Update de la Hormiga
La agenda de promoción del libro de hoy se mantiene aunque han aparecido varios compromisos más de los que se apuntan en la lista. Esos ligeros cambios no afectan a lo que estaba previsto que se emitiera en directo y responden más a entrevistas que se emitirán o publicarán en diferido. Hoy, en un rato, estaré en ‘Para todos la 2‘ por cierto. Ayer no obstante, por temas de actualidad, fue retrasada la tertulia en la que debía aparecer durante el programa ‘Espejo Público‘ de Antena 3 y que finalmente se emitirá en directo mañana jueves. Os invito también a participar mañana en el ‘Encuentro Digital’ en el diario ABC a las 11:30, Por cierto, los que todavía estéis dudando en pasar esta tarde por la librería +Bernat de Barcelona a la presentación oficial os digo que estarán muchos amigos de este blog a los que me encantará saludar.
Cuando veo mi libro ahí en un estante solo, callado, esperando que se interesen por él, la sensación es de ternura y orgullo, como a veces tienes con los hijos…
Frases malditas
Hay tres frases malditas en mi vida. “Esto siempre se ha hecho así”, “Eso no es posible” y, la peor, “ten cuidado, nunca has estado allí”. La primera es típica en los debates de innovación empresarial. La segunda es típica en entornos económicos donde no se examinan parámetros fuera de la lógica convencional. La tercera se refiere a no irse a lugares desconocidos a tomar impulso y a proyectar desde lo desconocido. A mi esta última me estimula especialmente. Ser emprendedor es algo más que definir un modo económico, tiene que ver con la actitud y con la voluntad de tomar el control de tu propio destino. No es siempre factible pero tenemos la obligación como género de no permitir que se nos anule. Yo sólo conozco una manera, hay otras, la mía es emprendiendo.
Cada uno de los miles de emprendedores que ahuyentan los miedos a fuerza de no reconocer las limitaciones aparentes son los que despertarán una sociedad cloroformizada que se ha idiotizado al extremo. Como representantes de esa cuerpo social anestesiado, incapaz de afrontar el reto de dirigir su propia existencia pero consciente de que su vida es un privilegio socioeconómico como nunca otra generación había tenido la denomino “microburguesía low cost”.
A partir de ahora mismo nos adentraremos en los valores de una sociedad que decidirá en los próximos años si esto es una “oportunidad gloriosa” o una “situación sin posibilidades”. Cuando una sociedad queda a expensas de la marea es una sociedad muerta.
Hace años, en invierno, tenía el gusto de dar una conferencia en el auditorio de La Cartuja de Sevilla a un millar de alumnos de Económicas de diferentes facultades andaluzas. Suelen ser de último curso. Cada año, en la mitad de la charla formula la misma pregunta:
- ¿Cuántos de vosotros tiene previsto emprender alguna cosa, proyecto, negocio o lo que sea en los próximos cinco años? La respuesta cada año fue a peor. Normalmente apenas una decena levanta la mano. Luego vuelvo a inquirir:
- Entonces, ¿cuántos tiene como deseo ser funcionario?
Los brazos aumentan en alto pero tampoco es que sea un bosque lo que se muestre frente a mí. Finalmente cuestiono si el resto, mucho más de la mitad de los estudiantes, ¿quiere ser prostituta, traficante de armas, concursante de Gran Hermano o futbolista? Las risas que se suelen producir te dejan helado.
Ellos no tienen la culpa, la culpa es del entorno que hemos fabricado y que adormece el deseo de ponerse en marcha. Todo es tremendamente fácil y ha llegado a ser tan sencillo ser burgués que no es preciso ni serlo para disfrutar de esa condición. El consumismo desaforado no precisa de tener dinero, sólo es imprescindible que alguien te lo deje.
En esa conferencia sevillana anual cinco o seis alumnos se acercan al final. Incluso, en una ocasión, una chica se dirigió con lágrimas y tremendamente emocionada. Me dijo que “ella era una de las que me habían entendido”, que iba a mirar como coger “las riendas de su propia existencia”. No niego que eso deja a uno con la cara desencajada y con serias dificultades para contestar. Suele pasar, sólo es preciso atender y atacar el problema: la pasividad de una sociedad que se pone de somníferos antes de arrancar cada mañana, de modo que no puede ser crítica con nada que le envuelve, y mucho menos con capacidad para disponer de las características que tuvieron otras sociedades anteriores, esos colectivos que nos concedieron la mayoría de los privilegios que ahora disfrutamos nosotros y que tan mal gestionamos.
Por primera vez desde la II Guerra Mundial, esta nueva hornada de jóvenes vivirá peor que sus padres. La falaz mejora en viajes, estudios y medios es una sensación de riqueza ilusoria para los jóvenes contemporáneos, ya que surge de un modelo de dependencia parasitaria familiar. El número de jóvenes en España que dispone de una independencia económica plena, disminuyó desde el 26% en 2004 al 11% en 2011 y eso se está extendiendo por toda Europa. Cuando esos alumnos ya maduros se incorporan al mercado laboral sólo les quedan contratos de tipo temporal para el resto de sus días. Son gente que pueden entrar en el mercado laboral a los 35 años y encontrarse con un Expediente de Regulación de Empleo a los 50.
Presentación y agenda de la 'hormiga'
El martes pasado salió al mercado ‘Una hormiga en París‘. Desde entonces he recibido un feedback apasionante. Me han regalado una banda sonora especialmente interpretada y pensada para el libro, centenares de fotos con el momento exacto de llegada de un ejemplar a las manos de muchos amigos y también estoy viviendo algo que como escritor es tremendo: escuchar a tiempo real (mientras el lector devora páginas) la opinión sobre mi trabajo. Durante esta semana que hoy empieza estaré promocionando el libro y también el miércoles será la presentación oficial en Barcelona.
Por eso os invito a todos los que podáis estar este miércoles a las 19:30 en la librería +bernat de Barcelona. Durante la presentación estaré acompañado por el conocido publicista Risto Mejide con quien conversaremos sobre el mundo de la empresa y la emprendeduría, además de departir con quienes os podáis acercar sobre los temas que interesen o preocupen a los asistentes. Juntos, Risto Mejide y yo, desgranararemos cómo se ha creado este libro, una historia personal que me remonta a 1987 cuando visité París con tan solo 17 años para crear de la nada mi primera especie de empresa: “14 chinos y un español S.A.”.
Lunes 21/10: BCN
11h – Expansión. Entrevista.
12-13.30h · Intereconomía radio, programa Per Tots, con Quim Esteban.
15h-16h · Catalunya Ràdio, programa L’oracle, con Xavier Grasset.
16.45h · La Gaceta. Entrevista.Martes 22/10: MAD
9h – 10.30h · Antena 3, Espejo Público.
11.30h · El Economista. Entrevista en vídeo.
12.30h · Periodista Digital. Entrevista en vídeo.
14h · Gestiona Radio, Pulso empresarial. Entrevista grabada a emitir.
17.45h · COPE, La tarde, con Ramón García.Miércoles 23/10: BCN
11.15h – 13h · TVE / La 2, programa Para todos la 2.
15.30h · La Xarxa TV, programa de economía semanal El cercle virtuós.
17h · La Vanguardia digital. Entrevista escrita + vídeo.
19.30h· Presentación +BernatJueves 24/10: BCN
12h · El Periódico de Catalunya. Entrevista.
13h · La Xarxa radio, Matins en xarxa. Entrevista con Marc Lobato.
16.15h · Ràdio 4, programa Directe 4.0. Entrevista con Xantal Llavina.
17.40h · COPE, Dos días contigo, con Cristina López Schlichting. Entrevista.
Anticipo del primer capítulo
Mañana sale al mercado mi último libro. Una hormiga en París es un corto relato en el que intento dar las claves del éxito empresarial desde un punto de vista muy particular. En el prólogo que Bernardo Hernández, CEO de Flickr y ex vicepresidente de Marketing de Google, ha escrito para este fragmento de mi vida, dice que “la ambición está hecha de sueños, de patrones modelo, de pequeñas metas, de insatisfacción, de saber quién somos.“
Me siento un poco como aquella hormiga que llegó a París hace tantos años. Apenas faltan 24 horas para el lanzamiento de su pequeña historia y las sensaciones son similares hoy a las que viví entonces llegando a París. La incertidumbre y los sueños mezclados con los retos y la voluntad de hacer las cosas cada vez mejor. Os dejo el primer capítulo de los diez que lo conforman. Si queréis más información podéis ir pasando por la web de la hormiga donde poco a poco iremos aumentando la información, los detalles y los complementos gráficos que harán de ese lugar un site intenso y nutritivo. En unos días os digo donde y cuando se hará una presentación oficial. Espero de corazón que os guste.
UNA HORMIGA EN PARIS
1. PERSEGUIR TUS SUEÑOS
«Si puedes soñarlo puedes hacerlo, recuerda que todo esto comenzó con un ratón.»
Walt DisneyY aquí estoy. En un Boeing 747. Mientras el pasaje duerme a oscuras, soy la luz del 1H. Soy esa pantalla que parece un puzzle de ventanas y letras. Siempre soy ése. Hoy no iba a ser una excepción. Un vuelo de algo más de once horas y mi cara azulada por el resplandor hipnótico del Mac. A mi lado, nadie. Acabo de cerrar el documento con la oferta final de compra de mi desarrollo. Finalmente he aceptado, pero no ha sido fácil. Uno se siente como si le arrancaran un órgano, un elemento frágil pero necesario, como si de repente todo cuanto has construido se desvaneciera por el deseo de un poderoso. Apenas unas horas atrás en el despacho de un gigante digital, en Chicago, pusieron sobre la mesa un regalo que nadie en su sano juicio rechazaría.
En Estados Unidos les gusta reunirse en sitios raros. Por lo menos a esos directivos modernos, de fondos de inversión modernos, palabras modernas y modernas gesticulaciones. Te citan en parques soleados, cafeterías cutres o paradas de metro. Son sitios curiosos para reunirse. Alguien, en alguna escuela de negocios de nombre irrepetible, les debe haber enseñado que así se «juega al desconcierto». Yo fui citado en el Brookfield Zoo Park, cerca de la bañera gigante en la que viven unos enormes osos polares. Allí, sí, allí mismo.
Tras los saludos y el rápido «coaching» de mi abogado mercantil, pasamos a la «reunión» propiamente dicha. El encuentro se fue desplazando progresivamente hasta un banco exterior, punto intermedio hacia un destino incierto que ellos situaban en su oficina y yo en el notario. En un instante, entre el rumor de sus voces, la de mi asistente, que me ayudaba con ciertos aspectos que sonaban a chino mandarín y la de la gente que andaba por allí, vi un pequeño insecto. Se trataba de una hormiga, pequeña, nerviosa y solitaria. Estaba parada, daba un paso, acercándose a mí y se alejaba cuando sus antenas captaban mi presencia. Giró de golpe y se trasladó hasta el hueco de tierra por el que se había colado al parque. Era extraordinariamente minúscula en comparación con las dimensiones de aquel lugar. Tan pequeña, tan lejos de su hormiguero, tan abandonada a su suerte y tan parecida a mí hace algunos años.
Su presencia, casi imperceptible, me trajo recuerdos del primer viaje a París. Tenía poco más de diecisiete años cuando decidí conquistar la ciudad de la Luz. Hacía mucho que no pensaba en aquellos meses de verano de 1987. Tras proponer a mi familia que me permitiera conocer lo que consideraba el centro del Universo, recibí una severa negativa.
Dicho obstáculo, no hizo más que acrecentar mis deseos de viajar y ser parte de aquella gigantesca masa de cultura, conocimiento, vida. Mi espíritu explorador se expandía. En mis sueños y en mis sensaciones, París aparecía como la oportunidad perfecta para conocerme a mí mismo. Con esas edades, uno es incapaz de negarse a sus instintos. En aquella época, saliendo de la pubertad, la capital francesa estaba tan lejos que asustaba. Un vuelo era algo impensable y el Talgo que hacía el recorrido Barcelona-Orly resultaba demasiado oneroso.
Careciendo del apoyo de mi «friends family and fools» para ese proyecto, tuve que resignarme con un complicado método de viaje: colarme sucesivamente en trenes de cercanías hasta llegar a mi lugar de destino. Esta travesía consumió tres días. Mi incipiente francés no ayudaba a la hora de planificar correctamente los itinerarios. Hacer noche en la estación de Nantes no es lo mejor ni lo más rápido cuando lo que se pretende es ir a París desde Barcelona.
