La última bala tras un triple 'shock' económico
En Europa llevamos más de un mes congelados. Tras las primeras noticias de algunos casos puntuales de infectados por coronavirus, llegó la bofetada que supuso descubrir que el epicentro de la pandemia se había trasladado a la puerta de nuestras casas. Tras esa sorpresa, llegaron las dudas y, tras ellas, las decisiones. La mayoría de países europeos cerraron sus fronteras y decretaron el estado de alarma unos, o de confinamiento otros. La consecuencia inmediata fue la paralización de los flujos económicos y se nos explotó frente a nuestras narices una situación económica inédita. Una crisis de triple ‘shock’ económico y que tardará todavía unos meses en materializarse con toda su envergadura y violencia.
Y hablo de una triple crisis, por lo menos en su origen, pues estamos ante un ‘shock’ de oferta, sucedido por otro ‘shock’ de demanda y, finalmente, un ‘shock’ en el valor de los activos. El primero se produjo cuando se decretó el cierre del flujo económico de un modo u otro. Se obligó a cerrar tiendas, comercios, bares y restaurantes, a cancelar viajes y a cerrar el espacio aéreo. El flujo económico quedó quebrado y, en una fase posterior, se canceló cualquier actividad económica no esencial.
La economía es un puzzle complejo y cuando una pieza no aparece es muy difícil componer el conjunto. Y la realidad es que hemos perdido un buen número de piezas. A esa falta de oferta se le sucedió la falta de demanda. No hay necesidad de comprar nada que no sea de carácter primario. El bloqueo de los flujos económicos ya es una realidad. A estos dos candados se sumó una caída de todos los mercados. El valor bursátil se desplomó al inicio de la crisis sanitaria y no logra remontar. En esencia, ahora no compramos, no se puede vender y además el valor patrimonial de todo se ha devaluado.
El triple ‘shock’ tendrá consecuencias a medio plazo pero que ya se pueden identificar. En un país como España, además, dependiente de sectores cíclicos y de escaso valor añadido, el problema no sólo es inédito, va a ser monstruoso. En los próximos meses viviremos otro ‘shock’, pero de tipo laboral y al que le sucederá una deflación económica, un aumento del coste público, una reducción de los ingresos de la administración, un incremento de impuestos y la intervención final del Eurogrupo.
Vamos a tener el incremento de paro más intenso de la historia en cuanto al tiempo en el que va a suceder. Las cifras, absolutamente brutales, aportadas por el Ministerio de Trabajo no son explicativas de lo que realmente está pasando. Parecen una capa de barniz que no deja ver con claridad la dimensión de la tragedia. No fueron sólo 300.000 los nuevos parados. Se trataba de algo mucho peor. Esa cifra, incluye únicamente los que dejaron de trabajar y se inscribieron en las listas de desempleo. Faltan los otros 600.000 que ni siquiera se apuntaron y que han dejado de trabajar. Son los que vieron cómo sus contratos temporales vencían en esos días de parálisis. Faltan otros 4 millones de trabajadores con contratos precarios o temporales que vencerán en los próximos cuatro meses. No renovarán.
Pero faltan más. Los tres millones de trabajadores sujetos a un expediente temporal de regulación de empleo no son, según la ministra de trabajo y el gobierno, parados a pesar de cobrar desempleo y no ir a trabajar. Para que no se contemplen como parados el gobierno derogó los artículos 45,47 y 51 del RDL 1/1995 que decía que 'un trabajador afectado por un ERTE está jurídicamente en desempleo y por eso obtiene prestación aunque no está dado de baja de la seguridad social’. Ahora ya no lo pone, pero lo ponga o no, son parados. Y si no lo son por alguna razón técnica, lo serán en un buen porcentaje. La cifra de parados debe sumar a los 700.000 autónomos que cesarán actividad. El desempleo en España bien puede llegar a cifras inéditas rozando los 6 o 7 millones de personas aunque lo escondan con epígrafes y variables ocurrentes. Lo peor es que la realidad explosionará. Y si explosiona sin avisar, porque hay un esfuerzo ridículo por esconderla, las consecuencias serán terribles.
