turbulencias y acrobacias. A pesar de que estaba previsto y la ruta marcada de urgencia lo evitaba, las secuelas del huracán de fuerza cinco Félix nos entretuvieron durante casi una hora. La tripulación se quedó sin habla y, al aterrizar, nos pidieron perdón por no habernos descrito bien lo que iba a pasar, ya que a ellos también les pilló por sorpresa.
Ya nos avisaron. Nos recomendaron no desabrocharnos el cinturón de seguridad durante todo el viaje. La tripulación dijo que no había de qué preocuparse. La noche del 4 de septiembre de 2007 tuve el peor vuelo de mi vida. Apretados en un Embraer 190ARB de la compañía Copa Air Lines que hacía la extinta ruta de Caracas a Managua, casi un centenar de pasajeros disfrutamos de un completo catálogo de turbulencias y acrobacias. A pesar de que estaba previsto y la ruta marcada de urgencia lo evitaba, las secuelas del huracán de fuerza cinco Félix nos entretuvieron durante casi una hora. La tripulación se quedó sin habla y, al aterrizar, nos pidieron perdón por no habernos descrito bien lo que iba a pasar, ya que a ellos también les pilló por sorpresa.
Hace poco más de una semana se llevaron a cabo los flamantes congresos del Partido Popular y de Podemos. Coloridos y festivos encuentros que la política interna ejecuta cada cierto tiempo para mostrar músculo en algunos casos y para muscular en otros. Sin embargo, ambos fueron previsibles y previsores. Tanto en lo que se dijo, como en lo que se hizo, poco o nada hace pensar que sus responsables se han dado cuenta de la etapa histórica que les ha tocado vivir. Estamos en la antesala de una revolución inédita por su envergadura, desconocida por lo rápida y compleja por el modo en el que va afectarlo todo. Afecta ya a los modelos de producción y a la transmisión del conocimiento. La fractura en el sistema es inminente. No prepararnos es una absoluta inconsciencia.
Hablo de rentas mínimas, estructurar un escenario económico donde el empleo dejará de ser el empleo que conocemos, los bancos dejarán de ser bancos, los coches dejaran de ser coches, las universidades no serán universidades o donde las garantías sociales llamadas servicios, obligatoriamente deberán ser derechos. Hablo de un mundo inminente. En menos de dos legislaturas, quienes este fin de semana gastaban sus cuerdas vocales tarareando los versos de siempre, en azul y en morado, tendrán que gestionar el mayor problema que ha vivido nuestra sociedad en décadas. Hay países que ya lo hacen. Otros, mientras tanto, a lo suyo.
Y el futuro llegará. Si observas bien verás que ya ha llegado. Un futuro que impulsa un empleo miserable y perpetúa un modelo laboral insostenible. La tripulación titular o la tripulación aspirante, a la que hemos ido votando, no anuncian turbulencias. Unos porque aseguran que lo peor ya ha pasado, otros porque atestiguan que ellos lo van a arreglar todo por arte de multiplicar el gasto público. Lo jodido es que ninguno de éstos ni los que aun quedan por ‘congresear’, tienen intención de afrontar de cara el asunto. O porque no lo entienden, porque no lo ven inmediato (la política es el arte de verlo todo en etapas de cuatro años) o porque el coste que supondría analizarlo es tan complejo que mejor evitarlo.
Antes de que las primeras sacudidas anunciaran fiesta mayor, las azafatas nos sirvieron todo el licor disponible en al avión. Hasta los abstemios se culearon los botellines cuando empezaron los saltos. Anestesia alcohólica. La misma que nos sirvieron a tazones este fin de semana pasado quienes dicen van a encargarse de llevarnos a buen puerto en este que todos llaman ‘vuelo tranquilo’.
Por desgracia la tripulación se quedará sin habla en unos años y, cuando aterricemos, Dios sepa como, nos pedirán perdón por no habernos explicado bien lo que iba a pasar. Que a ellos también les pilló por sorpresa. Recuerdan aquello de la ‘desaceleración transitoria’, los ‘brotes verdes’ o el memorable ‘los pisos nunca bajan’. Ahora toca ‘estamos creando empleo de calidad’ o ‘el cielo se toma cantando’. Feliz vuelo, ¿les apetece un licor?
Artículo publicado en Ecoonomia
Un modelo de jubilación del Siglo XIX para el Siglo XXI
Que el Banco de España proponga alargar la edad de jubilación más allá de los 67 demuestra la lejanía y desconocimiento acerca del momento histórico que vivimos como sociedad y los desafíos a los que vamos a tener que enfrentarnos en las próximas décadas. Lo complejo del asunto es que hablamos de quienes consideramos mejor informados y lúcidos para tomar o proponer decisiones en esa conquista.
Que el Banco de España proponga alargar la edad de jubilación más allá de los 67 demuestra la lejanía y desconocimiento acerca del momento histórico que vivimos como sociedad y los desafíos a los que vamos a tener que enfrentarnos en las próximas décadas. Lo complejo del asunto es que hablamos de quienes consideramos mejor informados y lúcidos para tomar o proponer decisiones en esa conquista.
Lo de que el sistema de pensiones no se aguanta empieza a ser aceptado por muchos, por lo menos no del modo en el que lo planteamos desde el siglo XIX. Seguimos con métodos que así lo reflejan y que han sido modificados en su estructura muy pocas veces. La pensión, la ayuda a la subsistencia en el trayecto final de la vida de las personas no deja de ser un invento derivado de un mundo en el que la producción generaba excedentes de capital al equilibrarlo con la fuerza humana o, en su defecto, de la combinación de trabajadores y tecnología.
Esto está cambiando de manera notable. No voy a repetirme. Pero es necesario analizar la imposibilidad de sustentar el planeta del modo que aristócratas de las finanzas, o de la política, sugieren. No va a ser posible si no se cambian las reglas, el método y el mecanismo de medida. Sino variamos la cultura y concepto económico que nos gobierna. La gravedad del asunto yace de la aurora boreal en la que descansan todas esas afirmaciones. La sugerencia de retrasar la edad de jubilación no va a ser factible o la promesa de creación de puestos de trabajo masivo en un escenario de deflación económica inevitable a medio plazo. Una deflación subyacente que vivimos hace décadas y que no va a remitir lo diga quien lo diga o lo disfrace quien lo disfrace.
Los efectos sobre el trabajo de tecnologías como la inteligencia artificial o la robótica no son discutibles. De hecho son inevitables. Ahí radica la obligatoria necesidad de abordarlos de una vez por todas y de la manera más ambiciosa posible. De no hacerlo vamos a ver como esta sociedad va a ir menguando sus opciones vitales y económicas, su libertad inclusive. Vamos a ir perdiendo inexorablemente todo lo que representa la denominada clase media en la que, hasta ahora, cabíamos muchos.
La lista de puestos de trabajo sustituidos por los progresos tecnológicos aumenta cada vez más rápido. Más de lo que muchos nos imaginábamos hace un par de años. Cada vez es más larga esa lista y cada vez más los empleos amenazados. A ese fuego aparente se le echa gasolina. El discurso oficial va, de los titulares fuera de contexto y fáciles de la mayoría de los medios de comunicación, a las propuestas inexistentes de los gobiernos. Sólo quedan las empresas para organizar el rompecabezas y, obviamente, sin normas o garantías que ayuden a organizarlo, las compañías lo que miran es por su supervivencia competitiva y sus beneficios.
Reconquistar los empleos que se ventila un robot o un software inteligente es imposible. Ni siquiera fuera de los empleos mecánicos o de menor valor. Hablo de tareas complejas como conducir un vehículo sin intervención humana, agente bursátil, director de una empresa, doctor oncológico, asistente educativo o periodista. El punto de no retorno ya lo hemos cruzado hace mucho tiempo. Está claro que cualquier empresa que no adopte la tecnología disponible se enfrenta al cierre. Otras lo harán en otro lugar. No va a haber ninguna empresa en el mundo que pretenda ser competitiva que desafíe el avance tecnológico que le afecte.
Y parece que el Banco de España piensa que sí es posible. Que las compañías españolas van a mantener a sus plantillas en trabajos que una máquina podría hacer más rápido y más eficientemente. Es como si el mundo del que dependen, el del dinero reactivo, no fuera real. De un hachazo se lo han ventilado y se imaginan un país, un planeta tal vez, dónde la gente trabajará en empresas dispuestas a no crecer. Un mundo en el que esas empresas permanecerán con sus miles de empleados gracias a que sus clientes querrán comprar productos o servicios más caros, lentos y con defectos. Es de una lógica muy interesante.
Nos hemos pasado años, casi una década, hablando de la gran crisis del 2008 aproximadamente. El desastre financiero, el pinchazo de la burbuja allí donde hubiera una. Pero en realidad lo que vivimos fue la mayor deflación económica conocida. Una caída del valor de las cosas y de su coste de producción que si se mantiene en algún punto intermedio es exclusivamente por la marea indecente de dinero electrónico que inyectan los bancos centrales a los que pertenece el de España.
Una deflación inédita por sus dimensiones. No todo era financiero. La deriva financiera es evidente pero no fue la causa. Por lo menos no exclusivamente. Hubo más responsables. La tecnología genera productos cada vez mejores que estimulan la obsolescencia de los que compramos hace unos minutos. De manera que la depreciación del valor de estos es cada vez más rápida. Un objeto como un teléfono móvil, por llamarlo de alguna manera rápida, alberga tanta tecnología como antes sólo éramos capaces de llevar en una maleta grande y que tenían un coste de producción y de consumo inalcanzable para muchos.
Hace apenas dos décadas tener todo lo que ahora tiene un teléfono instalado suponía miles de euros fabricarlo y decenas de miles comprarlos por separado. Ahora lo puedes tener todo por menos de 200 euros. Además, en dos años tendrás que renovarlo o estarás fuera de las actualizaciones imprescindibles para estar al día. Lo más explosivo del asunto es que la reducción del coste de producción y venta se deriva de que cada vez menos personas intervienen en el diseño y fabricación de ese objeto. La deflación económica se traslada a la deflación social y laboral. Obviar este asunto no hace más que engrandecer sus consecuencias. La crisis no fue financiera exclusivamente, se estaba gestando el mayor cambio socioeconómico que ha vivido la humanidad en siglos y tenía que ver, como siempre ha sido, con un salto tecnológico.
El mundo laboral será conceptualmente otro o no será. Pocos se están planteando este gravísimo problema. Un mundo sin el empleo tal y como lo conocemos ahora y que deberá, antes de lo que nos pensamos, replantearse absolutamente. Preguntas com ¿por qué debo ir al trabajo si todo lo que hago lo hace un software mejor que yo? ¿Dónde estará el valor añadido que puedo aportar? El discurso oficial, si es que se le puede llamar así, argumenta que vamos a crear nuevos empleos. Que el 60% de los jóvenes universitarios trabajaran en empleos que no existen aseguran. Tal vez, pero permítanme que lo dude. En todo caso ese 60% trabajará de otro modo en empleos que ahora en muchos casos sí existen. Pero la transición no parece muy sencilla si se examina desde el punto de vista que siempre se ha adoptado ante este desafío. No es cuestión de revisar que empleo se va a destruir y con que lo vamos a sustituir. En este caso, la sustitución no viene del ‘que’ sino del ‘como’.
La renta mínima universal sigue siendo objeto de debates políticos manidos, viejos e interesados. Que si es de derechas o de izquierdas. Que si es insostenible o que si es ciencia ficción. El mundo cada vez es más capaz de suministrar lo necesario con cada vez menor intervención humana y con menor coste. Las empresas que lo saben han empezado a transformarse de forma agresiva. Las que no, ya se las verán venir. El futuro pasa, inexorablemente, por estudiar vías cercanas a eso.
¿Cómo vamos a vivir en un mundo inminente donde el ser humano cada vez tenga menor importancia en los procesos de eficiencia productiva? ¿De cuanto debería ser esa renta mínima? ¿Qué impuestos precisaría? ¿Qué servicios podrían convalidarse con ella? ¿Dónde quedará la clase media? ¿Cómo enfrentarnos a la dependencia social que supondría? ¿Para que precisaríamos políticos? ¿Quiénes serán los pocos que realmente serán ‘imprescindibles’? ¿Hablamos de trabajar o de aprender? ¿Seremos más humanos cuando no dependamos de la eficiencia en el trabajo? ¿Qué significará que el valor añadido pueda ser aportado por las personas? ¿Qué plataforma debe amortiguar el aterrizaje de un mundo sin empleo?