Aquellos tipos del Brookfield Zoo Park estaban acostumbrados a devorar desarrollos y start ups. Sus agresivos lenguajes eran desagradables. Me arrastraban a mis tiempos como agente de cambio y bolsa. No era lo que yo quería. Algo me pedía abandonar y dejarlo ir. Ellos insistían en lo beneficioso que sería para «mi idea» pasar a sus manos. Con prepotencia afirmaron aquello de «si no lo podemos comprar, tarde o temprano, lo haremos».
Decidimos ir a un lugar donde se respirara ambientador a pino y hubiera hilo musical. Mi abogado y yo fuimos en un taxi. Ellos lo desconozco, pero siempre he tenido la sospecha de que se teletransportaron. Al llegar al 121 de Wacker Dr. Street, el café ya estaba frío y casi todo parecía prepara- do y negociado. Me senté, miré desde la altura de aquel edificio hacia lo lejos y escuché sin mirar. Sobre la mesa, sus documentos y sus ceros, también todos mis sueños. No es- taba dispuesto a ceder tan pronto ni de forma tan sencilla.
La voz de aquellos hombres retornaría, como un murmullo sin valor, cada vez que intentaba concentrarme en algo. Mi mente viajaba primero hacia el parque y después a París. De una hormiga pasaba a otra, de la pequeña y perdida del Zoo a la que yo mismo representaba en el viaje a París.
Desoyendo todas las advertencias de mi familia, amigos de mis padres y expertos en viajes de riesgo, puse rumbo a la estación de Barcelona-Término sin saber que empezaba la historia de mi vida. Desconocía que en ese primer tren, uno de tantos necesario para alcanzar mi meta, iban conmigo un puñado de sueños que han sido mi sostén a lo largo del camino. Sentado en aquel vagón, orgulloso con la mochila nueva, un cierto pavor invadió mi cabeza. Supongo que se trata del mismo que experimentaron los exploradores de lo desconocido o los descubridores de continentes. Así me sentía. Pensé en los riesgos que implicaba el viaje. Sin embargo, con dieciocho años no piensas que te pueda pasar algo malo. Te crees eterno, invencible, como si fueras de acero. Pasaron los minutos hasta que el jefe de estación silbó y el convoy empezó a moverse. Ya no había vuelta atrás.
En aquella oficina, la oferta aumentó dos veces pero se- guía siendo sólo eso, una oferta. Aceptar el dinero y olvidar- se del reto. Me levanté y dije que me lo pensaría. La sorpresa se dibujó en la cara de todos ellos, incluida la de mi abogado. Todos allí sabíamos que superaba lo que en términos objetivos podía valer aquel desarrollo sin comercializar. Sin métricas, resulta casi imposible vender nada en Estados Unidos. A pesar del riesgo de perder el hilo de las negociaciones, no cambié de opinión. Quería pensar. No estaba dispuesto a renunciar a mis sueños ni a mi manera de emprender, crear y explorar.
Les dije que necesitaba dar un paseo. Eran las dos de la tarde y a las seis les aseguré que tendrían mi respuesta definitiva. Aceptaron a regañadientes, como suelen hacerlo quienes creen que son especiales por sentarse en sillones especiales.
Escasas horas atrás, aceptar parecía la única opción plausible pero desde la aparición de aquel insignificante himenóptero algo había cambiado. Recorrer el bulevar de mis recuerdos había marcado de manera definitiva toda la negociación. Sabía que a lo largo de mi vida, cada proyecto, cada reto, cada noche en vela, cada business plan, cada analítica, cada dolor de cabeza, cada domingo exhausto envidiando a las parejas paseando, cada centímetro cuadrado de cristal que te aprisiona en los días que no terminan nunca, cada obsesión o momento de penuria no habían sido en vano ni un producto del azar sino el resultado de un modo de ver la vida. Su origen era aquel crío, lleno de ilusiones, entrando en París como una hormiga. Se trataba de seguir una opinión. Se trata de vivir como otros no quieren hacerlo, para vivir como otros no podrán hacerlo. Se trata pues de enfrentarte a todo porque confías en ti mismo. En este sentido, el principal motor para el cambio de nuestro entorno somos nosotros mismos.
Paseando por las calles de Chicago, me encontré sin dar- me cuenta en el Millennium Park. Pensaba que el espíritu que me llevó a París debía estar rondando cerca de mí. De hecho, parecía a punto de surgir otra vez. Otra barbaridad a ojos de los «expertos». El vocabulario del típico negocio me molestaba, al igual que la verborrea característica de los directivos. No obstante, ya en París había empleado los resortes básicos de los negocios para sobrevivir y éstos vendrían en mi ayuda.
Vivimos una época en la que el plan de negocio tradicional debería enterrarse en un baúl y bajo llave. En la actualidad, las empresas pueden nacer, crecer y morir en cinco o seis años y no pasa nada. Un modelo de venta puede ser intensivo en un período e inservible en otro. Una sociedad en la que los negocios se adaptan a redes sofisticadas y a sus relaciones distribuidas. Una selva sin patrones fijos y donde todo se presenta como extremadamente nuevo e innovador. No lo es tanto. Las novedades de libro y máster en negocios estaban presentes en las fases que atravesó mi empresa callejera durante aquel verano parisino de 1987.
Quizá fue el café o fueron los nervios pero el tiempo transcurrió muy rápido. Las caras de los peatones que se cruzaban conmigo resultaban más anónimas que nunca. ¡Qué extraordinario sentirse tan solo, tan extremadamente dependiente de uno mismo! Cuando llegas a un lugar desconocido, con apenas capacidad para interpretar el espacio y sus señales es como si te lanzaras de nuevo a explorar. Por ello, resulta fascinante ir a lugares nuevos. Recorrer sus calles, más allá de la similitud que guarden con miles de otros lugares ya visitados. Circular, señalar un nuevo lugar en nuestro cerebro. Ver callejuelas y plazoletas inéditas, más allá de la comodidad vital que uno haya alcanzado.
Pasó en Chicago pero había pasado también en París. La conexión entre ambos lugares, las sensaciones y los aromas me impulsaron con decisión hacia el encuentro con aquellos compradores de desarrollos tecnológicos. Sentía como si me empujara una locomotora diésel. Retornaba al despacho mucho antes de lo previsto. Regresar al ring, como si tras una buena paliza, uno decidiera no tirar la toalla, y apretando la mandíbula, levantando la cuerda del cuadrilátero, hiciera gestos de «¡ven!, ¡vamos!, ¡aún no me rindo!».
Se abrieron las puertas del ascensor, un paso tras otro y al fondo todos sentados en una mesa eterna, repleta de portátiles, teléfonos y tabletas. Me vieron venir, me vieron son- reír. Eran las cinco de la tarde, la misma hora en la que un día, con osadía e inconsciencia, llegué a la Gare du Nord de París. Una hormiga entraba en la sede del gigante informático, como si fuera por el mismo extraño agujero de aquel lejano 25 de mayo de 1987, cuando estaba a punto de cumplir dieciocho años.
Las puertas automáticas de vidrio templado se mimetizaban en mi memoria con las del vagón francés. Los mismos pasos que di para bajar del tren, mi mochila de entonces convertida en un maletín de piel marrón. La misma mirada pero más cansada. Mi reloj más pesado pero contando el tiempo al mismo desconcertante ritmo. Mis sueños impecablemente similares, abarrotados de mis valores, los calcetines siempre de colores estridentes. Las palabras, iguales en ambas ocasiones: «Je suis ici!».
La hormiga en pre venta
Hace pocos días que mi próximo libro ya es posible reservarlo en Amazon, en Itunes o en Casa del Libro. De hecho la fecha definitiva de la salida al mercado será el 15 de octubre. Me hizo feliz la noticia de que la semana pasada fue durante unos días el más vendido en la sección económica de Amazon o el tercero más solicitado en toda la librería online. Falta casi un mes para su puesta a la venta y pensé que debía ofrecer algo a esa compra excepcionalmente rápida.
Lo primero que quiero aportar es que este libro es muy especial por diversos motivos. En primer lugar porque parte de una experiencia personal que viví hace mucho tiempo y que me determinó mucho de lo que fui haciendo a lo largo de mi vida. También es un libro expresamente sentimental porque tanto en el transcurso de su gestación como en la definición del propio título fueron miles los lectores que habéis participado de su creación.
A lo largo de conferencias, cenas y encuentros diversos fui explicando de manera desordenada aquellos meses en París siendo un joven de diecisiete años. El título fue elegido entre casi dos mil propuestas que llegaron a lo largo de una semana por todos mis canales sociales tras proponer esa especie de reto colectivo. Es un libro especial porque a través de diez ocurrencias muestro de manera muy simple como se puede innovar en la empresa. Es una especie de cuento basado en hechos reales pero divertido, simpático, dicen que emocional pero también tremendamente pragmático y directo en cuanto a los conceptos económicos que defiende.
Es un libro especial porque no sólo habla de emprender, o de superar las dificultades para innovar, sino que también intento transmitir el sentimiento profundo por dirigir la propia existencia, por rebelarse ante lo injusto y alegar a la acción, al hacerlo por ti mismo, como alternativa a la parálisis.
Mi decisión al respecto gira en tres campos que partirán de una web que se está desarrollando estos días y que estará disponible la semana que viene en www.unahormigaenparis.com (no operativa aun) y que permitirá diferentes juegos, procesos e interacciones. El libro nacerá antes en el site, vivirá en él a partir de la participación de todos. Esta hormiga será algo más que un libro.
La primera de las novedades será que yo mismo estaré online a través de twitter y facebook esa tarde de lanzamiento (ya determinaremos una hora que sea cómoda para todas las franjas horarias) y en el que podremos comentar con los primeros lectores las impresiones de un libro que se lee en apenas dos horas pero que precisará de re lecturas. Propongo que esa primera visión del libro se pueda hacer conversando con el autor a tiempo real. Al parecer, reservar el libro ya será una de las garantías de qeu ese día puedas participar. Según me cuentan la tirada inicial podría quedarse corta y no poder participar en ese día tan especial.
Habrá más privilegios para los que compren el libro en esta fase inicial que irán en torno a ofertas en mis productos como empresa, entradas en algún evento previsto, acceso a presentar proyectos, obtener la versión digital, etc. Estamos diseñando este asunto.
Ser lo que quieres ser
Desde hoy, técnicamente, ya he pasado más días viviendo fuera del país en el que nací que dentro de él. No es gran cosa, mucha gente pasa el completo de su vida lejos de sus orígenes. En mi caso no significa mucho más que la evidencia de que he podido hacer lo que siempre soñé: explorar. Cuando de pequeño leía historias de un tal Marco Polo, escuchaba las aventuras de los viajeros medievales o de los sabios griegos recorriendo lugares diversos me entraba una envidia sana pero mayúscula. Siempre quise ser un caminante y vivir la vida como tal.
Escaso tiempo una vida para pensar, escribir, soñar y lograr todo cuanto deseo conocer. Lo importante no es que busco, sólo me interesa el como y el porqué. Para ello diseñé una hoja de ruta que he tenido que variar muchas veces y que se rige por la pasión de dirigir mi propia vida cueste lo que cueste. Arriesgar no es perder, es saltar. A veces ese salto te reserva un batacazo importante pero como lo importante para mí es el tránsito, el vuelo y la sensación de libertad que proporciona, si al final hay un golpe duele menos, me deja tonto menos tiempo y me permite reaccionar antes, recuperar el impulso y aprender mucho de todo ello. El verdadero reto no es acertar, es reponerse antes de lo previsto si sucede lo contrario.
Me apena cuando alguien dice que “es lo que puede ser” y no “lo que quiere ser”. Para ello decidí hace mucho que mi trabajo sería global por que me gusta vivir sin fronteras, agotador porque disfruto con él como si fuera ocio, apasionante porque me permite conocer personas que saben mucho más que yo todos los días, enriquecedor porque a cada paso, a cada vuelo, a cada noche de hotel los minutos se convierten en un reto pendiente, vibrante porque cada nuevo proyecto que asumo es el primero, electrizante porque todo pasa a una velocidad digital e innovadora y brillante porque me ciega la luz que emite todo cuanto quiero hacer todavía.
Hace mucho que renuncié a cosas que considero complementarias y que no me ayudan a perseguir mis retos o sueños. Ser feliz no depende del tamaño de las ruedas de tu coche sino de ese paseo tranquilo por tu barrio de la mano de quien quieres y pensando que la jornada que termina, aun habiendo sido un desastre, sólo era el día anterior a uno que mañana será genial.