Y no soy yo que lo interpreto. El propio gobierno español ha cuantificado ‘en 6,3 millones de trabajadores, los que van a recibir protección de rentas del Estado. La mayoría de ellos, un 60%, por entrar en ERTE. El resto dicen que son los 1,4 millones de autónomos que recibirán un beneficio económico de 950 euros por cese de actividad o desplome de sus ingresos y, finalmente, unos 900.000 que recibirán prestación por desempleo sin reunir todos los requisitos para ello’. Bueno, igual no son parados, pero se le parecen mucho.
Y en eso que, cuando los datos que se manejan son poco menos que un cuento de Disney comparado con lo que esconden, aparece el FMI. El Fondo Monetario Internacional que no acierta ni una y que se compone de un tipo de economistas de tipo ‘prospectivo’ y que nos advierte que ‘vienen tiempos muy difíciles’ tan solo una semana después de decir que ‘esta crisis sería similar a la de 2008’. Son una calamidad, una montaña de burócratas lanzando informes muy bien pagados que, para entenderlos, debemos multiplicar por dos cualquiera de sus cifras.
De ahí que nos sirva su último informe como elemento de análisis de tendencia. Veamos. El FMI dice que el crecimiento del PIB español caerá un -8% este año. Pongamos un -16% como cifra más posible. Nada visto desde la Guerra Civil o la pérdida de las últimas colonias como Cuba en 1898. La CEOE habla de un -9%, PwC de hasta un -15% y empieza a haber ya (por fin) consenso de que esto no tiene nada que ver con la mini-crisis de 2008. Replico mi apuesta. Caeremos un 16%.
Y es cierto que esto le va a pasar a muchas economías. El problema es que España no es como el resto de economías. Ni tampoco estamos en las mismas condiciones que cuando nos llegó el pinchazo de la burbuja inmobiliaria y dejó el país como un solar. No, estamos peor que entonces y en el punto de partida. Por aquel entonces estábamos creciendo, aunque fuera sobre un suelo de cristal. Ahora, igual ni te acuerdas, hace un par de meses estábamos desacelerando, no creábamos empleo y éramos incapaces de reducir la deuda.
El FMI advierte que España llegará a una deuda potencial del 115%. Será más. Nos iremos a un 125%. Y aunque parezca mucho, no es tanto comparado con lo que hemos aumentado en una década esa deuda. Si no sirvió para mucho pasar del 52% en 2009 al 96% hoy, no sería tanto pasar del 96% al 125%. De ahí que algunos defiendan que la deuda es impagable y por eso se puede seguir aumentando. Terrible. En el caso de que fuera impagable, lo que sí se tiene que abonar son los intereses, eso te lo piden religiosamente en los mercados. Si no pagas, olvídate de políticas públicas. Esos mismos suelen advertir que hay países de nuestro entorno con deuda pública superior y que no les pasa nada. Suelen referirse a Japón o a Italia. Cierto, tienen una deuda superior, pero es de una composición muy diferente. Japón e Italia tienen una deuda pública mayoritariamente interna. Nosotros tenemos deuda pública externa. No hace falta que detalle lo que significa eso, ¿verdad? Una cosa es deberle dinero a tu familia y otra al casero.
Además, lo que caracteriza a nuestro país es la dificultad de crear empleo con crecimientos inferiores al 2,1% por lo que somos una máquina de crear paro cuando la cosa no va bien. De hecho, no hemos creado suficiente empleo como para afrontar ningún reto de este calibre. En la crisis de 2008 España tenía 1,8 millones parados, ahora partimos con 3,6 millones. El doble antes de empezar a contar la hecatombe. Un país en el que la inversión en modernizar la economía ha vuelto a ser nula durante estos años. Esta crisis traerá consigo un cambio en los modelos productivos y en las cadenas de valor y estamos mucho peor preparados para la disrupción tecnológica que antes. La inversión en modernizar la economía se ha ido reduciendo y comparar es feo, pero, en 2018 España invirtió en Industria 4.0 140 millones mientras que Francia volcaba 24.000 millones en ese tipo de sector de futuro.