El mundo no va a detenerse porque lo diga el Banco de España. No vamos a jubilarnos a los 70 los que ahora tenemos 40 y algo. Ni a los 85 los que tienen 20. No vamos a jubilarnos. Dejaremos una actividad determinada para hacer otra muy distinta. El valor económico de lo que hacemos ahora es relativo. En muchos casos se mantiene incluso cuando no es práctico hacerlo porque no sabemos como modificar las reglas. Los gobiernos siguen con su discurso de la creación de empleo y deberían de pensar en el cambio del propio concepto 'empleo' de manera urgente.
No vamos a volver atrás. No hay opciones para eso. Este es el mundo que hemos montado y no se puede desmontar. Como mucho se puede ir superponiendo otro que se regule a partir de cuanto sabemos que va a ir pasando. Sin previsión, la hostia va a ser mayúscula. Seguimos todavía en el centro de la transformación de todo. Ahora ya tenemos pistas. Hace diez años se creyó que era un tema financiero. Ahora sabemos que era más complejo. Déjense de catalogar ideológicamente las soluciones y compremos el software que lo arregle todo.
La automatización de todo ya ha empezado y es irreversible.
Leemos que el empleo se recupera. Que estamos en la ‘senda de la recuperación’. Una hipotética estancia que volverá a traer riqueza y júbilo a todos. Lo bueno es que es cierto. El paro bajará, de momento. Lo grave es que es una apreciación tan corto placista que asusta. Es miopía pura. La falta de análisis de lo que está pasando en el subsuelo económico y mantener el mantra de la recuperación inmediata es de una irresponsabilidad bíblica. Hay muchas cosas que no se están teniendo en cuenta y que, o nos ponemos en ello, o el pinchazo de la burbuja parecerá una especie de guardería comparado con la que se nos viene encima.
Leemos que el empleo se recupera. Que estamos en la ‘senda de la recuperación’. Una hipotética estancia que volverá a traer riqueza y júbilo a todos. Lo bueno es que es cierto. El paro bajará, de momento. Lo grave es que es una apreciación tan corto placista que asusta. Es miopía pura. La falta de análisis de lo que está pasando en el subsuelo económico y mantener el mantra de la recuperación inmediata es de una irresponsabilidad bíblica. Hay muchas cosas que no se están teniendo en cuenta y que, o nos ponemos en ello, o el pinchazo de la burbuja parecerá una especie de guardería comparado con la que se nos viene encima.
Stephen Hawking dice que "estamos en el momento más peligroso en el desarrollo de la humanidad" y que "el ascenso de la inteligencia artificial destruirá el trabajo de manera irreversible entre las clases medias. Solo quedará empleo para creativos y supervisores. Se pregunta como estamos preparando nuestra sociedad inmediata para un mundo con un desempleo del 60%.
La Casa Blanca publicó un informe hace un tiempo que profundiza en este escenario. El 83% de los trabajos donde la gente gana menos de 18 euros por hora ha iniciado la primera fase de automatización o reemplazo. En cinco años el mercado del coche autoconducido será factible. En menos de una década 10 millones de vehículos implicados en transporte y logística en todo el mundo no precisarán conductor. Es decir, 10 millones de personas que conducen para ganarse la vida lo dejarán de hacer.
En tres años, en nuestro entorno, será cada vez menos habitual ver personas atendiendo en cajeros, restaurantes fast food, jardineros o contables. En cinco años lo será con asistentes médicos, recepcionistas, policías de tráfico, agentes de mostrador en aeropuertos, oficinas o salas de cine. En ocho costará ver taxistas y camioneros. En diez peluqueros, abogados, dentistas o directores de recursos humanos. En veinte, no trabajaremos como lo hacemos ahora.
Es cuestión de tiempo. No se va a acabar el mundo. Va a cambiar tanto y tan rápido que no tenemos opción a preguntarnos si está bien o mal, si es posible pararlo o no. Va a pasar. El valor añadido no estará en si te lo crees o no. La mayor ventaja será haberlo previsto y haber implementado una estrategia empresarial, personal, política, social y económica.
En cada estadio depende de alguien. En la empresarial de un empresario, de unos directivos. En lo personal de cada uno de nosotros. En lo político, social y económico depende de tener ‘luces largas’, sentido histórico políticamente hablando y asumir que ha empezado el momento más complejo, a la vez que estimulante, que ha vivido la humanidad. La opción de vivir sin trabajar es una opción. O mejor dicho, trabajar de otro modo. Una manera más humana, conforme a lo que somos. Con más tiempo para ser y no tanto para hacer. Más espacio para desarrollarnos intelectualmente y menos para perder el tiempo en funciones repetitivas.
Estás pensando que esto va para largo. Que no te imaginas que en tu entorno esto vaya a pasar pronto. Eso debe pensar el gobierno aunque mi impresión es que ni lo tiene en cuenta. Ni ellos ni nadie y por eso, cuando queremos analizar que está suponiendo a tiempo real la automatización no tenemos datos concretos españoles o de relevancia en Europa.
Tenemos siempre que buscarlos en Estados Unidos para extrapolar una sociedad a la otra. Si piensas que la automatización y robotización, la transformación digital, es algo para más adelante, lamento decirte que en realidad, la ya ha eliminado cerca de cuatro millones de empleos en los EE.UU. en la última década. Y en lugar de encontrar nuevos puestos de trabajo, la mayoría de esas personas nunca más encontraron empleo. La mano de obra estadounidense se desplomó en alrededor de 10 millones durante ese período, hasta niveles no vistos en décadas. La tasa de participación laboral es ahora de sólo 62,7%. El número de estadounidenses en edad de trabajar que no lo hacen ha aumentado a un récord de 95 millones. El discurso del ‘voy a crear empleo’ que tanto nos suena, en EE.UU. no está funcionando y tampoco lo hará a medio plazo en Europa.
Visto lo visto, mi consejo es que las empresas obvien el discurso oficial y tomen decisiones estratégicas al margen de una realidad que no es la que nos explican. La velocidad de esta disrupción es exponencial y ya no va a detenerse. No se va a crear empleo, y si se crea, no va a estar en el escenario de cambio que requiere este momento. Están sucediendo cosas sin precedentes y ya ha empezado a modificar notablemente el modelo laboral. Podemos ponernos de espaldas pero eso no evitará que nos atrape.
Seguiremos insistiendo a las administraciones que no rehúyan el tema. Que estructuren algún tipo de espacio para el análisis, debate y puesta en acción. No tiene que ver con ideologías, esta vez tendrá que ver con planes lo más abiertos posible, que reduzcan los efectos nocivos de este futuro inmediato absolutamente previsible. Lo será sino entendemos el fin de todo esto. Será un desastre monumental sino entendemos que las empresas no buscarán crear empleo, sólo buscarán ofrecer servicios. Uber va a deshacerse de todos sus conductores tan pronto como pueda. Su trabajo no es contratarlos, su objetivo es mover a sus clientes de la manera más eficiente posible y eso, en nada, será sin intervención humana.
Debemos invertir en una nueva educación, en una capacitación laboral distinta, en un aprendizaje de un mundo exponencial, en una reubicación de los patrones laborales, de un emprendimiento al que se le permita equivocarse, de la obligatoria necesidad de igualar a las personas en oportunidades, de incentivos fiscales para contratar de otro modo, de señalar sectores que ya no requerirán personas y estimular los que si, de asumir rentas básicas, de generar un espacio nuevo de relaciones entre humanos, empresas, máquinas, inteligencia artificial, administración, garantías desconocidas y obligaciones inéditas.
En poco tiempo, vamos a tener que repensar la relación entre el trabajo y el ser capaz de alimentarse o vivir. Si no se prevé todo esto, nos crujirán a impuestos para equilibrar las necesidades con las aportaciones. Si la táctica marca este tipo de decisiones entraremos en una espiral dramática. El futuro de la automatización y la pérdida de empleo es ahora, no es un tema que podamos obviar pensando que ya vendrá. Literalmente, la gente más inteligente del mundo piensa que una ola sin precedentes de destrucción del trabajo está llegando con el desarrollo de inteligencia artificial, robótica, software y automatización. William Gibson dijo que ‘el futuro ya está aquí, pero está distribuido de manera desigual’. Tenemos la urgente obligación de repartirlo mejor. Nuestros hijos, que ya no nuestros nietos, dependen más que nunca de las decisiones que se tomen ahora.
Propietarios y fabricantes de datos. El debate ético pendiente.
Es habitual que el despliegue de nuevos avances tecnológicos sea como entrar en un laberinto del que no tenemos planos ni guía inicialmente. Esa falta de perspectiva se suma al apetito que empresas y administraciones suelen mostrar por ser los primeros en disfrutar de esos avances, y de controlar su explotación.
Es habitual que el despliegue de nuevos avances tecnológicos sea como entrar en un laberinto del que no tenemos planos ni guía inicialmente. Esa falta de perspectiva se suma al apetito que empresas y administraciones suelen mostrar por ser los primeros en disfrutar de esos avances, y de controlar su explotación.
Al igual que pasa con la indefensión ante un futuro sin empleo (o un empleo distinto), el establecimiento desequilibrado de una Renta Mínima Universal y la dependencia absoluta de la automatización, la gestión de datos provenientes de objetos conectados entre sí exige de una hoja de ruta y de un estudio previo completo que nos permita disfrutar de forma global de sus beneficios. De lo contrario, nos vamos a despertar en plena explosión.
Se intuye una erupción de desigualdad y de refugiados digitales. Una brecha insalvable entre propietarios de datos y quienes los generan. Un precipicio entre los que puedan controlar sensores, sistemas cognitivos e infraestructuras computacionales, y quienes los alimenten comprando compulsivamente cualquier nuevo robot que nos ayude a barrer la casa emitiendo datos sobre qué comemos al analizar las sobras esparcidas por el suelo.
Un buen ejemplo de lo que hablo sería el coche del futuro inmediato. Un ‘objeto’ que va a generar datos extremadamente valiosos, y que precisarán de una gobernanza concreta. Mucho antes de que éste se conduzca solo, que las leyes recuperen el tiempo perdido y se legisle a la velocidad de los avances tecnológicos, los vehículos serán un productor de datos masivos de incalculable valor. Ya lo son. En estos momentos, y a modo de ejemplo, algunas grandes marcas que hace poco confesaban estar descolocadas ante el creciente desinterés de la generación Milenial por comprar coches, investigan en otra fuente de ingresos que va a ser determinante.
Los datos con la información de dónde están y por dónde circulan los coches darán nuevos ingresos a las compañías que los venden y, por derivación, a quien tenga acceso a ellos. Es un buen ejemplo. Pero hay muchos más en la sanidad, en el comercio minorista, en los seguros, en la domótica o en la banca. ¿Quiénes serán los mayores interesados en un ecosistema de ‘cosas’ conectadas? ¿A quién pertenecen los datos que se producen? ¿Qué modelos de negocio aparecen en esa orgía de conocimiento digital? ¿Qué significa para los ciudadanos esa relación entre sus datos que generan y la vigilancia que supone? ¿Qué o quién regulará esos algoritmos y qué límites tendrán? ¿Cómo va a mutar nuestra manera de relacionarnos una vez las máquinas nos escuchen de verdad, nos hablen y hablen entre ellas? ¿De qué hablan las máquinas? ¿Será compatible la transparencia exigible a la administración con la digestión previa de datos masivos?
Nos dicen que una Smart City es un espacio que mejora la vida de los ciudadanos. Para ello se nos demandan datos. Muchos de ellos ya no los podemos discriminar. Salen de nuestra vida cotidiana. En breve, de todos ellos surgirán políticas automáticas, procesos de mejora social y organizativa. En teoría dejar nuestros datos a esos algoritmos nos garantiza una vida mejor, más ordenada ¿Qué grado de conocimiento sobre el funcionamiento de esos algoritmos deberemos exigir?
Los ciudadanos nos hemos convertido en simples ‘sensores’ que, a la vez, actuamos como ‘productores’; productores de datos sobre nosotros y nuestras relaciones con el entorno. El problema es que de momento no hay nada que haga prever que ese intercambio vaya a ir en dos direcciones. Vamos a entregar datos pero no vamos a tener opciones de interactuar al mismo nivel en ese proceso.
¿Qué decisiones toman esos algoritmos? ¿Y cómo las toman? No seré yo alguien sospechoso de no ver en la tecnología un aliado para el género humano, todo lo contrario. Pero el riesgo de ampliar el porcentaje de ciudadanos sin criterio en temas importantes y de dejarnos seducir por un mundo automático crece. Y es que ceder el mando a la tecnología sin haber analizado antes quiénes son los verdaderos actores de este asunto, las variables éticas y sociológicas que tiene una decisión algorítmica a tiempo real de todo lo que nos afecta, es enorme.