A mi equipo les digo que no se dejen asustar por las cosas más genéricas. Que no se agobien, que eso no es vivir, y que aguanten cada embestida que nos reserva eso de emprender pues en cada una de ellas está la belleza del asunto. Está en las dificultades y en como superarlas. Si eso lo haces como, cuando y donde quieres has ganado. Has ganado la partida que la vida te propuso al principio de tus días. A mí, hace 43 años, la vida me dijo ¿juegas? Respondí, “dame un rato y me pongo”. Y me puse.
Una vez leí una descripción sobre los personajes que controlan en los campos de futbol lo que sucede en las graderías. Son unos personajes con chaleco rojo que están apostados entre el público y el terreno de juego. Tal vez son policías o cuerpos de seguridad privada. Pero esos personajes no miran el partido porque están de espaldas a él. Su función es precisamente fijarse en el público por si el público se desmanda. Lo que sucede en el campo de fútbol lo intuyen por el reflejo que ejerce en el rostro de la multitud. Ellos miran, piensan y se aburren. No pueden intervenir en su mundo. Pienso que así vive muchísima gente.
Hay millones de personas que no ven los goles de la vida porque tienen miedo o por mantenerse seguros en la “zona de confort”. Pero oyen el rugido del público e interpretan que ha habido un gol. El modelo social en el que vivimos intenta con todas sus fuerzas a que vivamos de espaldas a lo que sucede y muchos se resignan y se toman su tazón de cloroformo matinal para no sentirse mal. Es gente que en muchas ocasiones saben mucho, leen mucho, escuchan mucho y seguramente conocen tantas cosas que podrían llamarse “sabios”. Se puede ser sabio pero a la vez se puede no estar viviendo.
Yo decidí hace mucho tiempo no ser de esos que miran al público, ni tan siquiera de los que miran desde la gradería al campo. Yo quiero ser el puto delantero centro que va a meter el gol y sino lo logro, por lo menos me lo pasaré genial mientras juego.
Est voilà!, la portada
Mi editor me ha hecho llegar la portada de mi próximo libro. El Grupo Planeta ha decidido que vea la luz de los escaparates en otoño. La verdad es que, a pesar de ser un libro corto, se podrá leer en una tarde tranquilamente, y tratar de manera tremendamente simple los procesos de innovación en la empresa, ha sido un parto largo y difícil. Lo escribí en pocos días pero lo fui creando durante décadas en mi mente y sobre todo en mi corazón. Muchos han oído hablar de esta historia, pero ya os adelanto que el cúmulo de detalles, lugares y momentos que no he explicado nunca sobre aquellos meses en París, os sorprenderán. El detalle que Bernardo Hernandez, ex vicepresidente de Google y actual líder de Flickr, me lo prologue será la guinda del pastel. El libro trata de cómo un tipo que ya supera los cuarenta y que no ha hecho más en la vida que emprender, para bien algunas veces y para mal otras tantas, decidió con 17 años tomar un tren y largarse a un lugar que estaba mucho más lejos que ahora y que él consideraba “la capital del Mundo”. El emprendedor que ahora soy, el espíritu de mejorar, innovar y encontrar las respuestas ante cualquier reto, se lo debo a cuanto me ha pasado en la vida, seguro, pero en especial a aquellos meses en los que me sentí como una hormiga en París. Este es un libro corto, fácil pero intenso, divertido pero realista, con un trasfondo íntimo pero didáctico. A través de nueve episodios cuento como me las ingenié para vivir en esa jungla siendo tan joven y sin apenas recursos. Durante algo menos de un centenar de páginas explico como se puede innovar fracasando, sobrevivir a una decisión dura y a sobreponerse con creatividad. El hilo conductor es esa vivencia personal sucedida en París hace ya más de veinte años. A través de la necesidad convertida en ventaja, de la ilusión y de la picaresca, hace más de dos décadas fui capaz de convertir un desordenado grupo de músicos orientales que trabajaban en las calles de la capital de Francia en una engrasada máquina de hacer dinero. La historia trata de cómo a los pocos días de llegar a la capital del mundo tuve que idear algo para sobrevivir. Por casualidad, como el que caza oportunidades, lo descubrí. Un chino que tocaba con una guitarra música de los Beatles en la plaza George Pompidou me dieron la clave. En ese libro contaré como se puede innovar para sobrevivir y a continuación, con ese espíritu, lograr organizarte y, como las hormigas, construir un pequeño ecosistema donde incorporar mejoras, propuestas y posibilidades. Lo que allí pasó me conecta directamente con mi determinada manera de ver la empresa y la manera de vivirla, y por supuesto quien quiera podrá ver el origen de un emprendedor.
¿Una revolución o una devolución?
Recuerdo la primera pregunta que me hizo Inma Sanchís durante la entrevista para La Contra de La Vanguardia hace ya un par de años. Me cuestionaba si estábamos en el final de la crisis. Mi respuesta entonces fue que efectivamente, pero que eso no nos llevaba a nada mejor ni peor, simplemente similar. Sigo pensando igual y los hechos no hacen más que ratificar que se entró en una dinámica de parálisis definitiva a pesar del estribillo ridículo y pueril que los ministros sucesivos se esfuerzan en pintar de colores diversos.
Está interesante leer aquella entrevista de nuevo y descubrir que si no actuamos, si no hacemos nada, la oportunidad histórica que tenemos ante nosotros pasará como pasan los trenes de mercancÍas que no paran nunca. Es ahora que en la lectura de cosas antiguas, donde deducíamos lo que pasaría, los comportamientos y la realidad siniestra de una subida de impuestos, una huida de jóvenes y no tan jóvenes, de una sociedad esclerotizada, de una clase media hundida y de una política plomiza e intratable, descubres que no ha pasado casi nada. La reacción es mínima y ahora, incluso, inexistente. Es tanto el pavor a perder lo poco que nos queda que hemos enmudecido.
Creemos que un post, un twit o una cena sin vino nos hace revolucionarios o algo parecido. Las revoluciones se vivieron como crisis en su momento, pero se “revolucionó” tarde o temprano. Los contemporáneos llamamos crisis a este momento histórico que sufrimos pero ya hemos dicho y definido que con toda seguridad estamos en una Revolución. El problema es que hay que empujar, insistir, arriesgar, soñar, luchar, o corremos el riesgo que esta revolución se torne en devolución. Nos van a devolver nuestra apatía con miseria en cápsulas. Una sociedad en encefalograma plano, incapaz de desempolvar sus razones, es una sociedad muerta y sin esperanza. Creo que hemos pasado de las protestas revolucionarias a las revoluciones expresivas. En todo caso, seguimos en fechas de devolución.
El silencio de los corderos, las voces de los corruptos y la estupefacción de los que se marchan mirando de reojo como se queda todo yermo y asqueroso. El miedo es el arma que gastan estos tipos. Tenemos tan poco que pensamos indispensable vivir conservando la nada más absoluta. Nos estamos quedando sin libertad.
Que cada uno haga lo que considere. Yo me monto mi vida a cada instante y como puedo, lo hago montando negocios. Decidí hace años viajar, y viajo. Decidí rodearme de gente que sabe más que yo, y aprendo. Decidí no necesitar mucho, y comparto. Decidí vivir mi vida, y emprendo. Seguramente soy de los que mucho dicen y poco hacen. Tal vez, pero a medida que siento el aliento de esos desgraciados más lejos, más tranquilo me quedo de saber que mi revolución íntima ha dado sus frutos. Te animo a que hagas la tuya. Busca lo que es útil, seguramente está tremendamente cerca y accesible y poco tiene que ver con lo que ahora ves.
Al final de este artículo replico la entrevista de La Vanguardia comentada y el video a continuación es pura metáfora sobre lo innecesario de algunas cosas y lo mucho que se esfuerza el sistema en repetir que lo necesitamos.
LA VANGUARDIA 22 DE FEBRERO DE 2011
“Somos una sociedad anestesiada a base de subsidios”
Estamos al final de la crisis?Sí, pero lo que hay es lo que va a quedar.
No es muy halagüeño.
En el nuevo modelo económico mundial unos países emergen y otros se estabilizan en un lugar más bajo del que estaban; y España, en un lugar extremadamente más bajo.¿Nos subirán más y más los impuestos?
Sí, los irán subiendo progresivamente y en cuatro años la presión fiscal será altísima porque alguien tiene que pagar todo esto.¿La clase media se hunde?
Se estrecha, porque depende en gran medida de que el consumo se mantenga, y el consumo se está reduciendo sin remisión.¿Y emerge una nueva clase?
Sí, la que yo llamo microburguesía low cost: millones de personas que se manejan con apenas 1.000 euros al mes. Una clase social satisfecha por comer en el Pans & Company, viajar con EasyJet y montarse sus propios muebles de Ikea.Es usted cruel.
La sociedad está cloroformizada, es drogodependiente: vive de ayudas, subvenciones, soportes del Estado, servicios que acaban reclamando como derechos fundamentales. Y a la Administración ya le va bien una sociedad anestesiada a base de subsidios y entretenimiento, no sea que salgan a la calle.¿Una clase social formada por la clase media que ha ido cayendo?
Sí, la sociedad se está desequilibrando, hay una clase baja y una alta que se mantiene por la endogamia del consumo entre ellos, pero cuando uno cae, lo hace abajo del todo.¿Sin remisión?
En España el número de familias que tienen a todos sus miembros en paro supera ya el millón y medio; y hay un millón largo de personas (entre 45 y 50 años) que llevan más de un año en paro y que no volverán a encontrar trabajo. No hay una respuesta laboral prevista para ellas ni ningún impulso para que se pongan en marcha por sí mismas. Vivirán de los subsidios y las ayudas.¿No se acabarán?
No, simplemente nos subirán los impuestos, hemos llegado al límite de la deuda externa. En Occidente muy pocos trabajarán mucho para que muchos no trabajen. El Estado providencia ha convertido a la sociedad en un grupo homogéneo que vive a la expectativa, esperando que alguien les solucione sus problemas.... Es sangrante con la Administración.
El Estado es interventor e inconveniente para los ímpetus emprendedores. Las cargas que debe soportar una persona que monta su empresa o se declara autónomo son un peso insignificante en otros países. En el Reino Unido apenas hay cláusulas para iniciar una actividad, a medida que la empresa crece van apareciendo requerimientos.¿Con qué resultados?
Como muchos lo intentan, son más los que lo logran, y con el tiempo el empleo se multiplica. Nuestro país tiene la tasa de paro más alta del mundo civilizado porque aquí no hay manera de montar una empresa con pocos recursos. Si aun así lo logras, los salarios con sobrecoste acaban contigo.También hay ayudas, ¿no?
Sí, que acaban siempre en manos de los grandes grupos financieros e industriales y nunca en las pymes y los autónomos. Es un error histórico de este país gastar demasiado en estimular sectores desde arriba en lugar de dinamizar desde abajo. Además, las ayudas a los emprendedores suelen ser más un discurso que una realidad.Aquí el que innova es el inmigrante.
Sí, sólo un 7% de los españoles decide poner en marcha un negocio, mientras que más del 14% de los inmigrantes lo hacen. Somos uno de los tres países europeos con el nivel más bajo de empresa innovadora de nuevo cuño; y la mitad de los nuevos negocios cierra en menos de un año.La burocracia no ayuda mucho.
Para montar un negocio en España requieres una media de cuarenta y siete días, en EE.UU., tres. Y las teóricas ayudas de la Administración acaban siendo un inconveniente porque ralentizan el proceso.¿Qué podemos hacer?
Reducir impuestos, porque aumentándolos lo único que logramos es que las empresas tengan menos capacidad de inversión; apostar a largo plazo, hay que empezar a pensar de qué vamos a vivir, e impulsar la internalización de las pymes, porque si no es en el exterior no van a crecer.Y nadando en esas aguas coloca usted a la generación perdida.
Sí, gente entre 35 y 45 años que debe una hipoteca a 30-40 años y que está a las puertas del embargo. Toda una generación hipotecada en un patrimonio que no vale lo que cuesta y que los bancos ejecutan como parte del botín.Menudo panorama.
Son la generación de las tarjetas de crédito sofocadas, de yeseros cobrando como ingenieros de la NASA. Gente que pensó que sus negocios no requerían esfuerzo, que tuvieron en sus manos la opción de mejorar su entorno y sólo mejoraron su trono.Puro pelotazo, ¿pero ahora qué?
En el tercer mundo los emprendedores están por todas partes porque es la única opción, aquí la opción es el subsidio. Los poderes políticos y económicos son siempre los mismos, muy poca gente accede ahí y muy pocos caen, y eso se logra cloroformizando a la sociedad; hay que reaccionar.