La dependencia de una economía cíclica, con una estructura del PIB muy débil y de escaso valor añadido, dificultará el arranque de los flujos económicos dependientes para salir del -16% que deduzco. Veamos nuestro modelo productivo y su peso en el PIB: turismo 15%, comercio interior 13%, restauración y ocio 10%, automóvil 10% e inmobiliario 9%. Por lo que cuando sale algún ministro o ministra asegurando que de esta salimos en 'V' o en 'U' o en 'Nike' es por que, o bien creen que realmente será así por ciencia infusa, o porque nos ven muy entretenidos aplaudiendo cada día a las 8 de la tarde.
Han pasado 12 años desde el estallido de una crisis que nos explicó que no podíamos pagar deudas infinitas, que el paro no tiene límites si estalla el sector motor y que cuando te rescatan (UE) te recortan hasta que no queda nada. Y en 12 años no se cambió demasiado. Seguimos sin apoyo a las empresas tecnológicas, se les castiga con tasas raras, sin estimular el modelo de crecimiento y acentuando la dependencia de sectores cuyo empleo cada vez era más precario. España está mucho peor que en 2008 y parece que nadie quiere reconocerlo o se les ha nublado la memoria.
Por si fuera poco, por primera vez desde nuestra entrada en UE, España será pagador neto y ya no receptor de fondos de cohesión para cubrir el agujero del Brexit. Esto lo complica todo aún más. De aquí que sin ingresos a la vista, pues tarde o temprano se deberán exonerar impuestos, y los pagos del 20 de mayo se podrían volver a aplazar como se hizo el 20 de abril, el relato en Europa no puede ser sólo que 'nos dejen dinero para pagar los agujeros'.
Europa no es que sea un club de gente con mucha empatía. Son burócratas con poco instinto pero sí con una idea muy clara: si nos dejan más dinero (que tendrán que hacerlo) se deberá utilizar en direcciones previstas y ordenadas por la misma UE. Y es normal, quien paga manda. Creo que, aunque las vamos a pasar canutas, tenemos una sola oportunidad más y acaba de aparecer. Una con la que, realmente, no contábamos. A pesar de que el barro nos llegará al cuello, hay una vía para que todo esto tenga algún sentido y se utilice el crédito europeo, la quiebra laboral y la falta de ingresos tradicionales, para cambiar de una vez por todas nuestro modelo y estructura de crecimiento.
El uso de los 200.000 millones que dijo Sanchez iba a movilizar y que ya sabemos que no son ni 200.000 ni los va a usar, serían un gran aporte a ese cambio. De momento no tiene pinta. En realidad eran sólo 17.000 millones, el resto eran avales que no aceptan siempre los bancos y créditos privados que no fluyen. De ahí que solo nos queda una opción: exponer un gran acuerdo de estado, aceptar la intervención europea (que será más pronto que tarde), no malgastar el mal acuerdo del Eurogrupo y plantear un modelo de salida estimulando una nueva economía.
La financiación de todo el colchón laboral y el escudo social dependerá de esa negociación aceptando que no puedes tenerlo todo sin dar nada a cambio. No puedes esperar que Europa acepte darte ayuda a cambio de no hacer lo que te piden que hagas. Si esto lleva a recortes, subida de impuestos y adelgazamiento de la administración, pues que así sea, sobretodo lo último. Poner a dieta el Estado cuando la gente lleva ya días sin cobrar, no está de más.
Fue una lástima haber desaprovechado las vacas gordas construyendo como si no hubiera un mañana, las flacas estimulando el empleo precario y las vacas, ni gordas ni flacas, en no bajar impuestos que hubieran dinamizado una economía que ahora se enfrenta a un rescate inevitable. Estamos ante la última oportunidad. Ante una crisis bíblica, pero también ante una oportunidad. La recesión perjudicará la lucha contra una crisis sanitaria como esta y, si llegara una segunda oleada o una nueva pandemia, el no haber podido invertir en ello se transforma en un desastre brutal. No es sólo un elemento productivo, es también un ejercicio de seguridad y para ello se deben practicar políticas que retengan el talento.