Post publicado originalmente en Ecoonomia bajo el título ¿Sabes que datos entregas gratis cada mañana?
La Renta Mínima Universal no es ni de derechas ni de izquierdas. Es inevitable
Cada vez hay más pobres con trabajo. Esa tendencia no se reduce ni tiene pinta de que se vaya a reducir. Las informaciones que llegan del futuro son que estamos abocados a un mundo sin empleo, o mejor dicho, a un empleo distinto a tal y como lo conocemos ahora. Los salarios son miserables y eso no va a cambiar. Básicamente por el tatuaje que imprime la economía circular en el sistema y porque en la competencia contra lo robótico, los humanos tenemos todas las de perder.
Cada vez hay más pobres con trabajo. Esa tendencia no se reduce ni tiene pinta de que se vaya a reducir. Las informaciones que llegan del futuro son que estamos abocados a un mundo sin empleo, o mejor dicho, a un empleo distinto a tal y como lo conocemos ahora. Los salarios son miserables y eso no va a cambiar. Básicamente por el tatuaje que imprime la economía circular en el sistema y porque en la competencia contra lo robótico, los humanos tenemos todas las de perder.
Contra ese destino, la política no toma decisiones estratégicas. De momento la táctica se impone y sugiere respuestas puntuales a las primeras erupciones socioeconómicas. Crear empleo de cualquier tipo y a cualquier precio es pan barato para hoy y hambruna para mañana. Subsidios por todas partes se amontonan en una orgía deplorable. Un espacio de dependencia que asusta. Por si fuera poco, se nos invita a prepararnos para una jubilación de pena donde lo único que podremos hacer con la pensión será visitar el parque más cercano y lanzar migas de pan a un grupo de gansos.
La Cuarta Revolución Industrial lo está cambiando todo y no tomar decisiones sociopolíticas es un error fatídico. De la administración se espera que prevean escenarios y nos preparen para ellos. Por un lado formar a una sociedad en lo que se va a precisar de ella. Por otro, atender a la posibilidad de que no todos puedan encontrar una vía profesional futura sujeta a los parámetros que ahora son entendibles. Es complejo pensarlo, pero esto va a ir rápido.
Se nos llena la boca con informes que hablan de un mundo sin empleo, de que la mitad de la fuerza laboral del mundo civilizado va a sucumbir pero la verdad es que poco o nada se hace al respecto. Parece como si fuera un guión de una película de tarde sobre catástrofes rodada por aficionados. Al final siempre ganan los buenos y el desastre se evita.
Pues esto no es una película. Ni un cuento. Hasta un hombre de empresa y visionario como Elon Musk ha puesto el tema del Salario Mínimo Universal sobre la mesa. Se suele cometer un error semántico al hablar de este concepto ubicándolo en la política ficción. Describiendo un mundo donde se vive sin trabajar mientras un ejército de robots nos mantienen. Me van a perdonar pero la cosa es muy seria. Incluso es soez en un mundo con centenares de millones de personas dudando si mañana podrán comer o beber agua.
La cuestión es que el Salario Mínimo Universal responde a una terminología pero deriva de un concepto existente. En 1962 un liberal (¡si un liberal!) propuso el ‘impuesto negativo sobre la renta’ que otorgaba una subvención a los contribuyentes que no llegaran al mínimo exigible. En plena crisis del 2008 los británicos la volvieron a liar con eso de los subsidios salariales. Casi seis millones de familias los recibieron para equilibrar, de nuevo, una situación que se planteaba dramática. La mayoría trabajaba y se les considera los ‘pobres con trabajo’. ¿Te suena?
La mitad del empleo está en juego. En jaque. En apenas un par de décadas se va a evaporar metálicamente en forma de robots, software y automatismos. No se crearán suficientes puestos de trabajo para sustituirlos. Esa es la trampa al solitario. El empleo del futuro no puede ser una competición entre máquinas y humanos. La idea de un Salario Mínimo Universal visto desde la perspectiva del Siglo XX resulta incomprensible y ciertamente roza lo sindical. Se precisa un cambio radical en el planteamiento y extraerlo de parámetros únicamente ideológicos. Sé que es complejo.
Comparemos el mundo de hoy con el de ayer y el de ayer con el de mañana. Debemos aceptar que más pronto que tarde, el choque de trenes se producirá. La tecnología no va a recular y las empresas no van a solidarizarse con el cuerpo laboral ineficiente. Va a suceder y cuando suceda deberemos haber establecido nuevas reglas. Un salario mínimo universal como modelo empresarial independiente para evolucionar. Un salario mínimo universal genera dependencia del Estado para evitar catástrofes. Como ves, derecha e izquierda tienen un escenario de encuentro por dos razones distintas. El Salario Mínimo Universal no será de derechas o de izquierdas, simplemente será. Esperemos que sepamos construir ese escenario complejo y lleno de aristas. Estaría bien empezar a pensarlo. Las prisas no molan.
Artículo publicado en Ecoonomia
En 'La Vanguardia' hablando de un nuevo concepto de empleo 4.0
Fue todo un detalle por parte del World Economic Forum, celebrado en Davos hace unos meses, tener en consideración la existencia de una revolución tecnológica que estaba afectando definitivamente la economía. Oficialmente, a partir de ese momento, entrábamos en la denominada Cuarta Revolución Industrial. Se le considera la cuarta porque sucede a las anteriores tres que se destacaron por la máquina de vapor inicialmente, la energía eléctrica después y la electrónica hace unas décadas. Ahora, viene calibrada por la digitalización, la inteligencia artificial, la eliminación de intermediarios en la cadena de valor industrial, la impresión 3D, la automatización de procesos, la robotización, la conducción autónoma de vehículos, el propio cloud y por supuesto, la robótica compleja.
La Vanguardia me pidió un artículo para el Monográfico Especial sobre Empleo que publicaron ayer. Brevemente intento explicar que lo más destacable en el futuro inmediato, en ese espacio temido de un mundo sin empleo, seguramente el debate deberá centrarse en que el modo de trabajo y no en la cantidad del mismo. Una visión algo diferente a la que hasta ahora se está planteando de manera genérica y que, incluso yo, he variado en los últimos meses. Se puede descargar en .pdf aunque aquí abajo os lo dejo completo.
La Industria 4.0 y el nuevo concepto de empleo.
Fue todo un detalle por parte del World Economic Forum, celebrado en Davos hace unos meses, tener en consideración la existencia de una revolución tecnológica que estaba afectando definitivamente la economía. Oficialmente, a partir de ese momento, entrábamos en la denominada Cuarta Revolución Industrial. Se le considera la cuarta porque sucede a las anteriores tres que se destacaron por la máquina de vapor inicialmente, la energía eléctrica después y la electrónica hace unas décadas. Ahora, viene calibrada por la digitalización, la inteligencia artificial, la eliminación de intermediarios en la cadena de valor industrial, la impresión 3D, la automatización de procesos, la robotización, la conducción autónoma de vehículos, el propio cloud y por supuesto, la robótica compleja.
Como es habitual, las grandes instituciones observan con delay una realidad evidente. Un retraso que en otras ocasiones ya supuso un rotundo ridículo. En 2006 cuando Nouriel Roubini anunció ante el FMI que se avecinaba un desastre económico monumental. Las risas y abucheos todavía resuenan. Los llantos posteriores también. Ha llovido mucho y el acercamiento muchas veces interesado y epidérmico a una Nueva Economía de este tipo de organismos está sujeto a intereses creados.
No les gusta y se nota. Pero como en otras ocasiones, el peso de lo irremediable es mayor que el amortiguador de los interesados. Lo grave es que ahora el discurso es tremendamente maniqueo. Se publican informes catastróficos. Un mundo sin empleo. Pero a la vez que alarman como para retener instintos, no parece que se lo tomen demasiado en serio. Como siempre pasó, la idea de que todo eso sucederá dentro de mucho tiempo parece alejar la urgencia por abordarlo.
Es obvio que vamos a vivir este período como un parto doloroso. Cómo pasó en otros momentos de la historia, al igual que los contemporáneos de la Revolución Industrial del siglo XIX, llamaron Crisis Industrial a aquella etapa de la historia, nosotros deberíamos también tener en cuenta que, mientras no se organizan las cosas, las revoluciones económicas y productivas son, sencillamente, crisis de dimensiones bíblicas.
Debemos ir preparando el terreno pues cómo la historia reciente nos demuestra, lo que parece ciencia ficción, deja de ser ficción pronto y se convierte en ciencia rápido. Vivimos bajo conceptos tecnológicos y modelos de negocio inéditos inimaginables hace apenas una década.
Ahora bien, mientras las administraciones se aclaran, localizan el asunto y deciden hacer algo al respecto, el resto de mortales debemos abrazar con entusiasmo lo que la tecnología nos aportará en breve. Ver la Industria 4.0 como un escenario de destrucción de empleo es un error. Esa Revolución no destruirá empleo sino que modificará el concepto empleo. Empresas donde los trabajadores irán a aprender y no a trabajar. A aprender como ser más humanos y aportar el único elemento que será distintivo en espacios repletos de software y robots, la creatividad y la intuición.
El valor añadido de las empresas de la Cuarta Revolución Industrial no serán las máquinas, el valor añadido, serán las personas. El mundo al revés. Para eso tenemos que prepararnos. No será automático y la educación y formación deberá ir asociada a un nuevo modelo directivo. Nunca seremos más eficientes y productivos que un robot, por eso deberemos ir a nuestra empresa a aprender como ser más humanos y a proporcionar un valor que será un bien preciado en las empresas del futuro. Preparémonos para ser más humanos gracias a los robots.
La Transformación Digital de España en el Consejo de Ministros. ¿Será la buena?
Y finalmente hubo fumata bianca. Un nuevo gobierno y algunos nuevos ministros. Los desafíos siguen siendo los mismos. La Transformación Digital de un país. La prórroga ha terminado y el tiempo apremia. Uno de los ministerios más interesantes desde el punto de vista económico no es ni el de Hacienda ni el de Economía, curiosamente será el de Energía, Turismo y Agenda Digital de Alvaro Nadal. Precisamente por ese último apellido. La Secretaría de Estado que estará enfocada a acometer la transformación digital de la economía y sociedad española se antoja imprescindible. Hay otros gobiernos europeos y asiáticos que disponen hace años de algo similar. La duda, como siempre, es si el asunto se quedará en un título, un informe, una hoja de ruta envuelta en papel celofán o realmente esta vez va en serio.
Y finalmente hubo fumata bianca. Un nuevo gobierno y algunos nuevos ministros. Los desafíos siguen siendo los mismos. La Transformación Digital de un país. La prórroga ha terminado y el tiempo apremia. Uno de los ministerios más interesantes desde el punto de vista económico no es ni el de Hacienda ni el de Economía, curiosamente será el de Energía, Turismo y Agenda Digital de Alvaro Nadal. Precisamente por ese último apellido. La Secretaría de Estado que estará enfocada a acometer la transformación digital de la economía y sociedad española se antoja imprescindible. Hay otros gobiernos europeos y asiáticos que disponen hace años de algo similar. La duda, como siempre, es si el asunto se quedará en un título, un informe, una hoja de ruta envuelta en papel celofán o realmente esta vez va en serio.
La transformación digital de un país tiene que ver con atender sectores, administración, infraestructuras, despliegue de red y aumento de competitividad apoyando el cambio de procesos, incrementando la digitalización de procesos y la aplicación de modelos de gestión automatizados. Preparar el terreno para un país donde el empleo y el modo de relacionarnos va a ser muy distinto en muy poco tiempo. Si se trata solo de cosmética, de un plan epidérmico, lo veremos pronto. Hay poco tiempo para atrapar a los que ya tomaron ventaja.
La cosa va de dinero. Pero no sólo. Va de tener un amplio presupuesto y flexible, pero también de trabajar de un modo transversal con el resto de ministerios para permitir que el cambio de modelo de crecimiento de este país se produzca lo antes posible. Sabemos que eso no va a ser fácil como demuestra la tónica que ha tomado el tema. Volvemos a las andadas. Seguimos esperando que lo inmobiliario, el turismo y poco más nos otorguen el peso suficiente para mantenernos en la mitad de la tabla europea. Nos olvidemos que hay sectores que crecen sin crear empleo y que, o nos ponemos de una vez, tendremos problemas a corto plazo. Graves problemas.