Vivir como otros no querrán
Este fin de semana ha sido especialmente duro. Mucho que hacer, demasiados vuelos acumulados en lo que llevamos de año y decenas de semanas sin apenas descanso. Las ganas de tomar un respiro no vencieron al peso de lo obligatorio y durante todo el sábado y domingo seguí peleando contra las ganas de recorrer Irlanda. Si la semana pasada estuvo repleta de emociones, reencuentros y mucho trabajo, esta empieza casi mejor. En unas horas tomo un avión a España de nuevo para dar más conferencias para hablar de creatividad y riesgos para emprender y terminará, el viernes, con destino a mi otro hogar: Miami. Pasar por Florida me ayuda a descansar habitualmente, sin embargo esta vez no habrá tiempo para eso. En apenas dos semanas debo estar con mis colaboradores en las sedes de Idodi de tres países más. El lanzamiento de Openshopen, Ebnto y Emailfy está siendo un éxito y vamos a mejorar equipos para aprovecharlo.
Este fin de semana ha sido especialmente duro y me vinieron a la cabeza cosas que he escrito, contado o vivido. Os dejo con ellas pues apesar de ser de hace tiempo, en las últimas horas tomaron una especial y emocionada presencia. Son sensaciones de lo solitario y frio que puede ser el cristal desde el que se ve la vida cuando te tienes que quedar un sábado y un domingo encerrado en tu despacho hasta la madrugada. Los que tengan el ADN emprendedor sabrán a lo que me refiero cuando aseguro que “nada está cerrado”, que “nadie lo tiene asegurado” y por ello es preciso no desfallecer y menos en estos tiempos. Esas horas fuera de orden además representan una apuesta más. Cuando empiezas un nuevo proyecto emprendedor esas noches, esos fines de semana, no son más que apuestas a un sólo número y a un color esperando que tarde o temprano la ruleta te conceda el privilegio de premiarte. Por eso escribí:
Cuando veas que no puedes más, que emprender se hace duro y difícil, que el sueño llega de madrugada y eres incapaz de teclear nada más, que el día a día se hace pesado y requiere hasta el último aliento, piensa en el motivo por el cual empezaste esta aventura y lo que ya sabías que suponía todo: “ahora te toca vivir como muchos no querrán, para en el futuro hacerlo como muchos no podrán”.
Tardaremos en girar la colcha pero la giraremos y una de las razones es que no hay otro remedio. Me niego a aceptar que esto ya no se moverá. Si se potencian redes de conocimiento, si se impulsa la proliferación del capital riesgo, si las administraciones reducen la fricción en los trámites, si el impulso a la innovación crece en lugar de menguar como en los últimos dos años, si la cultura emprendedora se transmite en las escuelas de secundaria y en las universidades, tal vez, si todo eso pasa, un asalariado que pasa a ser emprendedor lo tenga algo más fácil y con ello, un país como el nuestro, esté más cerca de la cabeza económica del mundo civilizado.
Emprender para muchos será la única salida, para otros no. Puede que muchos tengan otras opciones, pero, por higiene intelectual recomiendo ponerse en la piel del primero. Imaginemos que no tenemos más remedio que emprender. Poco a poco, conozco algún caso de emprendedores sobrevenidos, que llega el primer cliente, la primera factura, el primer empleado y el primer cobro. Esos momentos son gloriosos. Encajar la emoción que supone tocar la superficie de los sueños que hace unos meses desconocías tener es maravilloso.
Los que hemos puesto en marcha nuestros sueños, sin saber si era posible tan siquiera, sabemos que es eso depasar noches en vela, redactando, corrigiendo, trabajando en la soledad de las noches y los días que se amontonan unos encima de las otras. Vivir es ese domingo por la tarde, exhausto pero ilusionado, viendo desde la ventana del despacho como las familias pasean, las parejas hacen cola para el cine y el mundo no se detiene en su curso sinuoso de fin de semana. Obsesiones y retos, momentos duros que a veces no producen más que disgustos pero que cuando se reproducen con todo su brillo y belleza son la entrada perfecta a un club diferente, el “club de los soñadores”. Soñar y emprender van juntos, juntos en la búsqueda, tal y como están las cosas, de la única salida.
Ya os lo iré contando pues no pienso parar, ni de emprender, ni de aprender, ni de correr.
Cambio de época y de vida
Este próximo miércoles ofrezco una conferencia en A Coruña titulada “No es una época de cambios, es un cambio de época“. Explicaré el cruce de situaciones y elementos que confieren a este momento de la historia un punto esencial y diferente a otros momentos clave. Las revoluciones siempre se consideraron una crisis por los que las vivieron. Considero que los sistemas de producción y de transmisión del conocimiento están variando y son los que están haciendo cambiar al mundo. Al igual que a lo largo de la historia se han vivido revoluciones en los modelos productivos como la producción de herramientas de piedra, la domesticación de las especies animales o la industrial, ahora vivimos una digital. Puedes inscribirte directamente en este enlace. Sin embargo no sólo hablaré de temas externos, macro o económicos o sociales, también de revoluciones íntimas y de accesos a nuevos planos personales. En concreto diré que yo no soy un emprendedor, soy un saltador y eso repercute en maneras de ver la vida. La incertidumbre es todo cuanto se necesita para estar vivo. Hace años que desconozco que me espera en mi despacho, que riesgos nuevos asumiré o que personas conoceré. Hace años que, tal vez toda la vida, que persigo un lugar definitivo. Sueño con que ese lugar no exista y así poder seguir en su búsqueda hasta el final de mis días. El desconocimiento de cuanto nos espera nos obliga a estar en alerta, en aprendizaje y ser seres humanos en beta constante. Mis proyectos no pueden ser otra cosa y alcanzan su plenitud en el redireccionamiento constante de sus líneas de creación. La conferencia tratará por primera vez de “la generación invisible“, de como “cristalizar nuestros sueños“, de “la búsqueda de nuestra oportunidad“, de “startups y futuro“, de “soñar o morir“ y sobretodo de “como ha evolucionado el emprendedor” a lo largo de la historia. En definitiva, esta conferencia que cerrará un ciclo de charlas que he dado por todo el mundo en estos últimos 18 meses y que ha estado en más de 20 países, la complementaré con todo un nuevo conjunto de elementos que ya definen las que quiero ofrecer en breve. Espero os guste a los que podáis ir. Para solicitar conferencias en el futuro debéis escribir aquí.
La jubilación como concepto anestésico. Sufro por cuantos desean jubilarse. Compadezco a las personas que piensan que el destino de todo esto es llegar a un puerto seguro y así poder tenerlo todo garantizado hasta el último aliento. Considerar que el futuro está garantizado por algún elemento es un error. Creer que los planes de jubilación, pensiones o meriendas similares financiarán nuestra etapa final es, como menos, dudoso. Debemos aceptar que los ingresos de la madurez no serán los mismos en otras etapas. Espero tener fuerzas para seguir haciendo lo que me gusta el resto de mi vida. Cuando físicamente no sea factible, lo será mentalmente. Desear la jubilación es en si misma la prejubilación. Sólo me angustia pensar que habrá un día que no podré correr. Sin embargo pienso que si no puedo correr, cerraré los ojos, me pondré mi iPod, buscaré un lugar con viento y lo soñaré. La deconstrucción de procesos se instaló ya en nuestro modelo productivo y de gestión. Si en apenas unas décadas todo el plan de gestión de una empresa era el de tener claro cada día lo que le tocaba a todo el mundo hacer, eso ha cambiado radicalmente. En la construcción, en el sector agrario, en la bolsa, en los mercados en muchos lugares, la clave del éxito estaba en que todos los integrantes de una estructura tuvieran claro que les tocaba hacer al despertar cada mañana. Romper esas cadenas suponía un deterioro en el proceso que repercutía en graves consecuencias. Imaginemos el campo donde todos los integrantes de una granja tienen claras sus funciones, taras y actividades durante todos los días de la semana y horas del día. Eso nunca cambió y permaneció siglos igual. Hoy en día nada es así y los procesos ya no pertenecen a los protocolos sino a los análisis de necesidad, riesgo y acción. Esa deconstrucción de procesos ha llevado a industrias poderosas a reinventarse. La inestabilidad de no soportar la hoja de ruta. Al principio de ser broker de bolsa y mi trabajo era ir avanzando en la escala salarial y subir en el organigrama, todo parecía acertado y sólido. Cada cierto tiempo un ascenso, una mejora, un nuevo despacho. Era tremendamente tranquilizador saber hacia donde iba, cual era el destino y donde se fijaba la nueva meta. Todo estaba escrito, como un libro de vida por cumplir. La evidencia de la estabilidad empezó a angustiarme hasta tal punto que abandoné. No soporto vivir en esa estabilidad paralizante, cobarde y que te impide pensar en grande. Dejé el trabajo y monté un nuevo negocio.
Hace años que interpreto mi vida como una constante búsqueda (deseo de innovar) de retos, experiencias y sueños. Siempre lo hago bajo la esperanza de que, si este es un momento excepcional de la historia, que no se me pase la oportunidad de haberlo vivido. Las características de mi circuito son la incertidumbre, la vitalidad, la deconstrucción y la inestabilidad. ¿Los tuyos?
¿Crisis o revolución?
Yo no soy emprendedor, soy saltador. Tenemos la suerte de estar viviendo un instante en la línea del tiempo que trastocará definitivamente el mundo que conocemos. Considero que lo que seamos en este período no es lo fundamental sino que lo esencial es como lo vivimos y en que participamos. La cosa no está en ser emprendedor, funcionario o asalariado, lo destacable es integrarse en el proceso que define este extraordinario momento de la historia. Todas las revoluciones se vivieron como crisis en el momento que sucedían. Suelen ser llamadas crisis por quienes son contemporáneos a esa franja de la historia y revolución por quienes la sobreviven o estudian años después. Este es nuestro caso pues vivimos revoluciones asociadas y en un cruce extraordinario de tipologías.
Lo de ahora es como un parto, doloroso y crítico, pero que en el tiempo nos mostrará que no era más que una revolución como lo fuera en su día la industrial o la imprenta. En estas cuatro o cinco décadas, mientras muchos conviven con su crisis, otros disfrutamos de nuestra revolución. Para dejar de vivir en crisis y vivir la revolución yo incorporo a mi vida cuatro rasgos: la incertidumbre, la vitalidad, la inestabilidad y la deconstrucción.
Hace años que interpreto mi vida como una constante búsqueda (deseo de innovar) de retos, experiencias y sueños. Siempre lo hago bajo la esperanza de que, si este es un momento excepcional de la historia, que no se me pase la oportunidad de haberlo vivido. Las características de mi circuito son la incertidumbre, la vitalidad, la deconstrucción y la inestabilidad. ¿Los tuyos?
Sueña o muere
En el país de las “desimputaciones” el sol se pone al revés. Los que deberían estimular desaniman y los que tienen la obligación de atemperar incendian. Así ha sucedido siempre y costará que deje de pasar por arte de magia. Pero pasará que sin mediar palabra la sociedad se alzará y causará un destrozo considerable, eso es ya casi una apuesta segura. Nada puede mantenerse como sigue, ni por cansancio ni por ineficiencia. Sin embargo, mientras llega ese momento, los que nos jugamos a diario todo cuanto tenemos, seguimos atados de pies y manos a la inservible maquinaria de los hombres de piedra.
No es resentimiento, ni rabia, ni nada que se le parezca, es simplemente asco. Cuantos han logrado convertir en fango los sueños de una generación desahuciada a diario merecen un castigo. Los que han humillado a miles de adultos que ahora se arrastran por el comedor de sus padres, ya jubilados, esperando no molestar como mendigos de su pensión, merecen un bofetada con la mano abierta. Somos herederos de banqueros que siguen riéndose de todos los llantos y toda la mierda que han acumulado en la puerta de sus despachos porque a ellos el ambientador emocional les funciona que ni hecho a medida. Somos responsables de haber elegido a quienes siguen otorgando favores a éstos.
Y en eso, ahora, nos venden que aquí todo dios puede ser emprendedor, que todos deben casi serlo por obligación. De este modo el listado de inservibles viviendo del asunto ahora llamado “emprender” aumenta de forma exponencial. Tenemos asesores de emprendedores que no emprendieron nada, estimuladores del emprendimiento que no estimularían a nadie, dinamizadores de emprendedores totalmente desanimados, aceleradores de startups que no conocen ese pedal, eventos emprendedores que no son más que un bucle con subvenciones bien estructuradas, becas emprendedoras que lavan la conciencia de bancos y organismos públicos, leyes que nunca llegan y que si llegan no serán más que cosmética populista y programas de ayuda que no son más que modalidades sofisticadas y empapeladas en celofán que obligan a endeudarse de una u otra forma previamente.