Ya lo hemos vivido. La crisis inmobiliaria que Zapatero insistía en llamar 'pequeña desaceleración' hasta que fue demasiado tarde para tomar medidas, supuso un éxodo de profesionales de alta calificación como nunca antes en nuestro país. Aunque España está por encima de la media europea en volumen y formación de profesionales con doctorados, no aprovecha ese talento por un modelo de investigación descuidado desde 2011 sin salida comercial y un escaso número de patentes registradas.
Los salarios de nuestros científicos son ridículos y la falta de financiación para programas de gran envergadura científica están detrás de que casi 100.000 trabajadores de alta cualificación emigraran a otro país de la UE entre el 2007 y el 2017. Volverá a pasar. Los sectores con mayor potencial de innovación han tenido pocos estímulos para implantarse en España como las fintech, big data, biotecnología o la ciberseguridad. Y esa tendencia de 2007 no ha hecho más que empeorar, gobierne quien gobierne, da igual.
El futuro al que vamos va a ser aun más exigente. La capacidad pública para afrontar los retos como el desarrollo sostenible, sanidad protegida, el empleo automatizado y digitalizado, las brechas sociales u otros, se van a reducir aun más por la necesidad económica que viene. En las vacas gordas (hasta 2004-09), como he dicho antes, no se invirtió en investigación o nuevas tech, sólo en amontonar ladrillos. En las vacas flacas (2010-16) no se invirtió en cambiar el modelo y se creó una bolsa de empleo temporal inasumible. En las vacas ni gordas ni flacas (2017-29) no se estimuló el cambio de modelo económico y se acentuó la dependencia de sectores cíclicos como el turismo. En las vacas raquíticas que vienen (2020-24) no va a haber capacidad para nada más que pagar los intereses de lo que va a costar 'reconstruir' en el solar económico que nos va a quedar. Espero, no obstante que el verbo del futuro no sea ‘reconstruir’ y se cambie por el de ‘construir’, construir algo nuevo.
Hay países que han ido revisando sus períodos de ciclos económicos para versionar sus estructuras del PIB. Nosotros no. Ya sé que no vienen tiempos de inversión pública en sectores estratégicos. Vienen tiempos de inversión táctica para taponar hemorragias. De ahí que, si se quiere aprovechar este momento como punto de inflexión para modificar el modelo de crecimiento futuro con sentido, se deberá hacer de un modo quirúrgico y asumiendo costes y daños colaterales irremediables. La industria tecnológica, la investigación, las pymes innovadoras que todavía quieran invertir en modernizarse y digitalizarse, se las debe cuidar especialmente y se las debe exonerar impuestos en la medida de lo posible a partir de esas ayudas europeas. De hecho la mayoría de empresas no quieren subvenciones, quieren ayudas fiscales y poder ejecutar planes de contención, de inversión y de crecimiento localizando oportunidades.
El futuro, aunque no pinte bien, podría ser un escenario de oportunidades. El jefe de gabinete de Obama, Rahm Emanuel dijo que ‘nunca desaproveches una buena crisis’ refiriéndose a que durante un momento como este, las grandes decisiones pueden ser igual de duras que en otros momentos, pero se entienden mejor. España ha caído en los rankings de innovación, productividad, tecnológicos y, a cambio, hemos subido en los de playas repletas. Es evidente que no podemos depender de si los bares están abiertos o no. Una economía globalizada no puede soportarlo. Pero cuando los sistemas colapsan, la gente se levanta. Todos haremos lo necesario, nos ajustaremos los cinturones, nos enfrentaremos a un mundo complejo, seremos capaces de recuperar espacios. Todos lo haremos, pero sin embargo, para eso se precisa un liderazgo claro, con decisiones que permitan que ese esfuerzo se materialice en algo. Nos hemos encerrado semanas, sin rechistar, entendiendo responsablemente lo que significaba hacerlo. Y lo volveremos a hacer, pero esta vez no será gratis. Sólo queda una bala.