En otros países la agenda digital está en todos los ministerios y en otros depende de presidencia. Es decir, se contempla que la acción de una hoja de ruta digital tiene que ver con todo y no con un espacio concreto. Ese es el riesgo, que el responsable de este plan se encuentre con negociaciones interesadas por todas partes y su influencia se vea deteriorada en cada batalla. Aquí se ha optado por esta solución más jerárquica y sectorial. Tal vez demasiado si atendemos que lo importante es ser competitivo de un modo muy global.
No vamos a vivir siempre del turismo. No vamos a tener otro boom inmobiliario que dure décadas. Los cimientos de todo eso depende de ciclos y de que sigamos siendo un destino atractivo y barato. El futuro llegó y gran parte de la economía de España no ha asimilado que el tiempo de espera y análisis se terminó. Recordemos que en el informe ‘España 4.0. El reto de la transformación de la economía digital’, elaborado por la consultora Roland Berger, se asegura que apenas un 35% de las empresas españolas dispone de un ERP (sistemas de planificación de recursos empresariales), casi el 27% en el caso de los CRM (gestión de relación con clientes) y solo un 13% comparte información con su cadena logística. La gestión de bases de datos propias y sus derivadas tradicionales alcanza un 39%, pero si nos metemos en Bigdata el porcentaje está probablemente por debajo del 5%. Una oportunidad por cierto para los que lo apliquen.
En la Pyme el asunto es de espanto. Sólo un 16% aprovecha las posibilidades del comercio electrónico y apenas un 23% compra también online en modelos B2B. Este es el reto, no el del eslogan o el discurso. Es que las cifras están por los suelos. En Irlanda, Reino Unido, Alemania o Francia las cifras son de media el doble. El triple en otros como Eslovenia, Holanda o Dinamarca. El tiempo corre en contra porque los que ya lo tienen resuelto van más rápido que los que lo ‘vamos resolviendo’. La distancia se agranda.
El informe destacaba, y hace unos meses, que los obstáculos a la dicha transformación digital son la resistencia al cambio y el coste de ese cambio. La primera se soluciona culturalmente, la segunda económicamente. El problema es técnico, sabemos cual es por lo que también conocemos su solución. Mientras el gasto en I+D en España siga por debajo del 1,2% del PIB es absolutamente improbable que alcancemos a nadie o que el cambio de modelo económico se produzca de manera sólida. En Alemania llega al 3% y la media de la UE es del 2%. Entre 2009 y 2013, los recursos destinados a ciencia cayeron en España. En Alemania, en el mismo periodo, se incrementaron en un 18%. Son maneras de verlo.
Sin embargo todavía hay un rechazo importante desde el punto de vista cultural hacia la tecnología. Tengamos en cuenta que en este mundo, la transformación digital cambia la forma en la que hay que dirigir la compañía, el liderazgo, la toma de decisiones y a qué velocidad se generan. Y hay personas que quizás no se ven capacitadas tecnológicamente para ello. La sociedad en general, y las empresas en particular, parecen dominar los usos digitales básicos, pero aún están lejos de estar a la vanguardia de todo cuanto ofrece la digitalización de procesos, gestión, venta y comunicación.
Me encuentro cada día a con este caso. Lo más complicado es vencer ese primer paso. Sin embargo cuando lo logramos con nuestros clientes la toma de ventaja sobre competidores es abrumadora. Por desgracia la mayoría de esos clientes no están en España y en gran medida está ligados al Plan Horizonte 2020 de la Comisión Europea. La nueva manera de ver el escenario comercial es brillante. Es muy intenso el momento en el que casi ‘por arte de magia’ un sinfín de datos, modelos de gestión y planes tácticos, se perfilan hasta pasar de una foto borrosa a otra totalmente detallada donde la toma de decisiones y la predicción de resultados es la clave de la competitividad para estos clientes. De eso hay que hablar, en eso hay que trabajar.
Esa agenda digital tiene que pensar en incentivar la formación en las empresas, en estimular la creación de nuevos puestos de trabajo responsables de esa área de transformación y de generar un marco legal y de trabajo para las consultoras que nos dedicamos a dinamizar ese entorno. No es lo mismo digitalizar un Centro Comercial que Transformar una flota de transportistas. Ésta segunda tendrá que lidiar pronto con plataformas sociales que serán una competencia inédita y disruptiva por ejemplo.
Veremos que tal. Recordemos que ya existe una Agenda Digital. Data de febrero de 2013 y buscaba desarrollar la economía y la sociedad digital en nuestro país configurándose como el paraguas de todas las acciones del Gobierno en materia de Telecomunicaciones y de Sociedad de la Información. Si el plan es replicar la intensidad vamos listos. Si la idea es darle un nuevo impulso y abrazar los nuevos objetivos que en este tiempo han sido modificados por los ‘agentes externos’ iríamos bien.
El problema es que en España existen lagunas legales importantes en cuanto a la aplicación de algunos negocios digitales que son como misiles en el área de flotación de algunos negocios estratégicos. Los más de 120.000 millones de euros que se estima impactarán en la economía nacional en cuanto se logre la anhelada transformación digital necesitan de que entendamos que muchos modelos de negocio ‘protegidos’ dejen de estarlo y se permita la irrupción de nuevos actores naturalizados con la tecnología. Telecomunicaciones, turismo, servicios financieros, transporte, infraestructuras, farmacia, salud, energía e industria tienen los días contados bajo el prisma tradicional. Permitir ese cambio de una vez nos hará más competitivos en general. El proteccionismo no es una buena idea en este caso.
Veo con esperanza la reactivación de la Agenda Digital española. Con algo de escepticismo en cuanto a la permisividad del resto de agentes involucrados y con dudas evidentes sobre la capacidad de generar una nueva cultura transformadora en general. Sin embargo, sea como sea, no hay más remedio que abordar la transformación digital de la economía española urgentemente. El primer paso, asumirlo, parece estar ya en el Consejo de Ministros. A ver…
El terror sociológico a una nueva tecnología. No íbamos a ser una excepción.
¿Sabías que la sociedad en su momento se opuso enérgicamente a la llegada de la electricidad porque consideró que ese avance destruiría todos y cada uno de los elementos de aquellas cadenas de valor? ¿Sabías que en 1942 el sindicato de músicos más importante de los Estados Unidos prohibió a sus miembros a grabar canciones pues consideraban que eso acabaría con la música en directo? En cada caso tenían razón pues se destruyeron millones de puestos de trabajo. Pero en ambos casos esas tecnologías cambiaron la industria por completo. La electricidad dio paso a nuevos empleos y al primer escenario de eficiencia. La grabación de música transformó la escalabilidad permitiendo que el músico pudiera alcanzar cotas de beneficios impensables y, por supuesto, nacieron empleos inexistentes cinco minutos antes.
¿Sabías que la sociedad en su momento se opuso enérgicamente a la llegada de la electricidad porque consideró que ese avance destruiría todos y cada uno de los elementos de aquellas cadenas de valor? ¿Sabías que en 1942 el sindicato de músicos más importante de los Estados Unidos prohibió a sus miembros a grabar canciones pues consideraban que eso acabaría con la música en directo? En cada caso tenían razón pues se destruyeron millones de puestos de trabajo. Pero en ambos casos esas tecnologías cambiaron la industria por completo. La electricidad dio paso a nuevos empleos y al primer escenario de eficiencia. La grabación de música transformó la escalabilidad permitiendo que el músico pudiera alcanzar cotas de beneficios impensables y, por supuesto, nacieron empleos inexistentes cinco minutos antes.
Suele ser siempre así. Cualquier avance tecnológico suele tener un duro tránsito por el reconocimiento de su valor real. La sociedad suele confrontarse porque percibe que va a perder algo y por el desconocimiento de lo que supone realmente. Ahora, con la transformación digital, vivimos algo muy parecido. Socialmente estamos asumiendo que no hay vuelta atrás, que todo va a ser automático y robotizado, que millones de puestos de trabajo se van a perder irremediablemente y que la sociedad como la conocemos va a dar un vuelco definitivo. Se mira con miedo ese escenario. Me lo comentan muchas veces tras conferencias, entrevistas o trabajando con clientes que buscan aprovechar este momento.
La pregunta más repetida es la que dice ¿cómo vamos a vivir en un mundo donde no va a ser necesario el ser humano? Suelo responder con otra pregunta. ¿Por qué una tecnología va a convertir al ser humano en irrelevante? El ser humano tendrá el papel más relevante que ha tenido hasta la fecha en toda su historia: ser humano. La tecnología la iremos entendiendo, es cuestión de tiempo, poco a poco irá desplegándose en todos sus sentidos y formas. No será sólo un dispositivo o un módulo de comunicación que nos acompaña, será algo más complejo y eficiente. Nos convertirá en ‘homus digitalis’ definitivamente y en ese escenario, la partícula ‘homus’ será indispensable y tremendamente referencial.
Lo hemos vivido antes y lo volveremos a vivir. Las sociedades se oponen a los avances tecnológicos, a las revoluciones que comportan un cambio de los modelos productivos, culturales, sociales y económicos. El miedo a los cambios disruptivos debió existir cuando un tipo que andaba a cuatro patas decidió ponerse de pie. La gente siente que va a perder algo. No solemos ver en el horizonte desconocido y borroso nada bueno. Pero la historia nos ha demostrado que en ese perfil nublado siempre aparece un sol radiante.
La imprenta permitió que el monopolio de la cultura pasara de unos pocos a la gente y, sin embargo, el rechazo a su generalización fue muy importante y no tan sólo por las clases dominantes. Los mismos dilemas que vivieron en cualquier avance tecnológico nuestros antepasados son los que vivimos nosotros ahora. El pavor a la Inteligencia Artificial, a la IoT, a la impresión 3D o a la robotización absoluta es algo natural, cómo también lo va a ser la innata capacidad humana para encontrar el valor de todo ello y aportarse su punto de ‘humanidad’ que sólo nosotros podemos otorgarle a las cosas. Las empresas deben dar un salto conceptual y aplicarlo al entendimiento de un nuevo escenario del que pueden obtener ventaja o quedarse definitivamente rezagados. No hay dos opciones para ganar, sólo una.
El crecimiento sin timonel y la urgente digitalización del modelo productivo.
Hace unos días, tras la conferencia que ofrecí en el World Trade Center de Barcelona durante el I Forum Cárnico dedicado a la innovación y la transformación digital, el presidente de una de las principales empresas del sector me aseguró que el riesgo de que la robotización destruya empleo en España es todavía escasa y que eso, si sucede, pasará dentro de varias décadas. Le respondí con datos que me sirven para empezar este post. Desde 1996 la destrucción de empleo en el sector manufacturas por efecto de la robotización en España ronda el 38%, superior al sueco, coreano o alemán por ejemplo. Más adelante recuperaré estos datos.
Hace unos días, tras la conferencia que ofrecí en el World Trade Center de Barcelona durante el I Forum Cárnico dedicado a la innovación y la transformación digital, el presidente de una de las principales empresas del sector me aseguró que el riesgo de que la robotización destruya empleo en España es todavía escasa y que eso, si sucede, pasará dentro de varias décadas. Le respondí con datos que me sirven para empezar este post. Desde 1996 la destrucción de empleo en el sector manufacturas por efecto de la robotización en España ronda el 38%, superior al sueco, coreano o alemán por ejemplo. Más adelante recuperaré estos datos.
A todo esto ya van 11 meses sin gobierno. El PIB sigue creciendo con fuerza aunque tenga truco. El truco es que venimos de tan abajo que sino subiera sería de aurora boreal. La velocidad de crucero se sitúa cercana al 0,8%. El hecho de tener un consejo de ministros en funciones podría parecer que es incluso algo bueno pero no debemos tomar conclusiones erróneas. El viento sopla a favor del crecimiento por la coyuntura petrolera, un euro que impulsa la exportación y un coste de financiación en mínimos históricos. Sin embargo la productividad española sigue siendo discreta. No se crecerá a largo plazo si esta tendencia no cambia y un gobierno, el que sea, no se pone a resolver problemas estructurales que tiene nuestro modelo económico. Pasan los días y los meses y el tren del futuro sigue alejándose. La sociedad del conocimiento se resiste a perderlo gracias a la iniciativa de miles de emprendedores y empresas tecnológicas que luchan contra los elementos, las reglas y leyes que no son favorables y que, por comparación con otros países, son puro fuego amigo.