Según la OCDE, el 44% de los españoles entre 25 y 30 años que tienen ocupación, están trabajando en algo que requiere menos habilidades de las que tienen. Los jóvenes españoles no van al trabajo pendientes de vivir retos, sueños y expectativas de crecer emocional y profesionalmente. Muchos van pensando que allí no va a pasar nada excitante, que lo importante es que pase el tiempo. La educación es pura instrucción, no hay debate, pensamiento o crítica. Nadie enseña a nuestros hijos el valor del fracaso, a perseguir sueños a pesar de no ser “rentables”, a emprender como valor de libertad y no como factor de enriquecimiento. No les enseñan a entender que un negocio es mucho más que una oficina, una fábrica, un campo de cultivo, un comercio o un escenario de venta, nadie les indica que también son espacios de conclusión, de rescate espiritual y de relación humana, de cooperación, de suma intelectual, de talento y de prosperidad.
Hubo un tiempo, cuando yo estudiaba, que me decían que la vida “ahí afuera” era una jungla, una competencia feroz donde solo sobrevivían los más fuertes, los más preparados y los más fríos. Me lo creí. Tardé tiempo en ver que así no se disfrutaba y que no era el mundo exactamente así, era yo que lo veía de ese modo influenciado por la manera de mostrarmelo que tuvieron en la facultad. Hoy, los que representan el pasado, las formulaciones antiguas de los negocios analógicos, oscuros y lejanos de los tiempos que vienen (y llegarán) mantienen esa actitud agresiva, defensora de valores en quiebra. Se equivocan.
El desastre social, financiero, político y ético que vivimos no es más que esa fractura que se ha empezado a producir justo encima de nuestras cabezas. Estemos tranquilos, dañará a muchos inocentes, pero sobretodo a los que estén pendientes de si se les cae el techo. Mientras tanto recomiendo seguir disfrutando de este momento histórico que nos tocó vivir. No es una época de cambios, es un cambió de época como nunca antes hemos vivido. Tal vez no hay momento en la historia que se pueda equiparar por su trascendencia a los treinta o cuarenta años que nos están pasando por encima.
No dejemos que los que se apuran por aminorar la marcha de esta fase histórica logren alguno de sus objetivos. La corrupción y su medicación dosificada es desastrosa para la modernidad y las mejoras. Convivimos con esa bacteria que corroe, que ensucia a la buena gente por verse incapaz de enfrentarse a la injusticia. Por desgracia, parece que no nos queda más que gritar e indignarnos. Confío en que a medida que todo un cambio genérico y generacional vaya tomando cuerpo, muchos de esos que ahora perseveran en su mediocridad manifiesta, pierdan su sillón de alcántara, su visa oro pagada por todos y los privilegios que nadie les otorgó y que tomaron sin preguntar. Sigamos firmes en eso que algunos llaman indignarse, otros emprender, algunos votar y muchos simplemente vivir. Yo me decanto por soñar, viajar, emprender y vivirlo con mi gente, mi equipo. Cada uno debe tomar una decisión acerca del momento que nos ha tocado vivir.
Vengo de una familia humilde. Nadie me ha regalado nada. Mi madre trabajó hasta la rotura y mi padre vio como su negocio se desvanecía ahogado a impuestos, tasas, recargos e impagos. Son gente extraordinaria que me anima a seguir haciendo lo que hago si eso es lo que deseo. Sigo firme en mis convicciones, en montar empresas, en hacerlas crecer y en venderlas, en poner todo lo que tengo una y otra vez, siempre con la misma energía. Me la seguiré jugando por lo que creo y disfruto a pesar de que cada vez es más arriesgado. Lo haré de nuevo aunque pudiera salir mal. Lo haré a favor de mis anhelos, pero en contra de los que quieren vernos parar, detenernos, dejar de ser críticos, analíticos y soñadores.
Hay mucha gente cazando #dreamers, muchos que esperan agazapados hasta que te ven volar. Conozco a muchos que, a pesar de ello, seguiremos montando empresas incluso con lo yerto que está el terreno. Lo haremos en España o donde sea, donde nos permitan levantar de nuevo el vuelo. Lo haremos con la misma energía, valor y responsabilidad, sabiendo que muchos amigos, colaboradores y socios van a nuestras oficinas pensando que nuestros sueños son, en gran medida, de la misma sustancia de la que se componen los suyos.
Lo haré aunque sea para que estos sinvergüenzas, esqueléticos morales e inservibles no me quiten lo único que nos queda: la dignidad. No te creas eso del “emprende o muere” que repiten estos días hasta la extenuación, quédate con el “sueña o muere”, pues esa es la verdadera esencia de lo que te hablo todos los días en este blog.
Una hormiga en París
Fueron más de mil propuestas las que llegaron para poner título a mi próximo libro. Llegaron por diversos caminos lo que me hizo reflexionar sobre los lugares por los que se disemina este blog. Fueron correos, comentarios en Facebook, mensajes en Twitter y en Google+ e incluso a través de aplicaciones sociales que tengo en mi móvil. Ha sido muy difícil elegir una de ellas pero al final será “Una hormiga en París”. Curiosamente el motivo por el que “convoqué” este brainstorming digital era el de poner a pensar colectivamente a quienes quisieran y pensé que al final ganaría una sola propuesta de entre todas. La realidad superó mis intenciones y el título no tiene autoría concreta sino que un grupo de colaboradores a partir de cinco opciones “finalistas” parieron este. Es decir, el pensamiento colectivo se convirtió en una decisión común. Siempre defiendo que pensar juntos es una cosa y hacerlo en común es otra. Primera buena noticia.
El título responde bien a lo que el libro explicará. Cómo un tipo que ya supera los cuarenta y que no ha hecho más en la vida que emprender, para bien algunas veces y para mal otras tantas, decidió con 17 años tomar un tren y largarse a un lugar que estaba mucho más lejos que ahora y que él consideraba “la capital del Mundo”. Con éxitos y fracasos, pero con espíritu de mejorar y de no hacerlo solo, he pasado la vida, pero le debo tanto a aquellos meses allí que ha llegado el momento de explicarlo. Un libro corto, fácil pero intenso, divertido pero con algunas partes duras, con un trasfondo íntimo pero didáctico. A través de una decena de episodios cuento me las ingenié para vivir en esa jungla. Era como si llegara una hormiga a París.
“A los pocos días de llegar tuve que idear algo. Por casualidad, como el que caza oportunidades, lo descubrí. En ese libro contaré como se puede innovar para sobrevivir y a continuación, con ese espíritu, logras organizarte y, como las hormigas, construyes un pequeño ecosistema donde incorporar mejoras, propuestas y posibilidades. Todo para cuando venga el invierno. Lo que allí pasó lo sabe alguna gente, los detalles no tanta, pero lo que estoy seguro es que los que me conocen descubrirán elementos que conectan directamente en el porque soy de una determinada manera y a otros les descubrirá el origen de un emprendedor”
Finalmente no he podido rechazar la oferta y ofrecimiento de Roger Domingo, mi editor en Grupo Planeta para publicar este libro también en su sello. Con él ya he tenido una muy buena experiencia y, sobretodo, se aprende muchísimo. No obstante os aclaro que solicité un precio en la edición final casi idéntica a lo que estaba previsto en una hipotética auto edición. El libro saldrá en octubre pero empezará a vivir mucho antes en una web propia y en las redes sociales. Atentos.
Soy digital y me siento bien
Soy digital y me siento bien, por lo menos más vivo. Soy amante de la tecnología porque me ha hecho más humano y porque gracias a ella, mi epidermis se estremece con todo cuanto ve y siente. Como hoy. Un día en el que te despiertas a golpes de metralla y piensas que los sueños de tanta gente siguen desparramados por el suelo de una avenida de Boston. Es el mismo día que todo demuestra la mutación de nuestro entorno y de cómo llegamos a saber de él. Llegamos a la información de un hecho tan despreciable de otra manera. Antes de que muchos medios supieran que estaba sucediendo, en la red y de la mano de una aplicación que subía videos de 5 segundos de manera automática desde un móvil ya lo habíamos podido deducir. (El vídeo que enlazo es anterior a los atentados, quien quiera ver el resto de desagradables imágenes las puede localizar fácilmente).
Las cosas pasan por que deben pasar, pero también empiezan a pasar irremediablemente. No vivimos una época de cambios, vivimos un cambio de época. Estamos en medio de una erupción gigantesca que lo cambiará todo. Vivimos en un mundo líquido, complejo y al que o te adaptas e innovas o te devora. La globalización avanza sin descanso y permite que los más flexibles y rápidos se acomoden antes a sus beneficios. El poder económico se está moviendo de manera radical a Asia fundamentalmente diseminándose el conocimiento por lugares no previstos.
A medida que avanza este escenario complejo una nueva clase media aparece en ese entorno. En apenas quince años una sexta parte de la población mundial, más de mil millones de personas, serán miembros de esa clase media acomodada y consumista al extremo. Para satisfacerlos nacerán industrias nuevas y segmentadas. En ese escenario ilógico las grandes compañías se concentrarán y se despedazarán las unas a las otras hasta llegar a la atomización absoluta. Sin embargo aparecerán nuevas industrias, nuevos modelos de negocio desconocidos a fecha de hoy, y surgirá una nueva percepción de la realidad.
Hoy en día consideramos que estamos en la más absoluta ruina o en “crisis” cuando perdemos algunos elementos vitales que consideramos imprescindibles. Si comparamos ese listado con el que mantenían como necesario en apenas unas cuatro o cinco décadas se nos caería la cara de vergüenza. Ni siquiera compararé con un siglo o más. En este tiempo aumenta la desconfianza en las instituciones que representan lo viejo y lo estático. La falta de transparencia repercutirá en la necesidad de cambiarlas, de rebuscar en el exterior de ellas para renovar su esencia. Seguramente el cambio no ha hecho aun ni acto de presencia pero en los próximos años viviremos cosas que hasta hace apenas una década eran impensables absolutamente.
En ese mundo inminente cada vez se precisa un personal más especializado y con un conocimiento y habilidades de mayor firmeza. A medida que los años avancen ese bien será el más escaso. En un mundo robotizado el ser humano será imprescindible. Pero lo será en áreas de conocimiento. En ese campo también se producirán grandes cambios. En el mundo denominado subdesarrollado hay ya el doble de universitarios que en el primer mundo y esa proporción va en aumento.
En apenas quince años, también, la expectativa de vida en muchos países rozará el siglo. Evidentemente la población envejece y precisa de nuevos recursos, modelos fiscales, conciencia vital y generosidad. Nuevos “targets” comerciales aparecerán y con un modelo de consumo muy concreto y adaptable. La tercera edad se dedicará a interpretar el momento y a digerirlo. La tecnología en la mano de los abuelos es algo ya visible. La cuarta y quinta edad harán acto de presencia y nos mostrará que jubilarse es algo voluntario y casi un lujo. No parece sostenible una sociedad con personas que empezaron a trabajar (decentemente) a los 34 (media sur de Europa), se jubilaron a los 62 (media europea) y murieron a los 98.
La tecnología modificará la manera de hacer las cosas. Todos estamos interconectados en todo momento y lugar, las redes son el oxígeno y el aire y es a partir de todas las interacciones en las redes que lo rutinario se automatiza. Parece evidente que la tecnología y lo digital cuando está al alcance de todos mejora la vida pero amenaza los recursos. Por eso vivimos una época donde crece la conciencia y la responsabilidad sobre nuestro entorno, sobre este planeta mal herido.
Tenía ganas de escribir algo así, un resumen desordenado y sin pretensiones. Simplemente quería relatar que en un día triste como hoy el hecho evidente de que la hipersociedad quiere ya otras cosas. La falta de trabajo, de expectativas o de futuro en muchos casos no puede tumbar las necesidades vitales como especie. Una cosa es quedarse sin trabajo y otra es quedarse sin propósito. Que no le pase a nadie y que si no tiene empleo no se sienta parado, que si no encuentra trabajo y no está en condiciones de emprender o inventárselo pues los cantos de sirena de muchos le ensordecen, que se lance a la lucha íntima y revolucionaria para cambiar la vida, la de todos, no sólo la suya. En ese activismo personal, digital y emocionante se conectará colaborativamente. Le llaman cerebro global, inteligencia colectiva, sociedad expandida o mil cosas más que en realidad solo quieren decir “transparente”.