El esfuerzo inversor en investigación sigue cayendo. Del 1,35% del PIB ha bajado al 1,23% y no parece que esa tendencia catastrófica vaya a cambiar en breve. El asunto se pone feo pues la brecha con nuestros competidores naturales sigue creciendo. Si a esta desidia por mejorar el modelo productivo sumamos los previsibles problemas de ocupación estacional, el porcentaje insultante de paro juvenil que pagaremos con creces a medio plazo, un sistema de pensiones insostenible y una nula estrategia política por modular un escenario socioeconómico vinculado a la robotización y la economía digital, el asunto es chusco de narices y poco tiene que ver con la idea de que vamos bien. Ni los que gobiernan en funciones, los que ya no gobernarán seguro, los que dicen que si gobiernan cambiaran su populismo por pragmatismo, los que hablan de sumar para dar estabilidad o los que pasaban por allí, ninguno de ellos hablan del asunto en cuestión y siguen con su discurso maniqueo y endogámico sobre un mundo que cada vez es menos real.
La verdad es que poco importa si hay o no terceras elecciones, que no las habrá. Tampoco si el gobierno es más o menos estable. En teoría la obligación de sus señorías es llegar a acuerdos que permitan legislar para marcar la hoja de ruta para solucionar problemas que este país no puede mantener por más tiempo en el cajón de los temas a solucionar más adelante. No hay más adelante, el futuro ya llegó y parece que los señores del pasado no lo ven porque permanecen en su espacio natural.
¿Saben que se destruye empleo como he dicho antes en base a la robotización? ¿Que independientemente de cómo y qué hagan eso va a ir en aumento? ¿Piensan diseñar un plan para que el parto no sea tan doloroso? ¿Saben estos señores que las cinco mayores empresas del Estados Unidos son tecnológicas y que apenas existían hace dos décadas? ¿Tienen idea de lo importante que es vincular el crecimiento de un país a este tipo de empresas?
¿Saben nuestras señorías que la pujanza del modelo productivo digital es de tal calibre que sino nos situamos a su estela vamos a quedarnos como un país totalmente irrelevante en el concierto internacional? ¿Tienen idea del coste que tiene para el futuro de todos nosotros su desidia o desconocimiento? ¿Se hacen a la idea de que la economía digital no es un eslogan sino un objetivo irrenunciable? ¿Han hecho el cálculo de la posición económica mundial que nuestro país ocupará en una década sino se arremeten medidas de calado político y estratégico que impulsen el cambio de modelo de crecimiento? ¿Han imaginado como es un país desequilibrado con dos polos alejados entre las ciudades tecnológicas y el resto del territorio? ¿Saben que supone en materia de garantizar servicios y derechos a los ciudadanos de la década siguiente el pertenecer a un limbo no competitivo más próximo a Marruecos que a Dinamarca?
Si preguntáramos a esos representantes si saben, en palabras de Enrique Dans, que es ‘la economía de la verdad’ que sustituye a ‘la Nueva Economía’ pocos o ninguno sabría realmente responder. Si les preguntáramos que es 'Facebook, Google o Amazon seguramente su respuesta sería una aplicación frívola, un buscador y una tienda de libros cuando la realidad es que son el espacio donde sucede la economía real. Nada que no sea digital será economía y de eso va todo este debate'. Sino lo ven, sino lo aceleran, nos vamos a dar una hostia que la del 2008 va a ser una especie de broma escolar.
Y es que en agosto ya tuvimos un aviso. El peor verano para la seguridad social desde 2008 se nos plantó delante de las narices y pocos quisieron verlo. Casi 150.000 cotizantes desaparecían sin dejar rastro mientras los discursos continuaban con el ‘seguimos creando empleo’. La creación de empleo se va a ir ralentizando porque no hay empleo que crear. Los sectores que mejor representan el cambio de modelo irremediable y al que no podemos renunciar no generan empleo. El sector biotecnológico ya es más importante que el todopoderoso turístico pero no empleo a casi nadie en comparación.
La paradoja es que si queremos empleo solo podemos crearlo en los sectores que sabemos son pura sentencia de muerte. La solución está en equilibrar esa jugada y preparar nuestro espacio social a uno donde trabajar sea un efecto secundario, donde la gestión pública sea capaz de salvaguardar rentas mínimas y dónde el sector privado establezca criterios productivos de vanguardia bajo el soporte y estímulo urgente de la administración.
Sigue la vivienda disparada y no es más que un disparo al pie. La locura ha empezado y de locos el futuro va a estar vacio. En el segundo trimestre del año las ventas se incrementaron un 23,7%, el precio se encareció en 7,5%, las hipotecas se han vuelto a poner de moda en los almuerzos de esa falaz clase media y los vientos parecen empezar a traer ese olorcillo tibio a sequía que permaneció durante años. No aprendemos, es hasta comprensible, pero que un gobierno no establezca urgentemente las medidas que eviten la que se avecina, no se puede entender. Lloverá sobre un charco. La demanda se ha activado y vuelve a no tener ningún límite. Allá vamos, cuesta abajo y sin frenos.
Sin frenos porque mientras re-fabricamos nuestra sociedad soportada en viga de hormigón pretensado y ladrillo cerámico, el empleo se irá reduciendo, no creando. El recorte de personal es irremediable en miles de empresas. No porque vayan a tener menores ingresos, sino porque las funciones que millones de personas realizan ahora mismo en breve serán sustituidas por robots o software. ¿Has analizado cuantos puestos de atención al público en los que hasta hace unos pocos años una persona te atendía, ahora esa relación la formalizas con una máquina? No es necesario leer informes, con revisar tu entorno verás que el recorte masivo es exponencial. Sino lo ves, entonces mira lo que pasa en otros lugares.
¿Cuánto te queda en tu puesto de trabajo? ¿Lo has pensado? Me gusta ser optimista y hablar de un mundo mejor a medida que la tecnología nos ofrezca un mundo más humano, pero me preocupa que eso va a pasar en algunos lugares que han empezado a preguntarse como abordar el mayor desafío al que se ha enfrentado la humanidad, mientras que en otros nadie está analizando como hacerlo. En España la transición a una economía que automatizará todo lo automatizable no tiene timonel y cuando el mar que hay que surcar es bravo y lleno de peligros sin alguien que tome el timón la deriva es muy mala consejera, se suele naufragar.
La urgencia de que un software se encargue de conformar gobierno.
Al período anterior a la hipotética recuperación económica que vivimos se le llamó crisis y destacó, por encima de todo, por se la responsable de la destrucción de 3,8 millones de empleos. A partir de 2014, justo cuando se establece el punto de inflexión, según los expertos, se han creado 1,4 millones de puestos de trabajo. Del 26,9% de paro, que se dice rápido, hemos descendido a una tasa que ronda el 20% según la EPA. El ritmo no es malo, el modelo elegido sí.
Al período anterior a la hipotética recuperación económica que vivimos se le llamó crisis y destacó, por encima de todo, por se la responsable de la destrucción de 3,8 millones de empleos. A partir de 2014, justo cuando se establece el punto de inflexión, según los expertos, se han creado 1,4 millones de puestos de trabajo. Del 26,9% de paro, que se dice rápido, hemos descendido a una tasa que ronda el 20% según la EPA. El ritmo no es malo, el modelo elegido sí.
Los casi 400.000 empleos que se crean al año significan que, al mismo ritmo y desoyendo todas las informaciones acerca del momento histórico que globalmente vive el mundo, no será antes de 2023 que España logre el mismo nivel de ocupación anterior a la dichosa crisis. El problema es que esa previsión sobre la creación de empleo se olvida de un factor determinante y del que hablamos continuamente en este blog. No vamos a un mundo de creación de empleo, sino todo lo contrario. La Cuarta Revolución Industrial no es el título de un programa de televisión, no es una frase publicitaria, es la definición de un momento histórico que en tres ocasiones anteriores ya ha vivido la humanidad.
El cálculo sobre cuando ‘estaremos como antes’ o ‘la recuperación sea notable’ también debería atender a otra variable. Las más que probable recaída a nivel económico en Europa especialmente, motivadas por las consecuencias del Brexit, la falta de demanda exterior, la competencia u otros. Recomiendo por todo ello dejar de imaginar un país, un continente, un mundo, con plena ocupación. Una plena ocupación que sólo podrá lograrse cambiando absolutamente el concepto ‘puesto de trabajo’. Deberá legislarse, y pronto, acerca de un mundo con un empleo basado en una menor carga humana en tiempo especialmente y, además, tremendamente tecnificada.
Muchas de las cosas que hacemos de manera cotidiana hoy en día hace tan solo unos años se llevaban a cabo de otro modo muy distinto. En cada uno de esos nuevos hábitos aparece la tecnología de manera muy importante y, en un análisis más profundo, descubriremos que el producto final que consumimos, la acción que desarrollamos o la interacción que ejecutamos, requiere ahora mucha menos gente, menos humanos para que suceda, que hace unos pocos años, meses, minutos.
Ya no escribimos cartas, no elaboramos álbumes de fotos, nos reunimos sin estar juntos, no compramos entradas en ninguna taquilla, no se utilizan mapas callejeros, las guías turísticas son reliquias, no compramos periódicos, no visitamos tiendas de música, nos convertimos en nuestros propios cajeros en un supermercado, retiramos el coche automáticamente de algunos aparcamientos, nos subimos en trenes sin conductor, recibimos resúmenes de noticias elaboradas por un software, hablamos con ‘teleoperadores’ que son sintéticos, los agentes de seguridad ahora son cámaras sofisticadas, la concesión de un crédito ya no lo decide un comité en un banco sino un software especializado y mil ejemplos más.
El estudio de Carl Benedikt Frey y Michael Osborne titulado ‘The future of employment: how susceptible are Jobs to computerisation?’ decía que el 47% de los puestos de trabajo que existen en el mundo son susceptibles de ser automatizados en las próximas dos décadas. Un estudio de hace tres años que fue aceptado en Davos como un documento de análisis y reflexión a tener en cuenta por todos, incluidos los gobiernos ‘en funciones’.
Este el asunto más grave. El empleo no lo vamos a poder crear por ciencia infusa. El nuevo empleo, muy pronto, será de otro modo. Menos intensivo, de mayor calidad y mucho más eficiente, pero también deberá ser más tecnológico y de valor añadido. Una mayor automatización supone una mayor eficiencia para las empresas, por ende, mayores ganancias y menos necesidad también de puestos de trabajo. Millones de puestos de trabajo se prevé que desaparezcan. Si quienes tienen la obligación de preparar la sociedad y su economía productiva a los escenarios de futuro siguen en sus trifulcas absolutamente ridículas y escenificaciones alejadas de la realidad el hostión que nos vamos a dar en unos años será bíblico.
El mundo sigue su curso hacia un escenario sin empleo. Todo lo que pueda ser automatizable, ‘robotizable’ y todo lo que pueda sustituir un grupo de humanos por un ‘software’ o un brazo mecánico, será. Periódicos sin periodistas, bibliotecas sin bibliotecarios, bares sin camareros, tiendas sin vendedores, empresas sin directores, taxis sin taxistas, hoteles sin intermediarios, transporte sin transportistas, clínicas sin doctores y, quien sabe, parlamentos sin políticos. ¿Para que se precisa un político?
Hoy en día las decisiones políticas se toman en base a tres criterios: presupuesto, interés partidista y capacidad de gestión. La primera la gestionaría increíblemente mejor un software inteligente que una docena de ministros de economía visto lo visto. Lo segundo, más divertido, un gestor de datos masivos capaz de trabaja en base a variables de bienestar social no dependiente de votos, podría gobernar sin esperar ‘encuestas’ o lo que fuera. La tercera es pura evidencia. ¿Quien más eficiente que un software?
El asunto es que el mantra de la urgencia pronto dejará de serlo. La idea que se puede crecer con un gobierno en funciones podría instalarse y, de hecho, es real. El problema es que esa inercia política y económica precisa, ahora más que nunca, de una estrategia clara y decidida en crear un país tecnológicamente homologable, socialmente garantista, económicamente digital e internacionalmente competitivo.
La tecnología adaptada a todos los órdenes de la vida exige que se apoyen iniciativas empresariales, institucionales y sociales que tengan la tecnología como foco de crecimiento. La sociedad debe tener garantizados los mínimos aceptables y de bienestar, incluso la concesión de derechos fundamentales a algunas elementos que ahora mismo son solo servicios públicos. El futuro sin empleo, o menor empleo, exige diseñar urgentemente un modelo social y de protección compatible con crecimiento. Una digitalización que debe ser una obligación y no una opción para todos, empresas, personas y ministros. Una competitividad internacional que no nos garantiza el sol ni la playa, ni los monumentos, ni los bosques. Un turismo que precisa reconvertirse y digitalizarse para competir con otros territorios que, algún día, dejarán de tener problemas geopolíticos.