Si no ves esa luz, haz otras cosas. La ética no precisa de ayudas públicas ni de planes de negocio. Hay quien me pregunta en ocasiones, y de ello escribiré en breve, cómo pude salir de dos fracasos emprendedores y de que calibre fueron. Puedo decir que el primero con apenas 24 años fue devastador y me dejó con una deuda olímpica tras la Barcelona’92. Miré hacia fuera en lugar de hacia dentro. Pagué mis deudas y retomé la energía. Puedo decir que la palabra “arruinarse” se pronuncia en apenas 2 segundos pero se sufre durante por lo menos 4 años. Sin casi ayuda familiar (mi familia sufrió igual destino) tuve que enfocar hacia lo que “venía” y en como sería el mundo inmediato en el que yo, seguro, tenía algo que ofrecer.
La segunda fue aun más dura en lo emocional pero menos en lo económico y la verdad, salvo en el valor que cada uno le de a la amistad y a los socios, no hay mucho más interesante que contar. Sólo puedo decir que correr me dio vida y volví a estar bien conmigo mismo. Sentirse bien física y emocionalmente ayuda a entender, a cada kilómetro, el mundo de cambios que se nos viene encima.
Millones de hormigas
Dicen que las crisis son tiempos para las oportunidades. Eso es demasiado genérico como para aceptarlo como norma. Una época de dificultad como la actual no deja de ser un escenario de dificultad añadida al ya difícil mundo de la emprendeduría. El coste de poner en marcha una empresa o un proyecto cualquiera es muy alto en tiempo, esfuerzo y sacrificios. Se debe asumir desde el principio el enorme reto que se te presenta en frente justo en el instante en el que decides arrancar. Si añadimos que esto no es una crisis si no algo mucho más complejo y sofisticado, más trascendental y menos anecdótico, entonces aun me lo pones más claro.
Algo está pasando en el mundo, como decíamos hay un cruce de revoluciones en marcha: la de los modelos de producción y los de la transmisión del conocimiento. Eso es inédito que ocurra a la vez y está repercutiendo en el modelo emprendedor y en la capacidad de hacerlo. Algo está pasando en el mundo y tiene que ver con el hartazgo y la evidencia mostrada millones de veces en la red. Ahora una cacerola es mucho más que un objeto, es una voz global en video, es el Global Noise. Recordemos que hace 15 años una fotografía se hacía con una cámara analógica cuyas instantáneas dependían de un comercio especializado. Luego fueron las fotos digitales y las impresoras, más tarde los teléfonos con cámara y ahora los smartphones que no sólo hacen fotos, las distribuyen de inmediato por las redes sociales, ya no fotografiamos, ahora compartimos momentos, sentimientos y sucesos. Tienen mucho que ver los que se enfrentaron a los saltamontes. El vídeo que acompaña fue enlazado por un buen amigo de este blog y le agradezco la analogía con la realidad. Me gustan estos símiles metafóricos. Me hizo pensar en el valor del trabajo en común, del talento global y de la capacidad de ser uno sólo cuando entre todos nos sumamos en un modelo propio. Pensé en aquellas sequoias.
El emprendedor tiene una morfología particular. Se diferencia de otros individuos por ser creativo en mayor o menor medida, disponer de una gran intuición, incluso si fracasa, de un grado de optimismo patológico que puede perfectamente mezclarse con un espíritu crítico y analítico de la realidad, un emprendedor no es un iluso, es un valiente que decide tirarse por un acantilado sin saber, muchas veces, que le espera allí abajo.
El emprendedor tiene un ADN compuesto por empuje, decisión, observación y energía para soportar los temporales que se encontrara en su camino. En España, además, el emprendedor suele tener dos caracteres más: la paciencia para tolerar la pesada administración pública y su burocracia e inconsciencia bien entendida para sobrellevar el riesgo de exclusión si te arruinas en este país.
Me gustaría destacar que no sólo de emprendedores es la tarea de mejorar nuestro entorno, tiene que ver con muchos otros elementos sociales. La multitud es el todo y es quien debe poner en marcha los resortes del cambio. Los gobiernos y los poderes políticos, públicos, financieros y privados, todos son la clave, pero la sociedad en su conjunto, emprendedores y emprendidos, todos adeudan ese impulso hacía un futuro más equilibrado y activo, donde ser concursante de Gran Hermano no sea el objetivo de millones de jóvenes por que consideran que siendo famoso la vida será más fácil.
No sólo de emprendedores va este post, también de todo lo que conlleva estimular cambios de conducta para tomar las riendas de tu propia vida, seas o no empresario, joven o anciano. No hablamos de estereotipos, pero si de actores. Hay personas que han nacido con una actitud en la vida que los posiciona como agentes de cambio, otros que se ven impulsados a ello.
La mal llamada crisis debería despertar en muchos ciudadanos su inquietud por emprender. Este momento, aparentemente poco propicio para poner en marcha proyectos, es uno de los más complejos por los que pasará la mayoría de las generaciones que les tocaron vivir. Con un endurecimiento del crédito, sin dinero público para invertir en reflotar la economía, con el consumo cayendo y sin expectativas de mejora, el horizonte no parece el más brillante para los que han decidido arriesgarlo todo por una empresa.
Nuevo método
Rafael Garrido e Iñaki Arrola de Vitamina K, una Sociedad de Capital Riesgo que invierte en empresas de base tecnológica, me han invitado a dar una pequeña charla al final de su Vitamina Day. La verdad es que me hace especial ilusión pues conozco y aprecio especialmente a alguno de sus miembros. Lo más curioso, y eso es lo determinante para mí del nuevo modelo económico y sus nuevos métodos que vamos a protagonizar desde el mundo de las startups, es que mi circuito profesional y mi actividad emprendedora es totalmente “competencia” a la de ellos. Desde Idodi Labs invertimos en empresas de base tecnológica con alto valor de crecimiento, aportamos valor y mentoring, estimulamos la internacionalización y les proporcionamos un espacio físico donde desarrollarse plenamente. Que hoy en día una empresa o sociedad, que hace lo mismo que la tuya, te invite a clausurar su día de presentación de sus productos y que no pase nada es lo más extraordinario que puede pasar en un país donde los recelos y la sospecha siempre estaba presente. A mi modo de ver el futuro estará plagado de pactos, sumas, acuerdos y sinergia. Estoy convencido que los que ahora son “rivales” en breve serán “socios”. Yo voy a dar una charla, pero mi intención es aprender.
Pienso que en momentos como el actual sólo los que se asocien, se agrupen o se enreden alcanzarán objetivos que antes parecían simples y que ahora se antojan complejos. Vivimos tiempos de metamorfosis, de redes, vivimos modelos de relación empresarial que poco tienen que ver con el pasado. Toca aprender de todo y de todos y permitir que otros se inspiren en lo que tú haces bien. Vivamos en abierto, es más divertido. Hace un tiempo escribí de la secuoyas y el valor de las redes, de sumar, de complementarse entre iguales, considerando iguales a todos los que arriesgamos todo por un sueño llamado proyecto emprendedor.Existen muchos modelos de emprendeduría. La que me interesa a mí es la que encaja con los tiempos que me ha tocado vivir, tiempos de tecnología, de redes, de fuegos artificiales y de conversaciones. Precisamente en ese nuevo modelo digital de proyectar empresa está el de actualizar una nueva economía basada en la colaboración y en la experiencia colectiva.
Existe un árbol que ha alcanzado los 115 metros de altura. Está al norte de San Francisco y es una secuoya. La altura media de este tipo de cupresácea está cerca de los 80 metros. Son muy longevas, existe una secuoya roja de más de dos mil años que ahí está, esperando que todo cambie a su alrededor. (...) Lo más extraordinario de este tipo de árbol no es la longitud vertical que logra sino como el mecanismo que utiliza. ¿Qué profundidad deben tener las raíces de un árbol que alcanza esa tremenda altura? Cuando cuestiono esto a conocidos o en charlas públicas, las respuestas son de todo tipo. Cien metros, doscientos, cuarenta, diez, hay de todo. Sin embargo la sorpresa es general cuando descubro la gráfica que demuestra que la profundidad de las raíces de este tipo de planta es muy inferior a lo previsto. (...) Para alcanzar su altura media y su longevidad, las secuoyas son los únicos árboles capaces de enlazarse los unos a los otros hasta el punto que llegan a perder el sentido de quien es uno y quien es otro. Se han hecho pruebas de inyectar un líquido coloreado en la raíz de una de ellas ubicad en un punto concreto y esperar unos años. Tras ese tiempo se descubre como ese líquido puede detectarse en todo el bosque. (...) Ese lazo extremo entre todos permite enfrentarse a la inclemencia atmosférica aunque estén a tanta altura y tan expuestos, les permite crecer hasta una altura inconcebible por la naturaleza de un modo lógico. Estos árboles representan un modelo de gestión en equipo, global, comunitario. Si una de las secuoyas empieza a ceder, si su verticalidad se pierde por algún motivo, el bosque hace fuerza contraria durante décadas hasta que recupera el eje. Todo el conjunto de árboles ayuda a recuperar el punto de equilibrio. Es tremendamente emocionante pensar como se produce ese efecto extraordinario. Pensemos que importante es esto. Cuando una sociedad es capaz de estructurarse hasta el punto de llegar a la excelencia de grupo es porque es madura, capaz y autosuficiente como colectivo. Pensemos también que atendiendo al ejemplo de estos maravillosos seres vivos que son las secuoyas, y observando lo que pasa cuando no están en un bosque, sólo es posible alcanzar grandes alturas si están juntas, y lo más asombroso es detectar que son todas las secuoyas al unísono las que logran tales cotas. El éxito no es para una, sino para todas. Trabajar en red proporciona el valor a todos. Este proceso de emprender es clave en una sociedad enfrentada a la competitividad mal entendida. (...) Las secuoyas son una lección que como sociedad no debemos obviar. Convencer a nuestro entorno del valor de enredarse y hacerlo digitalmente en una amalgama desordenada de individuos vinculados en redes sociales complejas es la opción que nos queda.
A parte del acto de hoy, los dos días que pasaré en Madrid van a estar repletos de actividad. Mañana participaré en el Spain Startup & Investors Summit y por la noche tendré una cena que me apetece especialmente en el City Eaters. El primero tiene toda la pinta de convertirse en uno de los eventos de referencia para startups e inversores tecnológicos en España. Será los días 7 y 8 de junio en Madrid promovido por Infoempleo, Financial Communication Platforms y el IE. “Se busca que sean dos días de celebración del espíritu emprendedor y atraer a inversores a nivel internacional para que se encuentren con las startups de éxito que tenemos en España y que están buscando financiación. Por suerte algunas de las startups en las que participo han sido elegidas para hacer su presentación en el evento”. Entre los participantes destacan Ali Partovi, Mario Alonso Puig y Martín Varsavsky.
De madrugada
Ayer de madrugada puse en mi google+ un texto que causó cierto revuelo en las redes. No quería faltar a nadie. Era algo simple y que buscaba lo emotivo. Sin pretensiones, sólo una manera de cristalizar lo duro que a veces resulta eso de poner un negocio en marcha. Obviamente cada uno lo puede ver como quiera, incluso hay quien no le gusta y lo respeto. Pero os pido que lo valoréis en lo que es, un pequeño párrafo que describe un momento con un juego de palabras y que intentan darle ánimo a una tribu de insomnes autónomos y emprendedores que a según que horas no sabe de donde sacar el ánimo para seguir. La frase del final es producto del talento colectivo.
Cuando veas que no puedes más, que emprender se hace duro y difícil, que el sueño llega de madrugada y eres incapaz de teclear nada más, que el día a día se hace pesado y requiere hasta el último aliento, piensa en el motivo por el cual empezaste esta aventura y lo que ya sabías que suponía todo: “ahora te toca vivir como muchos no querrán, para en el futuro hacerlo como muchos no podrán”.
Ya hablé hace tiempo de lo solitario y frio que es el cristal desde el que se ve la vida cuando te tienes que quedar un domingo en tu despacho pues no hay mucho que hacer más que propuestas y apuestas a un sólo número y a un color esperando que tarde o temprano la ruleta te conceda el privilegio de premiarte.
Tardaremos en girar la colcha pero la giraremos y una de las razones es que no hay otro remedio. Me niego a aceptar que esto ya no se moverá. Si se potencian redes de conocimiento, si se impulsa la proliferación del capital riesgo, si las administraciones reducen la fricción en los trámites, si el impulso a la innovación crece en lugar de menguar como en los últimos dos años, si la cultura emprendedora se transmite en las escuelas de secundaria y en las universidades, tal vez, si todo eso pasa, un asalariado que pasa a ser emprendedor lo tenga algo más fácil y con ello, un país como el nuestro, esté más cerca de la cabeza económica del mundo civilizado.
Emprender para muchos será la única salida, para otros no. Puede que muchos tengan otras opciones, pero, por higiene intelectual recomiendo ponerse en la piel del primero. Imaginemos que no tenemos más remedio que emprender. Poco a poco, conozco algún caso de emprendedores sobrevenidos, que llega el primer cliente, la primera factura, el primer empleado y el primer cobro. Esos momentos son gloriosos. Encajar la emoción que supone tocar la superficie de los sueños que hace unos meses desconocías tener es maravilloso.
Los que hemos puesto en marcha nuestros sueños, sin saber si era posible tan siquiera, sabemos que es eso depasar noches en vela, redactando, corrigiendo, trabajando en la soledad de las noches y los días que se amontonan unos encima de las otras. Vivir es ese domingo por la tarde, exhausto pero ilusionado, viendo desde la ventana del despacho como las familias pasean, las parejas hacen cola para el cine y el mundo no se detiene en su curso sinuoso de fin de semana. Obsesiones y retos, momentos duros que a veces no producen más que disgustos pero que cuando se reproducen con todo su brillo y belleza son la entrada perfecta a un club diferente, el “club de los soñadores”. He escuchado este término en algún lugar, no es una definición mía, pero me parece tan especialmente sensible que me apodero de ella. Soñar y emprender van juntos, juntos en la búsqueda, tal y como están las cosas, de la única salida.
Equivocarse mejor
Hace algunos meses hice referencia en una charla a mi viajé a Mauritania de 1997. Lo enmarqué en una conferencia sobre innovación y sobre fracasos bien concebidos. Innovar fracasando para aprender o aprender fracasando para innovar. No me pregunten el motivo de esa huida. Aun no le tengo claro ni yo mismo. Lo que si sé es que marcó mi vida. Justo en el instante en el que mi vida empezaba a tomar un tono de éxito irresistible y, tras mirarme en el espejo, consideré que yo no era a quien veía en frente reflejado. Decidí ir a conocer, por unos días siquiera, un destino que ahora se antojaría complicado y difícil: el interior del desierto mauritano, entre Mali y Senegal.
Llegué a Nouakchott en julio. Los peajes que tuve que pagar desde Ceuta hasta la capital mauritana mejor no lo recuento. Recorrimos durante unos días la costa atlántica de Marruecos y, junto a Francis, Montse y Carmen, nos fuimos adentrando en territorio saharaui a medida que nos daban paso los múltiples controles que en aquella época sólo tenían un propósito: la extorsión de “viajeros” como nosotros.
Una vez llegados a Nouabhidou vique lo del desierto y el verano no habían sido buena idea. Aun no tenía ni la más remota idea de lo que iba a descubrir tan solo una semana después. A los pocos días mis compañeros de viaje me confesaron que por ellos, la aventura africana había tocado fin y que emprendían el regreso. Mi decisión de permanecer algún tiempo más y buscarme la vida para moverme por allí y volver unos meses más tarde, sería la decisión más determinante de mi vida. Por lo menos en lo que tiene que ver con la vocación de emprender proyectos y al modo en el que me enfrento a un plan de negocios.
Me alquilé un todoterreno algo más destartalado que el que habíamos tenido en propiedad durante todo el viaje anterior y me dispuse a ir hacia la capital Nouakchott. En aquella época esa ciudad era una amalgama de casas, chabolas, avenidas turbias por la arena en suspensión y callejuelas sin nombre que conducían a lugares secretos. Con las horas el lugar se hacía más complejo y sofisticado y poco a poco percibías que sus gentes conformaban un curioso engranaje por el cual todo parecía funcionar. En la mayor extensión de miseria en la que yo había estado en mi vida, había un curioso aliento de orden y ánimo. Todo estaba por hacer mientras todo se hacía.
Aunque la capital parecía un lugar interesante para aprender, pensé que en el desierto me esperaba un mayor conocimiento. Creía que eso del silencio de la noche en algún oasis o el calor intenso por las carreteras desdibujadas acabarían por proporcionarme lo que estaba buscando. Sin embargo, todo eso no era nada. Lo que me esperaba en una aldea llamada Chinguetti marcaría el futuro de mi propia existencia.
Recorrer los quinientos kilómetros que separaban la capital mauritana de esa otra población rodeada de dunas fue un calvario. No se podía hacer por aquel entonces por una de las vías que ahora si existe y se debía de tomar la ruta hacia el norte y circular en paralelo a la vía de tren que lleva de Nouabhidou a Choum y Atar. Eso estaba en el norte de
Mauritania y era el único trazo uniforme que permitía saber en que dirección se circulaba. El camino duraba dos jornadas enteras, con una noche que las separaba. El mal estado de las pistas y la dificultad para descifrarlas no ayudaba a avanzar con cierta velocidad. Ese recorrido, tras la primera vez, lo haría en seis ocasiones más.
Cuando hacía ese trayecto, diseñaba la noche que debía pasar a medio camino con sumo cuidado. Primero por precaución y en segundo lugar para vivirla lo más intensamente posible. Procuraba que alguna aldea no quedara a más de una hora caminando de donde acampaba por si en algún momento precisara de ayuda. También sabía que la tienda “antiarácnidos” debía montarla junto al vehículo a fin de que las dunas más cercanas no me engulleran mientras dormía. La oscuridad de la noche en el desierto no tiene comparación con ninguna otra. Es un negro luminoso, perfecto para imaginar proyectos de vida, profesionales, personales. Todos los emprendedores deberían pasar una noche en el desierto en algún momento de su vida.
Recuerdo todas y cada una de las noches que pasé allí. Eran frías y desagradables, para que engañarnos. La cena aliñada con arena por culpa del viento persistente y el silencio tibio del Sahara de fondo, no eran ingredientes para el goce y el disfrute. Además, una vez te metías en la tienda, el áspero sonido de los escorpiones rozando contra el lateral inferior del tejido aislante no hacía más que animarme a no salir en toda mi existencia. Sin embargo, curiosamente, cada semana esperaba esa noche con ilusión porque el amanecer solía ser majestuoso, bello y enorme. El viento se dormía a primera hora del día y, normalmente, dejaba un cielo púrpura a modo de tablero para que al fondo, una luz intensa, blanca, brillante y nerviosa lo agujereara. Una lámpara vibrante. Durante una hora esa luz iba acercándose. Era un tren. Una culebra amarilla de tres kilómetros de largo que aparecía de la nada y que con su rumor ensordecedor y su tamaño lo llenaba todo. El alboroto se te quedaba grabado durante minutos. La imagen espectacular de ver un monstruo infinito repleto de personas apretadas hasta lo imposible en el único tren del día se galvaniza en blanco y negro para siempre en las callejuelas de la memoria de quien lo ve.
El destino era siempre el mismo: Chinguetti. Un pueblo, aldea, municipio o ciudad, depende de cómo se interprete su historia. Fue fundada en el siglo XIII y fue un centro de caravanas entre el África del norte y la subsahariana. Llegó a ser una metrópolis de gran importancia hace trescientos años. Fue la población con mayor número de bibliotecas por habitante del continente africano. Posee manuscritos sobre ciencia o religión del siglo IX por ejemplo. Es una ciudad santa para el Islam y es patrimonio de la humanidad desde un año antes que yo pasara por allí. Le llaman “la puerta del desierto”. Sólo se podía llegar por pistas de tierra y su gente era tremendamente amable y acogedora. Es curioso como los que menos tienen siempre son los que más dan.
Lo que me atrajo de esa ciudad eran esos detalles sobre su cultura y su curiosa manera de enfrentarse a largos años de sequía, epidemias y hambre. Me interesaba saber como una población de apenas tres mil habitantes disponía de un registro de más de quince mil. Al parecer, la diferencia eran nómadas. Gentes que buscaban pastos y agua para sus ganados.
En mi primera estancia conocí a Aman Ussunduff. Se pasaba el día en la otra Chinguetti. Si, había otra. Una población en obras a unos dos kilómetros de donde vivían todos. De una manera muy desordenada y sin una dirección de las obras adecuada, un grupo de habitantes del municipio se lanzaban cada cierto tiempo hacia un objetivo común: rehacer su hogar de nuevo.
El avance incesante del desierto estaba provocando que una parte de Chinguetti quedara inutilizada. La lengua de arena ya cubría algunas casas y amenazaba con engullir todo el pueblo en unos años. Les seguí durante algunas jornadas, viendo como medían, interpretaban planos y modificaban proporciones. Con el tiempo Aman me permitió preguntar y razonar sobre lo que hacían.
No era la primera vez que los habitantes de Chinguetti reconstruían su ciudad. Lo habían hecho una vez antes y algunos aseguraban que más veces. Al parecer, el desierto ya se tragó la ciudad hacía varias generaciones. La decisión de haber reconstruido la ciudad apenas unos metros más allá de la originaria supuso que ésta entrara en la misma crisis natural que la anterior. Mi pregunta, tras unos días sorprendido por el empeño poco uniforme pero constante de algunos jóvenes en rehacerla a pocos metros de nuevo, era clara:
Assan le dije . ¿Por qué no rehacéis la ciudad veinte o treinta kilómetros más allá? Evitaríais que el desierto, en su avance implacable, vuelva a engullir Chinguetti, y con ello, que otras generaciones posteriores deban, otra vez, acometer tan duro trabajo.
El hombre me miro, y ladeando la cabeza una y otra vez, negando mientras yo hablaba, me dijo:
-Eso sería una terrible tragedia. Evitaría que otros pudieran hacer la maravillosa labor que nosotros estamos haciendo. Reinventarnos sobre nuestra propia desgracia.
Nadie hasta la fecha me había dado una lección tan grande. Los errores son un modelo de aprendizaje que no debemos prohibir a nadie. Ese pueblo tenía el valor y la suerte de poder reconstruir su ciudad corrigiendo los defectos de la anterior. Así lo habían hecho y así lo iban a seguir haciendo. Cada nueva oportunidad provenía de una voluntad de que su proyecto sufriera un final. Es como emprender un proyecto sabiendo que tarde o temprano morirá y con su muerte aparecerá la oportunidad de emprender uno nuevo que versione el anterior y lo mejore.
Desde entonces, cada proyecto, cada iniciativa que pongo en marcha surge de ese valor, del valor del intento permanente, del entendimiento que en los negocios o en la vida, equivocarse es fundamental pues responde a la iniciativa. Si no hacemos nada no nos equivocamos. Devorar una ciudad es algo lento para un desierto, tragarse un proyecto emprendedor por el sistema es algo relativamente sencillo, pero los dos casos responden a la naturaleza orgánica de los escenarios en los que se suceden. Por ello es importante en los dos casos saber que en esa aventura está la evaluación continua de los emprendedores.
Una sociedad incapaz de valorarse así misma, de aceptar sus errores y poner los resortes para recuperar el tiempo y corregir los mecanismos que no le permiten avanzar, es una sociedad caduca y destinada al fracaso.
La sociedad que no arriesga, no avanza. Hoy en día el valor de equivocarse parece un síntoma de final irrecuperable, cuando debería ser todo lo contrario. Sólo se hace gigante aquel liliputiense capaz de acumular errores. Un buen empresario no lo es hasta que no ha fracasado alguna vez. En Estados Unidos ese valor prevalece en cada proyecto que sus ciudadanos ponen en marcha. No hay fracaso malo, sólo hay oportunidad fallida. Hay más. En nuestro país y en algunos de nuestro entorno inmediato entrar en default es sinónimo de imposibilidad de poder afrontar otro reto emprendedor en tu vida. Las catalogaciones contra el histórico crediticio te amputan todas las opciones. Ese es uno de los motivos por los que, poco a poco, hemos ido deconstruyendo una sociedad que en su momento estuvo llena de vida.
Si recuperamos el entusiasmo por el error, habremos dado el paso más importante. Si, además, acentuamos el valor que eso tiene, como hacen en Chinguetti asumiremos que equivocarse es la gran oportunidad de volver a empezar con todo lo que eso conlleva en materia de corregir lo ineficiente. Un colectivo social capaz de alejarse de los tópicos y reglas para lanzarse por el tobogán de los desaciertos, será un grupo mucho más fecundo.
Este texto es un extracto del capítulo “el Valor de Emprender” de “Contra la Cultura del Subsidio“.