Estuve viendo la ‘segunda’ investidura la pasada semana. He escuchado todo lo que se ha dicho y se dice. Acojona lo lejano que les resulta a todas 'sus señorías' ese futuro inminente que deberían estar analizando.
El sector biotech alcanza en facturación al sector turístico. ¿Listos para un cambio de modelo productivo?
El paro baja en 216.700 personas a final del segundo trimestre de 2016. Y lo hace hasta una tasa del 20% según la EPA. Ahora ya ‘sólo’ quedan 4.574.700 personas sin trabajo en España, lo que pone el índice al mismo nivel que teníamos en 2009. Todo parece ir por el buen camino dicen. Incluso seríamos capaces de decir que ‘sin gobierno’ las cosas avanzan relativamente mejor.
El paro baja en 216.700 personas a final del segundo trimestre de 2016. Y lo hace hasta una tasa del 20% según la EPA. Ahora ya ‘sólo’ quedan 4.574.700 personas sin trabajo en España, lo que pone el índice al mismo nivel que teníamos en 2009. Todo parece ir por el buen camino dicen. Incluso seríamos capaces de decir que ‘sin gobierno’ las cosas avanzan relativamente mejor.
Sin embargo, si bien los hogares con todos sus miembros en paro bajó un 7,3% con respecto al trimestre anterior, son todavía casi 1,5 millones las familias sin nadie trabajando. Un tema grave que se suma a otro aún más dramático y que esconde el verdadero problema estructural de nuestra economía. El paro joven se mantiene estable cerca del 47%.
Que la mitad de los jóvenes dispuestos a trabajar menores de 25 años no tengan empleo no es comparable con ningún país civilizado. Además, habría que sumar los centenares de miles que huyeron en busca de oportunidades en otros países. Jóvenes con dos carreras, ‘másters’ e idiomas, recogiendo cucharillas en un café turístico de cualquier capital europea.
La respuesta a toda esa generación con talento y habilidades para ofrecer sus capacidades a fin de cambiar un modelo de crecimiento que se llevó por delante millones de empleos, familias, propiedades y sueños, está siendo escasa. Se está permitiendo que se vayan por no activar políticas que puedan suponer un espacio de desarrollo actual, homologable con nuestro entorno. Crear empleo es siempre algo positivo pero el que se está creando es ciertamente revisable. Sigue siendo muy escaso el que proporciona valor añadido, está vinculado con las nuevas tecnologías o el conocimiento.
Y es que seguimos con la idea de que ‘la recuperación’ es algo bueno. ¿Recuperar qué? Un modelo productivo ineficiente destinado a acumular ladrillos en cualquier esquina, a especular con solares y terrenos que nadie utilizaría en su sano juicio o a la estimulación de un modelo dependiente del turismo de bajo coste. ¿Eso es lo que queremos recuperar? Perdimos la oportunidad de subirnos a un carro de la modernidad hace años, cuando las vacas gordas pudieron pagar el coste de modernizar todo el tejido empresarial e industrial, la administración y sus procesos, pero no se hizo. Ahora con las vacas flacas, que se acentuarán, menos lo haremos.
Se avecina el mayor ajuste en tiempo, las exigencias europeas así lo estiman. La pérdida en e sector turístico aun no se han descontado por el ‘brexit’, la caída de ingresos fiscales explican que aunque haya más empleo este genera menos beneficios y el gasto público sigue fuera de la envergadura que se nos ordenó. A menos recaudación, más impuestos. A más recortes, menos crecimiento. A menos crecimiento, mayor destrucción de empleo. No es bueno vanagloriarse de una cifras que cuando se miran al detalle tienen muchos aspectos que muestran los alfileres con los que se sujetan.
Pero es así. Vivimos en plena recuperación pues los bancos vuelven a otorgar hipotecas al 100% con financiación camuflada. No hemos aprendido nada. Al cierre de 2015 las hipotecas que de manera evidente suponen la totalidad del coste de una vivienda suponían el 15,6% del total y sabemos que ahora mismo esto puede estar muy por encima. Sin duda es lo que explicaría el hecho de que el número total de hipotecas se incrementara un 20% llegando a diciembre del año pasado a un cuarto de millón concedidas. Sí, 250.000 hipotecas en el país de los desahucios.
Pero entre tanta 'buena' noticia se esconde otra mucho mejor. El problema es que es una información económica que no afecta al empleo, pues resulta que uno de los sectores de mayor crecimiento en España es uno de los que menos puestos de trabajo genera. Un sector vinculado al futuro, a la tecnología y a las opciones de generar un cambio de modelo productivo que nos aleje del que hasta la fecha nos ha llevado a múltiples desastres.
Hablo del sector Biotech. Un sector industrial que ha logrado superar por primera vez los 100.000 millones de euros anuales de facturación. Hay que tener en cuenta que el sector biotecnológico español en 2008 sólo representaba el 2,98% del PIB y ahora supera el 10% llegando a la misma tasa de importancia que el todopoderoso sector turístico. Pero sin embargo, la curiosidad aparece en la afectación al empleo que tiene. Apenas 190.000 personas trabajan en este sector cuya mayoría está en Catalunya. La explicación según el propio gremio es que no hay trabajadores cualificados y, el que había, se fue de España.
Es evidente que la apuesta por sectores de futuro que se alejan de la manoseada ‘recuperación’ es la mejor opción. Sin embargo se debe preparar el mantel. Mejores sueldos, mayor ambición desde la administración en su potenciación soportando programas de formación y de I+D+I y, por supuesto, arremeter de una vez un plan fiscal beneficioso para sectores tecnológicos o al final, muchos, se irán dónde sea más cómodo generar riqueza.
Pero me interesa vincular todo esto con la necesidad de estimular un cambio económico que sea capaz de aportar un futuro adecuado a un país como España. Modernidad, liderazgo político y empresarial capaz de generar un espacio tecnológico y competitivo con el futuro. Una revisión real de cómo va a ser el futuro inmediato dónde la automatización y los robots no van a ayudar a la creación de empleo. Un mundo inminente que habla de pensiones en riesgo, sociedad del bienestar en jaque y modelos productivos obligados a vivir una disrupción inevitable.
El empleo no se va a generar masivamente en los sectores de futuro. Ahí se va a instalar la eficiencia. Debemos ir pensando en que modelo social y económico, de salvaguarda de derechos y servicios, vamos a soportar como sociedad. La oportunidad, cómo demuestra el sector biotech está trazada. Con un poco de ayuda, hoja de ruta y visión de hacía dónde va el mundo, la oportunidad de 'no recuperar' nada y si 'construir un futuro mejor' es evidente.
Atrapados en 'El día de la Marmota'. La urgencia de la transformación digital de la economía.
'El día de la marmota'. Así podría titularse la película que definiría lo que vive España con respecto a poner en marcha un nuevo gobierno. Lo grave es que en este caso, y a diferencia con la obra protagonizada por Bill Murray, nadie parece haberse dado cuenta que cuando empieza un nuevo día que va a repetirse indefinidamente es factible modificar cosas para ir mejorando la situación.
'El día de la marmota'. Así podría titularse la película que definiría lo que vive España con respecto a poner en marcha un nuevo gobierno. Lo grave es que en este caso, y a diferencia con la obra protagonizada por Bill Murray, nadie parece haberse dado cuenta que cuando empieza un nuevo día que va a repetirse indefinidamente es factible modificar cosas para ir mejorando la situación.
Pues mientras todo sigue su curso a velocidad política, el planeta sigue girando y lo hace a velocidad crucero. El punto crítico en el que se encuentra el desarrollo digital en todo el continente europeo precisa de que se tengan las ideas claras y los criterios de adopción de una apuesta por la digitalización especialmente de las propuestas emergentes en inteligencia artificial, gestión de datos, robotización y economía colaborativa.
La disponibilidad tecnológica de la clase política española es preocupante. De todos. Mientras el continente se enfrenta al reto más importante que hemos vivido en décadas, España no tiene discurso propio. Tampoco tiene ninguna acción destacada que no derive de la inercia. A muchos ya les va bien obviamente, y por eso no se denuncia desde ninguno de los estamentos y empresas que deberían estimular algún cambio.
La transición digital se enfrenta a un muro enorme que la industria tradicional ha erigido conscientemente para no perder algunas de sus ventajas. Saben que una socioeconomía digitalizada se lleva por delante intermediarios, procesos ineficientes y estructuras que fueron creadas para el control de todo. El problema no es sólo español. Esto tiene que ver con un continente viejo, que camina despacio porque se ha hecho despacio y con desgana.
Lo curioso es el desequilibrio. España tiene ante si una oportunidad única que se nos puede estar escapando. Nos encontramos con una alta tasa de conectividad alta, rondando el 78% en redes rápidas de banda ancha, pero a la vez disponemos de una tasa de paro bíblica y una baja competencia digital de esos nuevos aspirantes a encontrar un empleo. Esto genera una incoherencia dramática. Digamos que hay centenares de miles de parados que no tienen ninguna opción de ser contratados en un país que quiera avanzar digitalmente y ser competitivo en el futuro inmediato.
O avanzamos en la modernización a riesgo de la exclusión que puede suponer o reducimos la velocidad de innovación para ocupar a millones de personas sin la formación que requiere la Nueva Economía. La demanda actual en la sociedad digital va estrechándose para quien no tiene una cultura digital avanzada. Si queremos reducir el paro sólo se puede contratar mayoritariamente a personal sin una formación digital compatible con la de otros competidores. Si no lo hacemos se perpetúa esa lacra.
Es un callejón sin salida aparente. Estimular la contratación tal y como se está haciendo ahora nos aleja del futuro. No hacer nada colapsa el consumo. La verdad es que no es fácil pero es importante dejarse de táctica y abrazar la estrategia o el hostión a medio plazo va a ser épico.
Los retos se amontonan. La debilidad parlamentaria dificultará la aplicación de reformas estructurales, eso lo sabemos. Será importante determinar prioridades entre lo urgente y lo importante. El impulso del I+D y el apoyo a la exportación en plena digitalización de todo no es un tema accesorio. Para competir exportando habrá que modificar toda la política industrial buscando salarios solventes y estables. Para ello sólo hay una solución que tiene que ver con una política fiscal más amable. Subiendo impuestos, atrapados como estamos, esa opción se aleja.
La administración debe liderar el proceso y las empresas deben implementarlo. Los ciudadanos deben disfrutar y dinamizar esa modernización y adaptarla a un futuro digital y competitivo. Todos debemos saber cual es nuestro papel en esta guerra. Pero el problema actual es que el primer batallón está en parada técnica, el segundo procura mantener sus monopolios para que otras no puedan a través de la disrupción cambiar alguna regla del juego. El tercero, el batallón de los ciudadanos, sigue pendiente mayoritariamente de formarse y entender el modelo social y económico que supone la digitalización de todo.
Si la economía de nuestros vecinos compradores se frena, la recaudación tributaria se reduce y el gasto público del nuevo gobierno se debe recortar, sólo va a quedar subir impuestos, reducir prestaciones y retrasar la transformación digital que tanto necesitamos. Y no la necesitamos por capricho. No es por parecer más ‘cool’. Se trata de ser sostenibles, de ser competitivos, de seguir siendo primer mundo. ¿Cómo piensan mantener el sistema de pensiones en unos años por ejemplo? Con un empleo precario e inestable o con una red laboral compleja de alto valor y eficiencia, digitalizada y robotizada, rentable y capaz de prestar servicios a la sociedad que vamos a ir necesitando cada vez más por pura aritmética demográfica.
Es evidente que sin plan no hay pan. Cuando por fin se pongan de acuerdo, se repitan las elecciones o lo que sea, la urgencia aun será mayor. El tiempo pasa y seguir jugando a la ruleta con esto es una irresponsabilidad que no nos podemos permitir. La reconversión de la educación y del mercado de trabajo no puede permanecer más tiempo pendiente de la ciencia infusa. El paro se irá reduciendo, es evidente, pero ese tipo de empleo alejado de las necesidades reales de una sociedad digital es pan para hoy y hambre para mañana. El problema es que ‘mañana’ es ya mismo. Hace años que lo sabemos.
La economía colaborativa, el retroceso de la propiedad y la emergencia del servicio.
Según la OBS Business School la economía colaborativa alcanzará una cifra de facturación cercana a los 300.000 millones de euros en apenas unos ocho años. El informe del que se desprenden estas predicciones no hace más que ahondar en el hecho que la economía, como la entendemos, se ha quebrado irremediablemente y que urge, por el bien de todos, ir estructurando un sistema regulado que permita adaptar la sociedad y los modelos productivos adecuadamente. Sino lo hacemos se corre el riesgo de que el parto de un modelo de crecimiento económico irremediable sea muy doloroso.