El final de una etapa
Hoy he despertado en Sevilla. Estoy a unas horas de dar una conferencia llamada “el club de los soñadores“. Hoy mejor que nunca para hablar de como vivo el día a día mis proyectos. Ayer alguien en el Encuentro digital que tuve en RTVE me preguntaba ¿cuantas noches he dejado de dormir por ser emprendedor? Le respondí que yo no necesitaba dormir demasiado, soy insomne, seguramente porque sueño despierto. Ese es el valor del emprendedor.
Hoy hago público y oficial, que mi etapa como Director General de Cink se termina. A partir de ahora mi vinculación con la compañía que fundé será accionarial, como miembro titular del Consejo de Administración. Han sido dos años y medio vibrantes, llenos de problemas, lágrimas, noches largas, días eternos y, como no, momentos que no podré olvidar jamás por lo emocionantes y gratificantes que fueron. Hemos ido desde una esquina de un despacho compartido en el Born hasta las múltiples sedes actuales, desde los primeros proyectos gestionados entre mi amigo y socio Sergio y yo mismo, hasta la casi centena de personas que trabajan actualmente con Cink, y desde los problemas de liquidez puntual hasta la entrada de inversores de referencia. Aunque seguiré gestionando la marca en Latinoamérica en un sentido representativo, lo cierto es que mi vinculación con el proyecto finaliza a finales de mes. Para entonces Cink estará en manos de alguien excepcional al que le deseo lo mejor y le pido que me haga rico ;-).
Cink ahora precisa de un director mucho más ingenieril, capaz de gestionar con estrategia un modelo nuevo de explotación, más relacionado con lo tecnológico y mucho más dotado de desarrollo. En esa posición es mucho mejor jugador Sergio Cortes. Ahora toca convertir Cink en algo muy grande y esa ya no es mi tarea. Dicen que soy un buen successful startup por haber arrancado varios proyectos y ponerlos de 0 a 100 en pocos años, luego, a la hora de coger velocidad punta no estoy tan cómodo. Ya estuve en empresas grandes y no es mi sueño repetir ese proceso. Deseo seguir soñando despierto y lo voy a hacer con nuevos proyectos.
Durante unos meses voy a estar metido en la gestación del Sit2Sit, una compañía que he fundado en Boston y de la que no puedo hablar mucho pues ahora mismo estamos en el desarrollo de la macroaplicación con apoyo del MIT.
En definitiva, que se cumple una etapa y empieza otra repleta de ilusión. Suerte a Cink, allí dejo a un montón de buena gente, de grandes profesionales y de colaboradores leales. Me irán viendo de tanto en tanto, pero para lo que precisen, ya saben donde estoy… “up in the air”.
El expolio de tus sueños, no lo permitas
Alguien nos ve como estatuas de sal. Fijaros: la Secretaria General de empleo, Maravillas Rojo, ha dicho que la cifra de paro actual está en línea con las previsiones del Ejecutivo, que el incremento se ha producido “a ritmos inferiores al año anterior”. Sin que se le caiga la cara de vergüenza asegura que en septiembre del año pasado el desempleo subió en 95.367 personas y que en este año, en septiembre también “sólo” han sido 80.000. De verdad que no pienso analizar ni comentar esos datos ni ese insulto a la inteligencia, prefiero entrar en lo que significa que la clase media se esté evaporando poco a poco y que quiere decir todo ello en un contexto mucho más global.
Alguien nos ve como estatuas de sal. Fijaos: la Secretaria General de empleo, Maravillas Rojo, ha dicho que la cifra de paro actual está en línea con las previsiones del Ejecutivo, que el incremento se ha producido “a ritmos inferiores al año anterior”. Sin que se le caiga la cara de vergüenza asegura que en septiembre del año pasado el desempleo subió en 95.367 personas y que en este año, en septiembre también “sólo” han sido 80.000. De verdad que no pienso analizar ni comentar esos datos ni ese insulto a la inteligencia, prefiero entrar en lo que significa que la clase media se esté evaporando poco a poco y que quiere decir todo ello en un contexto mucho más global.
De momento, el mayor exponente de nuestro drama doméstico, el paro, sigue sin afectar a la clase media en términos generales. Seguimos con un perfil de parado que pertenece en su mayoría a los sectores más débiles. De hecho hay cifras que revelan esta situación. De los 4 millones largos de desempleados, sólo un 2% eran trabajadores con contrato indefinido. Sin embargo, estamos en la sala de espera de una nueva dinámica. De momento el riesgo de perder el empleo está entre los que tienen contratos temporales. Digamos que a iguales motivos, el indefinido tiene 6 veces menos probabilidades de tener que ir a la cola del INEM. El ajuste de plantilla de la mayoría de empresas se ha llevado a cabo a partir de la no renovación. Ese acomodo del sistema laboral en un nuevo paradigma afecta a los jóvenes de un modo insultante. El 36% de los menores de 30 años están parados. Los inmigrantes tienen 8 veces más probabilidades de ir al paro que un nativo. De hecho ya hemos pasado el millón de parados inmigrantes con subsidio. Poco a poco ese veneno irá recorriendo todos los sectores a medida que se reduzcan los procesos comerciales por la falta de capacidad de compra y consumo.
De momento una clase media aparentemente robusta aguanta e incluso se da algún capricho pues su poder adquisitivo ha aumentado gracias a la deflación. Pero el futuro inmediato no tiene previsto mantener esta situación de mercado laboral de tipo dual. El estrechamiento de las diferencias será cada vez mayor, hasta el punto que en menos de dos meses el margen para ajustar las pérdidas de las empresas despidiendo los trabajadores menos caros en términos de costes por rescisión se habrá esfumado.
La clase media es el mecanismo por el cual la Hacienda pública se aguanta y es el garante del Estado tal y como lo conocemos en los términos de bienestar social. Los países ahora dejan de estar en las listas de los desfavorecidos no por el puesto que ocupan sus ricos en el ranking de los que más tienen, sino por la dimensión y superficie de su clase media. Pero parece que la clase media está en franca decadencia. Estamos asistiendo a su destrucción, algo que no será inmediato sino prolongado en el tiempo.
Probablemente no habrá modo alguno de evitarlo y la nueva clase dominante que la sustituya será un estrato social inferior económicamente pero con mayor capacidad de adaptación a tiempos difíciles. Seguramente serán esos que ganan menos de 1000 euros. Jóvenes universitarios recién licenciados aceptando salarios miserables para hacerse con una experiencia laboral que desconocen que utilidad tendrá. A esa clase se han unido obreros con menor o mayor preparación, desempleados de larga duración, inmigrantes, miembros del mercado laboral que son expulsados por ser de mediana edad e incluso aquellos que se encaraman a la pre jubilación. Unos catorce millones de personas sólo en España. El sueldo medio en España en 2006 era de casi 20.000 euros al año. Cuatro años antes, en 2002, era de algo menos de 20.000 también. Es decir, que en los tiempos que la economía española vivió su mejor época, los salarios cayeron en términos brutos si se aplica la inflación. Curiosamente las decisiones políticas que el gobierno español ha preparado para luchar contra un déficit que ellos han creado giran en torno a la destrucción de esa clase media.
Bien analizado veremos que los sueldos se han desplomado pese a la prosperidad económica e independientemente del color del gobierno en los últimos años y que la riqueza creada ha ido a incrementar principalmente las llamadas rentas del capital. Que la clase media tiene los días contados es una opinión personal que cada vez veo con mayor claridad. Creo que la oportunidad ofrecida por esta crisis va a repercutir en tedio y desgana. Toda una generación perdida y un montón de gente anestesiada frente al expolio de sus sueños. Está gestándose un nuevo sistema social polarizado, con una clase tecnócrata reducida y crecientemente más rica en un extremo, y en el otro un tumulto social sin clase donde se confunden las antiguas clases media y baja, con una capacidad de consumo cada vez más limitada y cuyo patrón girará alrededor de los servicios y artículos low cost. Una clase social satisfecha por comer en el Pans & Company, viajar con EasyJet y montarse sus propios muebles.
Lo malo de esto es que la sociedad que surge es menos robusta, aparece escasa de ética y valores, oportunista y sin planes de futuro. España será candidata a ser la campeona de esa ex clase media pero otros países la están fabricando. En el primer motor europeo, Alemania, la clase media ha pasado de representar el 65% al 52%, y se estima que para 2020 estará muy por debajo del 45%. En Francia los babylosers están parados a niveles del 35%. Lo grave es lo acomodados que se muestran, lo conformistas que resultan. Aquella generación de Mayo del 68 que gritaba “sed realistas, escoged lo imposible” que rondaban los 30 años ganaban un 15% menos que sus compañeros cincuentones; ahora, la diferencia es del 40%. Del resto de países, incluidos los EUA mejor no hablamos de momento. De esta quema sólo se libra Brasil que fabrica clase media a una velocidad inédita en el planeta y China que sigue preparando una clase superior de la que emanará su propia clase consumista.
A medida que los resultados del paro son los que son, da igual si desde la administración se falsean los datos, si la oposición no se da cuenta o si la prensa lo traduce. La verdad es que los pobres limpios, como se denomina a los que han descendido desde la clase media, comienzan a saturar los servicios sociales en España. Las solicitudes de soporte a Cáritas han aumentado un 45%, y el individuo que la pide va mutando: ahora es padre de una familia media, normalmente masculino, esta desde hace unos meses sin trabajo, ronda la cuarentena, tiene una hipoteca que posee cuatro recibos sin pagar, vive al día como puede y ya ha agotado las prestaciones que el Estado tiene diseñadas para engañarle.
La aduana entre clase media y la miseria se ha desvanecido. La desigualdad crece y el modelo de protección social que hemos conocido tiende reducirse. En España hay un dato que debería asustar a la clase media de verdad. El número de familias que tiene a todos sus miembros en paro ha sobrepasado el millón y medio. Y peor aún, la tasa de paro de la persona de referencia del hogar está ya en máximos inéditos. Además, si en la época que se ataban los perros con longanizas no disminuyó la desigualdad, es prácticamente seguro que habrá un aumento en un periodo de recesión.
Por primera vez desde la II Guerra Mundial, esta nueva hornada de jóvenes vivirá peor que sus padres. La falaz mejora en viajes, estudios y medios es una sensación de riqueza ilusoria para los jóvenes contemporáneos, ya que surge de un modelo de dependencia parásita familiar. El número de jóvenes españoles que dispone de una independencia económica plena disminuyó desde el 26% en 2004 al 19% en 2008 y eso se está extendiendo por toda Europa. Cuando esos maduros alumnos se incorporan al mercado laboral ya sólo les quedan contratos de tipo temporal para el resto de sus días. Son gente que pueden entrar en el mercado laboral a los 35 años y encontrarse con un Expediente de Regulación de Empleo a los 50. ¡Menuda carrera!
El drama laboral no sólo lo sufren los jóvenes. Puede que los miles de trabajadores que están perdiendo su empleo vuelvan al mercado laboral cuando la crisis escampe, pero no con las mismas condiciones. Todo lo que aprendieron a hacer trabajando en los últimos años les valdrá de poco o nada. Por tanto, no es de esperar que sus salarios sean muy altos cuando encuentren nuevos empleos. Ser funcionario es el objetivo laboral de toda una generación, y de hecho ese puede ser el último circuito para permanecer dentro de la clase media. Pero hay un riesgo latente. Es improbable que se pueda mantener el pago de dicha factura. Este es un país donde los ingresos por cotizaciones sociales están bajando a marchas forzadas y cediendo por los impuestos ligados a la actividad o a la renta. Los funcionarios han crecido en un año en 140.000 personas, sobrepasando por primera vez la cifra de tres millones largos, con una factura salarial de 105.000 millones de euros. ¿Es factible una nómina pública que consume el equivalente al 13% del PIB? La respuesta es no y el fin de la seguridad aparente del funcionariado también está a la vuelta de la esquina.
Sigo pensando que pronto se vivirán convulsiones sociales. Sin embargo nada hace pensar que pueda ser así. Aquí no se mueve ni Dios. En España, ni siquiera se han convocado paros o manifestaciones. Los sindicatos no hacen nada y cuando lo hacen fracasan. Las huelgas generales convocadas por los sindicatos tradicionales en países como Francia o Italia no han tenido consecuencia alguna, porque los más afectados no se sienten representados por ellos. Cinco millones de desempleados son hoy menos peligrosos de lo que lo eran en 1929, porque no hay una ideología política que aglutine ese malestar. Como recientemente en uno de los debates abiertos en burbuja.info “el mileurista ya no tiene edad. No gana ni mil euros, no ahorra, vive al día de trabajos esporádicos o de subsidios y, pese a todo, no se rebela, ni tiene pensado hacerlo”.