Según la OBS Business School la economía colaborativa alcanzará una cifra de facturación cercana a los 300.000 millones de euros en apenas unos ocho años. El informe del que se desprenden estas predicciones no hace más que ahondar en el hecho que la economía, como la entendemos, se ha quebrado irremediablemente y que urge, por el bien de todos, ir estructurando un sistema regulado que permita adaptar la sociedad y los modelos productivos adecuadamente. Sino lo hacemos se corre el riesgo de que el parto de un modelo de crecimiento económico irremediable sea muy doloroso.
Por ejemplo, la empresa Airbnb ya está presente en más de 35.000 ciudades de 190 países. Ha alojado a más de 60 millones de huéspedes y se calcula que en apenas tres años alcance una facturación cercana a los 10.000 millones de euros. Esta cifra la convertirá en la compañía líder del mundo en el sector hotelero. La economía colaborativa no hace más que crecer. Cada día aparece un nuevo y disruptivo modelo productivo que genera una fractura en el sistema que lideraba algún tipo de transacción.
De hecho en todo ello tiene mucho que ver la mutación de toda la cadena de valor que está transformando el ‘producto a servicio’. El escenario ha cambiado definitivamente. La compañía de taxis mas grande del mundo no tiene taxis: Uber. La compañía más grande de alojamientos no tiene ni un solo hotel: Airbnb. La empresa más grande de telefonía no tiene infraestructura propia: Skype. La mayor empresa de retail del mundo no tiene inventario: Alibaba. La mayor empresa que posee más contenidos del mundo no crea contenidos: Facebook. El banco que más crece no tiene dinero: SocietyOne. La empresa de cines mas grande del mundo no tiene ni una sala: Netflix. En la mayoría de los casos, el concepto colaborativo está por medio.
Ese cambio de liderazgo se sustenta en una estrategia a medio plazo que va más allá de un simple barniz. Es una mutación profunda. No se trata tanto de plataformas dónde las personas intercambian productos sino de un lugar dónde se vinculan servicios. De tener un coche en propiedad pasamos a disponer de uno cuando se necesita. El futuro avanza hacia un universo del servicio y del arrinconamiento de la propiedad. Los Millennial no conciben, como otras generaciones anteriores, que ventajas tiene el poseer algo. Le otorgan mucho más valor a la experiencia y al uso que a su propiedad.
Derivando esto podemos ver que el futuro de una relación empresarial concreta, en apenas una década, más o menos será así: 'Uber y Google llegarán a un acuerdo por el cual el primero proporcionará los datos necesarios para que Google interprete en su todopoderoso GoogleMaps donde es preciso y donde no tener más coches automáticos listos para un servicio. Es decir, Uber tendrá la capacidad para interpretar las zonas de mayor demanda de transporte humano o de objetos y a que horas del día. Así mismo, Google, proporcionará un vehículo automático sin chófer tremendamente próximo al demandante vía App. Tarifa precalculada, algoritmos decidiendo la vía más rápida y eficiente y seguimiento visual de la propia entrega desde tu sofá. El resultado será el transporte instantáneo visto a tiempo real y tremendamente económico al no precisar conductor. El servicio logístico perfecto'.
En esto que acabo de describir nos hemos ventilado un buen número de puestos de trabajo y varias leyes restrictivas actuales. Pero bueno, ya sabemos que en eso del progreso la humanidad ha visto muros más altos y los saltó. Coches automáticos en pruebas vinculantes ya circulan por Londres y algo que ahora nos recuerda a la ciencia ficción en diez años será tan normal como ver a la gente haciendo skype por la calle. Algo impensable hace catorce años básicamente porque no existía. Lo impensable deja de serlo cuando la innovación es aceptada por el mercado.
La economía colaborativa y los entornos de relación empresarial que ahora sólo gestionan servicios en lugar de productos, de experiencias en lugar de propiedades, no harán más que cambiar. Es urgente adaptar y crear leyes que nos permitan liderar ese escenario inminente. Europa está en ello, ¿dónde estamos nosotros?
Los desafíos de un nuevo gobierno y la hoja de ruta tecnológica urgente.
Hace apenas unas décadas Singapore era una amalgama imperfecta de relaciones comerciales sin expectativas globales y con una renta per capita paupérrima. Actualmente es uno de los más ricos del planeta y el país que el Foro Económico Mundial considera en mejor posición para beneficiarse de las inversiones que se realizan en innovación tecnológica y digital especialmente. Esto parte de un índice que analiza cómo los países se están preparando para aprovechar la innovación digital emergente y la posición para disfrutar de la Cuarta Revolución Industrial. Detrás de Singapore aparecen Finlandia, Suecia, Noruega y Estados Unidos en este orden. España no aparece.
Hace apenas unas décadas Singapore era una amalgama imperfecta de relaciones comerciales sin expectativas globales y con una renta per capita paupérrima. Actualmente es uno de los más ricos del planeta y el país que el Foro Económico Mundial considera en mejor posición para beneficiarse de las inversiones que se realizan en innovación tecnológica y digital especialmente. Esto parte de un índice que analiza cómo los países se están preparando para aprovechar la innovación digital emergente y la posición para disfrutar de la Cuarta Revolución Industrial. Detrás de Singapore aparecen Finlandia, Suecia, Noruega y Estados Unidos en este orden. España no aparece.
A pesar de estar sin gobierno desde hace más de medio año, España crece a un ritmo decidido. La parálisis gubernamental y legislativa no parece afectar de momento en las grandes cifras. Probablemente en un primer término cómo mucho tendremos una caída de medio punto del PIB y poco más. Hablamos pues de un tema puramente cortoplacista y táctico. Para nada entramos en aspectos estratégicos y que realmente asuman el gran reto al que nuestra sociedad y economía deben enfrentarse. Singapore no se creó con táctica.
Si se ponen de acuerdo o no ya empieza a ser incluso ridículo, un insulto a la inteligencia. Que sigamos con esta sensación de que es tan importante lo que pensemos los ciudadanos de los líderes en base a quien le dan la mano o a quien le besan el culo es, cuanto menos, de vergüenza ajena. El problema es que no sólo es un tema de sensaciones, lo que nos jugamos es algo mucho más grave, más importante: el futuro de nuestros hijos pues el nuestro, a según que edad, ya está muy comprometido e hipotecado.
Sus señorías deben centrarse urgentemente en garantizar un buen comportamiento económico aprovechando la situación que parece evidenciarse adoptando medidas que impulsen un mejor empleo. Pero todavía estamos pendientes de si habrá o no gobierno antes de las vacaciones. Parece el típico ‘ya lo hablamos en septiembre’ tan español. Lo duro del asunto es que sin presupuestos 2017 en los que se deberán introducir las variables de obligado cumplimiento vinculadas a los ajustes para cumplir con el objetivo del déficit público que nos impone Bruselas. Ellos siguen con lo suyo. Que importante es todo en la política. Que distintos son sus tiempos con respecto al de las familias y las empresas.
Uno de los retos del nuevo gobierno pasarán por reducir una brecha social que se ha convertido en un quiste que no para de agrandarse a pesar de que la economía se reactivara hace un tiempo. Seguramente porque esa reactivación es menos intensa y transversal de lo que se muestra en los titulares. Otro reto evidente y dramático es la necesidad de reformar el sistema de pensiones o no vamos a poder garantizarlas a la generación ‘baby-boom’.
Sin embargo, si hablamos de futuro, de convertir España, o territorios concretos permeables a la innovación como Catalunya por ejemplo, en un país de futuro y de crecimiento sostenible y sostenido en la economía tecnológica y de valor añadido, hay que hacer algo. Esto no va por inercia, no tiene que ver con el ‘dejemos que vaya sólo’ porque no irá. Una política decidida en el impulso a la innovación y la investigación que genere empleo estable y mejor pagado a medio plazo exige un presupuesto contundente y una profunda reforma del sistema universitario que despliegue su potencial innovador en lugar de ser una fábrica de becarios.
Crear un país del/de futuro no es algo que se pueda aplazar meses y meses hasta que rojos, morados, naranjas y azules se pongan de acuerdo. La generación política con menor capacidad para interpretar el presente, y entender las oportunidades de futuro, son los responsables de decidir quienes tripularán esta nave. De momento lo único que están logrando es generar incertidumbre. La incertidumbre es el mayor enemigo del progreso económico ‘by the way’.
El riesgo es asumible pues pondera las opciones de éxito. La incertidumbre es un lío monumental. No hay quien pueda valorar las opciones que ofrece. Nuestra economía está ahí, en la incertidumbre. Un espacio que conocen bien los millones de parados que hay en el país o los centenares de miles de jóvenes que se fueron buscando una oportunidad fuera.
Los buenos datos sobre turismo y producción industrial viven el ‘delay’ típico de los tiempos económicos que suele presentar los efectos de la política a medio plazo. Para bien y para mal. De ahí aquel ‘desaceleración’ de Zapatero cuando todo era un hostión bíblico. Nuestro retraso nos traerá con mayor virulencia los efectos a las acciones obligadas para reducir el déficit. Lo he dicho antes y cada día que pasa sin acción política clara no hace más que aumentar el calibre del ajuste.
Un espacio sin estrategia, sin gobierno que pueda tomar decisiones urgentes y de calado, es un país que se va situando en la peor casilla de salida poco a poco. Si bien en áreas como Catalunya el riesgo de pobreza a descendido en 2015, la incertidumbre que vivimos afectará ‘en diferido’ al consumo, al empleo de nuevo y a la inversión tan necesaria. Deben saber que ya pronto no podremos confiar en el banco central europeo. Éste ya roza sus límites que la lógica es capaz de soportar. La política monetaria no puede revertir el shock en el que se ha situado al tener casi 12 billones de bonos gubernamentales en negativo. Eso también exige que nos preparemos lo antes posible.
Nuestro país no puede permitirse mucho más tiempo. Va en serio. El tiempo se agota. Un día sin acción estratégica clara es un mundo, un mes, la eternidad.
El día después de que se agote el Fondo de Reserva. La oportunidad de cambiar un modelo ineficiente.
Hace unos días advertí a quien ganara las elecciones, o a quien pudiera conformar gobierno, que tendría que llevar a cabo el segundo mayor recorte desde la crisis. Algunos de éstos ya han empezado aunque no tengan nada que ver con el grueso de lo que quise decir. Hace pocos días el gobierno en funciones, y previsiblemente el que renovará, recortaba una de esas partidas significativas en materia de economía del futuro, Mal inicio para el necesario modelo de modernización económico. La reducción de un 90% del capital previsto para ayudar a startups en España no es para nada un indicativo que pueda tranquilizar a quienes vemos en este tipo de empresas uno de los mecanismos a medio plazo para crear empleo de valor, innovación socioeconómica y un modelo de crecimiento distinto al que hemos tenido hasta ahora.
Hace unos días advertí a quien ganara las elecciones, o a quien pudiera conformar gobierno, que tendría que llevar a cabo el segundo mayor recorte desde la crisis. Algunos de éstos ya han empezado aunque no tengan nada que ver con el grueso de lo que quise decir. Hace pocos días el gobierno en funciones, y previsiblemente el que renovará, recortaba una de esas partidas significativas en materia de economía del futuro. Mal inicio para el estímulo necesario al modelo de modernización económico que supone Enisa. La reducción de un 90% del capital previsto para ayudar a startups en España no es para nada un indicativo que pueda tranquilizar a quienes vemos en este tipo de empresas uno de los mecanismos a medio plazo para crear empleo de valor, innovación socioeconómica y un modelo de crecimiento distinto al que hemos tenido hasta ahora.
A la vez que esto sucede, las noticias sobre empleo parecen dar la razón a quienes consideran que estamos en franca fase de recuperación. De este modo la apuesta a negro y par es evidente. Creo empleo dónde es más sencillo crearlo y me olvido de algunos otros espacios que tienen una repercusión mucho más lejana. Es un modo de ver la política y la economía muy táctica, pero poco estratégica.
Sin apartar la vista de que por encima de todo, crear empleo no puede verse como algo malo, nos estamos acostumbrando a valorar como bueno algo que es bueno desde la epidermis y que probablemente, a medio plazo, nos va a llevar a la casilla de salida. El paro se está reduciendo y de forma importante. Es cierto que la prioridad es lograr que quienes no tienen trabajo puedan volver a tenerlo y, por derivación, activar el consumo interno. El problema es el tipo de empleo que se está creando y las consecuencias que esto puede tener.
Es preocupante la repercusión que este tipo de acciones y las consecuencias que tienen con la liquidez presupuestaria. El ministro De Guindos se ha ido a negociar con Europa una moratoria ante el incumplimiento de déficit, un perdón supino a la multa pertinente. El ‘brexit’ juega a nuestro favor y probablemente nos concedan el perdón momentáneo. No sería bueno que en tiempos en los que algunos piensan en irse, apreten las tuercas a los que se quieren quedar. 'No molestemos a éstos que están tranquilos', deben pensar.
No obstante, las consecuencias que tendrá este punto tienen mucho que ver con otro que estos días llena los debates económicos y que, por casualidad, tratamos hace unos días también en este blog y en mi programa de televisión: el Fondo de Reserva y las Pensiones en si mismas. Estamos ante la liquidación de un modelo socioeconómico que no necesariamente debe ser visto como algo catastrófico o dramático sino como una oportunidad para corregir algunos puntos y poner en marcha urgentemente políticas activas que generen un escenario acorde con el mundo que nos va a tocar vivir en los próximos cinco o seis años.
El Fondo de Reserva se está secando y a marchas forzadas. No hace falta ser Premio Honoris Causa para entender que si vas metiendo la mano en un cajón donde guardas billetes para cuando te falte liquidez corriente y no lo recargas en un tiempo determinado te quedarás sin ‘cash’. Además, cómo suele pasar en la economía doméstica, cuando has metido la mano más de una vez, se normaliza el hacerlo.
Pero al contrario de lo que muchos analistas comentan no veo que esto sea algo que deba convertirse en un ataque a quien lo hace. En todo caso lo hace por que no tiene más remedio. El Fondo de Reserva es sencillamente un fondo de reserva. Para eso se creó. Para meterle mano cuando no hubiera liquidez en la caja ordinaria. Atendiendo que es poco factible equilibrar la caja con los mecanismos actuales, esa caja era, digamos, un amortiguador, un retardante, a algo que tenía que suceder independientemente.
Es imposible equilibrar las cuentas de un país que tiene la mitad de sus jóvenes parados, más de un millón de familias sin ningún miembro trabajando o a la mayoría de los nuevos ocupados cotizando en las franjas más bajas de la escala laboral. Así se ha visto durante los últimos años en que la economía dejó de ser una ilusión que imprimía billetes, valoraba de manera ilusoria todo y generaba beneficios fuera de medida por culpa de un modelo económico sujeto a la expansión de una burbuja que nos explotó en las narices.
Por eso, deberíamos ir pensando en celebrar el entierro del Fondo de Reserva y darle la bienvenida a la reducción de pensiones, recorte de servicios e incremento de impuestos. Lo desconcertante es que no hace falta ser ningún lumbreras para verlo pues es matemática pura, ni tan siquiera requiere fórmulas complejas, hablo de aritmética básica. Si el empleo que va generalizándose es precario, si la demanda de pensiones aumenta por biología y las exigencias europeas sobre el cumplimiento del déficit se mantienen, no queda otra.
Los 25.176 millones que quedan en el Fondo de Reserva se agotarán. Sabemos que tras la última retirada se ha programado otra para Navidad, aun quedará menos. Estaría bien ir informando que a pesar de las buenas noticias que significa la creación de empleo, éste no va a soportar el caudal necesario para que no se meta mano a la ‘hucha’ de las pensiones. Eso, repito, lo hubiera tenido que hacer cualquiera. Es más, los partidos que defendían durante las pasadas elecciones el aumento de prestaciones, negociaciones del déficit o cuentos de hadas similares, hubieran acelerado ese vaciado de caja. No se puede gastar más, ingresando menos, negarse a cumplir con quienes te prestan el dinero y, encima, esperar que la ‘caja’ siga intacta. Pues no.
Para volver a tener la hucha llena deberíamos de tener un ‘momentum’ económico como el de los años de la burbuja en los que pasamos de 35.879 millones a 66.815. Cierto que eso se produjo en la resaca de la misma, por el efecto distorsionado de que los ejercicios van en diferido. A partir de ahí cayeron las cotizaciones, los ingresos y aumentaron los gastos y los subsidios. Los recortes que se asumieron para evitar el rescate en su momento no fueron más que estímulos a este calvario.
Pero repito, las cosas son como son y no se pueden cambiar de color. El Fondo es un fondo y además sólo lo es de reserva. Las pensiones deberían de ser capaces de funcionar sin este botón de emergencia. Eso deberíamos de exigir a nuestros gobernantes. Una gestión acertada de las cuentas públicas, sin malgastar el dinero de todos en inservibles infraestructuras, atendiendo al fraude y persiguiendo la corrupción a fin de que con los ingresos ordinarios se pueda atender el gasto corriente sea cual sea.
Cuando se acabe el Fondo de Reserva en 2019 no se terminarán las pensiones ni estará en riesgo el modelo de una sociedad del bienestar que es envidiable cuando la ves desde otros países que, a pesar de estar en todas las métricas económicas situadas por delante de nosotros, no la tienen. Lo único que pasará es que deberemos adaptarla. Deberemos cobrar menos y pagar más. Por poner algún ejemplo. Los primeros impuestos especiales se llamarán ‘Impuesto de Viudedad’ o ‘Impuesto de orfandad’ que servirán para pagar las ‘Pensiones de Viudedad’ y las de ‘orfandad’. Sencillo de entender.
Sin embargo, no todo está perdido. Esto podría ser distinto si en lugar de estimular un mercado laboral de cartón piedra, débil y poco consistente, se dinamizara otro mucho más robusto, tecnológico, de alto valor y enfocado a construir una sociedad más moderna y no dependiente de un modelo de crecimiento que ya nos hizo pasar una mala etapa hace cinco minutos. Todavía queda tiempo pero hay que ponerse en marcha ya. Todavía es posible revertirlo pero hay que informar de lo que va a pasar, los nuevos sacrificios que se van a exigir a los ciudadanos y a que van a renunciar todos los estamentos políticos a través de reformas estructurales de todo tipo, territoriales, fiscales, administrativas, políticas y, si me apuras, constitucionales.
De ver el tren venir y esperar a que no suceda nada este gobierno sabe mucho. De ver el tren venir y decir que no es un tren sabía mucho el gobierno anterior. De ver el tren venir y decir que no viene por nuestra vía parecen saber mucho los de la nueva política. Sin embargo la cosa va de ver el tren y subirse en él, aprender a comandarlo y modificar su dirección.
Los robots te pagarán la jubilación. La UE estudia que la 'persona electrónica' cotice a la seguridad social.
El mes pasado un proyecto inédito fue presentado al Parlamento Europeo. Se trataba de la solicitud de un informe que sugiere abordar un tema realmente interesante y que tan sólo hace un lustro hubiera parecido un fragmento de alguna novela o película de ciencia ficción. La idea giraba en torno al cada vez más intenso debate acerca de los robots que van sustituyendo a los seres humanos en determinados puestos de trabajo
El mes pasado un proyecto inédito fue presentado al Parlamento Europeo. Se trataba de la solicitud de un informe que sugiere abordar un tema realmente interesante y que tan sólo hace un lustro hubiera parecido un fragmento de alguna novela o película de ciencia ficción. La idea giraba en torno al cada vez más intenso debate acerca de si los robots van a ir sustituyendo a los seres humanos en determinados puestos de trabajo.
A la Unión Europea, tan lenta en ocasiones, de vez en cuando se le encienden las alarmas y deciden abordar temas que no aparecen en la agenda de ningún gobierno, pero que sin duda deberían estar encima de la mesa. En este caso se trata de la reflexión y estudio sobre el impacto de los robots que trabajan bajo el criterio de beneficios sociales o la responsabilidad social. Por primera vez en una administración pública se debate acerca de los derechos de una especie de ‘ser electrónico’ derivando la propiedad intelectual de estos artefactos (incluyendo software), así como el hecho de ser vistos como ‘agentes laborales’. También, por supuesto, si a medio plazo contribuirán a las pensiones de los seres humanos.
Llevo años sugiriendo que la Renta Mínima Universal no es de derechas ni de izquierdas. Se suele mezclar todo en este tema. Unos se apoderan del concepto y otros lo rechazan cogiéndolo por la epidermis y no por el fondo. La Renta Mínima Universal se basa en un análisis de un mundo sin empleo humano, no de un mundo ocioso. Tampoco se basa en la ‘uniformidad’ de nada ni en la pérdida de la iniciativa privada, sencillamente es el mecanismo con el que la humanidad irá interpretándolo cómo único sistema para garantizar el bienestar en un espacio gestionado automáticamente.
¿Quién puede imaginar un mundo sin fracturas si en apenas 20 años más de cincuenta millones de empleos desaparecerán en Europa por ejemplo? Lo sabe la UE y es fácil de calcular. Casi un millar de oficios están en la cuerda floja. Algunos totalmente sorprendentes. Ante esa realidad inminente hay que pensar distinto y, aunque parezca increíble, hay estamentos que lo están haciendo al descubrir que algunos países han empezado a analizar los riesgos de la incapacidad para crear empleo o de su destrucción generalizada a medio plazo.
La clave según este grupo de analistas es que las denominadas ‘personas electrónicas’ paguen nuestras pensiones o rentas de subsistencia. En realidad hablamos de generar impuestos a las empresas, que al destruir puestos de trabajo y sustituirlos por una inversión tecnológica, deban pagar cánones individuales por algunos de éstos desarrollos.
Los legisladores de la UE están considerando las preguntas que examinan el aumento de los robots que sustituyen a los seres humanos en el trabajo y, si con ello, se puede buscar una fórmula imaginativa y sin precedentes para seguir ingresando capital destinado a la seguridad social o servicios públicos. En este sentido, una cuestión que se plantea el estudio es el efecto sobre la seguridad social. Con menos empleados humanos cotizando, las empresas pagarán menos en los sistemas de beneficio de cualquier gobierno. Esto plantea dudas sobre ‘la viabilidad de los sistemas de seguridad social si se mantienen con la base actual de los impuestos, creando un potencial aumento en la desigualdad y en la distribución de la riqueza’ por ejemplo.
El informe sugiere que se piense en crear un censo de robots inteligentes que se utilizan en empresas y que se les asigne a éstos una cotización social que pueda tener consecuencias fiscales. Pero, si este plan pudiera llegar a desplegarse, a legislarse incluso, pienso que también se deberán atender otras derivadas. ¿Quién es el responsable de las acciones de un robot (incluido software inteligente)? ¿qué tipología de seguro deberán tener o cómo diferenciaríamos entre humanos y máquinas en los espacios de una estructura empresarial?
En general, la idea que ya está en el debate político es crear un marco ‘legal y específico para los robots’. ¿Te suena raro? Pues no debería. Por lo menos no en cuanto a los robots autónomos más sofisticados, pues estos podrán verse en condiciones de tener derechos como ‘personas electrónicas’ y módulos de ‘responsabilidad civil’. Esto para los robots más autónomos podría pasar mucho antes de lo que nos imaginamos.
La idea de la elaboración de una legislación en torno a los trabajadores robóticos no está siendo bien recibida por todos en la industria de la robótica por cierto. Patrick Schwarzkopf, director del departamento de robótica y automatización de la VDMA, dijo que un marco legal para las ‘personas electrónicas’ es algo que sucederá muy tarde, no en la próxima década. Aseguran que 'imponer este tipo de legislación sería muy burocrático y podría impedir el desarrollo de la propia robótica’.
Esta claro qué a quién fabrica robots no le interesa que se regulen demasiado, ni que nazcan con impuestos bajo el brazo. El estudio y el trabajo no es vinculante pero demuestra que ha nacido una creciente preocupación. Ya no sólo está en las ‘páginas’ de algunos bloggers y escritores ‘futuristas’ que indagamos en la que se nos viene encima y que pedimos algún movimiento de precaución y estrategia al respecto. Los robots van a ‘robarle’ el empleo a los humanos. La innovación es exponencial. La humanidad ha vivido en 150 años tanto progreso como en los 50.000 años anteriores. En una década tanto cómo en los últimos 150. En los próximos 20 el ser humano innovará tanto cómo lo ha hecho en toda su historia completa.
Entiendo que es difícil imaginar nuestro mundo en apenas dos décadas y, por supuesto, lo único que podemos hacer es ir preparando el terreno y los amortiguadores. El golpe lo vamos a recibir igual. Vivirlo con entusiasmo o con dramatismo dependerá de cuando nos pongamos las protecciones. Un mundo automático, tecnológico y robótico será un mundo más humano, creativo y social si lo vamos preparando ya. Sino será un monumental desastre y desequilibrio. Démosles derechos a los robots, tarde o temprano serán quienes nos pagarán la jubilación.